jueves, 25 de junio de 2015

REVISTAS. "El poder: del estado de naturaleza a la división de poderes"

   En "filosofiahoy.es":

El poder: Del estado de naturaleza a la división de poderes

Un recorrido por los grandes nombres que en la historia de la filosofía han hecho del poder lo que es... o lo que fue.


Hobbes
Superar la naturaleza humana

En la teoría de Hobbes, se concibe al ser humano como un innato portador de necesidades y
deseos; el poder se materializa en el sujeto a través de los medios disponibles capaces de materializarlos.
Hobbes, en realidad, no sostuvo que su legendario “estado de naturaleza” existiera como estado histórico particular, sino que debe existir en cualquier lugar o tiempo en los que no funcione la sociedad civil. En este estado virtual de naturaleza, reina la guerra de “todos contra todos”, y en él no existe una noción institucionalizada del “bien y el mal”.
La competencia, la desconfianza y la gloria serían las tres principales causas de discordia entre los hombres abandonados a su naturaleza. Desde Hobbes, el concepto de poder superior radicaría en la posibilidad que tiene la sociedad civil para superar el estado de guerra de todos contra todos y entrar en algún tipo de organización moderna.
Bajo el punto de vista de Hobbes, el poder se organizaría para impedir que la naturaleza humana desborde los límites y reglas que la sociedad ha asumido. El estado en el papel de Leviatán que Hobbes le atribuye canaliza el lado violento de la sociedad para actuar en contra de la esencia de la naturaleza humana. En el estado de naturaleza no hay cabida para los conceptos de justicia o derecho, ya que no existe la sociedad civil capaz de fijar unos cánones. El altruismo básico no bastaría para garantizar la vida y los bienes de una sociedad civil; el Leviatán debe erigirse en el poder que defina el marco de justicia y legalidad y monopolice la violencia.

Montesquieu
Neutralizar el poder

Con anterioridad a Montesquieu (1689–1755), las relaciones entre individuo y estado habían sido consideradas a la luz del derecho natural. El estado era tenido por una creación arbitraria de la razón surgida de la necesidad de establecer un pacto que liquidara una primitiva situación de violencia y caos entre individuos. En El espíritu de las Leyes, Montesquieu elabora una física de las sociedades humanas. Creía que no hay casualidades o arbitrariedades sin fundamento, sino que las leyes proceden de la naturaleza de las cosas y de las relaciones sociales, que explican y son explicadas por las formas de gobierno y grados de liberta de cada país.
Cuando el ideal político que se persigue, como él lo concebía en los comienzos del XVIII, era la máxima libertad con la necesaria autoridad política, el análisis pragmático de la realidad le condujo a considerar imprescindible la separación de poderes –legislativo, ejecutivo, judicial– como una obvia herramienta de control que ninguna democracia posterior ha podido descalificar.

Nietzsche
El poder transformador

La manera más positiva de entender la “voluntad de poder” que proponía Nietzsche es asumiendo que solo un impulso mesiánico puede transformar la vida y el mundo. Solo aquella voluntad, sin origen conocido, que obliga al ser humano a reunir fuerzas y dirigirse hacia nuevos espacios es capaz de transformar la vida. De hecho, la vida progresa a golpes de poder de seres que asumen su predestinación para llevar a cabo esa tarea. Nietzsche, de forma no explícita, nos lleva a pensar que no todo poder tiene objetivos y resultados positivos para la vida, pero todos los saltos adelante que ha dado nuestra vida los ha dado el ejercicio de un poder asumido por hombres o mujeres con voluntad transformadora.
La filosofía de Nietzsche proclama la libertad y capacidad creativa del individuo. Ahí está el poder. La voluntad de poder transforma el mundo, cambia al que la ejerce y cambia a aquellos que viven y vivirán en esos mundos. Nietzsche identifica tres modalidades de poder; nos habla de la figura del camello que encarna la resistencia y la perseverancia; el poder del león, altivo, conquistador que fija límites a los demás; la tercera figura, encarnada en el niño, el poder de la curiosidad y la inocencia; el poder que construye castillos en la arena, y cuando las olas los derrumban, vuelve a construirlos, expresa el poder de la creación.

Foucault
El universo del poder

El filósofo francés hizo un profundo análisis del poder en el que su primera preocupación fue formular una noción de poder que no se limitara a lo estatal, sino que explicara la multiplicidad de poderes que conocemos en la escena social. Habla de una trama de poder microscópico, capilar, compuesto por el conjunto de pequeños poderes radicados en centros e instituciones igualmente pequeños.
Foucault ve múltiples relaciones de autoridad; son micropoderes que se apoyan mutuamente, se manifiestan de manera discreta y componen un equilibrio que sustenta a otras estructuras de la sociedad. De forma subyacente hay una relación de autoridad y dependencia entre marido y mujer o entre padres e hijos o, incluso, entre maestros y alumnos. Estas relaciones, sin embargo, son condicionantes para que exista el poder soberano, son el substrato del mismo.
El poder se construye y funciona a partir de otros poderes, de los efectos de estos, independientes del proceso económico. Las relaciones de poder están estrechamente ligadas a las relaciones familiares, sexuales, productivas; desarrollan un papel condicionante y al mismo tiempo condicionado.
“El poder no es un fenómeno de dominación masiva y homogénea de un individuo sobre los otros, de un grupo sobre otros, de una clase sobre otras; el poder contemplado desde cerca no es algo dividido entre quienes lo poseen y los que no lo tienen y lo soportan. El poder tiene que ser analizado como algo que solo funciona en cadena. El poder funciona, se ejercita, a través de una organización reticular. Y en sus redes circulan los individuos que están siempre en situaciones de sufrir o ejercitar ese poder”.
Foucault percibía que el poder estatal era el más imponente, pero su meta fue revelar todos los restantes poderes que conviven con él.

Weber
Diferentes tipos de legitimidad

Weber distinguió tres modos en que los líderes políticos a lo largo de la historia han convencido a los ciudadanos de que acepten su autoridad como legítima:
■ Legitimidad tradicional: se fundamenta en la creencia de la santidad de las tradiciones inmemoriales, de las que son ejemplo las monarquías centenarias.
■ Legitimidad racional-legal: se basa en la creencia de la legalidad de las reglas y el derecho que emanan de los organismos sociales.
■ Legitimidad carismática: descansa en la devoción a un líder persuasivo por su heroicidad o ejemplaridad percibido como diferente del común de los mortales y dotado de cualidades sobrehumanas. Así se han creado las legitimidades de Mao, Napoleón, Lenin, Mussolini, Perón o Castro, pero también de Roosevelt, Churchill, De Gaulle o Mandela.
En definitiva, Weber señalaba que, si los ciudadanos creen que los regímenes son legítimos, lo son. Aún no se ha sofocado el incendio de críticas que le vinieron encima…

Platón
Ante una crisis de la democracia, ¿volvemos a Platón?

Algunos colectivos de nuestras sociedades se manifiestan desencantados con el procedimiento democrático; por déficit de representatividad y ausencia del debate necesario. A otros, la insatisfacción les llega por la ineficacia que creen ver en el sistema. 
En ese descontento vuelven a la actualidad las tres fallas que Platón encontraba en un sistema que pretendiera dar el poder al pueblo: desorden, demagogia y fragilidad.
La primera, el desorden: la atracción por la libertad y la igualdad conducen al caos. Que “cada uno pueda arreglar su vida como quiera, según su impulso”, hace insostenible la vida. Rechazar toda jerarquía en nombre de la igualdad permite, desde la base, que los hijos, los alumnos, no encuentren razón alguna para obedecer a padres y maestros.
Segunda falla, la demagogia. Abandonado el pueblo a su libertad, privado de ideales, cae ebrio por los efectos delirantes de esa libertad y de los demagogos que ofrecen a los ciudadanos los discursos que quieren oír: la ley de la mediocridad se impone.
Tercera falla: la debilidad se adueña del cuerpo político. La democracia, según Platón, es un régimen inerte incapaz de tomar decisiones difíciles ni imponer necesarios sacrificios a los ciudadanos; está condenado a mutar hacia su contrario: ofrecer el poder a un hombre providencial con instituciones que garanticen el designio de una clase de propietarios o de sabios.

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