El reciclaje de la ropa que ya no queremos
Europa desecha cerca de seis millones de toneladas de textiles al año. Solo un 25% de esa ropa es reutilizada
En la planta de reciclaje de Wolfen, Alemania, intentan darles una segunda oportunidad, mientras que el discurso de la sostenibilidad cobra relevancia en la industria de la moda
Detrás de una camiseta hay entre 2.000 y 2.900 litros de agua. Es la cantidad necesaria para cultivar y procesar el algodón para confeccionarla. A la mezcla hay que añadirle una buena dosis de pesticidas y la emisión de partículas contaminantes a la atmósfera que acarrea el transporte de la prenda desde los lejanos países en los que se suele confeccionar. ¿Cuál es su expectativa de vida? Tres años… de media. La atracción de los consumidores occidentales por la moda rápida, alentada por una incombustible maquinaria de fabricación barata en China y otros países, se ha traducido en un incremento cada vez mayor de la cantidad de prendas que se compran y que, tras pasar un tiempo olvidadas en el fondo del armario, acaban en la basura.
En Europa, se desechan seis millones de toneladas de textiles al año. Solo un 25% son reutilizados, la mayoría tras pasar por plantas de reciclaje como la de la multinacional suiza Soex en Wolfen (Alemania). Aquí, la ropa que nadie quiere se clasifica para venderse en el mercado de segunda mano o transformarse en bayetas para limpieza y aislante para la construcción y el automóvil. “Salvamos a millones de prendas de morir incineradas”, explica Paul Dörtenbach, que trabaja para la empresa. “Buscamos el mejor destino posible para la ropa usada”.
Cada día llegan a esta nave 350 toneladas de prendas procedentes de toda Europa, recogidas en contenedores o en tiendas. Las ONG venden las que no necesitan a empresas de reutilización textil a cambio de un donativo (alrededor de dos euros por kilo) que destinan a financiar otros fines sociales. Las empresas también son clientes. Es el caso del grupo sueco H&M. En 2013 lanzó un programa de recogida y reciclaje de ropa con Soex para premiar a los clientes: por cada bolsa de ropa usada que llevan a la tienda, se les hace un descuento para comprar prendas nuevas. La firma de moda ha invitado a cuatro periodistas europeos a un recorrido por la planta, a unas dos horas en coche de Berlín, en territorio de la antigua RDA.
El proceso es laborioso. Los 800 empleados miran y clasifican, una y otra vez, las prendas. Las colocan según el tipo en diferentes cajones: pantalones, jerséis, camisetas, vestidos... Luego comprueban las que pueden ser usadas de nuevo y las que no. “Nos concentramos en separarlo todo para seleccionar lo que podemos reutilizar y vender en tiendas de segunda mano y lo que acabará en la trituradora”, explica Dörtenbach. La ropa siempre viaja en bolsas amarillas suspendidas en el aire y controladas por un ordenador que sabe en todo momento en qué etapa se encuentran.
La mitad de las prendas acabarán siendo reutilizadas. Un grupo de mujeres —“con sentido del estilo”, en palabras del ejecutivo— las escoge. “Esta parte de la planta es clave y las personas que trabajan aquí reciben dos meses de formación sobre moda y calidad de los tejidos: son todas mujeres, pero es por casualidad”, aclara. La ropa que puede tener salida en el mercado vintage es la más buscada. Es la más rentable, la que deja más margen y compensa el escaso retorno de otras vestimentas con menos personalidad. Al final, todo el textil recuperado se apretuja en grandes paquetes en un almacén gigante. Está listo para exportar, principalmente a las tiendas de Europa del Este y los grandes mercados de África (ropas de blancos muertos, como las llaman en Nigeria, Kenia y Tanzania).
El resto se somete a la trituradora. Los tejidos son descuartizados primero en una máquina grande y luego en otra más pequeña. Se mezclan y cortan a medida de las necesidades: fibra para la industria del automóvil, utilizada como aislante; una pelusa gris que se aprieta hasta formar una especie de ladrillo para forrar los techos de las casas; e incluso una mezcla que puede ser reutilizada para confeccionar ropa nueva. Un ejemplo muy directo: los vaqueros de Henrik Lampa, responsable de Sostenibilidad Medioambiental de H&M. Los pantalones forman parte de una pequeña colección de la firma sueca realizada en un 20% con algodón reciclado. “Los expertos siguen investigando y estoy convencido de que, en no mucho tiempo, ese porcentaje podrá aumentar sin mermar la calidad del tejido”, explica a los periodistas.
Como muchas otras empresas del sector, H&M se ha subido a la ola de lo ecológico o, por utilizar un término aún más de moda, lo sostenible. Primero fueron varias líneas de ropa orgánica y después el programa de reciclaje. La compañía, que se ha hecho famosa en el mundo por vender camisetas y vestidos a 10 euros, lo interpreta como un paso adelante para concienciar a los compradores de la importancia de preservar el medio ambiente. Para algunos críticos, se trata de una estrategia para vender más ropa y mejorar su imagen. “La decisión de comprar es del consumidor”, se defiende Lampa. “Queremos a nuestros clientes y somos una empresa rentable que tiene como objetivo hacerlo mejor que la competencia”, añade, “y creo que, además, podemos ayudar al medio ambiente”.
H&M ha recogido para el reciclaje 13.000 toneladas de ropa (un millar en España), volumen equivalente a 65 millones de camisetas, desde que hace dos años se lanzó el programa en 55 mercados, según los cálculos de Carola Tembe, que también forma parte del equipo de sostenibilidad de la empresa. “Queremos que sea fácil para el cliente encontrar moda sostenible. Un 45% de los consumidores busca activamente ropa respetuosa con el medio ambiente”, afirma. El grupo sueco, al igual que otras grandes cadenas de moda como Zara, su gran rival, ha estado en varias ocasiones en el punto de mira por las denuncias sobre las condiciones en las que trabajan los empleados de algunos de sus proveedores, especialmente en Asia. “Estamos haciendo grandes esfuerzos para controlar las fábricas a través de 70 auditores”, recuerda Tembe.
El discurso ecológico está cobrando cada vez más relevancia en la industria de la moda, ya sea por cubrir una demanda real, por cuestiones de imagen o por una combinación de ambos factores. “En los últimos diez años se ha convertido en una tendencia cada vez más popular, y va en ascenso. Ya no solo se trata de pequeñas marcas aisladas. Los consumidores son cada vez más exigentes en este sentido”, opina Franziska Schmid. Trabaja para uno de los grandes blogs de moda ecológica de Alemania, Lesmads, y es experta en lo que se conoce como moda vegana. Una prenda es vegana si no contiene material procedente de animales, como piel, pelo, lana, seda y plumas. “Una camiseta de algodón de H&M es vegana, como también los son las zapatillas Roshe Run de Nike; por accidente, siempre ha existido la moda vegana”, afirma Schmid. “Para mí hay tres factores importantes en cuanto a la moda: que sea un material orgánico o sostenible, que venga de comercio justo y que sea vegano”.
El cultivo de algodón es intensivo en agua. Para fabricar una camiseta de 250 gramos se necesitan 2.700 litros. Para unos vaqueros de un kilo se requieren más de 11.800 litros
La lista de empresas que se apuntan a esta tendencia crece. Puma y The North Face también tienen programas de reciclaje con Soex. El grupo español Inditex ofrece productos de algodón orgánico y detalla anualmente en su memoria de sostenibilidad (H&M hace lo mismo) los avances en su estrategia medioambiental, como por ejemplo la eficiencia energética. Además, se ha asociado con la cooperativa catalana Roba Amiga para mejorar la gestión de los residuos textiles y la construcción de una planta de reciclaje en Sant Esteve Sesrovires (Barcelona), inaugurada en enero de 2013. “Por las instalaciones pasan 4.000 kilos de ropa al año y 44 de los 59 empleados están en riesgo de exclusión social”, afirma su gerente, Chema Elvira.
El fenómeno no es nuevo. En la década de los setenta, el diseñador norteamericano Roy Halston Frowick creó un vestido realizado en un tejido sintético no biodegradable tipo ante, ultrasuede, que podría tomarse como ejemplo de moda sostenible y perdurable en el tiempo. Es poco probable que Halston tuviera en cuenta la preservación del medio ambiente cuando diseñó su popular modelo, pero el material era tan resistente que, aún hoy, se puede comprar uno de sus vestidos en el mercado vintage como si fuera nuevo. Pocos años después, el diseñador belga Martin Margiela empezó a realizar piezas únicas a partir de viejas prendas de vestir y otros objetos: jerséis hechos de retales de jerséis, vestidos confeccionados con cordones de zapatos…
El concepto de duradero suele estar en conflicto con uno de los grandes principios de la moda: moverse de forma compulsiva entre tendencias y estilos. “Normalmente, lo ecológico y el reciclaje se hacen por puro marketing. En el corazón mismo de la moda hay componentes antiecológicos, porque esta es intrínsecamente fugaz”, explica el sociólogo Pedro Mansilla. “Las marcas nos seducen para que compremos más y más. El ‘lo quiero’ acaba prevaleciendo en la gran mayoría de los casos, por mucha conciencia ecológica que tengan algunos consumidores. Lo que está calando más es el concepto de moda sostenible, también en el mundo del lujo. Ser sostenible está bien, porque no contaminamos, no explotamos a niños y, además, nos permite seguir siendo consumistas”, remata con ironía Mansilla.
En el caso de la tendencia vintage se hace una excepción: “Es un fenómeno que se produce por una reacción frente a la gran mancha unificadora de las grandes cadenas, pero no creo que detrás esté la protección del medio ambiente”. Un caso similar puede ser la venta de objetos de lujo de segunda mano, como bolsos clásicos de grandes marcas, con descuentos. No parece que lo que impulse al comprador sea su amor por la naturaleza.
Sentado en la sala de reuniones de la planta de Wolfen, Henrik Lampa defiende la conciencia ecológica de H&M. No dispone de datos sobre cuántas prendas de la colección reciclada se han vendido. “Lo importante es que, poco a poco, se vea que esta ropa es también de calidad”, afirma presumiendo de nuevo de sus vaqueros, cuya fabricación requiere un 50% menos de agua y energía que unos normales. “Creo que debemos demostrar a los clientes que estas prendas pueden ser, además, divertidas”. Él parece convencido.
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