Manuel Vicent
Heroísmo
Manuel Vicent 1 abril 2012
Los santos y héroes antiguos, además de realizar grandes sacrificios, tuvieron que soportar la incomprensión, el desprecio o la burla de sus contemporáneos. Esos seres de bronce o escayola, hoy encaramados en altares o en pedestales urbanos, en su época fueron tomados por locos, ingenuos o estúpidos. Su genio consistía en llevar siempre la contraria. En medio de la molicie hacían restallar el látigo de la disciplina; contra el placer de la carne auguraban el terror de las postrimerías; cuando todo el mundo nadaba en la abundancia, se iban al desierto y ayunaban; en plena decadencia, navegaban mares desconocidos, descubrían tierras y realizaban hazañas imposibles; si la gente despilfarraba los bienes heredados, amenazaban con la llegada de una próxima miseria; en medio de la abundancia y de las costumbres disolutas predicaban una austeridad de esparto. El pesimismo antropológico era su divisa. En cambio hoy ser un héroe o santo laico consiste en todo lo contrario, en promulgar el optimismo y la alegría de vivir como la única salvación personal. Esta solución obliga, como antaño, a ir a contradiós. En medio de la depresión social, cuando todo parece venirse abajo, un héroe realmente actual debería levantarse cada mañana dispuesto a anunciar por radio, prensa y televisión la suerte inmensa que tenemos de estar vivos. Lejos de flagelarse en público como hacen ahora los políticos, los analistas, los moralistas y los contertulios rompeguitarras, que esparcen a diario el desánimo como una peste medieval, el nuevo heroísmo estriba en repetir una y otra vez la consigna de que mañana saldrá el sol y habrá trabajo, remontará la economía, las tarjetas de crédito recobrarán la energía en los cajeros automáticos y pronto volverá el lujo del brazo de la codicia. El optimismo es hoy, a la vez, una virtud heroica y el último oxígeno. Como es lógico, quien propugne este ingenuo entusiasmo será tomado por idiota. No importa. Cuando en el futuro levante la crisis y vuelvan las arcas a llenarse de esplendor, el optimista de hoy, sin duda, habrá sido escarnecido e inmolado, pero siempre quedará alguien que le llamará visionario, le levantarán un pedestal y pasará a los libros de historia como el economista que estaba en el secreto de las pasiones humanas.
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