Rafael Argullol
Diez razones para que Goya pinte de nuevo
Es fácil imaginar una prolífica extensión de sus 'Caprichos y disparates' en la sociedad actual.
Rafael Argullol 13 MAY 2012
Me gustaría ver a Goya en nuestro tiempo. Como a Cervantes o a Buñuel. Goya se sentiría particularmente a gusto, o a disgusto, y tras ser informado de los cambios acaecidos en estos dos últimos siglos, podría ponerse a pintar de inmediato, sin encontrar demasiadas discontinuidades con lo que ya había pintado, y que ahora nosotros contemplamos en los museos. Es evidente que ha habido muchos cambios entre la vida histórica de Goya y la resurrección ficticia que ahora le deseo; pero, tras las apariencias, hay muchas cosas que permanecen inalterables. Un hilo invisible mantiene unidas aquella época que Goya detestó y pintó con tanta intensidad y la nuestra que, en mi ficción, debería pintar. Son innumerables las razones por las que Goya se sentiría, por así decirlo, cómodo en su repulsión a lo que le rodea, algo bien familiar y en nada ajeno. Recurramos, sin embargo, al decálogo: diez razones que Goya convertiría con facilidad en diez escenarios para sus pinturas y grabados.
1) Como pintor de la Corte que acabó siendo extremadamente crítico con los cortesanos, no creo que Goya se asombrara lo más mínimo al constatar la corrupción de nuestros días. Quizá la encontraría más sofisticada y dispersa que en los suyos, aunque, en lo substancial, similar. Lo peor de la corrupción es el efecto de contagio: el poder busca la complicidad de la entera sociedad y, cuando la consigue -o al menos de buena parte de ella-, la contaminación estalla en todas direcciones. La lucidez de Goya, en su momento, radica en su capacidad para mostrar la extensión de este estallido: la fealdad, la máscara grotesca, se encaja en el rostro del poderoso pero también cubre la fachada de la multitud. La picaresca cimentada en corrupción aprisiona a la entera sociedad. Antes, en esa dirección, escribió Cervantes en El Quijote o en algunas Novelas ejemplares; y después, sin apartarse de ese mismo rumbo, lo filmó Buñuel en Viridiana. No cuesta imaginar una prolífica extensión de los Caprichos y disparates de Goya en la atmósfera nuestra, en la que ahora escandalizan ciertos procesos puestos en marcha, pero que hasta hace bien poco contemplaba electorados que premiaban a los más corruptos con las más rotundas mayorías absolutas.
2) Goya pintaría muy bien el aquelarre de la nueva corrupción económica aunque aún hilaría más fino al enfrentarse a la espiritual. Al pintor aragonés le repugnaba el desdén de su país hacia la cultura, y esta percepción se le llegó a hacer tan agobiante que, en parte, determinó su exilio final. A los pocos ilustrados españoles de finales del siglo XVIII y principios del XIX les chocaba la belicosidad colectiva contra la cultura. Reconocían que otros países europeos tenían el mismo retraso que España pero lamentaban que, sólo en ésta, se desarrollara una auténtica animadversión. Curiosamente, los pocos ilustrados actuales pueden transmitirse el mismo lamento que sus predecesores. Época viajera la nuestra, tan distinta en eso a la de Goya, los españoles que viajan difícilmente hallarán un destino en el que se tenga tan poco aprecio por la cultura. Goya, hoy, retrataría a individuos bien distintos entre sí, desde el primitivo energúmeno hasta el amanerado ministro, que tienen un común grito de guerra: ¿para qué sirve la cultura? Quizá se le ocurriría representar una nueva procesión del Santo Oficio, en la que desfilara una muchedumbre de ignorantes autosatisfechos.
3) La entronización de la ignorancia no tiene, siquiera, la justificación que la miseria otorgaba a la época de Goya. A éste, recién llegado, todo el mundo le hablaría de crisis y vacas flacas. Sin embargo, en los años de las vacas gordas, que ahora parecen lejanísimos pero que son bien recientes, no hubo incremento alguno de las bibliotecas particulares de los españoles mientras sí se incrementaban, y mucho, las propiedades y los automóviles de lujo. Décadas de prosperidad no alteraron suficientemente lo que Machado calificaba de “alma quieta” de sus conciudadanos. Goya, pese al actual deterioro económico, pintaría a tipos bastante menos miserables que entonces pero igualmente apáticos, incapacitados para el pensamiento crítico, con escaso sentido de la libertad de conciencia individual.
4) “Con espíritu burlón y alma quieta”: para completar el verso, o diagnóstico, de Machado, la capacidad de burla se mantiene inalterable. Goya podría volver a captar lo que ya captó magistralmente, cuando pintó y grabó esas máscaras en las que el fanatismo y la intolerancia iban acompañados del sarcasmo y la burla dañina. Nunca de la ironía, pues ésta es un patrimonio de la mente ilustrada, capaz de revelar a través de lo velado, sin intención destructiva. Frente a la ironía, el “espíritu burlón” va acompañado necesariamente del esperpento y el grito. Goya, en sus inicios como pintor, aprendió mucho de las rudas controversias callejeras. Ahora también aprendería lecciones sobre el lado grotesco de la condición humana. No obstante, aún aprendería más si asistiera a debates en tertulias y parlamentos (que son tertulias ampliadas). Allí, entre gritos, burlas y metáforas misérrimas, podría hacer múltiples esbozos para sus nuevos Disparates: le faltarían orejas de asno para tantas cabezas.
5) También, por cierto, obtendría un aprendizaje añadido para plasmar algo que le obsesionaba tanto como la calumnia y la injuria. ¿Cuántas veces no llegó a pintar Goya el sumarísimo juicio con el que los calumniadores condenan a los demás? La ausencia de espíritu y creatividad propios conducen necesariamente a husmear en la vida de los otros. Sin embargo, lo que en sus tiempos, era pura artesanía malévola, en la actualidad, Goya lo encontraría erigido en monstruoso engranaje que llega a todos los rincones. A su tragicómica perspicacia el pintor aragonés debería añadir el “ojo de Orwell” para capturar los nuevos tribunales inquisitoriales y el reguero de víctimas a los que dan lugar.
6) Tal vez a Goya, a quien la vieja Inquisición siempre importó mucho, quedara extrañado de la diversificación actual del Santo Oficio. No es que la Iglesia Católica haya quedado al margen pero, por lo general, los templos están vacíos y, aunque los rasgos del cardenal Rouco cuadran admirablemente bien con el ideal del Gran Inquisidor, las inquisiciones de nuestros días siguen otros derroteros. Los grandes acusadores de nuestro tiempo constituyen una cohorte de comunicadores, demagogos, publicistas, políticos y jueces. Ellos dictaminan, desde sus intereses, lo que es moral y lo que es herético. No hay duda de que Goya podría pintar con ellos una gigantesca romería.
7) En la que no faltarían, claro está, los usureros. Sería interesante ver la reacción de Goya ante el refinamiento social de los usureros que presiden nuestros días desde las instituciones financieras. Con el paso de su vida Goya se fue desesperando al ver que el mantenimiento de los privilegios se armonizaba a la perfección con la ceguera de una multitud, a veces patéticamente fanática, a veces grotescamente festiva. Goya fue el primer pintor europeo en el que fueron perceptibles los movimientos de una masa que acaba aboliendo la libertad individual y el sentido crítico.
8) Podemos presuponer, a este respecto, cuál hubiese sido la posición de Goya ante las grandes catástrofes del siglo XX. Pero él, primer pintor de la multitud convertida en masa, ¿con qué criterios pintaría los grandes movimientos irracionales que ocupan el actual escenario? ¿Cómo juzgaría la crecientemente angustiosa necesidad de entretenimiento y diversión que, noche a noche, llena nuestras calles con el mismo entusiasmo con el que en sus días muchedumbres enfervorizadas acudían a los autos sacramentales? ¿Cómo afrontaría el, para su inmensa fantasía, inaudito fenómeno de una religión universal, la del fútbol, que moviliza pasiones, voluntades, creencias y sueños alrededor de un juego de pies? No sería improbable que reuniera a esa humanidad en redondel para adorar al Gran Cabrón.
9) Goya encontraría técnicamente muchas cosas cambiadas ya lo sabemos. No hace falta enumerarlas. Evidentemente esto modificaría su percepción. Incluso es posible que sustituyera el pincel por una cámara, no lo sé. Imposible saberlo. Pese a todo, creo, reconocería con facilidad nuestra naturaleza espiritual y moral, no tan alejada de la de su tiempo. El paisaje le sería familiar.
10) Tan familiar que si quisiera iniciar su vida profesional en nuestro presente del mismo modo en que la inició en su pasado se encontraría, como pintor de la Corte, a la misma dinastía de reyes. Y entonces podría pintar tranquilizadores retratos familiares, del tipo de La familia de Carlos IV, o, dadas las últimas circunstancias, una nueva versión del inquietante Retrato de Fernando VII, el rey nefasto en el que tantas esperanzas se habían depositado.
Rafael Argullol es escritor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario