Las carcajadas del escritor extranjero
El absurdo impregna cada página del autor serbio Svetislav Basara, que expone una realidad alucinada y pone en duda la certidumbre de cualquier enunciado en los cuentos —amargos y radiantemente burlescos— reunidos en 'Peking by Night'.
FRANCISCO SOLANO 5 MAY 2012
Peking by Night
Svetislav Basara
Traducción de Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pištelek
Minúscula. Barcelona, 2012
178 páginas. 16,50 euros
Hace dos años la editorial Minúscula nos dio a conocer al serbio Svetislav Basara (Bajina Bašta, 1953) con la publicación de Guía de Mongolia, un libro, en cualquier sentido, asombroso, vivificante e inconcebible. Allí la realidad, o aquello a lo que nos referimos con esa palabra, se veía constantemente recriminada, y ni el narrador (que decía llamarse Basara) ni el lector sabían con seguridad qué leyes regían en una narración que soslayaba todas las convenciones espacio-temporales; la imposición del absurdo y del delirio (con frecuencia, deliberadamente alcohólicos), aliados con una fértil imaginación, producían un texto de una drástica extravagancia que incluso socavaba su propio desvarío. Un libro donde la literatura hacía de su comparecencia una denuncia contra el hartazgo de lo real. Este nuevo libro de Basara, una colección de cuentos, se inscribe en la misma línea, pero el autor, sin dejar de ser ácido, resulta en esta ocasión menos frenético al dejarse aleccionar más por las inventivas del humor que por las incongruencias del absurdo. Se trata de un libro, en comparación, menos radical, pero sólo en apariencia. El absurdo, en tanto que cualidad esparcida en nuestra condición, impregna cada página de Basara hasta lograr un texto que es una objeción de los fundamentos de toda creencia, incluido el crédito que concedemos a la literatura.
Nada resulta para Basara digno de respeto si no es a través de su reducción a parodia, que a veces roza la caricatura. Se diría una forma de amor que se manifiesta mediante el atropello. Esto hace que sus cuentos sean radiantemente burlescos, pero igualmente amargos. El título de este libro, como Guía de Mongolia, es desconcertante. Algo de Pekín, no obstante, albergan las páginas de Peking by Night, pero se trata de un sonido evocador para declararse extranjero, y al extranjero Basara dedica el libro. De modo que no hay ningún cuento que no sea una discordia del narrador, constituido con una mezcla de confusión y lucidez, contra alguna convención literaria. En algún caso, como en ‘Crimen perfecto’, no sólo se parodia la novela criminal, sino la fe en la cronología como “una relación lógica en la enumeración de los hechos”. En el cuento ‘Historia de una caída’ se ridiculiza la angustia y la desesperación, pero también se hace hincapié en la oportunidad de los signos de corrección para cambiar el sentido de una frase. El delirante argumento de ‘El maravilloso mundo de Agatha Christie’ concluye con la risa serena de la madre del narrador, que presumiblemente había sido secuestrada. No todos son deliberadamente programáticos, aunque no falta un cuento que es una “reseña crítico-paranoica” sobre un texto anterior, ‘Confusión de menta’, que apenas era un esbozo. Sin embargo, a medida que se va avanzando en el libro se advierte que los cuentos operan más allá de su propia estrategia de demolición y sarcasmo, hasta poner en duda la certidumbre de cualquier enunciado, especialmente aquellos en que el narrador, al reconocerse como sujeto gramatical, nos previene contra la conveniencia de que ese sujeto sea el mismo que sufre los hechos que narra. Esto se revela, con una entrometida bufonada, en ‘Aprendizaje’, donde el narrador declara que, “si se puede confiar en el tiempo verbal del futuro, pisaré la calle”, y a través de un proceso de reconocimiento personal aprenderá lo más básico, a “diferenciar entre yo y ellos, entre yo y cualquier cosa”, hasta concluir en el aprendizaje de la duda. De modo que lo que expone la escritura de Basara es una realidad alucinada, llámese Mongolia o Pekín, donde nunca se está, o se está solo gramaticalmente, mero sujeto de la frase, y no obstante excluido de su significado, como un extranjero.
Peking by Night, para decirlo exaltadamente, es el libro que ningún lector inteligente —ese que anunciaba Vila-Matas que estaba emergiendo— debería perderse. Aquí hallará una impugnación y una rechifla a las condolencias de que todo acaba en una transacción comercial: “No me puedo creer que sea el fin, que la recopilación de narraciones termine en un supermercado”. El descreído Basara no se deja dominar por el desánimo, al que sofoca con una amenidad próxima a la carcajada, manteniendo así viva aquella infelicidad liberadora que abrieron los túneles excavados por Kafka, Proust y Beckett.
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