Fotograma de El hombre que mató a Liberty Valance
En el crepúsculo del Oeste
'El hombre que mató a Liberty Valance', uno de los títulos culminantes del western, dirigido por John Ford y protagonizado por James Stewart, John Wayne, Lee Marvin y Vera Miles, cumple 50 años.
Alfredo Asensi / Córdoba 27.05.2012
Cuando en el Oeste aflora el conflicto entre la realidad y la leyenda, lo que se cuenta, lo que se transmite, lo que pervive es la leyenda. "Print the legend", en palabras del editor del periódico local de Shinbone, el pueblo al que un joven abogado del Este viaja con una carga de ideales que colisiona con la brutalidad de un mundo cerrado y salvaje en el que la ley que impera es la de las armas y la fuerza. Se cumplen 50 años del estreno de El hombre que mató a Liberty Valance, título mayor del western y del cine, la obra con la que John Ford certificó la deriva otoñal del gran género americano, un relato sobre la distancia, el combate, la confusión entre la realidad y la leyenda, la Historia y el mito, sobre el honor y la valentía, el amor y la redención, la búsqueda de la justicia, la lucha por el futuro y el peso del pasado, un relato sereno y crepuscular, simbólico y romántico, amargo y lírico, rotundo y sutil. Una película deslumbrante.
El disparo que mata a Liberty Valance es el que Ford dirige al western. Representa el cambio inevitable, el acceso a otro tiempo, a otra fase, a otra nostalgia. Un disparo del que se ofrece una doble perspectiva: la primera corresponde a la leyenda; la segunda, desarrollada en una tercera capa de la narración, a la realidad, el secreto que sólo conocen cuatro personajes y que años después le será revelado por el senador Ransom Stoddard (James Stewart) al editor del diario, que decide no contarlo, no desvelar la verdad. Que perviva la leyenda. Y la historia se clausura con el proyecto de Stoddard y su esposa, Hallie (Vera Miles), de regresar a Shinbone para pasar el resto de sus vidas. Cierre lógico, casi inevitable, para un relato en el que todo queda resuelto y anudado a partir de una dinámica de correspondencias pasado-presente ejecutada sobre una colección de elementos referenciales en la que caben una diligencia, un periódico o una flor de cactus.
La llegada de Stoddard a Shinbone representa, como la de Jonathan Harker al castillo de Drácula, la intromisión de un elemento luminoso en un ámbito oscuro. Vapuleado de entrada por el vil Valance (Lee Marvin), herido, humillado y cargado de libros, Stoddard se rebela contra los códigos de un territorio que lo acoge con hostilidad y desconfianza al tiempo que proyecta una doble rivalidad: con Valance y con Tom Doniphon (John Wayne), rudo ranchero que participa del mismo sistema de valores que el gran villano de la historia y que disputa al recién llegado el amor de Hallie. Aristas de un mismo conflicto. Tras un periodo de adaptación, Stoddard inicia su proyecto alfabetizador y reformista, invocando la ley, el derecho, la educación, la política y la democracia como argumentos para la construcción del futuro. Pero el discurso choca contra las atávicas perversiones, los instintos selváticos, los usos ancestrales de un mundo marcado por la pólvora, la sangre y la ley del más fuerte, y el pacifista abogado acabará vulnerando su ética, transgrediendo sus más sagradas convicciones, empuñando un arma para derrotar al enemigo, a ese hombre/animal que representa la anulación de toda posibilidad de progreso.
Trágica y dolorosa, épica y desmitificadora, crónica de una doble metamorfosis, El hombre que mató a Liberty Valance es la historia de un hombre enfrentado a sus peores miedos. La historia de una superación colectiva e individual en la que el protagonismo de Doniphon deviene decisivo. Doniphon permite el cambio porque sabe que es inevitable y es positivo, pero en el camino se deja un mundo y un amor y una casa y un proyecto de felicidad. La secuencia en la que, borracho, salvaje, culpable y héroe, retorcido de dolor por la mujer que no tendrá (la mujer que el viejo orden le adjudicaba legítimamente), quema su rancho en la rotunda noche del Oeste constituye uno de los momentos más colosales, más terribles, más conmovedores del arte fordiano y del séptimo arte.
Doniphon se queda sin futuro. Con Valance muerto y Doniphon extraviado, el futuro es de Stoddard y Hallie, el futuro es la justicia y el progreso, la escuela y el ferrocarril, la letra y la urna. Aunque una flor de cactus, una diligencia o unas viejas ruinas en el desierto puedan establecer una momentánea pasarela emocional, el Oeste es otro, el país es otro y nosotros los de entonces ya no somos los mismos. A Ford le quedaban algunos años y pocas películas. Al western en sentido amplio le quedaba un confuso porvenir de reformulaciones, reinvenciones, infiltraciones, involución, experimentos, piruetas y olvido, pero en su acepción clásica, en su máxima latitud de autenticidad, le quedaba apenas un soplo y la posibilidad efímera de algún latido postrero de la mano de algún posclásico tan romántico y nostálgico como los mejores personajes de Ford (Eastwood). El hombre que mató a Liberty Valance (uno de los westerns más teatrales y menos paisajísticos del realizador) se desarrolla en su mayor parte como un relato (en flash-back y narrado por Stoddard) dentro del relato principal, con un momento culminante que surge del segundo nivel y es asumido por Doniphon y también en flash-back. Es clasicismo y modernidad, es realidad y leyenda, es una historia vieja y nueva, hermosa y triste, sobre la vida, la muerte y la dignidad. Es cine en estado de máxima elevación, tan vibrante ahora como hace 50 años.
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