jueves, 31 de diciembre de 2015

Viñeta de Forges

   En "El País" (30 diciembre 2015):

POLÍTICA. Entrevista al politólogo francés Gilles Kepel, sobre la yihad

   En "El País":

Kepel: “Los yihadistas consideran a Europa el punto flaco de Occidente”

¿Cuándo y dónde nació la yihad? ¿Cómo ha evolucionado? ¿Por qué ataca a Europa? ¿Quiénes son los terroristas que matan en nombre del islam?

El politólogo francés Gilles Kepel recorre desde Afganistán a Francia a través del Magreb y Oriente Próximo hasta desembocar en las últimas matanzas de París

El intelectual francés Gilles Kepel.
El intelectual francés Gilles Kepel. / LÉA CRESPI
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Cuando se le pregunta a Gilles Kepel qué le incitó a dedicar media vida al estudio del islam y las sociedades árabes, el politólogo responde con una mezcla de pudor y misterio: “Lea el último capítulo de mi libro y lo entenderá”. Al salir de la entrevista, corremos a abrir Passions arabes, el diario de su viaje por el Magreb y Oriente Próximo a principios de esta década, cuando la irrupción de las revoluciones empezaban a transformar sus paisajes. Encontramos a un joven de 19 años –“trotskista, ateo y anticlerical”, “bruscamente huérfano de madre y más bien solitario”– subido a un barco soviético durante el verano de 1974, cruzando Anatolia en autostop hasta alcanzar la frontera con Siria en Bab al Hawa y descubriendo un panorama exuberante que ya había olfateado en los cómics de Tintín.
Gran especialista francés en el islam, profesor del Instituto de Estudios Políticos (Sciences Po) y de la Escuela Normal Superior de París, este hijo de intelectual checo y profesora provenzal se ha pasado cuatro décadas analizando cómo el paisaje idealizado de su juventud se ha terminado convirtiendo en “una letanía de cadáveres ensangrentados y ejecuciones sumarias”, en un lugar donde las mujeres con quien intercambió miradas cómplices se encuentran “reclusas tras la apertura siniestra del velo, como lo están hoy en los entornos suníes”, sostiene. Y también en cómo la mancha del islamismo radical se ha ido expandiendo y retrayendo a lo largo de los últimos años. En su último libro, Terreur dans l’Hexagone. Genèse du djihad français (Gallimard), que llega esta semana a las librerías francesas, Kepel examina la emergencia de una tercera ola de yihadismo, enraizada en el territorio europeo y alimentada por sus flaquezas, que ha eclosionado con los atentados del 13-N en París. Al Estado Islámico, Kepel prefiere llamarle Daesh, usando su acrónimo en árabe, para evitar darle “la legitimidad de un Estado”.
La pregunta que se hace todo el mundo es qué pasará ahora. ¿En qué mundo viviremos durante los próximos meses o años? Solo hay una manera de responder a esa pregunta: contextualizando lo que está sucediendo, dándole una perspectiva histórica y procurando entender que nos encontramos ante una nueva generación de yihadistas, la tercera, que es muy distinta a las dos anteriores, pero que a la vez supone una síntesis de ambas. Antes de saber adónde vamos, debemos tratar de entender de dónde venimos.
Cuéntenos, entonces, de dónde venimos. ¿En qué momento se origina la yihad? La primera generación de yihadistas aparece en Afganistán en 1979, cuando el ejército soviético invade el país. Se trata de un movimiento suní que fue entrenado y armado por la CIA, y financiado por los saudíes y las petromonarquías del Golfo. El objetivo de los estadounidenses era que la Unión ­Soviética sufriera su propio Vietnam, además de frenar la expansión de Irán, de mayoría chií. En febrero de 1989 ganan esa batalla; los soviéticos se retiran de Afganistán. De regreso a sus países, los brigadistas extranjeros se dicen que deberían intentar duplicar esa victoria para hacer caer los regímenes de Argelia y Egipto. Fracasan porque la población local –incluso quienes sentían cierta simpatía por su combate– les da la espalda tras los atentados en Luxor y en el templo de Hatshepsut en 1997.
¿La segunda generación emerge en ese punto? Ante ese fracaso, los yihadistas abogan por un cambio de estrategia. En lugar de atacar a enemigos geográficamente cercanos, se adentrarán en tierras más lejanas. En realidad, aspiran a recrear el islam primitivo, la proeza del Profeta y sus seguidores, que hicieron caer al Imperio Persa Sasánida y después a Bizancio. Tras derrotar a la Unión Soviética, los yihadistas deciden ir a por el Bizancio contemporáneo: Estados Unidos. Ahí se origina la razia de Al Qaeda del 11-S, en Nueva York y Washington. Su impacto mediático será impresionante, a la altura del número de víctimas, pero se tratará de un gran fracaso político, ya que, una vez más, no logran movilizar a nadie.
¿Qué aprende la tercera generación de ese fracaso? La tercera generación la impulsa Abu Musab al Suri, alias Mustafá Setmarian, hijo de la aristocracia suní de Alepo, formado en Irak y que actúa como relaciones públicas oficioso de Bin Laden en Europa. Este hombre pelirrojo de ojos azules –que vivió en España durante los ochenta y se casó con una española, Elena Moreno– publica en 2005 un volumen de 1.600 páginas, titulado Llamada a la resistencia islámica mundial, donde defiende la creación de una yihad que surja de las bases, en lugar de funcionar jerárquicamente, de arriba abajo. Hasta entonces, Al Qaeda había funcionado como un sistema piramidal, casi leninista. Era Bin Laden quien pagaba los cursos de aviación, configuraba una hoja de ruta para seguir a rajatabla y reservaba los billetes de avión. Pero la organización tenía una debilidad: no contaba con un territorio y su base era frágil, sin un verdadero arraigo.

El 13-N tendrá una influencia indudable en ese voto de ultraderecha, aunque no más que el éxodo de refugiados, que ha despertado el fantasma de la “gran sustitución”
Otro de los cambios que propone Al Suri es dejar de atacar Estados Unidos y empezar a hacerlo en Europa. ¿Por qué? Los yihadistas consideran que Europa es el punto flaco de Occidente. En un momento dado, Al Qaeda se da cuenta de que Estados Unidos es demasiado fuerte, mientras que Europa está desunida, compuesta por múltiples Estados descoordinados, con las fronteras delimitadas por el colador de Schengen y gobernada con mediocridad por instituciones incapaces de luchar contra el terrorismo. Atentar contra Europa también les permite utilizar a los jóvenes surgidos de la inmigración musulmana, mal integrados y, en el caso francés, residentes en las desasosegadas banlieues. La jerarquía de Al Qaeda quedará sustituida por el rizoma sobre el que teorizó Gilles Deleuze [una estructura sin subordinación clásica, en la que todos sus integrantes pueden incidir en su funcionamiento]. Es decir, que Daesh establece una hoja de ruta global, pero sus seguidores tienen autonomía para actuar. De ahí surgirán nombres como Mohamed Merah [que atentó contra una escuela judía de Toulouse en 2012], los hermanos Kouachi [los terroristas de Charlie Hebdo] o Abdelhamid Abaaoud [presunto cerebro del 13-N].
¿Cómo lograron escapar esos terroristas al control de la Administración francesa, que los tenía fichados o incluso encarcelados? Los servicios secretos sabían cómo luchar contra Al Qaeda: tenían controladas las mezquitas y los lugares de radicalización, sabían interceptar su comunicación y desarticularon distintas redes francesas. Pero no lograron entender ese paso de la segunda a la tercera generación. En los últimos 10 años, las cárceles francesas se han convertido en incubadoras de radicales bajo la mirada de la Administración penitenciaria. En Fleury-Mérogis, al sur de París, el cargo más alto de Al Qaeda en Francia, Djamel Beghal, dormía justo encima de las celdas de Chérif Kouachi y Amedy Coulibaly [el terrorista del supermercado judío de París]. Se hablaban por la ventana sin que nadie se enterara. Es un fracaso de nuestras élites, incapaces de hacer autocrítica. La burocracia francesa se considera infalible y omnisciente: prefiere hundir el país antes que juzgarse a sí misma.
Considera que los atentados de noviembre son, al igual que los del 11-S, “un fracaso impresionante”. ¿En qué sentido? Han sido un éxito táctico, pero un fracaso estratégico. Han matado a mucha gente, pero han cometido numerosos errores. Los atentados se ejecutaron por amateurs. A uno de los terroristas lo vieron en el metro, otros no lograron hacer estallar sus cinturones de explosivos… Algo así nunca hubiera sucedido en tiempos de Al Qaeda. Y a nivel político también está siendo un fracaso. La solidaridad con Daesh es inexistente. Por primera vez, todos los imames se han manifestado en contra, e incluso los terroristas de las cárceles francesas les niegan el apoyo. Como en la Argelia de los noventa, todo el mundo está unido en el dolor. Habrán logrado aterrorizar al adversario, pero no provocar la guerra civil que perseguían. Ni dividir a la población.
El Frente Nacional supera el 40% de intención de voto en algunas regiones francesas. ¿No es un síntoma de la fragmentación social a la que aspira Daesh? No es exacto. El 13-N tendrá una influencia indudable en ese voto, aunque no más que el éxodo de refugiados, que ha despertado el fantasma de la “gran sustitución” [la teoría ultraderechista sobre una invasión musulmana que suplantará a los autóctonos]. Los electores del Frente Nacional aspiran a reconstruir una sociedad puramente francesa aislada de Europa y de la inmigración, pero muchos votan para protestar contra las élites políticas. Entre sus votantes se encuentran también hijos de la inmigración, jóvenes de las banlieues que no encuentran trabajo y que ya no creen en la izquierda de Hollande. Votan a Marine Le Pen sin pensar en la xenofobia que encierra su discurso.

El intelectual francés Gilles Kepel.
El intelectual francés Gilles Kepel. / LÉA CRESPI
¿Fue el 13-N, como se ha repetido sin cesar, un ataque a un modo de vida, a un país que sigue creyéndose guiado por los valores de la Ilustración? El comunicado de Daesh era muy explícito al respecto. Francia era descrito como un país de orgías y prostitución, con el Bataclan convertido en foco de máxima depravación. Para Daesh, la purificación es un concepto importante, también en el sentido del comportamiento sexual. Por eso lapidan a los homosexuales o los tiran desde lo alto de un edificio. En ese sentido, la sociedad francesa es emblemática de una libertad que no existe en la misma medida en el mundo anglosajón. Dicho esto, la historia colonial francesa en lugares como Argelia y Malí cuenta más que ese ataque a los valores de la Ilustración, que es secundario.
En su nuevo libro, usted opina que no hay que menospreciar la motivación “retrocolonial” de los terroristas, ese lazo invisible con los tiempos de la Argelia francesa, pese a que ellos no la conocieran en primera persona. Muchos terroristas persiguen la venganza de sus padres o de sus abuelos. Los yihadistas de tercera generación se creen con legitimidad para proceder a un ajuste de cuentas, pese a que hayan nacido en Francia, hayan estudiado en la escuela francesa y se hayan beneficiado de todas las ayudas sociales del Estado de bienestar. El caso de Mohamed Merah es muy representativo. Perpetró su ataque el mismo día del 50º aniversario del alto el fuego de la guerra de Argelia. Puede que no lo supiera, porque no era un gran intelectual, pero no deja de ser una elección simbólica. Tampoco me parece casual que, días después de la matanza, su madre afirmara, con gran orgullo, que su hijo había puesto al país “de rodillas”. Era una familia que odiaba Francia.
En la semana posterior a los atentados, ningún político francés habló de otra cosa que de seguridad y estrategia militar. Sin justificar lo injustificable, ¿no hay que preguntarse también de dónde surge ese resentimiento? El único que se desmarcó fue el ministro de Economía, Emmanuel Macron, que habló de la existencia de un “caldo de cultivo” que le parecía “responsabilidad” de Francia. Estoy de acuerdo con él, de eso hablo en mis libros. Lo que no se puede decir es que el problema es el modelo de integración o los valores republicanos. Incluso en lugares muy fragmentados, la escuela sigue siendo el único espacio para un proyecto social común. El problema no es el sistema, sino los individuos que lo gestionan. El fracaso es solo de esa élite que menosprecia la enseñanza y recorta los presupuestos de institutos y universidades.
Eso opina también el escritor Michel Houellebecq, que culpa a la clase política de lo ocurrido… No sé si sabe que Houellebecq afirma que se documentó con mis libros para escribir Sumisión, lo que me valió muchas críticas de mis colegas. ¿Qué culpa tendré yo de que quisiera leerme?
¿Qué le pareció la novela? ¿Confirió cierta legitimidad a la teoría de la “gran sustitución” de la que hablaba antes? No lo creo, es solo ficción. Houellebecq es un gran novelista, tal vez el último escritor francés que será leído en el extranjero. Otra cosa son sus opiniones políticas… La realidad y la ficción tienen que seguir formando parte de dominios distintos. A mí me gusta el Houellebecq novelista, pero el comentarista político ya sería otra cosa.
Volviendo al caldo de cultivo, ¿se puede interpretar el 13-N como un enfrentamiento entre dos juventudes francesas, la privilegiada y la desfavorecida? No. Es incorrecto pensar que en esos barrios solo vive una juventud bohemia y moderna. También residen muchos hijos de extranjeros, a los que los terroristas también mataron. En cambio, entre las víctimas había pocos judíos, sus enemigos tradicionales, porque era Sabbat. Es otro indicio de su fracaso. En cierta manera, fue como si los terroristas se mataran a sí mismos. El objetivo de Daesh es exterminar a los apóstatas, que incluye a quienes hacen de puente entre ambos mundos, a los policías franceses de cultura musulmana, a los soldados de origen árabe, y ahora a esos jóvenes de los barrios atacados.
Existen múltiples teorías para explicar la radicalización. Se habla de una falta de integración de tipo cultural, de contexto socioeconómico y discriminación laboral, de desequilibrio psicológico… ¿En cuál cree usted? Hay que conjugarlas todas porque son complementarias. Lo que hay que tener claro es que la ideología islamista es lo que estructura esa radicalización. Quienes dicen que el islam no tiene nada que ver, que es un movimiento juvenil como ha habido otros, se equivocan. Esos jóvenes se proyectan en un mundo ideal ubicado en Siria, en un mundo islámico alimentado de profecías. El problema no es el islam, pero sí quién controla su interpretación. Los que no logran verlo es solo porque son ignorantes o porque tienen miedo de hacerse preguntas que pueden molestar.
¿Qué futuro tiene la intervención militar contra el Estado Islámico? Las contradicciones en el interior de la coalición que lidera esa intervención son muy fuertes. En el fondo, Turquía prefiere mantener su modus vivendi con Daesh, porque logra mantener a raya a los kurdos, tan problemáticos para Erdogan. Además, el tráfico de petróleo a bajo coste pasa por la frontera turca. A los saudíes y los países del golfo Pérsico, al ser antichiíes, le vienen bien para debilitar al régimen sirio y a Irán. Y a Rusia, Daesh le ha servido para debilitar a la oposición a Al Asad. Si los rusos han cambiado un poco de orientación es porque Putin tiene que hacer un gesto a la opinión pública tras el atentado a su avión en Egipto.

Gilles Kepel

Nació en París en 1955. Licenciado en Estudios Árabes y Filosofía y doctorado en Sociología y Ciencias Políticas, es profesor del Instituto de Estudios Políticos (Sciences Po) y de la Escuela Normal Superior de París. También lo ha sido de la New York University, de Columbia, y de la London School of Economics, además de colaborador de Le MondeThe New York TimesLa Repubblica y EL PAÍS. Forma parte del consejo superior del Instituto del Mundo Árabe de París. Es autor de varias decenas de libros sobre el mundo árabe, traducidos a una veintena de idiomas, como La revancha de Dios (1991) o Las políticas de Dios (2006). Terreur dans l’Hexagone. Genèse du djihad français llega esta semana a las librerías francesas.
Otro gran especialista en el islam, Olivier Roy, considera que la intervención no servirá de nada porque se trata de una “revuelta generacional y nihilista” que no se verá alterada con la desaparición del Estado Islámico, porque va mucho más allá de esos 100.000 hombres en el desierto. Olivier Roy es de los que creen que el islam es lo de menos, que se trata de un movimiento juvenil que ocupa el lugar que en otro momento tuvo la extrema izquierda. Lo que Roy no entiende es que ese combate se inscribe en la lógica del yihadismo, que lo que estructura ese combate es la ideología islamista. Negarlo es no entender el vínculo de la yihad con el territorio sirio, donde un puñado de jóvenes armados con fusiles Kaláshnikov hace fracasar a los grandes ejércitos del mundo, lo cual les permite utilizar la imagen de David contra Goliat. La proyección utópica en el territorio sirio resulta clave. Si la operación militar termina con el control de ese territorio por parte de Daesh, el resultado será catastrófico para la movilización del yihadismo en Europa. Puede que surjan otros lugares. Pero ese, que es muy importante, habrá desaparecido.
¿Qué puede temer España si apoya a la coalición militar contra el EI? ¿Puede encontrarse en la misma situación que hoy viven los franceses? Si todo continúa como hasta ahora, sería posible. Muchos de los inmigrantes musulmanes que viven en España son marroquíes y arrastran el mismo contencioso retrocolonial que los argelinos respecto a Francia, a causa de la guerra del Rif. Pero yo creo que el 13-N ha expuesto, de una vez por todas, las debilidades del sistema operativo yihadista. Y cuando se ha entendido en qué consiste algo es mucho más fácil combatirlo.

MUJER. "La biblia de la mujer: sufragismo e insumisión"

   En "jotdown":

La Biblia de la mujer: sufragismo e insumisión

Publicado por Sede de la Asociación Nacional Contra el Sufragio Femenino (1911). Fotografía: Library of Congress (DP)
Sede de la Asociación Nacional Contra el Sufragio Femenino (1911). Fotografía: Library of Congress (DP)
Sede de la Asociación Nacional Contra el Sufragio Femenino (1911). Fotografía: Library of Congress (DP)
El movimiento sufragista norteamericano propició el cambio social más importante de la Edad Contemporánea. Por primera vez, una organización femenina luchó por conseguir derechos políticos que situasen a las mujeres en una posición igualitaria junto a los hombres. A mediados del XIX y dentro de los grupos abolicionistas de la esclavitud, las mujeres llegaron a la misma conclusión: si estaban reclamando activamente la libertad de los esclavos, era natural que también pidiesen sus derechos como ciudadanas y no simples propiedades de los varones blancos. La mujer no podía votar, afiliarse a un partido, carecía por sí misma de dinero, no podía firmar un contrato de trabajo, montar un negocio ni ocupar un cargo público. Todas sus decisiones habían de ser supervisadas por el padre, marido o hermano mayor.
La razón de la inferioridad femenina emanaba del dogma religioso y las interpretaciones que los sacerdotes hacían de la Biblia. Según las Escrituras, la mujer fue creada en segundo lugar; por tanto, era un escalón inferior en el esquema del universo. Además, había sido la causante de la caída en el pecado. En la era de las Luces, librepensadores como Rousseau (Emilio o de la educación, 1762), o ya en el XIX, como Tocqueville (La democracia en América, 1835-40) seguían afirmando que el lugar de la mujer tenía que ser única y exclusivamente el doméstico, para contribuir a la armonía política. Ella sería la salvaguarda de la moral y el orden en la democracia, pero siempre dentro de la casa.
La nueva ciencia tampoco era proclive a la igualdad. Sin llegar a los extremos de los biólogos racistas, las obras de Charles Darwin, que derrumbaron el mito bíblico del origen del hombre, seguían empecinadas en distinguir al varón con una serie de aptitudes superiores a las que poseía la mujer, además de afirmar un grado mayor de evolución en los blancos frente a negros u otras «razas».
La neoyorquina Elizabeth Cady conocía la figura de la filósofa Mary Wollstonecraft (madre de Mary Shelley), quien en 1792 había escrito una obra fundamental para el pensamiento feminista, su dura crítica de Rousseau en Vindicación de los derechos de la mujer. Cady, seguidora de las ideas del filósofo John Locke, defendía la soberanía de los pueblos y la igualdad de los seres humanos. En 1840 se casó con Harry Stanton, activista del abolicionismo. Ese mismo año, la pareja acudió a Londres para participar en la primera Convención Mundial Antiesclavitud. Allí Elizabeth conoció a Lucrettia Mott, quien ya había organizado varios congresos de mujeres abolicionistas en Filadelfia. Alguna de estas reuniones terminó con la quema del local y el intento de linchar a quienes participaban. En Londres, las dos descubrieron que su opinión valía entonces lo mismo que la de los esclavos: aunque podían asistir a las reuniones, se les prohibía hablar en las asambleas o votar las ponencias. Era necesario organizarse en un movimiento femenino para exigir el voto.
El Génesis bíblico era el único argumento al que acudían tanto partidarios de la esclavitud como abolicionistas. Los primeros se agarraban a una larga lista de citas donde se mencionaba la existencia de esclavos y su aceptación como costumbre lícita. Los abolicionistas, por su parte, apelaban al principio universal de amor y respeto al prójimo que subyace en el mensaje cristiano. Pero en lo que sí estaban de acuerdo tanto unos como otros era en que las mujeres debían permanecer fuera de la discusión.
En 1848, un grupo de hombres y mujeres escribieron el Manifiesto de Seneca Falls (Nueva York), tras reunirse en la primera Convención de los Derechos de la Mujer. Este texto, inspirado en la Declaración de Independencia de Thomas Jefferson, dejaba claro que había terminado el tiempo de la «ley natural». Las declaraciones políticas que sustentaron las revoluciones liberales pedían la igualdad de los hombres en términos legales, económicos y éticos, pero no así entre los sexos. Allí seguía imperando una misoginia de origen divino que relegaba a la mujer a un puesto secundario en la nueva sociedad. Gracias al sufragio femenino, las mujeres serían iguales a los hombres, no enfrentadas en eterna dualidad y distintos espacios.
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Susan Brownell Anthony (izq) y Elizabeth Cady (dcha). Fotografía: DP.
Susan Brownell Anthony, maestra de origen cuáquero, se unió a la causa sufragista en la década de los cincuenta, tras haber militado en los grupos abolicionistas. Muy radical en sus planteamientos políticos, luchó contra las duras condiciones del trabajo de las mujeres obreras. La guerra de Secesión fue crucial para Anthony y el resto de las sufragistas: apoyaron a la Unión, pero una vez terminado el conflicto, sufrieron un enorme chasco. Durante el proceso de reforma de la Constitución, el Partido Republicano presentó la Enmienda Catorce, donde por fin se defendían los derechos civiles y el sufragio de los ciudadanos negros, pero no así el de las mujeres. Los políticos, haciendo gala del principio pragmático y egoísta que Tocqueville les adjudicaba por su género, no quisieron ver comprometidos sus acuerdos con los estados del Sur y decidieron negar las peticiones de las mujeres (además, con la Enmienda Quince, los negros no pudieron votar libremente hasta los años sesenta). Un año después, y contraviniendo las cualidades con las que Rosseau adornaba a la Sofía de su obra, obediente y discreta, Cady Stanton y Anthony fundaron la Asociación Nacional pro Sufragio de la Mujer, llamando a la libertad de cada una, sin el control de maridos, políticos o sacerdotes.
Pero la religión no podía ser borrada de un plumazo. Las sufragistas estaban muy preocupadas por la influencia de las enseñanzas que desde allí habían calado. Para transformar una sociedad no solo había que cambiar la ley, sino la forma de entender los textos sagrados, desprendiéndolos de interpretaciones maliciosas. Con un atrevimiento que provocó la ruptura del sufragismo y la condena furiosa de todas las autoridades, Stanton y Anthony decidieron que ya era hora de leer la Biblia bajo un nuevo foco, para desmontar mitos y encontrar una nueva ética religiosa.
Este objetivo no fue en absoluto un hobby de señoras ociosas: durante tres años, más de veinte mujeres («serias y liberales»), pertenecientes a las iglesias universalistas y unitarias, incluida la primera sacerdote femenina de Nueva Inglaterra, la Rev. Phebe A. Hanaford, con conocimientos de latín, griego, hebreo e historia, se dedicaron a revisar la Biblia. La tesis principal era que los textos no tenían origen divino, por tanto, eran susceptibles de crítica e interpretación, tal y como habían hecho los hombres. Ellas defendían el mensaje de Jesús, pero rechazaban los siglos de manipulación histórica y lingüística en el relato. Conocedoras de las diferentes versiones de las Escrituras y de la relación del texto con la Cábala hebrea, se atrevieron a afirmar que el nombre de la divinidad había sido tergiversado. En lugar de Yavhvé, ellas escogieron Elohim (y la versión donde el hombre y mujer son creados al mismo tiempo en el quinto día, con el mismo poder y capacidades). Ateniéndose a la traducción de Samuel MacGregor Mathers de La Cábala desvelada, la potencia divina carecía de sexo, pero contenía a la diosa y al dios en uno. No era dualismo, sino algo todavía más provocador: la presencia de una diosa primitiva en el origen de todas las creencias. Cady Stanton defendía las tesis que el antropólogo suizo J. J. Bachofen expresó en El matriarcado (1861) sobre primeras sociedades y religiones de la Antigüedad.
La Biblia de la mujer repasa, con minuciosidad y humor (especialmente, los textos de Cady Stanton), los hechos de las mujeres en el Antiguo y Nuevo Testamento. Hay menciones al proceso político de la época (de Ben Franklin a Daniel Webster) y a los comentaristas bíblicos (Thomas ScottAdam Clarke, además de Julia E. Smith, la primera mujer que tradujo la Biblia). Las autoras señalan que el porcentaje de mujeres es un diez por ciento del total de personajes, por lo que esa ausencia es ya suficientemente significativa. La Eva del Génesis es defendida como una mujer que anhelaba el conocimiento por encima de los caprichos y por ello mordió la manzana, a diferencia de su compañero, perezoso y cobarde. Leeremos sobre las leyendas arbitrarias que justifican el uso del velo, la condena de las brujas, con la conclusión de que resulta absurdo tomar por palabra de Dios las andanzas de unas tribus que trataron a las mujeres como botín de guerra y objetos sexuales. Pero también destacan aquellos raros fragmentos en los que la mujer aparece retratada con justicia: Débora, la profetisa; Ruth y Noemí, la familia trabajadora; Vashtí y Esther, rebeldes y audaces…
El libro fue condenado con dureza por los clérigos, los políticos y gran parte del sufragismo, que se separó de la organización original y fundó el Movimiento Nacional Americano para el Sufragio de la Mujer. Todos afirmaban que el diablo estaba detrás de La biblia de la mujer. Cady Stanton replicó que Satanás no fue invitado a revisar los textos. Lo veían demasiado ocupado atendiendo sínodos y conferencias políticas.
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La actriz Hedwig Reicher frente al edificio del Tesoro, Washington, durante la Parada Sufragista de 1913. Fotografía: Library of Congress (DP)

miércoles, 30 de diciembre de 2015

CÓMIC. Mafalda, de Quino


LITERATURA. "Cuando Camilo José Cela entró en crisis"

   En "El País":

Cuando Camilo José Cela entró en crisis

El centenario del autor de ‘La colmena’, en 2016, traerá aportaciones y cartas inéditas, como la de su renuncia al trabajo en un Ministerio franquista para dedicarse a escribir


Fragmento del comienzo de la carta con la que Cela renunció a su trabajo en el Ministerio de Información, bajo la dictadura de Franco. / EL PAÍS

Existió un Camilo José Cela bendecido por la luz de una genética literaria. También otro de sombra farandulera y ditirámbica, pasto de revistas del corazón, entregado al ataque y al mandoble de fiera acorralada, coleccionista de enemigos y tendente a recostarse en las nanas tras el Premio Nobel, que recibió en 1989.
Conocimos un día al escritor solidario con las aflicciones del exilio, que dio cobijo al talento de la España perdedora en su revista Papeles de Son Armadans y también al censor, al superviviente que, por necesidad —no cabe pensar que por convencimiento—, se acercó demasiado al poder de un Estado ilegítimo.
Supo mantenerse, en parte por su grandioso talento, en parte por su viveza para aclimatarse a los focos, a flote desde que irrumpiera en el desierto literario de los años cuarenta con La familia de Pascual Duarte. Pero, probablemente, jamás imaginó que tras su, un tanto carnavalesco, entierro —con luchas por la herencia y rifirrafes familiares— se dejaría languidecer su legado hasta el desprecio.
Es algo que ahora su hijo, Camilo José Cela Conde, tras ganar su derecho sobre la herencia después de un largo y complejo litigio con la viuda del escritor, Marina Castaño, se ha propuesto enmendar junto con la Real Academia Española, diversas instituciones del Estado e influyentes sectores editoriales y literarios, con vistas al centenario del nacimiento del escritor: en Iria Flavia, cerca de Padrón (A Coruña), el 11 de mayo de 1916.

  El escritor Camilo José Cela en una imagen de 1948. / EFE



Un aspecto que servirá de ayuda será La forja de un escritor. Se trata de un volumen que con artículos referentes al oficio de la literatura, mediante una cuidada edición a cargo de Adolfo Sotelo Vázquez, catedrático de la Universidad de Barcelona (UB), publicará la prestigiosa colección Cuadernos de Obra Fundamental (Fundación Banco Santander) para abrir el centenario.
“En la década que abarcan estas piezas, Cela utilizó el artículo periodístico como écriture du jour. Aborda miradas al mundo en torno, memoria de su infancia y adolescencia, diálogo con las artes, meditaciones sobre la escritura y, en algunas ocasiones, reseñas críticas de libros que le parecían oportunos por su calidad”, comenta el decano de Filología de la UB.
O las revelaciones que se desprenden de la correspondencia con su primera esposa, Rosario Conde. Su hijo Camilo piensa reeditar Cela, mi padre en mayo con una nueva versión que introduce el estudio de dichas cartas. En ellas descubrimos a un ser humano asustado, frágil, muy sensible, con muchas dudas sobre su condición de escritor, tremendamente desconcertado.
Un ser alejado de aquella imagen del escritor que podía atacar a todo el mundo sin ton ni son. “Es un hombre que a los 26 años ya ha hecho una guerra, ha pasado por varios hospitales y diversas facultades, ha conocido a María Zambrano, a Pablo Neruda y a Miguel Hernández, ha ejercido de censor y ha escrito La colmena, la novela de más peso e influencia en la literatura española de todo el siglo XX”, comenta su hijo. Pero no lo hizo solo. “La mayoría de los acontecimientos de entonces y, más aún, de los que vendrían después, salidos todos ellos de los papeles que vuelven a la luz tras décadas de encierro, cuentan, no sólo la historia de ese hombre, sino también de la mujer que está a su lado: Charo”, añade.
Un superviviente que renuncia a su trabajo en el Ministerio de Información tras una carta a la que ha tenido acceso EL PAÍS, que muestra su determinación a encerrarse para perseverar, tras diversos batacazos en la literatura y alejarse de un horario de oficina. Va dirigida a Juan Aparicio, director general de prensa: “El oficio de escritor, es un oficio que da tristeza y requiere soledad”, comienza escribiendo antes de renunciar un tanto teatralmente a su trabajo. “Hoy veo esto con mayor claridad que nunca y me refugio entre mis cuatro paredes a trabajar, que es lo único que me distrae y me hace olvidar los hondazos de los malintencionados, los pusilánimes, los puritanos y los pescadores en río revuelto”.


Carnet de prensa de Camilo José Cela.
La misiva continúa con un lamento en el que se muestra tan deprimido como lleno de resquemor. No se considera reivindicado ni seguro, pero al tiempo se revela ambicioso y resuelto a seguir: “Estoy lleno de dolor por muchas cosas...”. Es el Cela situado en la disyuntiva vital de alejarse de un seguro de vida, con trabajo cómodo, o lanzarse a la soledad de una incierta carrera literaria con la que, pobremente, subsistir: “No me encuentro con fuerzas para una lucha que no me interesa. La desorientación intelectual es en nuestra pobre y querida España de tal magnitud, que todo lo que no sea encerrarnos en nuestra propia cáscara como caracoles asustados, redunda en nuestro mismo perjuicio”.
Se trata de la época en la que, como ha comprobado su hijo, aparece un hombre sumido en las dudas. “En la angustia, en la desconfianza ante su propio talento. Un hombre que cae en la depresión y lo dice. El personaje aquel que se suponía un nietzschiano impenitente se siente solo. El temor a la soledad le hace pensar en el suicidio. Qué curioso que ese mismo hombre sea quien diseña un ex-libris con el lema: ‘un libro y toda la soledad. Soy de CJC”.

Nueva edición de ‘La colmena’ de la RAE para 2016

Ese enjambre de soledades, perdedores y derrotados que Camilo José Cela tituló La colmena verá la luz con fundamentales anexos en una nueva edición a cargo de la Real Academia Española. Darío Villanueva, director de la RAE y experto en el autor gallego, comenta que será en otoño de 2016, para conmemorar en esas fechas la entrega del Premio Nobel que consiguió en 1989.
Contará con una novedad. “En una anexo, no dentro del texto, ya que la versión definitiva del mismo es la que Cela dejó en 1966 después de múltiples luchas con la censura, incluiremos los pasajes que por su fuerte contenido sexual, decidió no agregar convencido de que no pasarían la criba”, comenta Villanueva.
Estos se encontraban en el archivo de su amigo y estudioso francés Noel Salomon. “Fue su hija, tras su muerte, quien los dio a conocer. Pero respetaremos la voluntad del autor de no incluirlos finalmente, como se desprende de lo que expresó en la edición final”. La colmena fue examinada por dos censores españoles: el poeta Leopoldo Panero, que aconsejó su publicación, "si el autor atenuaba, ciertas escenas". Andrés de Lucas Casla, un cura de ánimo inquisidor, realizó por su parte un informe demoledor que prevaleció. Por lo tanto, la obra vio la luz por primera vez en Buenos Aires.
En la nueva edición de la RAE, que formará parte de sus publicaciones especiales donde han aparecido, entre otras, El Quijote, Cien años de soledad, La región más transparente o ahora, en marzo, una antología de Rubén Darío con vistas al congreso de la lengua en Puerto Rico, se incluirán además de prólogos y anexos, el glosario de términos y el índice onomástico que realizó en su día José Manuel Caballero Bonald.

martes, 29 de diciembre de 2015

CÓMIC. Mafalda, de Quino


ENTREVISTA al escritor Jostein Gaarder

   En "El País":

Jostein Gaarder: “Las historias son el mejor antídoto contra el fanatismo”

El autor regresa con dos de sus grandes preguntas en el libro infantil ‘Los tres amigos’


El escritor noruego Jostein Gaarder, en Madrid, el pasado 3 de diciembre. / LUIS SEVLLANO

Ahora que los profesores batallan para que no se expulse a la Filosofía de clase –en concreto, para que se mantenga la Ética en la ESO y la Filosofía y la Historia de la Filosofía como materias comunes de Bachillerato– es de obligado cumplimiento preguntar su opinión al hombre que ha vendido 30 millones de ejemplares de un libro que se define como “una novela sobre la historia de la Filosofía”. Jostein Gaarder (Oslo, 1952), autor de El mundo de Sofía, responde prudente: “Por supuesto que defiendo la utilidad de la Filosofía, y si tengo que votar a favor o en contra de esa ley, votaría que no se recortase. Pero me parece más importante que los profesores tengan una formación filosófica a que los alumnos tengan una clase diaria. No creo que sea necesario que sea una materia concreta, puede integrarse en el resto de asignaturas porque todas tienen implicaciones filosóficas”. En el Medievo, explica, antes de estudiar leyes o medicina había que instruirse en Philosophia et septem artes liberales. Gramática, retórica, lógica, aritmética, geometría, música y astronomía, enumera. “Y en Noruega seguimos esa tradición. No se enseña Filosofía en el colegio, pero antes de empezar la universidad hay que estudiarla durante medio año. Así, cuando vemos a nuestro médico o a nuestro abogado sabremos que tenemos algo en común. Todos tenemos una formación filosófica. Es importante tener referencias compartidas”.
A Gaarder, que publicó El mundo de Sofía en 1991 en noruego –la traducción española llegaría a librerías tres años después–, aún le cuesta creer que su libro se haya leído en todos los rincones del mundo. Según la editorial Siruela, en España se han vendido 1,3 millones de copias y todavía se despachan entre 25.000 y 30.000 cada año. Gaarder extrae su obra más conocida del montón de libros colocado frente a él -parte de un cuidado atrezo promocional- y confiesa: “De haber sabido que se iba a leer en India, en China, en Corea, en Mongolia, en un total de 63 idiomas, hubiera abordado la filosofía china, india, etcétera. O, simplemente, el subtítulo sería ‘novela sobre la historia de la filosofía occidental”. Haría un cambio más: “Volví a leer el libro hace unos años y me chocó que no hubiera ninguna mención al clima, a cómo debemos preservar nuestra vida en la Tierra. Creo que es la pregunta filosófica más importante de hoy. Me dio tanta vergüenza que escribí este libro”. Y muestra satisfecho una copia de La Tierra de Ana, una obra sobre el desafío medioambiental.

¿Cómo debemos preservar nuestra vida en la Tierra? Esta es la pregunta filosófica más importante de hoy
Aunque su nombre siempre estará asociado a la filosofía, Gaarder asegura que su principal pasión/preocupación es el medio ambiente. Ha seguido con mucha atención la Cumbre del Clima de París y su histórico acuerdo contra el cambio climático. Con los “millones de coronas” que le reportaron las ventas de El mundo de Sofía creó un premio al medioambiente y el desarrollo sostenible. “Desde el principio decidimos que existiría hasta que se nos acabase el dinero, por eso la última edición fue en 2013”, relata. “Y estoy contento de que esa etapa haya terminado. Mi mujer y yo trabajamos en el proyecto durante 17 años y suponía un gran sacrificio. No por el dinero, porque no lo necesitábamos, nunca se necesita más que lo suficiente, pero exigía mucho trabajo. Creo que perdí un par de novelas”.
La próxima, protagonizada por un titiritero, está ya en fase de corrección y para ella se ha sumergido en “las etimologías indoeuropeas”, explica con entusiasmo. Autor de una veintena de títulos, acaba de publicar Los mejores amigos, un álbum ilustrado por Akin Düzakin en el que Gaarder regresa sobre dos de sus grandes preguntas: quiénes somos y cómo es el mundo que nos rodea.
Su visita a Madrid también responde a una efeméride: Las Tres Edades, la colección de Siruela de la que forman parte sus libros, cumple 25 años. “Son para toda la familia. Creo que es un regalo para los españoles”. Abuelo de cuatro nietos, asegura que nunca se van a dormir sin antes de compartir un tiempo de lectura. “Los padres se toman muy a pecho la higiene dental de sus hijos. ¡Hay que lavarse los dientes! Pero es tan importante la limpieza bucal como acabar el día leyendo un libro. Las historias son valiosas. Son el mejor antídoto contra fanatismos como el del Estado Islámico o el de Anders Breivik”. Durante el juicio al autor de la masacre de la isla Utoya, en la que murieron 77 jóvenes en 2011, su salud mental fue tema de debate entre los noruegos. ¿Loco o cuerdo? ¿Debía ser encarcelado o internado en un psiquiátrico? Gaarder, recuerda, siguió con mucho interés el caso. “La sentencia fue muy sabia. Finalmente se argumentó que ese hombre no estaba bien de la cabeza, pero tenía la capacidad de sentir culpa, así que se le condenó a 21 años de prisión”. La jueza, señala, no solo había estudiado Derecho, también Filosofía.

domingo, 27 de diciembre de 2015

CÓMIC. Mafalda, de Quino


LIBROS. "Los diez mejores libros de 2015"

   En "Babelia":

Los 10 mejores libros de 2015

Diarios, ensayo, poesía y narrativa logran los primeros puestos en la votación de los críticos y colaboradores de Babelia. 'Los diarios de Emilio Renzi', de Piglia, libro del año


De izquierda a derecha: Ricardo Piglia, Marta Sanz, Jaime Gil de Biedma, Svetlana Alexiévich, Michel Houellebecq e Inger Christensen; delante, Ian McEwan, Élisabeth Roudinesco, Sara Mesa y Chantal Maillard. / ILUSTRACIONES DE FERNANDO VICENTE

Babelia ha preguntado a una cincuentena de críticos y colaboradores cuáles son los mejores libros de 2015. Cada miembro de este jurado, formado por 24 hombres y 22 mujeres de España y América Latina, ha elegido sus mejores cinco opciones, a las que han adjudicado 5, 4, 3, 2 y 1 punto. La lista refleja un escenario variado de autores de distintos orígenes y de géneros. Destaca el reconocimiento de las memorias y diarios, así como del ensayo, un papel menor que otros años para la narrativa, y un espacio para la poesía. A continuación, los libros más puntuados. 

Los años de formación de un artista adolescente son narrados en estos diarios donde Emilio Renzi cuenta al detalle su educación formal y sentimental, transitando por una Argentina idílica, artística y política. En una escena inicial se cuenta una anécdota en la que Renzi conversa con Jorge Luis Borges y ante un comentario Borges lo descubre como escritor. Renzi (más que un alter ego de Piglia, un reflejo) va transformándose en aquello que Borges ha descubierto en él. Entre el asombro y el descubrimiento, Emilio Renzi es el mejor Piglia, el lúcido, el de la palabra precisa y la anécdota de largas consecuencias. Iván Thays

2 Farándula. Marta Sanz. Anagrama
Es el mundo de la farándula, pero es también el otro lado de la medalla, oculto a la mirada exterior, el que recorre la novela de Marta Sanz que lleva ese nombre. Espectáculo inquietante de una sociedad de consumo que lame varias heridas, la precariedad del empleo, la vulnerabilidad física, o la soledad del mundo globalizado en la lógica del mercado y el éxito individual. La autora nos muestra las grietas por las cuales se escapa el gas tóxico del desarraigo que domina el mundo del espectáculo, como si la superficie lisa de la imagen fuese también la risa sardónica de otra realidad que se yergue contra la falsedad de bienestar, contra la “sociedad del espectáculo”, esmaltada por la publicidad. Una ética de la novela realista que construye a partir de estas vidas tan brillantes como fatuas. Patricia de Souza

3 Diarios (1956-1985). Jaime Gil de Biedma. Edición de Andreu Jaume. Lumen
Coincidiendo con la reedición de las Memorias de Carlos Barral, uno de sus grandes “compañeros de viaje”, se publican los diarios completos del poeta de la llamada Escuela de Barcelona que más huella ha dejado. Hasta ahora sólo habíamos podido leer Retrato del artista en 1956.Ahora se le suman Diario de moralidades. 1956-1965, Diario de 1978 y Diario de 1985. Reunidos, constituyen ante todo la biografía moral, amén de intelectual, del poeta que en el fondo quería ser poema, del despertar de la vocación literaria a la amenaza de la muerte, encarnada en la enfermedad del siglo XX, el sida. M. Ángeles Cabré

4 La guerra no tiene rostro de mujer. Svetlana Alexiévich. Traducción de Yulia Doblovolskaia y Zahara García González. Debate
La utilización de la buena literatura para hacer periodismo no es nueva. Lo es que a alguien le concedan el Nobel por ello. Lo hizo García Márquez, que se sentía periodista antes que nada. Hace poco coincidieron Gabo desde América Latina y Kapuscinski desde la vieja Europa, y ambos confluyeron. Una síntesis es la bielorrusa Alexiévich. De ella se han traducido al castellano una crónica sobre Chernóbil, la historia de los millones de mujeres que combatieron en el Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial y la destrucción de la URSS en la vida de los verdugos y las víctimas. El mínimo común es el fracaso de la transformación del hombre antiguo en el Homo economicus. Con sólo una grabadora y una pluma, Alexiévich escribe novelas corales, de no ficción, sobre seres traumatizados por situaciones excepcionales a los que da voz y que cuentan la parte no heroica de sus vidas. Joaquín Estefanía

Sumisión. Michel Houellebecq. Traducción de Joan Riambau. Anagrama
Distopía cercana. Un profesor de la Sorbona se enfrenta al cambio. Entre la acción y la reflexión, narra la rendición que lleva a la conversión de Francia al islam. ¿Cómo? Francia 2022. El Frente Nacional va a ganar las presidenciales. Para evitarlo se une la izquierda a un partido musulmán. Vencen, nihilismo convertido en mandato. La civilización es dominio de lo salvaje, mientras que el desprecio al otro, a la mujer, es sumisión. No hay juicio, sí perfecto juego de la tensión narrativa para iluminar la tempestad. ¿Cómo? “… una especie de duda generalizada, la sensación de que no había nada de qué alarmarse”. Esther Bendahan

6 Eso. Inger Christensen. Traducción de Francisco J. Uriz. Sexto Piso
(Según sus editores) una cosmogonía, pero también un ejercicio de crítica política, una reflexión aguda y dolorosa acerca del empleo, una celebración de todo lo que existe. En un año con libros notables de Esperanza López Parada, Carlos Pardo y Rafael Espejo (por mencionar sólo españoles), Eso, de Inger Christensen, destaca por permitir acceder a su lector al lugar “donde idioma y mundo se tocan fructifican de- / forman o sea lo que sea lo que se hacen mutuamente”, que es el lugar del que proviene toda la poesía de relevancia; también (y particularmente) la que resiste intentos como éste de explicarla. Patricio Pron

La ley del menor. Ian McEwan. Traducción de Jaime Zulaika. Anagrama
¿Qué sucede cuando el código moral de un individuo se opone al de su sociedad? ¿De qué manera podemos defender a una persona de sus propias acciones perniciosas? ¿Cómo saber cuándo un adolescente es responsable de sus actos? ¿Cuál es la función de nuestras leyes y cómo diferenciarla de la de nuestras normas éticas individuales? En éste, su último libro, Ian McEwan destila estas vastas preguntas en novela ejemplar para nuestro preocupante siglo. La ley del menor es a la vez la crónica de un conflicto familiar y una lúcida exploración del rol de la justicia en nuestra sociedad. Una vez más, McEwan confirma su posición como el mejor y más ambicioso novelista de su generación. Alberto Manguel

8 Freud. En su tiempo y en el nuestro. Élisabeth Roudinesco. Traducción de Horacio Pons. Debate
Sigmund Freud, el padre de la interpretación de la conducta humana y para quien el psicoanálisis era el único compromiso político posible, fue víctima de un mal uso de su propia medicina. Su biógrafo oficial y uno de sus discípulos más brillantes y fieles, Ernest Jones, lo interpretó demasiado ensimismado y apegado a las drogas. Otros, como Peter Gay, no tuvieron acceso a los archivos freudianos conservados en la Biblioteca de Washington, abiertos en 2015, año en que Élisa­beth Roudinesco comienza su investigación para escribir el retrato social, intelectual y científico de un hombre cuya complejidad fue paralela a los clásicos, cuyas lecturas le enseñaron la humanidad indispensable para descender a los infiernos de la conciencia. Ángela Molina

9 Cicatriz. Sara Mesa. Anagrama
Cicatriz es una novela distinta. Está escrita en presente, un presente seco que la dota de una veladura de frialdad. Es la historia perversa de una obsesión doble, la de un hombre que accede a la vida de una mujer a través de Internet y la de una mujer que se deja atraer por la curiosidad. Es la irrupción a distancia del azar en una vida insatisfecha donde la irrealidad consentida destruye aún más que la realidad. Es una suerte de negativo de la vida en pareja y del fetichismo consumista. La narración se apoya sobre todo en detalles implacables. Una verdadera revelación. José María Guelbenzu

10 La mujer de pie. Chantal Maillard. Galaxia Gutenberg
Todo empieza con una imagen que a todos nos puede resultar familiar: la del ser querido, tumbado en la quietud de una cama enferma, y en el minuto exacto que antecede a la oscuridad. Chantal Maillard rememora la escena de la muerte de su madre en las primeras páginas de La mujer de pie —ese libro que es a veces ensayo, a veces poema, a veces diario— no para lamentarse, ni para dolerse, sino para preguntarse qué es el duelo y cuántas heridas harían falta para derribar a este cuerpo nuestro al que ella, a pesar de todo, ha aprendido a mantener en pie. Luna Miguel
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Del 11 al 20

11. La niña perdida.Elena Ferrante. Traducción de Celia Filipetto Isicato. Lumen.
12. La habitación de Nona. Cristina Fernández Cubas. Tusquets.
13. La familia Karnowsky. Israel Yehoshua Singer. Traducción de Rhoda Henelde y Jacob Abecasís. Acantilado.
14. En movimiento. Una vida. Oliver Sacks. Traducción de Damià Alou. Anagrama.
15. Cynthia Ozick. Cuentos reunidos. Traducción de Eugenia Vásquez Nacarino. Lumen.
16. La muerte juega a los dados. Clara Obligado. Páginas de Espuma.
17. Tierra negra / El Holocausto como historia y advertencia. Timothy Snyder. Traducción de Paula Aguiriano, Inés Clavero, Irene Oliva y David Paradela. Galaxia Gutenberg.
18. Por las fronteras de Europa / Un viaje por la narrativa de los siglos XX y XXI. Mercedes Monmany. Galaxia Gutenberg.
19. Aquí. Richard McGuire. Traducción de Esther Cruz. Salamandra.
20. Virginia Woolf. La vida por escrito. Irene Chikiar Bauer. Taurus.