Once libros (de arte) para llevarse a una isla desierta
Por: Estrella de Diego | 03 de junio de 2014
No hay nada más especial que la lectura de un libro que nos atrapa y no nos deja apartarnos de él. De hecho, los hábitos de lectura son los que marcan la vida de las personas, quizás porque tuvo razón Proust en Sobre la lectura al decir que de los libros más queridos se recuerda más lo que se estaba haciendo mientras ocurrían que el texto mismo. Creo incluso que la vida de los lectores tiene un antes y un después en los años de la adolescencia: hablo del momento en el cual se adquiere el control sobre la luz de la mesilla de noche y, por tanto, de la autonomía para pasar horas y horas leyendo.
Ninguna compañía más fiel que un libro, ni más consoladora. Los libros nos acompañan en las noches de insomnio, en las vacaciones y en los duelos, siempre dispuestos a ofrecernos nuevas formas de mirar hacia el mundo. Son los imprescindibles en una isla desierta –caso hipotético de acabar allí. Es un poco como la bella historia de Mary Shelley y Lord Byron, en aquella estancia mítica de Suiza en la cual, fascinados por las novelas góticas y habiendo terminado todas las que estaban en la biblioteca, decidieron escribir cuentos de fantasmas –Frankestein nació durante aquel viaje. Y es que quizás se escribe para seguir leyendo: la emoción de volver a la escritura en marcha tiene algo semejante al regreso cada noche a la novela a medio leer.
1- Sea como fuere, tan importante como leer es releer, de modo que en la maleta para la isla desierta, si está uno interesado en el arte, los museos y los coleccionistas no puede faltar un clásico muy contundente en la historia de la literatura, Bouvard y Pécuchet de Flaubert. Con él se pasará un muy buen rato y se reflexionará sobre la idea del museo-mausoleo de la cual hablaba Adorno.
2- Y si se quiere complementar este libro hay que regresar a otro texto de la llamada Posmodernidad, el artículo de Douglas Crimp “Sobre las ruinas del museo”, en el libro editado por Hal Foster La posmodernidad , un vintage en la Editorial Kairós -¡del año 1985!
3- ¿Y cómo no llevarse un texto que habla de un galerista fascinante? Leo Castelli y su círculo de Annie Cohen-Solal, publicado por Turner es otra buena opción.
4 y 5- Tampoco se puede renunciar a las vidas de artistas noveladas como la Leonora de Elena Poniatowka de Seix o la de Remedios Varo de Luis Artigue , La mujer de nadie, aparecida en Linteo.
6 y 7- No pueden faltar las novelas que tomen el mundo de arte como campo de batalla de uno u otro modo, así que hay que meter a la maleta a Michel Houellebecq y El mapa y el territorio, de la siempre acertada Anagrama, y un libro de prosa irresistible de la editorial Periférica, estupenda para ficción sofisticada: Los estratos de Juan Cárdenas.
8- A falta de poesía, para no caer en lo melancólico, debe uno llevarse a Hélène Cixous yPoetas en pintura. Escritos sobre arte: de Rembrandt a Nancy Spero (Ellago ediciones) , lleno de esas visiones prodigiosas de la filósofa sobre el mundo.
9- Para los que quieran estar al día en arte más actual no puede faltar Bourriaud y su Estética relacional de Adriana Hidalgo, sin duda una de las editoriales de ensayo más interesantes en español.
10- Tampoco puede uno dejar en casa a Aby Warburg, el gran pensador de la historia del arte que, además, ha sido releído como aportación vanguardista. El libro editado por Sexto Piso, El ritual de la serpiente, puede ser una buena introducción.
11- Y como en la isla seguro que echamos de menos la ciudad -pasa siempre-, es básico meter en la maleta alguno de los textos de Warhol. Nadie ha contado (Norte)América mejor que él, de modo que no se lo dejen encima de la mesa del recibidor, con las prisas, al salir.
En todo caso, tampoco hay que irse a una isla desierta para leer: basta con dedicarle un ratito cada noche en lugar de ver los horrores de la tele.
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