Manuel Vicent
MANUEL VICENT 9 DIC 2012
Una masiva y hasta ahora pacífica rebelión se está desarrollando ante nuestros ojos. Nadie conoce la mano que en la sombra mueve los hilos y que a la hora de asaltar la calle pone de acuerdo a médicos, jueces, funcionarios, profesores, estudiantes, pensionistas, discapacitados y gente anónima en el paro, que se suma a las pancartas desde las aceras. Nadie acierta a descubrir dónde se encuentra el embrión de esta cólera colectiva.
Una mujer, alto cargo de Sanidad, recién salida de la peluquería con el pelo cardado, collar de perlas y blusa de seda, ha dicho que la crisis obliga al Gobierno a tratar con quimioterapia el cuerpo enfermo de nuestra economía. La quimioterapia es un tratamiento de choque, que destruye bacterias, virus, hongos y células cancerosas, con efectos secundarios muy dolorosos. La metáfora es de una crueldad extrema, puesto que equipara a los individuos más débiles de la sociedad, parados y pensionistas, con las células malignas que habría que eliminar para que vuelva el bienestar al país. Pero más allá de la crisis económica, el foco de esta epidemia parece ser de otra índole. Está en todas y en ninguna parte, como sucedió en el Mayo del 68, que no fue una revolución social, sino la llamarada estética de una rebeldía juvenil, producto del cansancio de unas formas ya gastadas. La llamarada duró apenas un mes, lo suficiente para que se derrumbara el Viejo Mundo.
El joven del Mayo del 68 se enfrentó al padre, al maestro, al político, al clérigo y les gritó a la cara: no quiero ser como tú, rechazo tu cátedra, me repugnan tus leyes, no creo en tu Iglesia. Seré yo quien fabrique a mis dioses, elija a mis profetas, cree mis propios mitos y los celebre con mis ritos. Aquella rebelión inauguró una forma distinta de vivir, de amar, de crear, de morir. Tal vez el 15-M es nuestro Mayo del 68, el que fermenta las uvas de la ira española. Es un poder sin estructura ni jerarquía, una energía volátil y consistente, invisible e inmanente como un flujo que todo lo impregna. Habrá que imaginar que nada será igual después de esta crisis. Nada se tendrá en pie sin que esta rebeldía difusa de los jóvenes cree una nueva moral, otra justicia, un nuevo estilo de vida.
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