viernes, 28 de diciembre de 2012

POESÍA. "Don Cógito lee el periódico", de Zbigniew Herbert (1924-1998)

Zbigniew Herbert


DON CÓGITO LEE EL PERIÓDICO

En primera página
la noticia de la matanza de 120 soldados

la guerra ya duraba mucho
uno puede acostumbrarse

justo al lado información
de un crimen espectacular
con retrato del asesino incluido

la mirada de Don Cógito
salta indiferente
la hecatombe de los soldados
para sumergirse con delectación
en la descripción del espanto cotidiano

un obrero agrícola de unos treinta años
con depresión nerviosa
mató a su mujer
y a sus dos pequeñuelos

con precisión se describen
la ejecución del crimen
la posición de los cuerpos
y otros detalles

a los 120 caídos
es inútil buscar en un mapa
la excesiva lejanía
los oculta como una jungla

no estimulan la imaginación
son demasiados
la cifra cero al final
los transforma en una abstracción

un tema para meditar:
la aritmética de la compasión.


Traducción: Xaverio Ballester

viernes, 21 de diciembre de 2012

POESÍA. "Víspera de quedarse", de Juan Vicente Piqueras (Los Duques de Requena, Valencia, 1960)

Juan Vicente Piqueras

Víspera de quedarse
               
Todo está preparado: la maleta,
las camisas, los mapas, la fatua esperanza.

Me estoy quitando el polvo de los párpados.
Me he puesto en la solapa
la rosa de los vientos.

Todo está a punto: el mar, el aire, el atlas.

Sólo me falta el cuándo,
el adónde, un cuaderno de bitácora,
cartas de marear, vientos propicios,
valor y alguien que sepa
quererme como no me quiero yo.

El barco que no existe, la mirada,
los peligros, las manos del asombro,
el hilo umbilical del horizonte
que subraya estos versos suspensivos…

Todo está preparado: en serio, en vano.

PRENSA CULTURAL. Sobre el busto de Nefertiti.

FABRIZIO BENSCH (REUTERS) ("El país")

   En "El País":

La belleza eterna cumple un siglo

Berlín conmemora el centenario del hallazgo del busto de Nefertiti con una gran exposición

La Mona Lisa de Amarna se reafirma como icono de la feminidad

 Barcelona 5 DIC 2012

Hace más de 3.300 años que Nefertiti y Tutankamón, que están ambos de aniversario, no se miran a los ojos. A menudo, cuando observamos el bellísimo busto polícromo de la reina en Berlín y la no menos arrebatadoramente hermosa máscara funeraria de oro del joven rey en El Cairo, los dos iconos indiscutibles del Egipto faraónico, olvidamos que las dos obras nacen en el mismo momento histórico y que los personajes a los que representan eran no solo contemporáneos, sino familia, y convivieron en la misma corte, bajo el mismo techo. Nefertiti fue la esposa principal del que se tiene por padre de Tutankamón, Akenatón. La bella reina fue también suegra de Tutankamón y no se descarta del todo que pudiera ser incluso su madre. Apenas podemos especular acerca de cómo se llevaban, aunque las representaciones de la familia de Akenatón muestran, de manera desacostumbrada para el arte egipcio, un afecto enternecedor y casi chocante.
El busto de la reina (47 centímetros, 20 kilos), permaneció tres milenios bajo la arena que cubrió la vieja capital abandonada de su rey hereje, Amarna, mientras que la máscara de Tutankamón ha estado casi el mismo tiempo sobre la momia del joven y malhadado faraón en la oscuridad de su tumba perdida en el Valle de los Reyes. El destino ha querido reunir la memoria y las sombras de ambos, Nefertiti y Tutankamón, en este final de 2012. Apenas se acaban de cumplir los 90 años del descubrimiento de la tumba de Tutankamón (4 de noviembre) y hoy, 6 de diciembre, celebramos, con magna exposición en Berlín incluida (600 objetos entre ellos algunos inéditos), los 100 del hallazgo del busto de la reina (pese a que sea de mal gusto recordar los años de una dama). ¡Los amantes de Egipto estamos de enhorabuena!
La tumba de Tutankamón la descubrió el británico Howard Carter, el busto de Nefertiti un personaje menos popular: Ludwig Bortchardt, alemán. Bortchardt nació diez años antes que Carter pero murieron con un año de diferencia (1938 y 1939, respectivamente). En realidad, ambos hallazgos los realizaron materialmente trabajadores egipcios, los grandes olvidados de estas bonitas historias arqueológicas —aunque ya tienen su libro, Hidden hands, Egyptian workforces in Petrie excavations archives, de Stephen Quirke, Londres, 2019—. El busto de Nefertiti lo encontró el obrero Mohamed Ahmed es-Senussi (desde aquí gracias, Mohamed) en una zona de las ruinas del taller del escultor Tutmose en el curso de las excavaciones en Tell el-Amarna de la Deutsche Orient-Gesellschaft, DOG, Compañía Alemana de Oriente, que dirigía Borchardt. Es curioso pensar que la despampanante reina que hoy nos cautiva, altiva, desde su alto pedestal en su capilla profana en el Neues Museum pasó casi una eternidad indecorosamente de bruces, la bonita nariz enterrada en el polvo. Lo único que se veía de la soberana, según explica Borchardt en sus diarios de excavación, era la nuca color carne y parte de la corona. El busto se habría precipitado al suelo desde un estante. Al desenterrarlo, "vimos surgir el más vivo de los objetos egipcios". Solo las orejas, algo de soplillo con perdón, majestad, estaban rotas y se encontraron algunos trocitos de ellas entre la arena. Faltaba un ojo, el izquierdo, pero parece ser que la escultura no lo había tenido nunca, lo que ha dado pie a numerosas conjeturas: ¿estaba sin acabar?, ¿era un modelo para explicar cómo se hacían las cosas a los aprendices?, ¿sería tuerta la reina?

La reina fue suegra de Tutankamón y vivieron en la misma corte
Borchardt se dio cuenta en seguida de que con ojo o sin él la escultura, que identificó inmediatamente con Nefertiti, pese a que la pieza no presenta ninguna inscripción, era la caraba. Lo que siguió fue una operación de escamoteo en toda regla. Lo acostumbrado era que las misiones de excavación enseñaran sus hallazgos a las autoridades arqueológicas de Egipto, en esos momentos francesas, que decidían que piezas se quedaban y cuáles podían retener los foráneos. Cómo se lo hizo Borchardt para que el funcionario de turno le dejara el busto no está claro pero desde luego fue algo turbio: los egipcios tienen todo el derecho al denunciar que les privaron torticeramente de una obra esencial de su patrimonio.
Nefertiti fue a parar a Alemania. Da buena prueba de la mala conciencia de Borchardt el que el busto no se exhibiera hasta muchos años después (1924). La escultura provocó sensación en Alemania y en Egipto ni te digo. Desde el primer momento fue reclamada como la hija perdida del Nilo. Los alemanes no estaban dispuestos a soltar su presa. Para ellos era un símbolo irrenunciable de su corto pasado colonial y de su identidad nacional como Kulturnation. En un país desposeído de su carácter imperial tras la I Guerra Mundial, la reina ofrecía un consuelo y acaso hasta una promesa (véase el sugerente capítulo sobre Nefertiti enThe body of the queen, de Regina Shulte, Berghahn, 2006). La soberana, transitó por la república de Weimar y por el nazismo (Hitler la conservó, su idea de enviar algo a Egipto era el Afrika Korps). Se salvó de la destrucción de la segunda contienda y vuelve a reinar, la dama más vieja y elegante de Alemania, en el Berlín de ahora, mirándose, con ojo escéptico de mujer hermosa y poderosa que ha visto tanto, a la cancillera Merkel.

La exhibición en el Neues Museum incluye 600 objetos, algunos inéditos
¿Qué tiene de excepcional Nefertiti? Pues todo. Su factura, su enigmática sonrisa, que puede parecer sensual o cruel. El hecho de que la soberana esté retratada en su madurez, sin ocultar arrugas. Es cierto que hay otras esculturas preciosas de Amarna pero ninguna tan completa, tan irresistiblemente fascinante. Es tan buena que parece mentira, y en eso se han basado algunos (como el suizo Henri Stierlin: Le buste de Nefertiti, une imposture d l'egyptologie?, Infolio, 2009) para considerarla una falsificación. Es difícil hoy decir cuánto del magnetismo que ejerce la Mona Lisa egipcia sobre nosotros es original y cuánto se ha ido adhiriendo con el tiempo como una pátina a su piel de yeso. Muy pronto se la elevó a la categoría de icono de la belleza femenina y objeto de culto moderno. Entró también a formar parte del discurso de erotización del arte egipcio. Su poder de conmoción sigue rotundamente vivo. Esos labios… Mientras, en algún lugar de Egipto la verdadera Nefertiti aguarda bajo la arena. Su tumba no ha sido identificada ni, con seguridad, su momia. Reflejado en el ojo de la sin par cíclope de Amarna, su enigma permanece, aferrado a su belleza.

PRENSA CULTURAL. "Dificultad de la ficción", por Antonio Muñoz Molina

Antonio Muñoz Molina
   En "El País":

Dificultad de la ficción

Estamos dispuestos a admirar el realismo narrativo en América. Si se escribe aquí los entendidos habituales lo descartarán como costumbrista

 20 OCT 2012

Cómo se cuenta lo que sucede ahora mismo. No lo filtrado por el recuerdo, no lo alejado en los mundos seguros de la fantasía o del pasado histórico, ni lo que segregado por un yo narcisista que no se molesta en distinguir entre sus propias ocurrencias y los hechos reales, los duros hechos concretos que desde hace tanto tiempo no son la materia con la que se hace la literatura en España.
Cuando escribo literatura no me refiero en exclusiva, ni mucho menos, a la ficción. Literatura es contar el mundo con palabras. Tan literatura como una novela o como un poema es una crónica o una entrevista o el guión de una película o una obra de teatro en la que las palabras no sean irrelevantes. Literatura es contar las cosas como son, unas veces ejerciendo la libertad de inventar y otras ateniéndose en el máximo grado posible a la realidad de los hechos. La diferencia no está en el poderío estético del relato sino en un acuerdo claro, casi un contrato riguroso con el lector. A ese acuerdo estricto se refería Michael Scammell, el biógrafo extraordinario de Arthur Koestler, cuando escribió que un biógrafo es un novelista bajo juramento. Un autor de no ficción se atiene a los hechos en la misma medida en que un poeta, al componer un soneto, elige atenerse a las reglas del metro y de la rima.
El novelista es libre: él mismo determina la mezcla de ingredientes reales e inventados que dan lugar a su materia narrativa. Mentir es su manera de llegar a una cierta verdad. Al escritor de no ficción esa es la única libertad que no le está permitida. Y su trabajo, siendo menos libre, es igual de exigente que el del novelista, y requiere grados idénticos de impulso narrativo y sentido de la forma, del ritmo, de la caracterización del habla y de los personajes. Cualquiera que haya hecho una entrevista sabe hasta qué punto el habla ha de ser organizada en el momento de la redacción para que suene inteligible. Lo que se transcribe sin más de una grabación es en mayor o menor medida un desorden de repeticiones, de frases que no terminan, de vaguedades sintácticas. Para ser fiel al tono de voz y a las palabras del entrevistado hace falta un proceso de organización, selección y montaje. Como en un retrato naturalista, la calidad de la obra es inseparable de su fidelidad al original, igual que en las ciencias la belleza de una hipótesis o de una teoría está subordinada a su comprobación experimental.

El novelista es libre. Mentir es su manera de llegar a una cierta verdad. Al escritor de no ficción esa es la única libertad que no le está permitida
Necesitamos relatos para que el flujo de la realidad se nos vuelva inteligible. Unos más y otros menos, todos necesitamos relatos de ficción y de no ficción, fábulas y crónicas, retratos de personas que existen o han existido o que son imaginarias, documentales e historias interpretadas por actores. Necesitamos mirar de cerca la realidad y necesitamos escapar temporalmente de ella, y encontrar en las ficciones donde satisfacemos esa huida claves simbólicas que nos ayuden a entender lo que vemos al abrir los ojos, al apartarlos del libro, al salir de la sala de cine.
Necesitamos las ficciones iluminadoras del arte para adiestrarnos en desbaratar los simulacros que se nos presentan como testimonios de la realidad, las otras ficciones venenosas de la propaganda y de las ideologías. En Cervantes, por ejemplo, en Flaubert, en Buñuel, en Valle-Inclán, en Baroja, aprendemos a usar el potente corrosivo del sarcasmo contra las pompas de la retórica, contra las comodidades letárgicas de la tontería verbal. Orwell y Montaigne nos educan en la primacía de los hechos sobre las creencias y los prejuicios, en la necesidad de desconfiar de nuestras propias percepciones y de contrastarlas siempre con una realidad en flujo y cambio permanente que requiere una continua atención. Joyce y Proust, cada uno a su manera, nos fuerzan a ir más allá de la superficie de las cosas, a no dejar que la corrección o la vergüenza detengan la indagación, por sórdidos que sean los resultados. Cualquier buena crónica de las que se publican en las revistas de Estados Unidos y cada vez más de América Latina nos confronta con el deslumbramiento de lo real, con el vigor de las vidas y las voces comunes, de las historias excepcionales que están siempre sucediendo, que le suceden siempre a alguien.
Creo que necesitamos esos ejemplos más que nunca. Este trastorno de todo en el que estamos viviendo como un mal sueño que sigue durando y se hace cada vez más oscuro y más túnel nos ha llegado en una época en la que habíamos casi perdido la costumbre de mirar las cosas e intentar contarlas tal como son. Nos hemos quedado sin herramientas para construir relatos inteligibles, como les sucede a esas culturas primitivas en las que cayeron en desuso saberes imprescindibles para la supervivencia. En los periódicos la opinión ha usurpado el lugar de la información, y cuando la información existe suele concentrarse en los reinos cada vez más delirantes y espectrales de la política. En los países anglosajones el teatro sigue siendo el espacio donde se representan con un grado extremo de articulación los debates más urgentes de la vida pública: el terrorismo, la guerra de Afganistán o de Irak, la corrupción política. En el nuestro, y con unas cuantas nobles excepciones, el teatro tiende más al panfleto y a la arqueología, quizás porque la hegemonía de los directores de escena casi abolió el hábito de montar obras originales de autores contemporáneos.
En Estados Unidos hay ya docenas de excelentes novelas que tratan con plena desenvoltura de las consecuencias del 11 de septiembre, de las guerras, del escándalo de la codicia financiera que nos ha llevado al colapso. A nosotros la realidad cruda, la realidad inmediata, nos da escrúpulo. Estamos dispuestos a admirar el realismo narrativo a condición de que nos llegue traducido y suceda en América: si se escribe aquí los entendidos habituales lo descartarán como costumbrista y aprovecharán para hacer alguna referencia despectiva a Galdós: como si la atención a lo real no fuera compatible con la furia de la imaginación; como si Galdós no hubiera explorado las normas y los límites del arte de la novela siguiendo el ejemplo de los grandes maestros europeos, a los que leía con una voluntad de innovación y universalidad no inferior a la de cualquiera de los que escribimos ahora.
Salgo del cine una noche de sábado y en la calle casi a oscuras veo un hormigueo de sombras recortándose contra el escaparate de un supermercado que acaba de cerrar y en el que una por una van apagándose las luces. Los contenedores de la acera rebosan de paquetes de alimentos recién desechados: yogures, huevos, bandejas de carne, conservas, congelados, cartones de leche, embutidos, cestos de frutas, montones de verduras sin lustre. En la acera, en silencio, cada uno a lo suyo, ignorándose las unas a las otras, sin ayudarse ni interferirse, escarban en los contenedores, eligen, descartan, guardan en bolsas, amontonan en carritos, se marchan cada una en una dirección, con las cabezas bajas, personas de mediana edad, o ya mayores, ninguna con aspecto marginal, personas como yo que buscan en los desperdicios para remediar el hambre. Quién contará sus vidas.

PRENSA CULTURAL. Sobre la biografía de Unamuno, de Jon Juaristi. Félix de Azúa

Félux de Azúa

   En "El País":

Unamuno, el vencido invicto

Jon Juaristi bucea en la vida y en la época de uno de los intelectuales más importantes de España en una obra recoge con brillantez las contradicciones de un tiempo terrible.

Las mismas que rigieron el destino de Unamuno

 8 DIC 2012

Entre los muchos que proporciona, uno de los mayores placeres de la literatura es el de convertir en literatura a los autores de la literatura. Todos sus lectores hemos imaginado a Garcilaso atacando una fortaleza espada en mano o a Berceo bebiendo un vaso de vino en compañía de otros errabundos con los que coincidía en la posada. Es una tentación irresistible. Seguramente si los estudios literarios severos, en especial los estructuralistas y analíticos, no han alcanzado la difusión de los viejos tratados filológicos de Auerbach ,Menéndez Pidal o Spitzer es por esa amputación de la mitad del placer. La obra de arte sin autor, gran fantasía francesa del siglo pasado, es teóricamente irreprochable y debe ser defendida en la Universidad, pero es también inaceptable para un lector educado.
Los autores reclaman ser imaginados junto a sus criaturas, es una de las razones por las que escriben. Y un modo agradable de imaginarlos es el de leer sus biografías, algunas más literarias que las obras del biografiado. Pocos leen hoy a Frederick Rolfe (con razón), pero su biografía, The quest for Corvo, de A.J.A. Symons, sigue siendo una de las más perfectas obras literarias del siglo XX. He aquí un escritor que casi puede decirse que sobrevive gracias a su biógrafo.

Hay autores que piden ser alternativamente odiados y amados
Rolfe era un ser odioso, un mal bicho a quien todos detestaban y su biógrafo no pudo evitar la repugnancia. O quizás fuera mejor decir que solo pudo evitarla mediante los recursos del arte narrativo. Otros escritores, por el contrario, no pueden ser odiados de ninguna manera. Antonio Machado es el caso supremo. Si usted encuentra a alguien que diga odiar a Machado, apártese de él a toda prisa. Lávese luego entero en cuanto pueda. Es muy probable que pertenezca a alguna de las sectas satánicas más peligrosas después de la de Charles Manson.
Finalmente hay autores que piden ser alternativamente odiados y amados. Y ese es el caso que ahora nos ocupa, el de Unamuno y la biografía, a mi entender soberbia, que ha escrito sobre él Jon Juaristi. Soberbia biografía porque Unamuno, sin dejar la escena en ningún momento, a veces es solo un trasunto que le permite a Juaristi hablar sobre las guerras carlistas, la renovación de la panadería en Bilbao, el periodismo caciquil, el puente colgante, la invención del folclore vasco, la mujer de Sabino Arana, en fin sobre todas aquellas cosas que hacen de una biografía una pieza literaria de gran enjundia.

El libro es por encima de todo una pieza literaria de gran enjundia
Y como debe ser, Juaristi a veces ama a Unamuno y a veces le odia. El lector agradece esa ducha escocesa, porque le sucede exactamente lo mismo cada vez que se pone a leer a Unamuno, que suele ser a menudo. Así, por ejemplo, el lector agradece que Juaristi no disimule la conducta canallesca de Unamuno con Valentín Hernández, el editor de La Lucha de Clases que fue a la cárcel en su lugar. O sus grotescos ofrecimientos a los militares sublevados durante el año 1936. Unamuno tenía momentos odiosos porque era un hombre dotado de un enorme Ego, un Yo colosal que muchas veces ocupaba demasiado espacio, como decía Ortega cuando esperaba visita del vasco y había alguien en el despacho: “Salga usted ahora mismo, que viene Unamuno con su Yo, y no vamos a caber”.

Don Miguel era un hombre dotado de un enorme Ego, un Yo colosal
El Yo es una entidad peligrosa, entre otras cosas porque no contiene nada y debe ser ocupado de inmediato por alguna identidad (nacional, deportiva, religiosa, sexual, da lo mismo) a la que obedecer. Quien desee un planteamiento filosófico riguroso del problema, lea a Carlos Piera y su espléndido La moral del testigo (Machado). Unamuno, por tanto, llenaba constantemente su Yo con lo primero que le cayera en gracia identitaria. A veces era el vasco preterdiluviano, a veces el labriego intrahistórico, o bien el socialismo, aunque también el fascismo, qué le vamos a hacer. Por fortuna, la mayor parte de las veces no era la política lo que llenaba su identidad, sino los paisajes, los tipos, el crucificado, la diversidad de la convivencia, el campo, los campesinos, la literatura, don Quijote, la muerte, en fin todo lo inactual. Y entonces no hay más remedio que amarlo.

Sus días finales fueron un ejercicio agónico de despellejamiento
Juaristi, con una de las mejores prosas que se escriben hoy en España, repasa todos los aspectos de Unamuno, los amables y los odiosos, aunque predominan ampliamente, como era de esperar, los amables. Don Miguel ha dejado miles y miles de páginas (aún sin editar seriamente, a pesar de los esfuerzos magníficos de la Biblioteca Castro) que no son solo el mejor retrato de nuestra vida terrestre y anímica, sino que son nuestra exacta definición. He aquí, en este hombre tan poseído por su Yo, cómo se fue haciendo sitio un Yo trascendente que acabó por abarcarnos a todos sus lectores.
Sus terribles días finales, cercado por las hienas de Millán Astray,salvado del linchamiento por gente a la que despreciaba, horrorizado de lo que había dicho sobre los generales y la República, fueron un ejercicio agónico de despellejamiento en el que acabó por perder lo que le quedaba de Yo. Vio abrirse el abismo bajo sus pies y aquel temor y aquel temblor de que había hablado tanto y tan bien en sus ensayos, de repente era ya todo lo que le quedaba, temor y temblor. Es muy posible que entonces se abandonara al sosiego de no ser nadie y acabara sus días en paz.

jueves, 20 de diciembre de 2012

POESÍA. "Todo es edad", de Juan Vicente Piqueras (Los Duques de Requena, Valencia, 1960)

Juan Vicente Piqueras

Todo es edad
               
Has soñado con trenes incendiados
en una tierra triste y estás triste.

Ha llegado el momento de elegir
entre ser un canalla o aprender
a compartir sin paz y sin remedio
la maravilla con la humillación.

Todo es edad. Hay pájaros ahogados
en la saliva con la que no cantan,
voces sin almas, almas sin alpiste.

Paseas por cubierta y vas hablando
con pasajeros solos sólo en ti.

Todo es edad. Hay que vivir en vilo
y trabajar de sombra. Cada día
pagar el alquiler de estar viviendo.

PRENSA. "El calendario maya, la pasión por la hecatombe y el fin del sentido común". Reportaje

Dos turistas alemanas meten dinero en el casco de un actor-maya. / P. P. (AFP) ("El país")

   En "El País":

 México 18 DIC 2012 

“Señora”. La señora no escucha. “Señora, disculpe”. Ahora la señora escucha y deja de mirar su cubo de agua sucia. María Bautista tiene los ojos saltones y viste de uniforme, con una camisa holgada que le cuelga hasta los muslos como a un muchacho rapero. Es una empleada de la limpieza del metro de la ciudad de México. El vagón aún no ha llegado. Estamos a 17 de diciembre. “¿Usted qué opina de lo del fin del mundo?”. La señora responde: “Pues mire, yo creo que ahoritita estamos aquí y al ratito quién sabe, eso depende del Señor”. La empleada de la limpieza, de pie con una fregona, no se cree la profecía apocalíptica de los mayas. “Ellos que digan lo que quieran”, dice en contra de la civilización que inventó el número cero, “pero el de arriba es el que lo sabe todo. Como dice el dicho, el árbol no se mueve si no es por la voluntad de Dios”. El metro ha llegado. María Bautista se queda fregando el andén.
Dos inscripciones iconográficas de los antiguos mayas han despertado de nuevo las ansias de los adoradores del cataclismo universal. Una se labró en el siglo VII en el Monumento 6 de Tortuguero, en el Estado mexicano de Tabasco. Y otra en La Corona, Guatemala. En las dos está señalado el 21 de diciembre de 2012 como un fin de ciclo que los apocalípticos ven como el día del Armagedón y los estudiosos de los glifos mayas como un simple cambio de época anunciado por un pueblo que jamás concibió la idea de un gran estropicio planetario. En el código maya ese día se cumple el decimotercer b’aktun —término que para ellos demarcaba periodos de 394 años— y se completa un círculo astronómico que comenzó en el 3114 antes de Cristo y que ahora se cierra para dar paso a otra era de su calendario.
Pero las explicaciones científicas no han calmado a los fatalistas, que se han animado a anunciar toda clase de catástrofes para el día 21. Un cometa se empotrará en la Tierra. No, la abrasará una tormenta solar. Será un extraordinario terremoto el que lo quiebre todo de una vez por todas. O una inversión de los polos magnéticos del planeta. Y si no, será un rayo sincronizador proveniente del centro de la galaxia el que nos convierta en polvo interestelar. La NASA ha recibido miles de mensajes de ciudadanos preocupados. Pese a que se trata de temores individuales, no de pánico colectivo, ha hecho una declaración negando todos los terroríficos supuestos de los intérpretes esotéricos. “El 21 de diciembre no será el fin del mundo como lo conocemos”, ha sentenciado la agencia espacial estadounidense. Es decir: esto no se acaba. El árbol no se mueve si no lo avisa la NASA.

El 21 de diciembre de 2012 está señalado como fin de ciclo en inscripciones mayas
“Los mayas no creían en el fin del mundo”, reflexiona el investigador Dirk van Tuerenhout, comisario de una muestra sobre las profecías mayas inaugurada recientemente en el Museo de Ciencias Naturales de Houston. “Esta idea viene del mundo occidental. Somos nosotros los que estamos obsesionados con la idea del apocalipsis”. El ensayista mexicano Ignacio Padilla, que ha publicado este año La industria del fin del mundo (Taurus), también considera que estos miedos son un producto de tradición occidental actualizado por neuras contemporáneas. “Nuestra cultura y nuestros días son tan sensibles al milenarismo que basta combinar un par de locos con la seudociencia para encender la llama apocalíptica”. Él cree que “la revolución cibernética” ha sido un acicate para la difusión de absurdos. Padilla afirma que Internet ha creado “una anemia crítica y un titubeo de los métodos de verificación histórica”, “un pandemonio óptimo para el florecimiento desordenado del miedo”. En su obra, afirma que la subcultura del fin del mundo es de raíz judeocristiana y se asienta sobre el Apocalipsis de Juan de Patmos, un texto antiguo que en su día fue calificado por el dramaturgo Bernard Shaw como “un curioso registro de las visiones de un drogadicto”.


Un sacerdote maya ofrece agua a los dioses en un pueblo de Yucatán. / L. P. (AFP)
Entre los continuadores modernos de las elucubraciones de Juan de Patmos está un mexicano-estadounidense llamado José Argüelles, que falleció en 2011. Fue la cabeza de una cosa autodenominada Movimiento Sincronario de las 13 Lunas. En un reportaje publicado por la revista mexicana Gatopardo se cuenta que Argüelles era un hijo del hippismo con un cociente intelectual de “genio” -convenientemente sazonado con ácido lisérgico en sus años mozos-  y que definía su estilo como “maya galáctico”. Su libro El factor maya(1987), traducido a una docena de idiomas y leído en 90 países, ha sido una referencia en la interpretación deformada de las proyecciones astronómicas de la antigua civilización mesoamericana. Enrique Serna, columnista del diario mexicano El Universal, se remonta más atrás y señala que la “charlatanería” viene de las ideas de un gurú suizo llamado Erich von Däniken. “Él sostuvo que los mayas habían alcanzado una sorprendente sabiduría matemática y astronómica gracias a la influencia de los extraterrestres, una idea bastante racista en el fondo, pues demeritaba la capacidad intelectual de los viejos sacerdotes”.

La NASA tranquiliza ante predicciones fatalistas: “No será el fin del mundo”
Con todo, el actual fenómeno maya no ha tenido una repercusión intensa en la vida real. Elio Masferrer, presidente de la Asociación Latinoamericana para el Estudio de las Religiones, considera que la paranoia apocalíptica fue mayor en el reciente cambio de milenio, cuando entre otras cosas se anunciaba un fatídico colapso de las telecomunicaciones. “Aquello fue impresionante. Me paraban los vecinos por la calle y me preguntaba si de verdad se iba a acabar el mundo”. Ignacio Padilla coincide en que este ha sido “un apocalipsis más bien descafeinado”. Él afirma que actualmente las perspectivas de un cataclismo “tienen más de deseo que de temor”. Desde su punto de vista, el siglo XXI, desprovisto de los grandes relatos del pasado, el bien contra el mal, el comunismo contra el capitalismo, las bombas atómicas de Estados Unidos contra las soviéticas, nos deja sin argumentos para justificar la posibilidad del colapso. “A la humanidad le queda solo el goce descarnado de la fantasía crepuscular, el deleite masoquista de la hecatombe como espectáculo”.
Los brotes de pánico ante la llegada del decimotercer b’aktun maya han sido puntuales y debidamente registrados por los medios. El diario Pravda, fundado por Lenin en 1912, contó en noviembre —en un artículo titulado con mesura El mundo se prepara para el día del juicio final— que en Rusia se esperaba un aluvión de matrimonios para el día 21. En la ciudad rusa de Novokuznetsk, según el diario británico Daily Telegraph, se ha dado entre los ciudadanos un súbito aprovisionamiento de sal. El propio primer ministro ruso, Dimitri Medvédev, ha considerado oportuno dirigirse a la opinión pública para disipar temores. “Yo no creo en el fin del mundo”, ha sentenciado. “Al menos, no en este año”.
La prensa también afirma que en Estados Unidos han aumentado las ventas de búnkeres. El Grupo Vivos ofrece lujosos silos subterráneos con cabida para 1.000 personas en los que se cuenta hasta con clínica dental. En China la preocupación ha motivado que en la provincia de Sichuán se multiplique la venta de velas para tener con qué combatir la oscuridad que extenderá el fin del mundo sobre la faz de la Tierra. Los chinos, además, lideran la estadística del miedo. Según una encuesta realizada en marzo por Ipsos para la agencia Reuters, a la que respondieron unas 16.000 personas de 21 países distintos, uno de cada diez encuestados por todo el globo dio crédito a la suposición del fin del mundo maya, cifra que alcanzó su cima en el país asiático, en el que respaldó esa posibilidad un 20%.

“Esta idea occidental está alimentada por neuras de hoy”, dice un investigador
En México, el acabose maya ha invitado al “turismo de la catástrofe”, en palabras del escritor Juan Villoro. Según los datos que se han conocido hasta ahora, el repunte de las visitas nacionales y extranjeras a la zona maya mexicana ha sido moderado. Los datos proporcionados a este diario por el Gobierno del sureño Estado de Yucatán, cuna de la civilización maya, indican que entre noviembre y diciembre llegarán a este lugar unos 250.000 turistas “con pernocta” y que desde enero hasta noviembre el tráfico de curiosos por las zonas arqueológicas de la zona ha sido un 9,3% mayor que en 2011. Pero el imán turístico maya es el vecino Estado de Quintana Roo, donde se encuentra Cancún. Basta telefonear a un hotel para que a uno le pongan los dientes largos con un paquete completo con “desayuno, comida, cena, bebidas alcohólicas nacionales e internacionales y snacks” y que luego se lleve el chasco de que no queden habitaciones libres para la madrugada del 22 de diciembre. La Asociación de Hoteles de Cancún ya se ha congratulado de un aumento de la ocupación del 9% con respecto al año pasado.


Un sacerdote maya bendice un matrimonio, ayer en Mérida (México). / L. P. (AFP)
En cuanto al enfoque público de los fastos mayas, cabe mencionar que en el epicentro del fenómeno, Yucatán, las autoridades no han agitado el remolino catastrofista. En una entrevista en la Ciudad de México con este diario, el antropólogo yucateco Iván Franco, miembro del Instituto Nacional de Antropología e Historia, afirmó que el Gobierno de su región le ha dado “un contenido respetuoso” a la fecha del decimotercer b’aktun. Franco reconoce que las instituciones públicas han explicado correctamente que se trata solo del cambio de una era, y no de un final cósmico, aunque lamenta que, por lo general, la política cultural del Estado prima un enfoque de “exaltación de lo maya vinculado al turismo, más que a factores educativos como la enseñanza local de la lengua o como el autoconocimiento histórico”. Según sus observaciones, en este Estado de 1.900.000 habitantes en el que el 51% de la población es de etnia maya, los indígenas siguen siendo discriminados por su forma de vestir, por su aspecto “bajo, bronceado, de nariz un poco aguileña y de cara redonda”, y por su lengua nativa, que entremezclan como buenamente pueden con el español.

En EE UU crece la venta de búnkeres y en México, el turismo de catástrofre
Iván Franco explica que los mayas han sufrido el empobrecimiento del campo por las reformas agrarias, que según su versión han pasado en muchos casos de una forma de propiedad comunitaria a otra privada, y que este factor, sumado a su crecimiento demográfico, los ha movido a la emigración a Estados Unidos o a los centros hoteleros de la Riviera Maya. Se calcula que en California hay unos 120.000 yucatecos, el 80% de origen maya, de acuerdo con datos de la delegada en Yucatán de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, Diana Canto. En San Francisco incluso hay una calle llamada Mission Street que recibe el apodo de Mayatown. Desde su cargo oficial, Diana Canto corrobora la realidad del empobrecimiento del pueblo maya, su degradación lingüística y su progresiva desconexión de sus raíces, mayor en zonas urbanas que en el campo, según matiza.
Los mayas del siglo XXI viven más pendientes de superar el día a día que del movimiento de los astros, y en ocasiones la ignorancia de sus raíces los puede llevar a escenas tragicómicas. Armando Escalante, antiguo reportero del Diario de Yucatán, cuenta por teléfono una anécdota reciente que le ocurrió a su hermana con una empleada doméstica de origen maya. La trabajadora, escamada por el continuo runrún en la radio y en la tele sobre las profecías del fin del mundo, le preguntó a su jefa: “Señora, ¿y esos mayas existen?”. El escritor Juan Villoro, que ha recorrido en 2012 diversas zonas arqueológicas mexicanas para realizar un documental de televisión, confirma igualmente el estado declinante de esta etnia. “Los mayas viven en una pobreza lamentable”, opina en una entrevista por correo electrónico. “Y además de vivir en la miseria, han perdido el contacto con la cultura de sus ancestros”. En un artículo previo publicado en el diario mexicano Reforma, Juan Villoro, de madre criolla yucateca, se burlaba de los miedos al fin del mundo y llevaba la cuestión del velo del espectáculo mediático al tuétano de la marginación social y cultural. “El auténtico desafío no es el fin de la Tierra sino de una cultura. Quienes aún hablan maya viven un apocalipsis cotidiano. Venerados como piezas de museo, carecen de presente. El apocalipsis no es lo que puede ocurrir, sino lo que debe terminar”.

PRENSA CULTURAL. Sobre la ciencia ficción "steampunk"

Una de las creaciones de la diseñadora especializada en moda 'steampunk' Alassie. ("El País")

   En "El País":

Los nietos nostálgicos de Julio Verne

El subgénero de ciencia ficción 'steampunk' se abre paso en España

Surgió en los ochenta en Estados Unidos

 15 DIC 2012

"Desarrolla la idea de futuro que se tenía en la época victoriana. Asumiendo que sería la máquina de vapor la que impulsaría la tecnología, ya que no contempla la existencia ni de la electrónica ni de la informática”. Así define el steampunk (punk de vaporFélix J. Palma, autor de la Trilogía victoriana, una de las primeras sagas en castellano catalogadas bajo esta etiqueta. Un subgénero de la ciencia ficción surgido a finales de los ochenta en Estados Unidos y que hoy se abre paso en España impulsado por títulos como Leviathan, de Scott Westerfeld, y transformado en movimiento cultural. Porque aunque su origen sea netamente literario y hunda sus raíces en la obra de Julio Verne, H. G. Wells o Mary Shelley, debe casi todo su peso como tendencia a un creciente corpúsculo de seguidores que traslada esta filosofía retrofuturista hasta su armario y la tecnología que maneja. Defensores de una suerte de estética híbrida entre la corte eduardiana y El gabinete del doctor Caligari de la que surgen ordenadores con teclas de máquina de escribir o corsés mecánicos.
De hecho, los makers (fabricantes), que confieren el aspecto propio de un artilugio de la segunda revolución industrial a los gadgets del siglo XXI son los verdaderos adalides de un fenómeno poliédrito en el que la producción editorial es solo una de sus caras.

El steampunk surge en la misma época década de los ochenta
Reverso cándido del ciberpunk, “el género steampunk surge en la misma época década de los ochenta y busca también ser una respuesta crítica a la sociedad hipertecnológica y posmodernista, protestar ante esa sensación de que cada vez estamos más dominados por la tecnología y no al revés. Pero mientras el ciberpunk muestra un futuro apocalíptico y sin esperanza, el steampunk vuelve a una época positivista comprendida entre 1850 y 1910 donde la ciencia todavía no tenía connotaciones negativas y todo era posible”, explica Elisabeth Roselló, creadora de uno de los primeros blogs especializados (Steampunk y otros retrofuturismos) y comisaria de la exposición Steampunk que acoge actualmente el Museo de las Ideas y los Inventos de Barcelona (MIBA).


Ilustración de Keith Thomson.para la trilogía 'Leviathan'.
La corriente retrofuturista fue abrazada primero por recreacionistas históricos, góticos que, como reza un chascarrillo steampunk, habían descubierto el marrón, y cosplay (personas a las que les gusta disfrazarse de personajes de ficción) para después dar el salto a un público más amplio.
¿La prueba? Ya en 2009, la exhibición de artilugios steampunk organizada por el Museo de la Historia de la Ciencia de Oxford congregó a 80.000 visitantes, convirtiéndose en la más rentable de su historia hasta la fecha.
Junto a Reino Unido y Japón, Estados Unidos es uno de los países donde más tiempo lleva asentado el fenómeno. Allí, Leviathan, la trilogía cuya primera entrega acaba de publicar Edebé en España, entró directamente a la lista de los libros más vendidos. Quizá porque ejemplifica a la perfección la mezcla de aventura, historia y fantasía que seduce a los fanáticos del género. Su autor, Scott Westerfeld, responsable también de la saga Traición y uno de los escritores juveniles más vendidos de la última década según The New York Times, no olvida tampoco otra de las máximas del steampunk, la ucrónica. Es decir, la especulación sobre cómo sería el devenir histórico si un acontecimiento trascendente hubiese sido diferente de como en realidad fue. En este caso, la II Guerra Mundial. Mientras los alemanes combaten con monstruosas máquinas de vapor, el bando aliado, capitaneado por los darwinistas británicos, contraataca con animales rediseñados como armas y cuyo representante más peligroso es una ballena dirigible. Todos meticulosamente ilustrados por Keith Thomson.

La mezcla de aventura, historia y fantasía seduce a los fanáticos del género
Persuadida por el éxito que había conseguido fuera de nuestras fronteras y el interés que percibió dentro, Elena Valencia, editora de Edebé, decidió lanzarlo en España, donde las dos primeras entregas de laTrilogía victoriana, la serie  steampunk de Félix J. Palma, han vendido ya unos 100.00 ejemplares.El mapa del tiempo,que inaugura la saga, narra la historia de una agencia de viajes que ofrece al hombre victoriano la posibilidad de conocer el año 2000 y le ha valido el Premio Ateneo de Sevilla. Ha sido publicada en 24 países, despachado más de 150.000 ejemplares en Alemania y 30.000 en Japón y le ha hecho muy consciente del tirón que este subgénero tiene también España. Tanto que acaba de compilar 12 historias sobre autómatas y zeppelines firmadas por autores como Fernando Marías, José Carlos Somoza y Andrés Neuman en Steampunk: Antología retrofuturista (Fábulas de Albión).
Que esta corriente gana adeptos y funciona en España lo demuestra también iniciativas como la Primera Semana Retrofuturista que se celebrará en el Convento de Sant Agustí de Barcelona entre el 11 y el 16 de febrero. Pero aunque es ahora cuando empieza a ser conocido entre un público más amplio, el steampunk tiene más de tres décadas de historia.
El autor estadounidense de ciencia ficción K. W. Jeter acuñó el término en 1987 para tratar de englobar Las Puertas de Anubis, de Tim Powers; Homúnculo, de James Blaylock, y sus trabajos Morlock night e Infernal devices. Obras todas ellas ambientadas en el siglo XIX e inspiradas en La máquina del tiempo de H. G. Wells. Aunque, según Roselló, no sería hasta en 1991, con la publicación de La máquina diferencial, de William Gibson y Bruce Sterling, cuando la crítica reconoció al steampunk con la categoría de subgénero dentro del vasto universo de ciencia ficción. El cómic La liga de los hombres extraordinarios, de Alan Moore, se convirtió en 1999 en uno de sus títulos de referencia y abrió la puerta de esta corriente al gran público. Con la ayuda —como no podría ser de otra forma en una sociedad audiovisual y sin vapor— de éxitos cinematográficos como Wild, wild, west (1999), Van Helsing (2004) o Abraham Lincoln, cazavampiros (2012). Sin olvidar títulos menos taquilleros como Steamboy (2004), de Katsuhiro O-tomo, o Adèle y el misterio de la momia (2010), de Luc Besson.
En estas tres décadas de historia ha dado incluso tiempo a que surjan subgéneros dentro del subgénero. El weird west, que toma como referencia el western, o el steamgoth, más siniestro, son dos de los más populares a la vez que bizarros.


Ilustración de Keith Thomson.para la trilogía 'Leviathan'.
“El mestizaje entra la alta y la baja tecnología resulta siempre muy atractivo. Sucede con La guerra de las galaxias, ambientada en un futuro hiperdesarrollado, pero donde terminan luchando con espadas, aunque sean láser. Además, ver cómo funciona una máquina de vapor tiene mucho encanto y si a eso le sumas la estética de la época victoriana, atractiva al mismo tiempo que alejada de tu realidad, resulta exótico e irresistible”, apunta Jordi Ojeda, profesor de la Universidad de Barcelona especializado en divulgación científica a través de la ficción literaria.

En estas tres décadas de historia ha dado incluso tiempo a que surjan subgéneros dentro del subgénero
Así el steampunk ha llegado a todo tipo de productos de masas: desde la edición estadounidense de la revista Vogue al vídeo Turn me on del DJ David Gueta, saturando por el camino el taller de costura de Alassie. Especializada en vestuario para teatro y cine, no da abasto desde hace un par de años con tanto encargo retrofuturista. Las quedadas de aficionados que visten esta estética son cada vez más frecuentes en España, según asegura, y fomentan la creación de foros analógicos y digitales que, a su vez, retroalimenta la producción literaria del género. “Frente a la producción textil a gran escala, los steampunkers reivindican lo hecho a mano, además de la filosofía do it yourself (hazlo tú mismo). Recorrer los mercadillos y los anticuarios en busca de cosas, como mecanismos de latón, que la sociedad de hoy día no valora, pero que para ti son un tesoro, resulta muy adictivo. Mantenemos esa mentalidad antigua de aprovechar y reciclar lo máximo posible, de no desechar nada”, apunta la diseñadora.
Una filosofía, que, más de un siglo después, está más vigente que nunca y sirve de concepto aglutinante tanto para los autores como para los miembros de la comunidad steampunk a través de su crítica a la obsolescencia programada (la planificación por parte del fabricante del fin de la vida útil de un producto). “Supone una perversión de la ciencia y un atentado a los logros del ingenio humano para ceder a intereses capitalistas, que además han dañado la estructura social. En el siglo XIX nadie diseñaría una máquina buscando que se estropease a los cuatro años para obligar al consumidor a comprar una nueva”, sentencia Roselló.
Trilogía victoriana. El mapa del tiempo. Félix J. Palma. Algaida. 628 páginas. 22,45 euros. El mapa del cielo. Félix J. Palma. Plaza & Janés. 744 páginas. 21,90 euros.Leviathan. Scott Westerfeld. Traducción de Raquel Solà. Ilustración de Keith Thomson. Edebé. 472 páginas. 16,50 euros. Traición. Scott Westerfeld. Traducción de Nieves Nueno. Montena. 440 páginas. 15,95 euros. Steampunk: antología retrofuturista. Varios autores. Fábulas de Albión. 320 páginas. 21,15 euros. La máquina del tiempo.H. G. Wells. Traducción de Nellie Manso. Alianza Editorial. 114 páginas. 7,69 euros. La máquina diferencial. William Gibson y Bruce Sterling. Traducción de Carlos Lacasa. La Factoría de Ideas. 352 páginas. 15,00 euros. La liga de los hombres extraordinarios. Alan Moore. Ilustración de Kevin O’Neill. Planeta De Agostini. 416 páginas. 30 euros.