César Martín Ortiz
Éste es el principio del artículo, de Emilia González Fernández:
Dice José Jiménez Lozano, citando a Christian B., que la literatura es frecuentemente un gallinero. “Es siempre un ruido de gallinas el que se oye cuando se abre un libro, pero yo vi un día que existían también pájaros del Paraíso que cantan de una manera única… yo buscaba mi alma, es decir esa luz que cada uno debe dar antes de morir. La mayor parte aspira a la gloria, pero, cuando se ha visto otra luz, se ve que la primera no es nada…”.
César Martín Ortiz pertenecía a esa especie exquisita y rara de los pájaros del Paraíso. No residía aquí, pero de aquí era y aquí ha dejado a muchos admiradores de su obra y amigos del alma perplejos y anonadados por su temprana muerte: a los 52 años.
Profesor de Literatura, había sido destinado a Jaraíz de la Vera en Cáceres, pero su formación humana y académica eran salmantinas, de la promoción de Hispánicas del 81. También su familia aportó a esta ciudad toda una estirpe de filólogos como su propia madre, Adela Ortiz, que le alentó en su amor por las letras.
Siempre fue brillante, creativo en todo, recuerdo nuestras conversaciones en el café 'Novelty' en torno a lo que entendíamos era la Literatura de verdad. Por aquel entonces admirábamos a Anibal Núñez y criticábamos ya el mercantilismo que lastra y oscurece toda creación verdadera. A ella se dedicó en cuerpo y alma toda su breve vida, no quiso moverse de su lugar extremeño y allí, autoexiliado, amó, sufrió y escribió, también enseñó a no pocos estudiantes esa Literatura verdad con la que los deslumbraba. Era un seductor con tres armas fundamentales: la inteligencia, la sensibilidad y una personalidad inolvidable. Quizá fuera un romántico moderno o un místico contemporáneo implacable en su lucidez, como implacable fue también en sus convicciones éticas.
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