Ángel García López
De todos los lugares donde hicimos
arder tu juventud, recuerdo como
sitio nunca olvidable la bañera,
a la cual me llevaste -yo tan limpio
de cuerpo y corazón- con el sigilo
de darme a conocer, líquido, el fuego.
Y, en verdad, conocí cuánta y distinta
puede la lava ser en los volcanes.
Fue tan perfecta la ocasión de amarnos
igual que los delfines en el agua
-ahogándonos a ratos y creciendo
por encima del mar: muslos convictos,
senos en desazón, piel en naufragio,
la hirviente red en la que el pez moría-,
que, desde entonces, casi medio año
-limpio de corazón y no de cuerpo-,
no me he vuelto a bañar
por olvidarte.
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