sábado, 18 de septiembre de 2010

CUENTO. "La lámpara voladora", de Óscar Alfaro (Bolivia, 1921-1963)

Óscar Alfaro

LA LÁMPARA VOLADORA
La luciérnaga volaba sobre un rosal florido, cuando distinguió a una golondrina clavada en las espinas. In­mediatamente bajó sobre ella y le dijo:
-¿Qué puedo hacer por ti, hermana?
-Alúmbrame, por favor, para que desprenda mis alas de las espinas.
-Te alumbraré aunque sea toda la noche.
Y allí se quedó derramando su luz a raudales.
La golondrina pronto desclavó sus alas y trató de volar al cielo abierto. La luciérnaga siguió tras ella, ardiendo como una chispa.
-Te agradezco con toda el alma y no olvidaré este favor en mi vida -dijo entonces la golondrina.
-No tienes por qué hacerlo. Dime dónde quieres viajar y yo alumbraré tu camino, hasta que brille el sol y ya no precises de mi humilde fulgor.
-Mis hermanas han volado hacia el Norte y acam­paron en el Valle de la Luna.
-Vamos entonces, sin pérdida de tiempo -dijo la luciérnaga y se posó en la cabeza de la golondrina, como un lunar de oro.
Volaron así y al amanecer llegaron a un hermoso valle cuajado de aromas.
-Aquí están mis hermanas -dijo la golondrina ale­gremente.
Las demás batieron las alas, en señal de bienvenida.
-Vengan todas, que quiero presentarles a mi salva­dora -dijo la recién llegada.
Inmediatamente se reunió el congreso de golondri­nas en el mismo árbol, el cual se tiñó de negro y blanco. Allí nuestra amiga dio cuenta de cómo había sido salva­da por la luciérnaga. Entonces todas agacharon la cabe­za en acción de gracias. Pero la pequeña dijo que había cumplido simplemente su deber y se vino de vuelta.
Cuando ya llegaba a su pueblo natal, la vio un mur­ciélago y la atajó en pleno vuelo.
-¿De dónde vienes tan cansada? -le preguntó.
He volado toda la noche, acompañando a una go­londrina extraviada que quería alcanzar a sus herma­nas.
-¿Prestas tu luz a quienes no ven en las noches?
-Así es.
-¡Pero qué buena idea! Yo estoy perdiendo la vista de puro viejo. Y en adelante me servirás para encontrar a las víctimas que me dan su sangre.
-No daré mi luz para tal cosa.
-Pues lo harás por la fuerza -dijo el murciélago y la atrapó con los dientes.
Desde entonces el vampiro volaba todas las noches echando llamaradas por la boca como un verdadero demonio. Y la luciérnaga se veía obligada a iluminar su cadena de delitos. Ella misma estaba manchada de sangre y se sentía culpable.
Una noche pensó en usar de la astucia para librarse de él y le dijo:
-Yo sé de un lugar donde todos los animales tienen la sangre dulce como la miel.
-¡Sangre tan dulce como la miel!... Dime dónde queda ese lugar porque ya estoy cansado de la mala sangre que aquí chupo de los cerdos y caballos.
-Te llevaré, pero deja de aprisionarme en tu boca, que ya me asfixias, y permite que me pose en tu frente, como lo hice con la golondrina.
El vampiro accedió y de inmediato iniciaron el via­je. Volaron toda la noche y, cuando comenzaba a clarear, descendieron al Valle de la Luna.
-¡Qué bello lugar! -comentó el vampiro-. Se me hace agua la boca, pensando en la sangre que voy a chupar...
-Lo harás a la noche. Ahora acércate a ese árbol grande, donde duermen las golondrinas.
-¿Para qué?
-Tengo que darles un encargo.
El murciélago se acercó sin la menor sospecha. Y la luciérnaga entonces gritó:
-¡Socorro! ¡Sálvenme de este bandido que me tiene cautiva!...
-¡Cállate o te trago entera! -dijo el murciélago y otra vez la atrapó con los dientes.
Pero las golondrinas habían reconocido a su bien­hechora y se lanzaron furiosas sobre el vampiro.
-¡Ha sonado tu hora, diablo volador!...
Y a picotazos le hicieron abrir la boca. De allí salió la luciérnaga, como un lucero que salta del cuerpo de la noche.
-Yo soy ahora quien debo agradecerles -dijo la pobrecilla, derramando lágrimas de luz.
-No tienes por qué. Sólo hemos pagado nuestra deuda -contestaron las golondrinas.
El murciélago voló a ocultarse en una cueva. Y la luciérnaga, libre, cruzó el cielo como si fuera la estrellita más pequeña del amanecer.

1 comentario:

Anónimo dijo...

no le entendi :)