lunes, 19 de abril de 2010

PRENSA. "Veinte años de Telecinco", por Joaquín Pérez Azaústre

Joaquín Pérez Azaústre

Hoy, en "El Día de Córdoba":

Veinte años de Telecinco


Joaquín Pérez Azaústre
Actualizado 19.04.2010

Veinte años de Telecinco, veinte años de nada. Ojalá hubieran sido veinte años de nada, veinte años de vacío, veinte santos años de desaparición. Si hay algo que ha quedado claro en el modelo social -hijo bastardo- de la televisión privada española, muy especialmente en Telecinco, es que su aparición no sólo no ha mejorado la realidad previa, sino que la ha dejado considerablemente peor. Estoy casi seguro de que somos mucho peores ahora que hace veinte años, como sociedad y población, como consumidores de cultura, como agentes activos y pasivos de una suerte extraña de ética ciudadana que también se desprende en la pantalla. Hace veinte años, los personajes que ahora están en el imaginario colectivo eran, sencillamente, inimaginables, y sin ellos vivíamos mucho mejor. Gracias a Telecinco, y en muy menor medida a Antena 3, cualquier excremento de la sociedad puede adquirir carta de naturaleza como personaje de interés público, cuando en realidad no lo tiene, para poder incorporar después toda esa soberbia espabilada que suele lucir siempre el nuevo rico que ha llegado al dinero no por el talento o el trabajo, sino por ese lujo que es la casualidad manejada por unos cuantos cínicos. Cualquier personajillo que injurie, que calumnie, que grite y vocifere, cualquier personajilla que haya atrapado a un hombre famoso con un embarazo súbito -es el nuevo bombo prolongado y múltiple, porque se podrá exprimir el bautizo, la comunión y el trato con los otros hijos del famoso, y con la nueva esposa, y hasta luego las fiestas escolares, los novios primerizos, o si después va a la universidad, algo de entrada dudable-, tiene reservado un sitio preferente en la nueva parada de los monstruos.
En el fondo me importa bastante poco la vida de esta gente. Pero, mientras compruebo cómo los profesores de instituto, con su labor vocacional y honrada, o desde las diputaciones y las consejerías de Cultura -muy especialmente en Andalucía- con el Plan de Fomento de la Lectura y el ministerio, se hace un esfuerzo ímprobo y difícil por acercar la gran cultura al niño, la familiaridad con la palabra escrita, con su dicción poética y su aplomo, y su encuadre semántico, todo este trabajo colectivo es arrasado por un solo minuto de pantalla. Claro que el culpable no es el monstruo, que ni siquiera comprende su propio devenir grotesco, dando las campanadas o intentado encadenar dos pasos de baile sin caerse. El culpable es quien está detrás, quien sabe que está vendiendo mierda de caballo envuelta en celofán de cirugías heroicas. Nos lo ha dejado Telecinco en estos veinte años: un elenco olvidable que ha vendido a la juventud el modelo del enriquecimiento sobre el fango disfrazado de experimento sociológico. Ahora pienso en Juan Ramón Jiménez. ¿Hoy escribiría? Felicidades a los supervivientes.

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