EXPOSICIÓN / 'LEER BIEN PARA VIVIR MEJOR'
Lampedusa, la lucidez de la decadencia
JUAN ÁNGEL JURISTO | Publicado:
Hasta el 17 de febrero podemos gozar en la Casa del Lector, en Matadero Madrid, de la exposición Giuseppe Tomasi de Lampedusa (Palermo, 1896-Roma, 1957) Leer bien para vivir mejor, que, comisariada por la crítica literaria Mercedes Montmany y el hijo adoptivo de Lampedusa, Gioacchino Lanza Tomasi, tiene por objeto acercar al lector español a la vida de uno de los autores más acertados, precisos y raros de la literatura italiana del siglo XX, que fue ávido lector toda su vida y que sólo durante los últimos cuatro años de existencia tuvo a gala hacer creación literaria.
El resultado fue un libro de relatos de inusitada belleza y una novela, El Gatopardo, que pasa por ser una de las joyas literarias del pasado siglo y creador de una de las frases más citadas por políticos y periodistas del mundo entero, cita, además que suele estar equivocada: “Si queremos que todo siga igual, es preciso que todo cambie”, ya que es frase que se achaca al Príncipe de Salina, cuando en realidad se lo dice a éste su sobrino Tancredi, que se había enrolado en las fuerzas garibaldinas, y que en la novela se necesitan cuatro páginas para que el viejo aristócrata comience a entrever las ventajas de semejante postura práctica, cínica o simplemente real como la política misma.
Sobre ese apreciable error habló en la presentación de la inauguración César Antonio Molina, director de la Casa del Lector y lampedusiano confeso, que se refirió a que es una de las frases más tergiversadas de la historia de la literatura . En la presentación hubo mucho lector del escritor siciliano, amén de varios italianos residentes en la ciudad, y varios escritores como José Esteban, Juancho Armas Marcelo, editores como la viuda de Jaume Vallcorba, que adelantó que Acantilado sacará próximamente una nueva edición de las obras de Lampedusa y figuras como Guillermo de la Dehesa.
Giuseppe Tomasi, “el ciudadano Tomasi” −como le llamaba Leonardo Sciascia para rebajarle su condición de descendiente de la vieja oligarquía sicialiana, y que más tarde, fascinado por su obra, se arrepintió de ese republicano tratamiento hecho para provocar− era hombre que achacaba los problemas de Italia a su pasión melodramática por la ópera, a la que odiaba. Eso lo recalcó su hijo adoptivo Lanza Tomasi, que dirige la Ópera de San Carlos de Nápoles y que terminó casi dando la razón a su padre cuando repitió, con dolor, que la incuria era parte integrante de la condición de los sicilianos. Baste un dato familiar: la casa de los Lampedusa, en Palermo, fue bombardeada en la II Guerra Mundial y, a día de hoy, sigue en ruinas y con peligro de derrumbamiento. Metáfora de la condición de una estirpe encardinada en una isla que es esencia misma de la decadencia secular de esa tierra, dominada por la mafia y la indiferencia más acusada. Isla que, sin embargo, ha dado una pléyade de escritores que se cuentan entre los más notables de Italia: un mapa de la isla recortada en una de las paredes nos recordaba esos nombres, desde el escritor de El Gatopardo al poeta Quasimodo, pasando por Giovanni Verga, Vitaliano Brancati, Vincenzo Consolo y, cómo no, Luigi Pirandello. Nómina espléndida.
La muestra es un recorrido intelectual por un escritor que es autor de escasos libros, el de relatos, la novela que le hizo famoso y un libro de crítica literaria, sobre Stendhal −de quien decía que cuando leía la Cartuja, le parecía la mejor novela de su autor hasta que volvía a Rojo y Negro, y viceversa− Shakespeare, Miguel de Cervantes, Quevedo, que es un modelo de cómo hay que leer, ya que Lampedusa fue, sobre todo, un lector ávido que no dejaba de llevar los libros de su biblioteca, 4.000 volúmenes, a ser leídos en una cafetería próxima a su domicilio mientras abría su sempiterna caja de pastas.
Giuseppe Tomasi, cuando se decidió a dejar constancia del legado de su estirpe en una novela, fue acusado por la intelectualidad de izquierdas de decadente y reaccionario, representante de una clase felizmente en vías de extinción, y su obra fue convenientemente boicoteada por la gente de Einaudi, hasta que Giorgio Bassani, hombre muy respetado, rescató la joya y, bajo su auspicio, fue publicada por Feltrinelli, a la sazón editor izquierdista muy reputado, que supo de las cuitas del aristócrata y de su primo poeta en Milán gracias al testimonio de Bassani, que fue lugar donde le conoció en un Congreso de Escritores. Esa primera edición de la novela se expone, al igual que muchos libros pertenecientes a la biblioteca de Lampedusa, afrancesado confeso, que adoraba Stendhal, La Rochefoucauld, Pascal, La Fontaine, y nos dejó páginas definitivas sobre la lectura de las obras de estos autores, pero también de otras literaturas secretas, así, la española, como confesó su hijo adoptivo en un español estupendo y que recibió desde joven las clases magistrales sobre Quevedo, Cervantes, Santa Teresa y San Juan de la Cruz que le daba su padre, ese hombre que no dejaba de leer y comer pastas y que estaba casado con una aristócrata lituana que le catalogaba los libros, y que, en el fondo, no quiso nunca ser el gran escritor que terminó siendo.
La muestra acoge manuscritos de la novela, trazos claros, nítidos, aprovechando los márgenes de la libreta, se expone la parte del famoso dicho de Tancredi, así como agendas, pitilleras que pertenecieron a su antepasado, el personaje en que se basó para el Príncipe de Salina.
¿Hay que decir que Burt Lancaster y Alain Delon están presentes en la muestra con fotos magistrales de la película de Luchino Visconti? Este es otro capítulo. También magistral. No me atrevo a poner la novela por encima del film. Hay ocasiones en que prefiero la película. En cualquier caso, dos obras maestras realizadas por dos aristócratas, uno decadente, el otro, también, pero comunista. Cosas así ya no se producen.
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