En estas últimas semanas he tenido reuniones con docentes, inspectores de educación, representantes de Administraciones educativas, medios de comunicación, fundaciones, y familias. Hay un extendido sentimiento de desánimo e irritación respecto a la situación de nuestro sistema educativo. Pero no reaccionamos. Pasan los años y todo sigue igual. Y lo malo es que no se avizora ningún cambio. La nueva ley ha paralizado la escuela durante una legislatura, ha provocado confusión con sus improvisaciones y desajustes, nadie sabe si va a haber dinero para implantarla el año que viene, y, por si fuera poco, la oposición en bloque ha dicho que la va a cambiar, con lo que comenzaremos otra vez el círculo perverso en el que giramos desde hace decenios. Nuestro sistema es mediocre y está estancado. Los resultados de las evaluaciones internacionales así lo atestiguan. Y me temo que va a seguir así, si ponemos nuestra esperanza en los gobiernos de turno, porque ninguno lo ha hecho bien. El problema de España en los últimos años –hasta la llegada de los recortes– no ha sido de presupuestos, sino de gestión. Ahora se han unido los dos, pero la gestión sigue siendo el problema primordial.
Sin embargo, no podemos resignarnos a la queja y al discurso depresivo, que al final acaba siendo cómodo. Creo que es el momento de iniciar una movilización educativa de la sociedad. Tenemos que saber que el mundo va muy rápido, que nuestros niños y adolescentes no pueden perder más tiempo, que estamos jugando con su futuro, y eso es indecente, y también con el nuestro, y eso es suicida. En el fondo, a pesar de las múltiples declaraciones, nadie se cree que esto de la educación es serio. Basta comprobar que nunca aparece en las encuestas sobre las preocupaciones de los españoles. Y, sin embargo, de ella depende nuestro futuro.
¿En qué consiste la movilización educativa que impulsamos desde la Fundación UP? En primer lugar, pretende llamar la atención de la ciudadanía hacia la importancia de la educación. En segundo lugar, aspira a liberarla de la resignación, señalando un objetivo claro y viable. Tenemos que saber lo que podemos esperar y lo que debemos exigir. La propuesta que hacemos es la siguiente: el sistema educativo español puede convertirse en un sistema de alto rendimiento en el plazo de cinco años, con el presupuesto que tenía antes de los recortes, aproximadamente el 5% del PIB. No hay excusas para no conseguirlo y, sin embargo, todo hace prever que no se conseguirá si no exigimos a los políticos que se comprometan a hacerlo antes de las elecciones. El hecho de que se nos avecina un año electoral me anima a hablar ahora de la movilización. Entre todos debemos conseguir que la educación sea un tema prioritario en las campañas.
¿En que se concretaría ese objetivo de la movilización? Hay algunas metas claras. La primera, rebajar las cifras de abandono escolar a las tasas medias europeas, alrededor del 10%. Otra es mejorar la calidad en las aulas. A pesar de sus defectos, me referiré al índice PISA porque nos permite una comparación internacional, y nos proporciona una serie temporal desde el año 2000. No es la Biblia y, por lo tanto, se puede mejorar con otros índices que tenemos (PIRLS, TIMSS, CIVICS,TEDS-M, TALIS, ETC.). El BBVA utiliza en sus estudios el “Índice de desarrollo educativo”, que maneja otras variables. Y UNICEF publica el interesantísimo índice de “Bienestar educativo y bienestar infantil”, en el que, por cierto, estamos descendiendo vertiginosamente. Pero a efectos orientadores, me referiré al PISA. El objetivo sería acercarnos en cinco años a los primeros puestos de la OCDE.
Ya saben que PISA se ha realizado en 65 países, de los cuales 35 son de la OCDE. En el ranking global, el primer puesto lo ocupa Shangai con 613 puntos. Finlandia, nuestro referente preferido, obtuvo 519, que es un nivel alcanzable por España, que obtuvo 484. De hecho, no hay que olvidar que siete comunidades autónomas españolas superan la media de la OCDE, y que algunas se acercan a las cifras finlandesas. Entre las comunidades españolas hay una diferencia de hasta 55 puntos. Hay una tercera meta indispensable: organizar y prestigiar una educación profesional de calidad. Proponemos, por lo tanto, que el objetivo a cinco años podría ser triple: rebajar al 10% la tasa de abandono escolar, subir 35 puntos en PISA y organizar una educación profesional de calidad.
Un progreso a cinco años vista
¿Por qué mantenemos que se puede hacer en cinco años? Porque así lo han hecho otras naciones, como los informes McKinsey señalan. Además, en España algunas comunidades han tenido progresos parecidos. En tres años, Navarra pasó de 480 a 500 puntos. Por último, la mejora de los centros puede hacerse en un plazo menor, y estos son el fundamento del sistema.
En educación no hay milagros, pero tampoco enigmas. Lo que tenemos que hacer es aplicar a nuestro país lo que ha funcionado en otras naciones. Los Gobiernos españoles han creído que las leyes bastaban para cambiar un sistema, lo que es un tipo de superstición como otra cualquiera. La única forma de hacerlo es con una gestión educativa eficaz y brillante. Lo principal para cambiar un sistema educativo es conseguir excelentes equipos directivos, formar y seleccionar a los profesores –atrayendo a la gente más valiosa mediante el diseño de una carrera profesional–, la atención inmediata a los alumnos que se retrasan, la evaluación y la publicación de resultados, y la autonomía de los centros. Ninguna de estas medidas es especialmente cara y, por lo tanto, no vale la excusa económica..
¿Es esto suficiente? No, porque la escuela no es una burbuja, está influida por muchos factores sociales y económicos. Los programas que han tenido más éxito en la prevención de la marginación escolar han estado dirigidos a familias en riesgo, lo que exige la colaboración de los servicios sociales y de salud. Tampoco basta con esto. La educación formal –la escuela– se da en un entorno de educación informal, en el que todos participamos. Por eso, para educar a un niño hace falta la tribu entera. Y para educar bien a un niño hace falta una buena tribu. Si iniciamos esta movilización desde la Fundación Universidad de Padres, es porque queremos contar con ellos, porque son la mayor fuerza social. Tenemos ocho millones de alumnos no universitarios, lo que convierte a las familias en la mayor fuerza social. Pero no sólo los padres, sino el resto de la sociedad está implicada en la educación, porque de ella depende no sólo el bienestar, sino el futuro económico de las naciones.
La revolución puede comenzar en el aula. (Efe)
¿Quién debe iniciar el cambio educativo? Los cambios importantes siempre han sido de abajo arriba y de arriba abajo. No siempre en este orden. La movilización educativa implica que se puede empezar a muchos niveles. Un profesor puede comenzar el cambio en su aula. Los centros pueden emprender proyectos de mejora, como están haciendo muchos. Los municipios, aunque no tienen competencias escolares, pueden ser agentes educativos prioritarios en algunas circunstancias. Por eso, pueden diseñarse proyectos educativos para ciudades. Las comunidades, que tienen transferidas las competencias educativas, deben tener el máximo protagonismo. La diferencia que hay entre comunidades demuestra que hay Gobiernos más y menos eficientes en educación. Por último, el Gobierno de la nación puede fomentar, incentivar, organizar, financiar, toda esta movilización.
Hay, por supuesto, otros agentes educativos con los que hay que contar. En primer lugar, las familias, que deben cumplir sus tareas educativas, colaborar con la escuela, y exigir a los políticos. Después, muchas instituciones de la sociedad civil. De hecho, muchas ya lo hacen. Acabo de leer que la Guardia Civil ha dado 35.000 charlas este año en colegios sobre la seguridad en internet. Papel importante tienen las fundaciones de carácter educativo, a las que animamos a elaborar un plan conjunto de ayuda a la educación. Mención especial merecen los sindicatos, que deben pensar en la calidad de la educación, y no sólo en defender intereses corporativos, y, por supuesto, los medios de comunicación.
Ante un problema social, lo más fácil es decir “¡A ver si lo arreglan!”. Sin embargo, lo más eficaz es preguntarse: “¿Qué puedo hacer yo para arreglarlo?”. Estoy seguro de que la iniciativa que les presentamos es conveniente y viable. Por eso necesitamos su ayuda. Aquí, en El Confidencial, intentaremos proporcionar información, hablar con expertos, y animar a los ciudadanos para que la educación sea el tema estrella de la cadena de elecciones políticas que se avecinan. ¿Contamos con usted?
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