Carlos Boyero
El perdón
CARLOS BOYERO 10/12/2011
Cuenta Woody Allen en su última película que al llegar la medianoche a París pueden ocurrir cosas tan improbables como que en determinada calle se te aparezca el esplendor artístico de los años veinte. Y si tu sueño es habitar otra época en la que estás convencido de que te divertirías mucho, conocerías a gente fascinante y serías feliz, pues tampoco hay problema, directo a la belle époque. Pasada la euforia de ese soñador que ha atrapado su sueño, este se plantea que en ese pasado no existía la novocaína al acudir al temible dentista, ni los antibióticos enfrentándose a las devastadoras bacterias, ni esas que hacen desaparecer el dolor o hacen mucho más lento el camino hacia la tumba. Consecuencia: vuelve echando leches a ese mundo actual que no le gusta, con tristeza al separarse de un amor que ha decidido quedarse en el pasado, lo superará.
Y piensas que determinadas enfermedades tuvieron aureola literaria, aunque desapareciera en el caso de los pobres con los que se habían cebado. Que la tuberculosis podía ser la consecuencia de haberse puesto hasta arriba de todo. Y que la enloquecedora sífilis podía ser el resultado de haber follado cantidad y que me quiten lo bailao. Incluso la malaria también podemos asociarla a los viajeros poéticos, al aventurero vocacional, tiene aroma épico.
Estados Unidos acaba de pedir perdón a una gente muy lejana. Está de moda el arrepentimiento. La Iglesia católica también pide disculpas por haber violado a tantos indefensos críos. ¿Y por qué hinca la rodilla y suplica redención Obama? Por los nobles afanes de la ciencia entre 1946 y 1948 (sí, después de haber fundido a los villanos nazis) para erradicar la sífilis y la gonorrea. Una eminencia de la medicina norteamericana hizo múltiples experimentos para destruir esas pestes ancestrales. ¿Utilizaron como cobayas a sus queridas madres, a sus mujeres, a sus niños, a ellos mismos? No se les ocurrió, demasiada implicación personal, no es científico. Fueron a Guatemala y experimentaron con niños huérfanos, con enfermos mentales, con las putas más tiradas. Y les jodieron para siempre. ¿Por qué Kurtz solo podía decir: "El horror, el horror"?
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