Manuel Rodríguez Rivero
Cuartas de cubierta
MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO 30/11/2011
Como suele ocurrir con lo que se tiene por seguro, durante demasiado tiempo hemos prestado escasa atención a los elementos que hacen que un libro sea precisamente un libro, y no solo un "texto". Además de por su materialidad más evidente, todo libro está constituido por otros ingredientes (también textuales) que no forman parte de la creación intelectual del autor, pero que contribuyen a arroparla y presentarla al público.
La crisis del libro tradicional, que en realidad no es otra que la de su papel hegemónico en la cultura de lo escrito, ha suscitado un nuevo interés hacia todo lo que le rodea. El objeto-libro se nos revela hoy como una magnífica obra de ingeniería, uno de esos inventos axiomáticos que nadie puede mejorar y en el que todos sus componentes cumplen una función exacta e imprescindible. Aumenta la curiosidad, mezclada con cierta nostalgia preventiva, no solo hacia la materialidad de los libros sino también hacia esas convenciones que han ido fijando su apariencia definitiva, desde portadas y portadillas hasta el colofón.
Una parte importante de todo libro es el conjunto de elementos que Gérard Genette ha llamado paratextos, y cuya misión es servir de vestíbulo entre el adentro y el afuera de cada obra y, aún más, entre su autor y el lector. Entre los paratextos internos del libro se encuentran, desde luego, los de las cubiertas y sobrecubiertas, los del lomo, los de las solapas y, quizás (también participan de lo externo) los de las fajillas o vitolas. Cuando uno entra en una librería a curiosear, esos paratextos revelan toda su importancia. Ellos pueden decidir la elección del libro, y de ellos depende en buena medida lo que se denomina compra por impulso.
La cuarta de cubierta es el espacio donde suelen ubicarse los mensajes paratextuales más específicos del editor. Su origen se encuentra en las antiguas notas de prensa (las célebres prière d'inserer) que se enviaban a críticos y periodistas para "ayudarles" o "inspirarles" en su función prescriptora. Más tarde, pasaron a ser incluidos en el exterior del libro, donde podían ser leídos por todos. Su finalidad es enaltecer la obra e incitar a su lectura (y a su compra), mediante unos pocos párrafos que pretenden resumir su contenido y enfatizar sus méritos.
Esa última función no siempre se logra, a veces porque quienes los redactan (incluidos los del departamento de mercadotecnia) no se dan cuenta de su importancia y los tratan perfunctoriamente. A menudo se introducen tópicos retóricos y grandilocuentes que actúan como desganados mantras: así, en los años setenta y ochenta se usaba mucho en las "contras" de las novelas, y viniera o no a cuento, lo de los "abismos de la condición humana"; en los noventa, lo de que la narración "funciona como un reloj", o que tal o cual ensayo "se lee como una novela"; y, hoy día, se abusa del cliché que advierte que el libro cuenta una "historia de redención". Un ejercicio que suelo practicar a menudo, y que recomiendo a todos los asiduos de las librerías, es pasarse un buen rato leyendo con sentido crítico (y del humor) los textos de contracubierta. En conjunto permiten hacerse una idea de las ideas-fuerza (es un decir) que los editores utilizan para recabar la atención de los consumidores. Claro que, a menudo, logran lo contrario de lo que pretenden. Un buen amigo me contaba hace poco que había estado a punto de adquirir las memorias de cierto escritor extranjero que había estado repetidas veces en nuestro país. El autor le interesaba, la cubierta era atractiva, la letra legible. Pero lo volvió a dejar en la mesa de novedades cuando leyó, en los paratextos de la cubierta, que en el libro se hablaba de la "esencia de España" y del "misterio insondable" de los españoles. Ya ven, un ejemplo de rechazo por impulso.
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