Un 1 de abril de 1939 dicen que finalizó la Guerra Civil Española.
Mucha literatura aparece relacionada con ella. Veamos una parte infinitesimal:
1. Miguel Hernández:
Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes. Tristes.
Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes. Tristes.
Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes. Tristes.
2. De Miguel Hernández, dedicado a la muerte de Federico García Lorca:
Elegía primera
Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas,
y en traje de cañón, las parameras
donde cultiva el hombre raíces y esperanzas,
y llueve sal, y esparce calaveras.
Verdura de las eras,
¿qué tiempo prevalece la alegría?
El sol pudre la sangre, la cubre de asechanzas
y hace brotar la sombra más sombría.
El dolor y su manto
vienen una vez más a nuestro encuentro.
Y una vez más al callejón del llanto
lluviosamente entro.
Siempre me veo dentro
de esta sombra de acíbar revocada,
amasado con ojos y bordones,
que un candil de agonía tiene puesto a la entrada
y un rabioso collar de corazones.
Llorar dentro de un pozo,
en la misma raíz desconsolada
del agua, del sollozo,
del corazón quisiera:
donde nadie me viera la voz ni la mirada,
ni restos de mis lágrimas me viera.
Entro despacio, se me cae la frente
despacio, el corazón se me desgarra
despacio, y despaciosa y negramente
vuelvo a llorar al pie de una guitarra.
Entre todos los muertos de elegía, sin olvidar el eco de ninguno,
por haber resonado más en el alma mía,
la mano de mi llanto escoge uno.
Federico García
hasta ayer se llamó: polvo se llama.
Ayer tuvo un espacio bajo el día
que hoy el hoyo le da bajo la grama.
¡Tanto fue! ¡Tanto fuiste y ya no eres!
Tu agitada alegría,
que agitaba columnas y alfileres,
de tus dientes arrancas y sacudes,
y ya te pones triste, y sólo quieres
ya el paraíso de los ataúdes.
Vestido de esqueleto,
durmiéndote de plomo,
de indiferencia armado y de respeto,
te veo entre tus cejas si me asomo.
Se ha llevado tu vida de palomo,
que ceñía de espuma
y de arrullos el cielo y las ventanas,
como un raudal de pluma
el viento que se lleva las semanas.
Primo de las manzanas,
no podrá con tu savia la carcoma,
no podrá con tu muerte la lengua del gusano,
y para dar salud fiera a su poma
elegirá tus huesos el manzano.
Cegado el manantial de tu saliva,
hijo de la paloma,
nieto del ruiseñor y de la oliva:
serás, mientras la tierra vaya y vuelva,
esposo siempre de la siempreviva,
estiércol padre de la madreselva.
¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla,
pero qué injustamente arrebatada!
No sabe andar despacio, y acuchilla
cuando menos se espera su turbia cuchillada.
Tú, el más firme edificio, destruido,
tú, el gavilán más alto, desplomado,
tú, el más grande rugido,
callado, y más callado, y más callado.
Caiga tu alegre sangre de granado,
como un derrumbamiento de martillos feroces,
sobre quien te detuvo mortalmente.
Salivazos y hoces
caigan sobre la mancha de su frente.
Muere un poeta y la creación se siente
herida y moribunda en las entrañas.
Un cósmico temblor de escalofríos
mueve temiblemente las montañas,
un resplandor de muerte la matriz de los ríos.
Oigo pueblos de ayes y valles de lamentos,
veo un bosque de ojos nunca enjutos,
avenidas de lágrimas y mantos:
y en torbellino de hojas y de vientos,
lutos tras otros lutos y otros lutos,
llantos tras otros llantos y otros llantos.
No aventarán, no arrastrarán tus huesos,
volcán de arrope, trueno de panales,
poeta entretejido, dulce, amargo,
que al calor de los besos
sentiste, entre dos largas hileras de puñales,
largo amor, muerte larga, fuego largo.
Por hacer a tu muerte compañía,
vienen poblando todos los rincones
del cielo y de la tierra bandadas de armonía,
relámpagos de azules vibraciones.
Crótalos granizados a montones,
batallones de flautas, panderos y gitanos,
ráfagas de abejorros y violines,
tormentas de guitarras y pianos,
irrupciones de trompas y clarines.
Pero el silencio puede más que tanto instrumento.
Silencioso, desierto, polvoriento
en la muerte desierta,
parece que tu lengua, que tu aliento,
los ha cerrado el golpe de una puerta.
Como si paseara con tu sombra,
paseo con la mía
por una tierra que el silencio alfombra,
que el ciprés apetece más sombría.
Rodea mi garganta tu agonía
como un hierro de horca
y pruebo una bebida funeraria.
Tú sabes, Federico García Lorca,
que soy de los que gozan una muerte diaria.
3. Un poema anónimo, de 1938:
Pájaros negros
Noche de pena en la noche
elocuente de silencio;
noche de pena vestida
con pena de manto negro.
La ciudad toda tapada
con las sombras del recelo
es una sombra de sombras
acechando en el acecho;
entre tanto, aquella madre,
abrazada a su pequeño,
lo mece en la dulce cuna
de sus dos brazos morenos.
Y el niño... ¿Qué sueña el niño,
envuelto en calor de pecho,
mecido por dulces brazos,
besado por labios buenos?
¡Qué tranquilo que está el niño,
duerme que duerme durmiendo!
¿Y qué ha pasado en la noche
que se han roto los silencios?
¡Cuidado, madre, cuidado,
que graznan pájaros negros,
llevando latir de muerte
en el corazón de hierro!
¡Ten cuidado, madrecita,
y abraza fuerte al pequeño,
que se ha rasgado la noche
con llamaradas de incendio,
y una lluvia de explosiones
asesina los silencios!
Pero la madre callada
sólo tiene un pensamiento:
que el niño no despierte,
que no se asuste el pequeño,
que siga tranquilo el niño
duerme que duerme durmiendo.
Preciosa carga que lleva
entre sus brazos morenos
la madre que, silenciosa,
cruza la calle corriendo.
Y desde el refugio oye
cómo los pájaros negros
rugen rabia de metralla
sobre la ciudad en sueño;
la ciudad llena de niños,
de mujeres y de viejos:
la Guerra, según la entienden
los asesinos del pueblo;
los que se dijeron hijos
de España, pero mintieron,
que nadie clava a una madre
los puñales traicioneros.
Tú bien sabes, madrecita,
abrazada a tu pequeño,
quiénes amamos a España
y cómo la defendemos,
¡ay, mujer, con toda el alma!
¡ay, mujer, con todo el cuerpo!
Lo mismo que tú, lo sabe
tu valiente compañero,
que allá en un frente lejano
virilmente pone el pecho
con muralla invencible
ante los traidores esos
que, al grito de «¡Arriba España!»,
a España la están hundiendo.
Tú bien sabes, madrecita,
y sabe tu compañero,
que luchamos por tu hijo,
por el mío, porque ellos,
los niños de nuestra España,
los niños del mundo entero,
tengan un bello futuro,
vivan en un mundo nuevo,
y sabiendo que nosotros
supimos luchar por ellos,
¡ay, mujer, con toda el alma!
¡ay, mujer, con todo el cuerpo!
Por eso tú, madrecita,
que sabes que venceremos,
sin miedo a nada ni a nadie
abraza fuerte al pequeño,
mécelo en la dulce cuna
de tus dos brazos morenos...
Noche de pena en la noche
elocuente de silencio;
noche de pena vestida
con pena de manto negro.
La ciudad toda tapada
con las sombras del recelo
es una sombra de sombras
acechando en el acecho;
entre tanto, aquella madre,
abrazada a su pequeño,
lo mece en la dulce cuna
de sus dos brazos morenos.
Y el niño... ¿Qué sueña el niño,
envuelto en calor de pecho,
mecido por dulces brazos,
besado por labios buenos?
¡Qué tranquilo que está el niño,
duerme que duerme durmiendo!
¿Y qué ha pasado en la noche
que se han roto los silencios?
¡Cuidado, madre, cuidado,
que graznan pájaros negros,
llevando latir de muerte
en el corazón de hierro!
¡Ten cuidado, madrecita,
y abraza fuerte al pequeño,
que se ha rasgado la noche
con llamaradas de incendio,
y una lluvia de explosiones
asesina los silencios!
Pero la madre callada
sólo tiene un pensamiento:
que el niño no despierte,
que no se asuste el pequeño,
que siga tranquilo el niño
duerme que duerme durmiendo.
Preciosa carga que lleva
entre sus brazos morenos
la madre que, silenciosa,
cruza la calle corriendo.
Y desde el refugio oye
cómo los pájaros negros
rugen rabia de metralla
sobre la ciudad en sueño;
la ciudad llena de niños,
de mujeres y de viejos:
la Guerra, según la entienden
los asesinos del pueblo;
los que se dijeron hijos
de España, pero mintieron,
que nadie clava a una madre
los puñales traicioneros.
Tú bien sabes, madrecita,
abrazada a tu pequeño,
quiénes amamos a España
y cómo la defendemos,
¡ay, mujer, con toda el alma!
¡ay, mujer, con todo el cuerpo!
Lo mismo que tú, lo sabe
tu valiente compañero,
que allá en un frente lejano
virilmente pone el pecho
con muralla invencible
ante los traidores esos
que, al grito de «¡Arriba España!»,
a España la están hundiendo.
Tú bien sabes, madrecita,
y sabe tu compañero,
que luchamos por tu hijo,
por el mío, porque ellos,
los niños de nuestra España,
los niños del mundo entero,
tengan un bello futuro,
vivan en un mundo nuevo,
y sabiendo que nosotros
supimos luchar por ellos,
¡ay, mujer, con toda el alma!
¡ay, mujer, con todo el cuerpo!
Por eso tú, madrecita,
que sabes que venceremos,
sin miedo a nada ni a nadie
abraza fuerte al pequeño,
mécelo en la dulce cuna
de tus dos brazos morenos...
(NOTA: con el nombre de «pájaros negros» eran conocidos los aviones de la Legión Cóndor alemana que estaban integrados en las fuerzas aéreas nacionalistas. La extensión a todos los aparatos fascistas está marcada por los sistemáticos bombardeos que éstos realizaron contra ciudades, pueblos y población civil).
4. Por último, una página web, con un estudio de César Sánchez Ortiz: Cuentos en pie de guerra: caperucitas y patitos feos al servicio de los más diversos ideales. (Adaptaciones de cuentos tradicionales en la Guerra Civil Española).
No hay comentarios:
Publicar un comentario