viernes, 30 de noviembre de 2012

POESÍA. "Divertimento erótico". Carmen Jodra Davó (Madrid, 1980)

Carmen Jodra Davó

Divertimento erótico

Un gemido doliente entre la alheña,
un rítmico suspiro en el helecho,
musgo y pluma por sábana del lecho,
por dosel hoja, por almohada peña,

y la lujuria tiene como seña
violar mujeres y violar derecho
y ley y norma, y un hermoso pecho
sabe el pecado y el pecado enseña.

Trasciende de la fonda un olor suave
a sagrados ungüentos, y una queda
música, contenida y cadenciosa,

y el blanco cuerpo de la bella ave
y el blanco cuerpo de la bella Leda,
bajo el peso del cisne temblorosa.

PRENSA. "El anuncio de un nuevo régimen". Soledad Gallego-Díaz

Soledad Gallego-Díaz

   En "El País":

El anuncio de un nuevo régimen

Gallardón pretende acabar con el 'ancien régime': terminar con la superestructura política anterior

 25 NOV 2012

Se ha reprochado al Gobierno de Mariano Rajoy que no tenga un proyecto que ofrecer a los ciudadanos, más allá del cumplimiento de las obligaciones que impone la pertenencia a la Unión Europea. La simplista presentación de todas las iniciativas que va adoptando el presidente del Gobierno (“se hace lo que se piensa que es bueno”) colabora a extender ese tono medio perplejo, medio vacilante, que van asimilando los ciudadanos, y que resulta, quizá, exasperante, pero que deja poco resquicio para acuciar al presidente. Más bien le mantiene alejado de cualquier debate sobre hechos reales o alternativas posibles, lo que es, seguramente, su principal objetivo.
Por eso es tan interesante la observación hecha esta semana por el ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón. Pretendemos, dijo, acabar con el ancien régime. Eso sí que es un proyecto colosal: acabar con la superestructura política anterior a la llegada al poder del Partido Popular. Algunos analistas pueden pensar que se trata de una ocurrencia. Otros recordarán el magnífico dicho popular: “Antes era vanidoso. Ahora me curé y soy perfecto”.
Pero si uno observa con detenimiento los hechos, lo que viene ocurriendo desde que el PP llegó al Gobierno, quizá las palabras del ministro no sean tanto una gracia como un resumen perspicaz de la situación. Quizá lo que el PP pretenda sea cambiar y, en su caso, arrasar con todo lo que esté en su mano cambiar o arrasar.
Por supuesto que la situación económica y la pertenencia a la UE le han quitado algunos instrumentos de acción, pero también es posible que esos instrumentos sean los más gustosamente cedidos, puesto que caen en poder de unos dirigentes europeos que piensan como ellos y que les ofrecen, encantados, justificación para su política. Es seguro que discrepan en los tiempos, pero, como explica el propio Rajoy, nada de lo que le pide esta Unión, dominada por liberales y conservadores, está en contra de sus principios.
¿Qué hace el Gobierno con todo lo que sigue en su mano? Acabar con lo que considera el ancien régime, el sistema levantado en los 20 años de Gobierno socialdemócrata que ha tenido España desde que se aprobó la Constitución. En la justicia, desde luego, pero sobre todo en la sanidad, sometida a un galopante proceso de privatización, en la educación, en las relaciones laborales y en la gestión social. Incluso, en el debilitamiento del Parlamento, una institución sistemáticamente desairada. Es curioso que lo único que esté quedando excluido de ese vendaval sean precisamente las pensiones y que esta “nueva dirección política” busque tanto el apoyo de las “clases pasivas”.
Está claro que el “antiguo régimen” ha originado muchas, muy profundas y muy legítimas críticas. Pero también que logró poner en pie un sistema político y social menos injusto y que promovió el desarrollo de un Estado de bienestar, que facilitó una prodigiosa modernización del país.
De lo que se trata ahora, anuncia Gallardón, no es de reformar todo eso, sino de la llegada de un nuevo régimen, una nueva dirección política que no está de acuerdo con las líneas fundamentales del anterior, que no pretende transformarlo, sino revolucionarlo. Con años de retraso, pero, finalmente, la derecha española, anuncia Gallardón, tiene un proyecto revolucionario, como lo tuvo en su día Margaret Thatcher. Basta con aprovechar estos cuatro años para remover el terreno, explotando la incuestionable debilidad socialista, y utilizar los cuatro siguientes para arraigar la simiente conservadora para que el PP vuelva a conseguir que “a este país no le reconozca ni su madre”, parafraseando a Alfonso Guerra.
Es posible también que la realidad no consienta la estabilización de ese “nuevo régimen” porque los ciudadanos terminen organizándose para combatirlo en pequeñas parcelas, ya que no parece posible en grandes espacios. El éxito de la “resistencia” en temas como los desahucios, el cierre del madrileño hospital de la Princesa o la formidable repulsa con la que ha reaccionado el mundo de la justicia quizá terminen por hacer ver a los sectores menos “revolucionarios” del nuevo régimen que en el antiguo existía una cierta “dulzura de vivir”. 
solg@elpais.es

PRENSA CULTURAL. Sobre Rodríguez Adrados. Carlos García Gual

Rodríguez Adrados
   En "El País":

 26 NOV 2012

Es extremadamente difícil resumir en breves líneas la trayectoria de Francisco Rodríguez Adrados, no solo por su amplísima producción científica y literaria (de unos 50 libros y centenares de artículos a lo largo de los últimos 60 años), sino también por el carácter poliédrico de la misma. Helenista, filólogo de muy amplios horizontes, traductor de clásicos griegos, defensor perenne e incansable de los Estudios Clásicos y la formación humanística, ha sido un formidable investigador en Lingüística General y en diversas lenguas indoeuropeas e historiador de la lengua griega y sus influencias en la española, y en los últimos años un intelectual comprometido y muy crítico respecto a la deriva de la cultura europea.
Todo ello unido a su incesante actividad como profesor universitario en Madrid, y como conferenciante en foros y congresos internacionales. Ya que me resulta imposible dar no ya una idea exhaustiva, sino tampoco cuenta cabal de esa inmensa obra investigadora, quiero ahora recordar, al pronto, algunos de sus títulos más resonantes: Ilustración y política en la Grecia clásica (1966), Fiesta, comedia y tragedia (1972), Lingüística indoeuropea (1975), Historia de la fábula greco-latina (1977), El mundo de la lírica griega (1981), Historia de la lengua griega (1999), De Esopo al Lazarillo (2005) y El reloj de la historia: Homo sapiens, Grecia antigua y mundo moderno (2006).
Son, evidentemente, unos pocos libros espigados en su vasta obra, pero dan una idea, creo, de la variedad de sus enfoques, en los que la originalidad crítica prima sobre la erudición, pero siempre están en la avanzada de la Filología más actual. Añadamos su enorme labor como director del monumental Diccionario griego-español y claras versiones de Tucídides, Líricos, Aristófanes e innumerables introducciones y prólogos. La obra del profesor Rodríguez Adrados goza de un amplio reconocimiento internacional y es académico no solo de la RAE, sino también de algunas otras academias. Pero, con todo, lo que sigo admirando más, todavía, en el profesor Rodríguez Adrados, maestro y amigo durante muchos años, es su inagotable frescor intelectual, su actitud abierta a nuevos enfoques, su audacia crítica para avanzar más allá de los límites de cualquier cómodo reducto del especialismo. En fin, su talante inquieto y batallador, que rejuvenece sus casi 90 años, y que no se verá alterado por tantos y tantos honores y premios, como el de ayer.

PRENSA CULTURAL. Rodríguez Adrados, Premio Nacional de las Letras

Francisco Rodríguez Adrados, Premio Nacional de las Letras 2012. / ÁLVARO GARCIA (EL PAÍS)

   En "El País":

Contra la deriva de las humanidades

Experto en filología griega, el jurado destaca del profesor salmantino sus valiosas incursiones en la lingüística y en el estudio indoeuropeo

El académico se une a otros autores como Rafael Sánchez Ferlosio, Francisco Ayala, Caballero Bonald o Miguel Delibes

 Madrid 26 NOV 2012

“El ministro Wert debe saber que es importante que los jóvenes sepan de dónde venimos”. El tono de la voz de Francisco Rodríguez Adrados se habrá suavizado como consecuencia de sus 90 años recién cumplidos, pero la beligerancia en las dos batallas que libra desde hace seis décadas sigue intacta: la lucha por la permanencia del estudio de las lenguas clásicas en el colegio y el respeto al español como lengua oficial de España. Una lucha que ahora el filólogo, helenista y académico de la Lengua y de la Historia reactiva con el Premio Nacional de las Letras, concedido ayer por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Un reconocimiento que Rodríguez Adrados decidió convertir en altavoz privilegiado para combatir el derrumbe de las humanidades. Con dos destinatarios claros: el Gobierno de la nación y los diferentes Gobiernos de las comunidades donde hay lenguas cooficiales.
Esa es la lucha de un hombre que ha sido premiado, según el jurado, por sus aportaciones lingüísticas (lexicografía y gramática) “mundialmente reconocidas”, así como por “sus rigurosos ensayos literarios sobre la tragedia, la fábula y otros géneros de raíz helénica. Su obra es también la de un humanista que bebe en las mejores fuentes y que es, a la vez, una de las voces más autorizadas en Europa como defensor de las Humanidades clásicas”
Motivos por los cuales el primer mensaje del académico tiene que ver con el anteproyecto de reforma educativa que contempla la eliminación de la enseñanza de lenguas clásicas. Una lucha que el autor de Ilustración y política en la Grecia clásica viene librando desde el franquismo, al ser testigo de la manera en que disminuye y se rebaja la calidad de la enseñanza hasta llegar a lo que él llama “los tristes momentos de hoy”. Un estado que él resume en una imagen: “Es como quitar las raíces a una planta”. Y que continúa con una idea más terrenal: “Su eliminación causa un daño increíble e incalculable”. Este estudioso salmantino, ahijado intelectual y emocional de Esquilo y Tucídides, se lamenta del descenso cultural que se vive en todo el mundo. Una tragedia porque, afirma, los políticos quieren simplificar, rebajar las dificultades de la enseñanza y quitar importancia al estudio de las lenguas clásicas olvidando que “si no se tiene esa base se desdeña uno de los aspectos esenciales y ejemplares para aprender a razonar”.

Obra esencial

  • Diccionario griego-español(Director)
  • Ilustración y política en la Grecia clásica (1996)
  • Lingüística indoeuropea(1975)
  • El mundo de la lírica griega(1981)
  • Historia de la lengua griega(1999)
  • El reloj de la historia: Homo sapiens, Grecia antigua y mundo moderno (2006)
  • Hombre, política y sociedad en nuestro mundo (2008)
El ganador del Nacional de las Letras ha pedido al Gobierno de Mariano Rajoy que rectifique. Ha querido explicar, por ahora infructuosamente, al ministro de Cultura, José Ignacio Wert, por qué es importante que los estudiantes reciban esa enseñanza porque de lo contrario, asegura, “ese edificio de la formación del estudio y del individuo se viene abajo”. Por lo menos desde la Sociedad Española de Estudios Clásicos, que él fundo y de la cual es presidente honorario, han empezado una campaña que les ha permitido reunirse con tres delegados de Rajoy. En cambio, el ministro no los ha recibido. “No ha querido, esa es la verdad. Me lo he encontrado alguna vez y me dice: ‘Hablaremos’, pero es un futuro imperfecto. ¡Que nos reciba, caramba! Debe saber que es importante que los jóvenes sepan de dónde venimos”, explica.
Su segundo frente de batalla es un combate personal por el respeto al idioma español como lengua oficial. Y lo dice el ganador de un premio que “distingue el conjunto de la labor literaria de un autor español cuya obra esté considerada como parte integrante del conjunto de la literatura española actual escrita en cualquiera de las lenguas españolas".
Esta segunda batalla de Rodríguez Adrados es sobre todo por los acontecimientos de los últimos años, donde ha visto con preocupación la deriva del uso de la lengua como un arma incendiaria en el ámbito social y por parte de algunos políticos. “Las lenguas”, insiste en varias ocasiones, “están hechas para entenderse y no para dividir: con el español nos entendemos todos. Es respetable la presencia de otras lenguas que se puedan heredar en diferentes regiones, pero no se deben imponer. Una cosa es la libertad y otra la imposición, a veces, violenta y arbitraria”.
Nadie impide que la gente hable sus lenguas locales, recuerda el académico y helenista, algo que, según él, tiene sus limitaciones. Advierte que tratar de apartar o eclipsar el español es perjudicial para esas comunidades. Por eso le parece “repugnante que algunas comunidades intenten imponer esas lenguas a la fuerza, ya no solo con la enseñanza en los colegios, sino de manera indirecta al exigir su conocimiento y práctica para un empleo, por ejemplo”. Para él, se trata de actos anticonstitucionales. Se lamenta y denuncia lo ocurrido durante varios años porque, afirma, “los Gobiernos han permitido la violación de la Constitución”.

PRENSA. Viñeta de EL ROTO

   En "El País" (28 noviembre 2012):

jueves, 29 de noviembre de 2012

POESÍA. "Femmes damnées". Carmen Jodra Davó (Madrid, 1980)

Carmen Jodra Davó


Femmes damnées

Muchacha, si te entregas a los cerdos,
merecerás morir en la matanza.
No sería en todo caso más horrible que la horrible,
cínica contradanza.
Pregúntate por qué has de estar debajo
si eres mejor que ellos.
Créeme, muchacha, la heteropatía
nunca fue un buen invento.

PRENSA CULTURAL. Sobre la concesión del Premio Nacional de Historia a Ricardo García Cárcel

Ricardo García Cárcel

   En "El País":

Cuando el poder secuestró la Historia

El catedrático Ricardo García Cárcel gana el Premio Nacional de Historia con un ensayo que desenmascara los sucesivos mitos construidos al servicio de monarcas y políticos

 Madrid 28 NOV 2012

El libro que ha ganado el Premio Nacional de Historia se abre con una cita que apunta maneras. Corresponde a un consejo de la historiadora canadiense Margaret MacMillan: “Úsela, disfrútela, pero trate siempre la historia con cuidado”. MacMillan escribió una aclamada obra sobre los usos y abusos de la historia que parece pensado para los vientos que soplan sobre España: “El pasado puede usarse para casi cualquier cosa que uno quiera hacer en el presente”. Y otra, ideal para escribir en la frente: “Usamos la historia para entendernos a nosotros mismos y deberíamos usarla para entender a otros”.
En La herencia del pasado, la obra galardonada, que fue publicada en marzo de 2011 por Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg, Ricardo García Cárcel (Requena, Valencia, 1948) viaja hacia atrás para desenmascarar los mitos sobre los que unos y otros han asentado la identidad de España o de los nacionalismos periféricos. “Cada territorio ha construido su propia tradición cargada de mitos y a veces de falsificaciones. Podríamos decir que cada comunidad autónoma se ha montado su propia película historicista. Siempre ha habido presiones de cara a la instrumentalización política de la historia y el reto de los historiadores es intentar no contaminarse políticamente”.
En sus cuatro décadas de vida académica, García Cárcel, catedrático de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Barcelona, ha asistido a sucesivas modas historiográficas (positivismo, Annales, marxismo, historia de las mentalidades…) hasta desembocar en un acusado presentismo. “Hoy, el presente lo invade todo, lo explica todo”, avisa en el prólogo de su ensayo.
Por teléfono, mientras espera un avión que le llevará a Sevilla para sumarse al homenaje a Francisco Márquez Villanueva, catedrático de Harvard, erudito del Siglo de Oro, exiliado “de la grisura del franquismo”, explica por qué rehúye la sobredosis de inmediatez: “Solo se hace la historia desde el propio presente, cada historiador busca cómo trasladar sus propios fantasmas del presente al estudio del pasado”. ¿No es útil la historia del tiempo actual? “Le veo utilidad a estudiar el presente, pero no sé si a eso habría que llamarle historia”.
Un ejemplo de sobredosis se da, escribe en su libro, “en el uso y abuso de la llamada memoria histórica, que en España se ha condensado en la explicación de nuestros traumas más recientes (República, Guerra Civil y franquismo) en clave de alineamiento político actual, demasiadas veces sectario, con connotaciones casi épicas, de memoria-rescate”. Su análisis crítico podría confundir: García Cárcel reivindica la memoria histórica y el estudio de la República y la Guerra Civil desde nuevas perspectivas y fuentes. “Pero reivindico la historia larga. Uno a veces tiene la sensación de que la historia empieza en 1936 o que Franco fue el inventor del concepto de España, cuando probablemente no fue más españolista que el presidente Azaña”.
Recuerda el catedrático que su generación fue educada “en el cultivo de los mitos más rancios de la historia de España”. “Llegamos a la universidad en los años sesenta y nos lanzamos a la caza y derribo de toda esa mitología que cuestionamos de arriba abajo en tanto que la identificamos con la historia oficial producida por el franquismo”, proclama en La herencia del pasado. Una generación que puso en la picota a un discurso secuestrado y al que ahora le ha sucedido otro. “Posiblemente sea necesario pasar por los extremos para valorar y encontrar la justa verdad”, concede.
En el altar de mitos españoles, sin embargo, ve los huecos dejados por la caída de los iconos franquistas. “Los hemos barrido, frente a ese barrido los nacionalismos a escala pequeña no tienen el menor complejo en seguir exhumando sus referentes”.

PRENSA CULTURAL. Reseña del libro galardonado con el Premio Nacional de Historia, de Ricardo García Cárcel

Ricardo García Cárcel

   En "El País":

  • Ricardo García Cárcel
 20 AGO 2011

Historia. La memoria histórica se ha convertido hoy en un objeto de culto por múltiples razones, entre las que destacan la necesidad de superar el Holocausto a escala global y la necesidad de superar la Guerra Civil a escala española. Todo lo cual ha abierto un complejo debate público que es a la vez científico (controversia entre historiadores), político (polémica sobre los derechos de las víctimas) y hasta jurídico (como en el caso Garzón), pero desde luego siempre mediático, dada la profusa celebración de todo evento conmemorativo. Pero es que, además, entre memoria histórica y discurso mediático hay una evidente afinidad electiva, dada la común metodología que ambos géneros emplean para rememorar lo ocurrido.

La herencia del pasado

Ricardo García Cárcel
Galaxia Gutenberg. Madrid, 2011
759 páginas. 30 euros
En efecto, para narrar el pasado hay que recurrir a un procedimiento análogo al montaje cinematográfico. Ante todo, proceder al découpage o fragmentación selectiva de los hechos narrados: ¿qué debe ser recordado (para imprimirlo en la memoria) y qué olvidado (para dejarlo en elipsis)? En segundo lugar, hay que proceder a la edición de los hechos rememorados, empezando por su puntuación secuencial: ¿cuál fue su origen (planteamiento), cuál su sintaxis consecutiva (nudo argumental), cuál su clímax crítico (conflicto dramático), cuál su desenlace? Y hay que elegir un encuadre interpretativo, identificando los vértices del triángulo agonístico (plano-contraplano según el eje de cámara) que oponen a "nosotros" contra "ellos" según la perspectiva del narrador que dirige la mirada del espectador. Un encuadre (framing) que siempre es moral,dado que reinterpreta el conflicto que opone a los antagonistas en términos de justo/injusto, legitimidad/ilegitimidad. Por eso la memoria histórica siempre resulta sectaria, retraduciendo la historia real a una película de buenos y malos.
Pero no es el caso del libro que nos ocupa. Precisamente, para evitar ese posible sesgo tendencioso, su autor contrapone las diversas memorias plurales que se enfrentan entre sí, sin tomar más partido entre ellas que el derivado de la veracidad. Pues en efecto, hay que distinguir entre la memoria veraz de los hechos reales y la memoria falaz de los mitos (falsos hechos históricos), que muchas veces se confunden y revuelven en el relato mediático que tiende a dar gato por liebre. Y tras descartar las falsificaciones, García Cárcel pasa a contrastar las opuestas memorias históricas con que los españoles han venido reinterpretando su pasado, desde sus orígenes fundacionales (en que algunos comenzaron a reconocerse como nosotros los españoles, nosotros los catalanes, etcétera) hasta sus desenlaces provisionales en el presente actual (cuando las memorias están divididas en función del nosotros y ellos ocupados en torno al clímax de la guerra civil). En este último punto es donde quizá se pueda echar de menos alguna mayor atención sobre la memoria histórica de las víctimas del franquismo, ayer elípticamente ignorada por la generación de sus hijos y hoy públicamente reivindicada por la generación de sus nietos, sin encontrar más reparación que la insuficiente Ley aprobada por las Cortes y el indignante procesamiento del juez Garzón.
Entre ambos extremos (planteamiento y desenlace), la crónica de las sucesivas memorias históricas que aquí se ofrece resulta necesariamente sintética, dada la opción pluralista escogida desde un principio que obliga a García Cárcel a seleccionar sólo algunas de las múltiples líneas de conflicto (cleavages) que han dividido las memorias históricas de los españoles. Ante todo, el conflicto entre centro y periferia, es decir, la polémica de la España plural, aquí representada sobre todo por los conflictos vasco y catalán. Después, el conflicto entre derecha e izquierda, o sea la polémica de las dos Españas, que se amplían a tres si consideramos las memorias neutral e imparcial (en la que se sitúa el autor). Y por fin el conflicto más sugestivo de todos entre "adanistas" (voluntaristas que pretenden rehacer la historia a discreción partiendo de cero) e "historicistas" (fatalistas del determinismo teleológico, ya sean conservadores con "memoria auto-satisfecha" que sacralizan el pasado o progresistas con "memoria doliente" que maldicen el fracaso congénito). Y es en esta última polémica entre los dos encuadres antitéticos de quienes propugnan una "historia corta", haciendo de la memoria una mera invención interesada, frente a quienes proyectan una "historia larga", convirtiendo la memoria en una predisposición hereditaria (path dependency), donde destaca a mi juicio lo más brillante de este libro notable.

PRENSA CULTURAL. Algunos mitos de la historia de España

Conmemoración de la toma de Granada por los Reyes Católicos / MIGUEL ÁNGEL MOLINA (EFE). ("el país)

   En "El País":

Don Pelayo salió de la nada

Algunos mitos históricos que no son lo que parecen

 27 NOV 2012

Don Pelayo. “El mito fundacional por excelencia de la historia de España ha sido el de la Reconquista, entendida como el largo y épico proceso de redención o salvación de la perdida España por culpas pretéritas (...). Sobre Don Pelayo no hay referencias hasta el siglo X, en paralelo a la construcción de la idea de Reconquista, se le hace noble godo, preso en Córdoba y refugiado en Asturias. El mito se desarrolla a partir del XII. Alfonso X lo convierte en descendiente del rey Chindasvinto”.
Reyes Católicos. “El matrimonio feliz y armónico como fundamento y a la vez metáfora de la unidad nacional. El ‘tanto monta-monta tanto’ como símbolo del equilibrio doméstico y de poderes (...). La unidad nacional no existió en un sentido literal y solo cabe hablar de un gobierno compartido. No obstante, y pese a la fragilidad del presunto modelo nacional de los Reyes Católicos, este reinado quedará en la memoria de los españoles como una Arcadia feliz, plena de equilibrio y armonía”.
Asalto a Barcelona el 11 de septiembre de 1714. “En el siglo XVIII la cercanía de los hechos pesaba aún demasiado y las menciones al 11 de septiembre fueron escasas (...) La fiesta del 11 de septiembre se empezó a celebrar en 1891 con homenajes anuales a la figura de Casanova. Entonces se inició la tradición de publicar en prensa las esquelas dedicadas a los mártires de 1714 (...) Las dictaduras de Miguel Primo de Rivera y de Francisco Franco hicieron paradójicamente más por la construcción de la memoria nacionalista catalana que los propios nacionalistas. Primo de Rivera prohibió la Diada hasta 1930 (...) La Diada se conmemoró clandestinamente hasta 1976, año en que la celebración en Sant Boi congregó a 100.000 personas”.
La excepcionalidad vasca. “A lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII los vascos se creyeron los mejores españoles y el casticismo español encontró su quintaesencia en la identidad vasca. Fue la ideología liberal del XIX la que cuestionó la idea de privilegio y fabricó, a caballo de la experiencia carlista, el arquetipo de la simplicidad y el aldeanismo rural vasco. Después llegó el 98 y la decepción fue entonces vasca mientras se fabricaban todos los tópicos etnicistas y xenófobos contra la inmigración (maquetos). El nacionalismo deslizó a los vascos de su convicción de ser españoles excepcionales, los mejores, los más castizos, a la conciencia de ser la excepción de la mediocre normalidad española”.
La marginación de Galicia. “La primera lírica hispana en lengua romance es la galaico-portuguesa. Pero desde el siglo XIII el uso literario del gallego se fue perdiendo hasta su resurrección en el Rexurdimento del XIX (...) Santiago fue el gran referente que convirtió a Galicia en tierra de peregrinaciones, aunque nunca fue ídolo del galleguismo (...) El problema de Galicia ha sido su marginación periférica. Nunca ha sido sujeto agente de su propia historia. Su conciencia diferencial, más que un discurso ideológico-político sólido, ha generado un ejercicio de melancolía”.

PRENSA CULTURAL. Libros sobre historia y memoria. Reportaje.

Imagen de la exposición 'In memory of the children. Pediatricians and crimes against children in the Nazi period', celebrada en Berlín entre los pasados meses de enero y mayo. ("El País")

   En "El País":

LIBROS / REPORTAJE

Pelea por el pasado

La barbarie moderna ha alimentado un debate entre memoria e historia que sigue abierto

 21 JUL 2012 

Stalin fue expeditivo reescribiendo la historia. Trotski fue literalmente borrado en fotografías de la nueva iconografía revolucionaria. Ocultar, agigantar, aliñar el pasado a conveniencia del poder es una tentación de hondas raíces históricas. En 1598, sin pensar en que pedía un imposible metafísico, el rey francés Enrique IV prohibió recordar a sus súbditos. Aquel año dictó un edicto en el que ordenaba que todos los acontecimientos violentos ocurridos entre católicos y protestantes “queden disipados y asumidos como cosa no sucedida”. Casi nada. El monarca intuyó que la memoria, pese a su incorporeidad, era letal para las guerras de religión. No hay que mirar solo en el ojo ajeno. A Bartolomé de las Casas le reprocharon “aunque fueran verdad” que publicase “cosas muy terribles y fieras de los soldados españoles” durante la colonización americana. El asunto acabó con la prohibición en 1660 de su Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Más recientemente, la versión de la Guerra Civil que circuló por las aulas durante el régimen franquista fue un relato falseado de cruzados buenos y malos rojos.
Historia y memoria comparten influyentes enemigos. En Suiza pueden procesar a alguien por negar el genocidio armenio durante el Imperio Otomano, mientras que en Turquía pueden procesarle por afirmarlo. Pero historia y memoria no son lo mismo, aunque actúen sobre un terreno común: el pasado. Los hechos históricos son sagrados, se cuenten en Estambul o en Ereván. La conmemoración de los mismos —traerlos del pasado con alguna finalidad en el presente— difiere forzosamente si parte de las víctimas o de los verdugos, como evidencia el contraste entre la memoria histórica reivindicada por los nietos de los sepultados en fosas durante la guerra y la memoria oficial enarbolada por el régimen franquista, que honró permanentemente a los damnificados de su bando (con causa general para resarcirles incluida) dejando en la cuneta de la historia a los otros. “La memoria es una materia de la historia a historiar”, sintetiza el catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona Ricardo García Cárcel en La herencia del pasado, donde repasa la construcción de relatos identitarios desde la Hispania romana a la actualidad.
Dado que aspira a contar hechos, la historia no puede ser una cosa y la contraria (por mucho que aliente interpretaciones plurales), mientras que la memoria está al servicio de quien la empuña para emitir un juicio moral sobre lo ocurrido. Sus caminos se entrecruzan, pero no conducen al mismo paraje. “La historia, incluso cuando es movida por la memoria, tiene que ser necesariamente crítica y puede resultar la peor enemiga de una memoria impuesta: fue la historia, en cuanto investigación del pasado, la que desmontó la construcción memorial de la guerra como una guerra santa; como ha sido la historia la que ha devuelto a Trotski a la fotografía de la que fue borrado por la memoria colectiva soviética”, advierte Santos Juliá, catedrático emérito de la UNED. “La memoria, al traer el pasado al presente con el propósito de establecer un deber —que será de duelo o celebración, de reparación o de gloria— o de construir una identidad diferenciada, necesariamente olvida”, planteó en su artículo Por la autonomía de la historia, publicado en Claves de Razón Práctica.
En el siglo XX, tras lo que Hannah Arendt acuñó como “banalización del mal”, eclosionó la memoria histórica como un fenómeno universal. Lo ocurrido en Auschwitz se convirtió, según el profesor de investigación del Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Reyes Mate, en “lo que da que pensar” y alimentó “el deber de memoria” para acentuar “la construcción de un sentido, la creación de un significado de ese pasado que valga para el presente”. Propiciado por el grito del “nunca más” de los supervivientes, recordar pasó a ser un valor en alza. Elie Wiesel, que pudo revivir el espanto del exterminio, consideraba el olvido como “el triunfo definitivo del enemigo” y “una injusticia absoluta”.

“La historia, incluso cuando es movida por la memoria, tiene que ser necesariamente crítica”, afirma Santos Juliá
El Holocausto fue más allá de cualquier genocidio anterior. “Auschwitz no tenía equivalentes. Era otra guerra o, mejor dicho, ni siquiera era una guerra. Era pura y simplemente una matanza masiva, sin una razón táctica o estratégica, sino por pura ideología”, sostiene el ensayista Ian Buruma en El precio de la culpa. “El sistema nazi había entendido que la eficacia del crimen debía velar no solo por el exterminio físico de un pueblo sino también por el metafísico”, afirma Mate en Tratado de la injusticia. Contra las chimeneas que humeaban seres humanos había que contraponer el recuerdo vívido que no transmite la historia, “el olor a carne quemada”, describía otro de los deportados que pudo contarlo, Jorge Semprún. Sin embargo, así como nadie objeta el papel de la historia, la memoria histórica cuenta con activos detractores, como el periodista estadounidense David Rieff, que ha escrito un furibundo alegato a favor del “imperativo ético del olvido” en su ensayo Contra la memoria. Cuenta Rieff que la obra echó raíces en Bosnia, donde trabajó como reportero de guerra. “La memoria histórica colectiva tal como las comunidades, los pueblos y las naciones la entienden y despliegan —la cual casi siempre es selectiva, casi siempre interesada y todo menos irreprochable desde el punto de vista histórico— ha conducido con demasiada frecuencia a la guerra más que a la paz, al rencor más que a la reconciliación y a la resolución de vengarse en lugar de obligarse a la ardua labor del perdón”, esgrime. El nunca más de Auschwitz le parece cargado de buenas intenciones y falto de realismo. Y relata un chiste que circula por Polonia: ¿A quién mata primero un polaco, al alemán o al ruso? Al alemán, por supuesto; primero el deber, después el placer.
Todas sus reflexiones le conducen hacia el elogio de la amnesia. “Lo que garantiza la salud de la sociedad y de los individuos no es su capacidad de recordar, sino su capacidad para finalmente olvidar”, sostiene Rieff, sin que esto quiera decir que deba renunciarse a perseguir los crímenes y reconocer a las víctimas. A diferencia de Mate, cree que la búsqueda de la verdad “no está por encima de todo” y cita los acuerdos de Dayton que, pese a contemplar la impunidad de Milosevic, fueron preferibles a seguir la masacre.
Rieff es el último recién llegado a una controversia alrededor de la memoria, que ha sido especialmente intensa en países como Alemania, que declaró imprescriptibles los crímenes contra la humanidad en 1979, tras la emisión de la serie Holocausto. En Francia se han aprobado sucesivas leyes que legislan sobre episodios históricos. Desde 1990 la ley Gayssot castiga el negacionismo del Holocausto judío y desde 2001 la legislación reconoce la esclavitud como un crimen contra la humanidad y el genocidio armenio. La intromisión política soliviantó a un grupo de historiadores, que emitió un manifiesto, embrión del movimiento bautizado como Libertad para la Historia. “En un país libre no es competencia de ninguna autoridad política definir la verdad histórica ni restringir la libertad del historiador mediante sanciones penales”, señalaban, entre otros Pierre Nora, Jacques Le Goff o Eric Hobsbawn. Abundan los historiadores reticentes ante el afán memorialístico. Tony Judt temía que el siglo XX se convirtiese en un “palacio de la memoria moral: una cámara de los horrores históricos de utilidad pedagógica cuyas estaciones se llaman Múnich o Pearl Harbour, Auschwitz o Ruanda, con el 11 de septiembre como una especie de coda excesiva”. Mantener vivo el horror pasado, sí, pero —matizaba—“como historia, porque si lo haces como memoria, siempre inventas una nueva capa de olvido”.
La memoria puede contaminar la historia porque no todo lo que emana de ella es riguroso: a veces hay falsos testigos como Enric Marco, que presidió durante años una asociación de supervivientes de campos nazis. “Frente a los excesos, manipulaciones y mentiras, los historiadores tienen caminos muy claros: archivos, erudición y comparación”, prescribe Julián Casanova, catedrático de Historia de la Universidad de Zaragoza. Concede que “los recuerdos” a los que la gente llama “memoria” pueden difuminar las fronteras entre los análisis de los historiadores y las meras opiniones. “En el caso de la Guerra Civil, el boom de testimonios y divulgaciones de recuerdos ha servido para alimentar la confrontación entre historia y recuerdos; para seleccionar los puntos más calientes del debate político (no historiográfico), casi siempre centrados en la violencia, en quién mató más y cometió más barbaridades; y para convencer a la gente de que el pasado reciente no puede analizarse con objetividad”. Porque tampoco conviene a la historia desentenderse de la interpretación del pasado por la que pugna la memoria. Se ha contado que la expulsión de los judíos fue inevitable para la unificación española. “Mientras se hacía ruido con estas explicaciones”, señala Reyes Mate, “se borraban diligentemente las huellas de la milenaria presencia del pueblo judío en tierras hispanas”. Las sinagogas se reconvirtieron en iglesias y Maimónides se excluyó de la lista de pensadores españoles. “La recomendación del historiador contemporáneo de que nos atengamos a la explicación objetiva de los hechos sería la última edición de la misma estrategia interpretativa del vencedor”, concluye Mate, que suscribe las palabras de Walter Benjamin: “La memoria abre expedientes que la ciencia da por archivados”.
Bien tratadas, son simbióticas. La memoria sirve a la historia y la historia facilita la memoria, en opinión del catedrático de Historia Contemporánea de la UNED Julio Gil Pecharromán: “Un conjunto de testimonios de protagonistas y testigos constituye una aportación muy estimable al conocimiento del proceso histórico, pero resulta comprensible que algunos historiadores la releguen a un papel secundario. La memoria hay que asumirla con muchas precauciones porque las personas tendemos a reelaborar nuestros recuerdos”. El propio Primo Levi, que estremeció con su trilogía del siglo XX europeo (Si esto es un hombre, La tregua y Los hundidos y los salvados), consideraba la memoria un instrumento maravilloso y falaz.
A perpetuar la polémica contribuye el hecho de que historia y memoria no parten en similares condiciones. Mientras la definición de la historia goza de consenso, no todo el mundo se refiere a lo mismo al hablar de memoria. “Unos piensan que solo se puede hablar de memoria propiamente dicha cuando se trata del individuo que recuerda sus propias experiencias. Otros consideramos que también existe una memoria colectiva, social, cultural, etcétera, pero no porque exista un sujeto colectivo, una sociedad o una cultura con la facultad de recordar que solo tiene el individuo, sino porque la mayoría de los individuos afianzan sus recuerdos en grupo, los transmiten a otros y eso hace que surja otro tipo de memoria que hace que perduren los recuerdos en un ámbito y en un tiempo que va más allá de la vida de los individuos”, sostiene Pedro Ruiz Torres, catedrático de Historia Contemporánea y exrector de la Universidad de Valencia, que en 2007 mantuvo un intercambio crítico con Santos Juliá en la revista Hispania Nova. Para Ruiz, la memoria es también una forma de conocimiento, aunque distinto del histórico: “La memoria trata del pasado real y en consecuencia hay algo más que imaginación en ella. La memoria es conocimiento inseparable de las emociones y de los juicios de valor, como cualquier otra forma de conocimiento incluido el saber histórico, y por ello el conocimiento nunca es completamente objetivo ni tampoco meramente subjetivo”. Juliá, por el contrario, la mira en estado de alerta: “La memoria histórica es necesariamente cambiante, siempre es parcial y selectiva y nunca es compartida de la misma manera por una totalidad social: depende de múltiples y diversos relatos heredados”. Ante la eclosión, reclama autonomía para el historiador que “habrá de responder a una serie de preguntas previas: quién elabora esos relatos, cómo y en qué circunstancias, con qué intención, con qué resultados, cómo se modifican, quién decide esa modificación, quiénes la comparten”.Bien tratadas, son simbióticas. La memoria sirve a la historia y la historia facilita la memoria, en opinión del catedrático de Historia Contemporánea de la UNED Julio Gil Pecharromán: “Un conjunto de testimonios de protagonistas y testigos constituye una aportación muy estimable al conocimiento del proceso histórico, pero resulta comprensible que algunos historiadores la releguen a un papel secundario. La memoria hay que asumirla con muchas precauciones porque las personas tendemos a reelaborar nuestros recuerdos”. El propio Primo Levi, que estremeció con su trilogía del siglo XX europeo (Si esto es un hombre, La tregua y Los hundidos y los salvados), consideraba la memoria un instrumento maravilloso y falaz.
España se incorporó tardíamente al debate de la memoria histórica, aunque ello no quiere decir que hasta entonces el pasado se ocultase tras una cortina de amnesia. El hispanista Paul Preston calculó que hasta 1986 se habían publicado 15.000 libros sobre la Guerra Civil y sus secuelas. Más reciente es el estudio histórico de la memoria. Pedro Ruiz sitúa su arranque en 1996, con la publicación de un libro de Paloma Aguilar. Dos años después, la catedrática de la Universidad de Salamanca Josefina Cuesta coordinó un monográfico sobre la memoria en la revista Ayer, de la Asociación de Historia Contemporánea. La pujanza de los movimientos a favor de la recuperación de la memoria histórica, interesados sobre todo en investigar la represión, irrumpieron también en la universidad. En 2005 la Universidad Complutense inauguró la cátedra extraordinaria Memoria Histórica del Siglo XX, dirigida por Julio Aróstegui. Además, en los últimos diez años se han publicado 1.060 trabajos científicos sobre memoria histórica, según Juan Sisinio Pérez Garzón, profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha. “La memoria y la historia ya han quedado definitivamente entrelazadas como formas de relacionarse con el pasado y, por más que sature en algún momento, esas relaciones ya forman parte de las tareas propias del historiador”, afirma.
La marea memorialística es universal (baste mirar hacia Sudáfrica o América Latina) aunque algunos países coloquen más diques que otros. Ian Buruma observó que en Japón el debate sobre la guerra se desarrollaba fuera de las universidades, entre periodistas, columnistas y activistas de derechos civiles, que a veces formulan teorías estrafalarias. El primer historiador contemporáneo accedió a la Universidad de Tokio en 1955. “Hasta el final de la guerra habría sido peligrosamente subversivo, e incluso blasfemo, que un estudioso escribiera sobre historia contemporánea desde una perspectiva crítica”, indica Buruma. El sistema del emperador era sagrado y, además, la historia reciente no era académicamente respetable. “Era demasiado fluida, demasiado politizada, demasiado controvertida”.
 Ayer y hoy
Pensar el siglo XX. Tony Judt con Timothy Snyder. Traducción de Victoria Gordo del Rey. Taurus. Madrid, 2012. 408 páginas. 23 euros.Tratado de la injusticia. Reyes Mate. Anthropos. Barcelona, 2011. 318 páginas. 20 euros. La herencia del pasado. Ricardo García Cárcel. Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona, 2011. 768 páginas. 30 euros. Hoy no es ayer. Ensayos sobre la España del siglo XX.Santos Juliá. RBA. Barcelona, 2011. 384 páginas. 25 euros. El precio de la culpa. Ian Buruma. Traducción de Claudia Conde. Duomo. Barcelona, 2011. 432 páginas. 19,80 euros. Modernidad, culto a la muerte y memoria nacional. Reinhart Koselleck. Edición de Faustino Oncina. Traducción de Miguel Salmerón y Raúl Sanz. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Madrid, 2011. 150 + LXV páginas. 18 euros.