David Trueba
Niños muertos
DAVID TRUEBA 01/03/2011
Los niños muertos son un bocado exquisito para la televisión. Los niños muertos son casi tan sabrosos como una final de fútbol continental. Dan para una crónica roja, luego para una pesquisa policial, después para dramáticos testimonios de dolor, luego para la indignación popular y el análisis de las taras psíquicas de los sospechosos, más tarde para un juicio paralelo y exacerbado, y finalmente para el olvido de lo ya gastado.
Los niños muertos son nutriente de plató porque permiten un periodismo de shock. Si, por ejemplo, se gastara esa energía profesional en la corrupción política, en las maniobras empresariales o en la geopolítica mundial, los espectadores romperían su empatía absoluta con el asunto, porque ahí matizarían ideológicamente, por su propia experiencia, por datos contrastados. Pero con los niños muertos no. No hay nadie al otro lado de la pantalla que frente a un niño muerto ponga criterio propio, frialdad analítica, entendimiento crítico.
Telecinco y Ana Rosa Quintana llevan días dedicados a defenderse de las acusaciones de amarillismo tras la confesión a cámara de una de las implicadas en la muerte de una niña. Tienen la exculpación del padre de la víctima y de todos sus tertulianos habituales, muchos de ellos seguros de que cualquier otro medio habría hecho lo mismo. En este caso, los fiscales indignados son otros medios de comunicación, que les acusan de exprimir a una presunta retrasada mental. Es lícito preguntarse qué habrían hecho los acusadores con esa confesión obtenida a cámara. Es curioso, nadie repara en que al juicio sobre la actuación periodística se le permiten matices, análisis y ausencia de conclusiones absolutas, privilegios que al juicio real no se le concedieron ni por un instante desde que la noticia puso a salivar a los más exitosos programadores de medios.
No existe código. No existe autocontrol. Un niño muerto es golosina mediática. La justicia real, frente a las demás justicias, será siempre lenta, garantista, fría. Si además la investigación es floja, la burocracia dañina, el corporativismo incapaz de reconocer los errores y la capacidad de autocontrol de los espectadores tan dudosa como la de un niño a solas frente a un chupachús, no tengan duda, tenemos niños muertos en la tele para toda nuestra eternidad.
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