sábado, 5 de diciembre de 2009

FILOSOFÍA. Simone Weil



En el suplemento Babelia aparece el siguiente artículo, firmado por la escritora Patricia de Souza, sobre Simone Weil, de cuyo nacimiento se cumplen ahora los 100 años:

Las batallas de la 'Virgen roja'
Es difícil explicar cómo encontramos en nuestras vidas personas fundamentales. Yo no recuerdo cómo fui a dar con Simone Weil (París, 1909); tal vez leí que ella había inspirado el personaje de Madame Edwarda, de la novela de George Bataille, y empecé a leerla. No sé muy bien, pero, a la lectura de sus primeros escritos, sus análisis sobre los trágicos griegos, sobre todo de Electra y Antígona, comprendí inmediatamente su lucidez para entender que todos somos víctimas de nuestros límites para comprender, que no hay verdaderos verdugos, sino prisioneros. De todas las mujeres que se han dedicado a la filosofía Simone Weil ha marcado un antes y un después. Ella pensó que el cristianismo, como el marxismo, debían ser el origen de una revolución espiritual, de una época con valores nuevos en el que el ser humano sería el eje. Pero, más que eso, ella comprendió, a una velocidad sideral, que ese cambio no se haría sin la fuerza, que la moral de todo pensamiento era la acción y por eso militó en los sindicatos franceses, se hizo obrera en Halmston, partió a España durante la guerra y se unió al POUM, pasando por Londres, hasta caer agotada a los 34 años. Su gran decepción fue esa certeza de que nadie actúa libremente si no es dentro del pensamiento: el genio es la voluntad de pensar.
Platónica, ella siempre pensó que la esencia de todo ser humano era el cambio, como Heráclito, y sin embargo estaba convencida de que "actuar no es otra cosa que cambiar yo misma, cambiar lo que siento o lo que pienso, pero ese cambio que tanto deseo no es suficiente con desearlo para obtenerlo. No puedo hacerlo sino indirectamente. Sufro, deseo, dudo, ignoro; es una de las maneras de decir que lo que soy no me satisface y que esto ignora mi autorización para ser yo. Lo que soy, lo padezco. Sin embargo tengo poder sobre lo que padezco, mi definición de alguna manera de lo que es actuar: existo en la medida que puedo. (...) Mañana es esa persona que no puedo cambiar inmediatamente. Esa relación entre el presente y el futuro es lo que constituye el tiempo". Simone Weil transforma una meditación metafísica en una cosa concreta, en una intuición tan vital que se hace moral al elegir la acción. De alguna forma Weil quería ser Cristo, un símbolo que se haría signo femenino para hacer una verdadera revolución. Tal sacrilegio sólo se entiende en esa vocación por pensar, antes que nada comprender. Decía ella: "No juzgar ni encolerizarse, comprender". Ése era el "oro" que ella veía en sí misma y que nadie supo reconocer porque su luz es lenta, nos llega ahora, después de que Charles de Gaulle dijese que estaba loca y que Camus la defendiera, aunque siempre hay algunos que piensan que su aversión al judaísmo la hizo sospechosa (Steiner, por ejemplo). Lo que comprendió Weil es la brutalidad de un sistema, de la pobreza (siendo de una familia judía muy rica), del sufrimiento, con una capacidad de empatía casi excepcional, pero también comprendió la brutalidad de la religión cristiana cuando castiga y oprime. Ella escribe: "Cuando un ser humano no me habla con brutalidad, no puedo dejar de pensar que debe haber algún error y que éste lamentablemente se va a disipar". Porque, de forma extraordinaria, ella sólo sintió que era una esclava, una intermediaria, un instrumento, que se atrevió a soñar con ponerse en el lugar de Dios.

Aquí, una breve biografía y unos fragmentos de sus obras, que reproducimos a continuación:

Echar raíces (fragmento)
"Los romanos mataron a Arquímedes. Poco después mataron a Grecia como los alemanes habrían matado a Francia de no ser por Inglaterra. La ciencia griega desapareció por completo. En la civilización romana no quedó nada de ella. Si su memoria llegó a la Edad Media fue por el llamado pensamiento gnóstico, en ambientes iniciáticos. Pero incluso en este caso parece claro que sólo hubo conservación, y no continuación creadora, salvo tal vez en lo que respecta a la alquimia, de la que se sabe muy poco. Sea como fuere, en el ámbito público la ciencia griega sólo resucitó a principios del siglo XVI (salvo error de fecha) en Italia y en Francia. En seguida cobró un prodigioso impulso e invadió toda la vida de Europa. Hoy la casi totalidad de nuestras ideas, de nuestras costumbres, de nuestras reacciones y de nuestro comportamiento lleva la marca impresa por su espíritu o por sus aplicaciones. Esto es más particularmente cierto en lo que respecta a los intelectuales, incluso los que no son de los llamados «científicos», y más aún de los obreros, que pasan toda su vida en un universo artificial constituido por las aplicaciones de la ciencia".


La belleza del mundo (fragmento)
"El amor carnal en todas sus formas tiene por objeto la belleza del mundo. Muy a menudo también en la búsqueda del placer carnal los dos movimientos se combinan, el movimiento de correr hacia la belleza pura y el movimiento de huir lejos de ella en una confusión indiscernible. Si el amor carnal en todos los niveles se dirige más o menos a la belleza –y las excepciones no son más que aparentes- es porque la belleza en un ser humano hace de él por la imaginación algo equivalente al orden del mundo. El amor que se dirige al espectáculo de los cielos, las llanuras, el mar, las montañas, el silencio de la naturaleza que se hace sentir en mil leves sonidos, al soplo de los vientos, al calor del sol, ese amor que todo ser humano presiente al menos vagamente en un momento, es un amor incompleto, doloroso, porque se dirige a cosas incapaces de responder a la materia. Los hombres desean trasladar ese mismo amor a un ser que sea su semejante, capaz de responder a su amor, de decir sí, de entregarse. El sentimiento de la belleza que a veces está ligada a un aspecto particular de un ser humano hace posible esa transferencia, al menos de manera ilusoria. Pero la belleza del mundo, la belleza universal, es el objeto de ese deseo".

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