Juan Gallardo. Fotografía de C. Bautista
"Escribo cuanto puedo para pensar lo menos posible"
BERTRÁN CAZORLA
Pepe Rubianes y Falete. Los Morancos y Faemino y Cansado. Decenas de iconos de la cultura popular española de ayer y de hoy, pero sobre todo de ayer, se mezclan en las paredes del bar. Ante ellos se sienta Juan Gallardo, tan desconocido como imprescindible en este imaginario de masas. Lo ha marcado con más de 2.000 novelas. Ninguna de ellas, sin embargo, le reportará el Nobel, ni ningún otro premio literario.
Con un motivo mucho más prosaico escribía, dice, "cuatro o cinco libros al mes". Quería ganarse la vida. "Y me la ganaba bastante bien", añade, con el bolsilibro. Produciendo con un ritmo endemoniado novelas de a duro para la célebre editorial Bruguera. La de los tebeos de Mortadelo y Filemón o 13 Rue del Percebe. La de incontables aventis del Far West, de ciencia-ficción o policiacas escritas por autores como Curtis Garland. Juan Gallardo en la vida real.
Obvio, pues, que Gallardo, que también fue actor en la compañía de Alejandro Ulloa y periodista de cine, dé cita en El rincón del artista, en pleno Paralelo barcelonés. Entre la discoteca Apolo y la sala erótica Bagdad, junto a los pocos teatros que aún atestiguan la época en que aquella vía concentraba el ocio de las masas populares en la Barcelona industrial.
Ante un menú que, como el bolsilibro, no pretende trascender, sino saciar los estómagos menestrales, Gallardo cuenta cómo desapareció el Paralelo de sus parrandas. Y cómo Internet eclipsó a los quioscos en los que reinaban él y otros, como Lou Carrigan o, con más fama, Francisco González Ledesma. "Vivía de la imaginación. Hoy todo se da visualmente, no tienes que imaginar nada. Ver y no leer mecaniza la imaginación", explica este hombre simpático, inseparable de su peculiar gorra, que, a pesar de todo, acaba de abrir su cuenta en Facebook. Con 80 años recién cumplidos, sólo rompe su sonrisa cuando recuerda a su mujer y le saltan las lágrimas. Ella, Tere, murió en 2008, y su recuerdo marca cada página de la autobiografía que Gallardo ha publicado ahora en la editorial Morsa. "Me he refugiado en el trabajo. Escribo cuanto puedo para pensar lo menos posible". Vuelve, pues, a un refugio al que ya recurrió durante su adolescencia en Benavente. Era plena posguerra, pero Gallardo es rotundo: "Entonces vivía muy feliz". ¿La clave? "La imaginación".
La convirtió en profesión en un país que quería evadirse. Lo delatan los pocos límites que Bruguera imponía a sus autores: "Primero, seudónimo extranjero. Segundo, final feliz. Tercero, que la acción no transcurriese en España". De ahí muchas de las historias que Gallardo escribía en dos días, "sin romper una página", ocurran en EE UU, un lugar que él no ha visitado. Haber construido parte de la crónica sentimental española ya es reconocimiento suficiente para Gallardo, que narra cómo Terenci Moix -que creció, como Vázquez Montalbán, en el barrio del Raval donde comemos- coleccionaba novelas pulp de Bruguera. Y que el jovencísimo Robert Juan-Cantavella ha recuperado para una novela uno de los personajes de Garland.
Él mismo acaba de publicar una obra histórica, La conjura, con vocación de best seller, "el bolsilibro de hoy". Y dice, mientras apura el cortado, que en su cajón tiene la trilogía de un inspector ex franquista que recuerda a los detectives Carvalho o Méndez, habitantes célebres, ésos sí, de la Barcelona imaginaria refugio de tantos.
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