lunes, 31 de octubre de 2011

POESÍA. "Alborada", de María Sanz (Sevilla, 1956)

María Sanz
Alborada

Tristes mis ojos, triste la alborada,
triste porque mi cuerpo se despoja
del tuyo, despertar donde se aloja
toda la soledad inexplicada.

Muerte del corazón, luz agotada,
tu aliento entre mi pecho, y esa hoja
marchita en su dolor, porque se moja
con lágrimas de un todo en esta nada.

Horas lentas, hirientes del abrazo
llevando su transcurso hasta mi pena.
Tú junto a mí otra vez, mientras respiro

sin alma casi, sin romper el lazo
que nos anuda vena contra vena,
y calmo este morir con un suspiro.

PRENSA. "¿Hay planeta para tanta gente?", reportaje

La población mundial alcanza esta semana los 7.000 millones, según las estimaciones de la ONU.- REUTERS. ("El País)


   En "El País":
¿Hay planeta para tanta gente?

   El crecimiento de la población mundial es un reto alimentario, energético y medioambiental - El mercado laboral puede ser incapaz de absorber el aumento.

GONZALO FANJUL 30/10/2011

   En algún momento de esta semana el planeta habrá alcanzado los 7.000 millones de habitantes. Mil millones más que hace 12 años y el doble que a finales de los sesenta. El crecimiento acelerado de la población mundial dispara las alarmas malthusianas sobre el agotamiento de los recursos naturales y la brecha demográfica entre las diferentes regiones del mundo. ¿Podemos gestionar un planeta con tanta gente?
   La idea de una población que podría superar los 9.000 millones en 2050 plantea retos en ámbitos tan fundamentales como la producción agraria, el abastecimiento energético o la conformación de los mercados de trabajo. Cada uno de ellos está sujeto a un complejo equilibrio de necesidades y limitaciones físicas y políticas. En palabras de Alex Evans, director del programa de la Universidad de Nueva York sobre Globalización y Escasez, "la globalización ha mejorado los estándares de vida de millones de personas, pero la creciente escasez de recursos implica que corre el riesgo de ser víctima de su propio éxito".
   Pensemos, por ejemplo, en la alimentación. Aunque en este momento el número de personas que pasa hambre se acerca a los mil millones, los expertos coinciden en que el planeta todavía produce alimentos suficientes. El futuro, sin embargo, sugiere un panorama más sombrío. De acuerdo con los datos de la FAO, las necesidades alimentarias de la población en 2050 podrían incrementarse un 70% con respecto a las actuales, lo que supone un verdadero reto para un sistema productivo que ha empezado a tantear sus límites. La tierra disponible para la producción agraria tocó techo a principios de la pasada década, mientras que el crecimiento del rendimiento medio de los cultivos ha caído a la mitad desde 1960 por el agotamiento de los recursos y los efectos del calentamiento global. En otras palabras, en el futuro estaremos obligados a producir más con menos, lo que ya ha convertido a muchas regiones pobres en el escenario de una competición internacional por el control de recursos como la tierra o el agua.
   El abastecimiento energético enfrenta un dilema muy similar. El documento 'Perspectivas energéticas mundiales', elaborado cada año por la 'Agencia Internacional de la Energía', prevé un incremento de más de un tercio en la demanda para 2035, derivado en buena medida del crecimiento de las economías emergentes. Al igual que la producción agraria, el consumo y la generación de energía estarán cada vez más limitados por los compromisos de reducción de las emisiones de CO2, así como por la fragilidad de otros límites planetarios, como la pérdida de biodiversidad o la acidificación de las aguas marinas. En el ánimo de los negociadores, que se reunirán en Durban (Sudáfrica) dentro de pocas semanas, pesa más que nunca la amenaza de alcanzar puntos de no retorno que magnificarían las consecuencias del calentamiento global y encarecerían cualquier respuesta.
   Pero la variable poblacional que posiblemente despierte más recelos sociales y políticos es la que se refiere al futuro de los mercados globales de trabajo, cuya composición escapa a menudo al control de los Gobiernos.
   Un estudio realizado en 2008 por la Universidad de Harvard y el 'Center for Global Development' establecía que un inmigrante medio que llega a EE UU multiplica por tres su capacidad adquisitiva, además de acceder a redes de protección impensables en su país. Los datos con respecto a Europa no son muy diferentes. Mientras tanto, las tendencias presentadas esta semana por el Fondo de Población de las Naciones Unidas siguen mostrando un planeta en el que las generaciones más jóvenes se concentran en los países pobres y las más ancianas en el mundo desarrollado; un mundo cuyo sistema de protección social necesita una pirámide de población de base ancha. Lant Pritchett, profesor de Harvard y uno de los autores del estudio, expresaba el dilema en estos términos: "La fuerza de los inevitables cambios demográficos que crean demanda en los países ricos y oferta en los países pobres va a ser demasiado poderosa para la capacidad coercitiva de las barreras fronterizas".
   Ante este panorama, ¿podemos limitar el crecimiento de la población o estamos condenados a gestionar un planeta con más habitantes? Algunos de los países afectados por las altas tasas de crecimiento llevan décadas impulsando iniciativas más o menos agresivas de control de la fertilidad, desde la política de un único hijo en China hasta los programas masivos de esterilización de India, que alcanzan al 37% de las mujeres que hasta entonces usaban otros métodos anticonceptivos. Sin embargo, no solo estas políticas han demostrado ser ineficaces a la hora de detener el crecimiento acelerado de la población, sino que han derivado en consecuencias indeseables como la selección de fetos por razones de género. De acuerdo con un reciente informe del Banco Mundial, solo en China el número de niñas no nacidas podría superar el millón anual.
   No hay balas de plata. Los expertos e informes consultados sugieren que la respuesta a la superpoblación es el camino largo del desarrollo y las soluciones cooperativas. Por un lado, solo de este modo podemos garantizar la sostenibilidad social y ecológica del planeta; por otro, la prosperidad económica y el acceso a oportunidades como la educación han demostrado ser el modo más eficaz de reducir las tasas de fecundidad. Preguntado por la posibilidad de establecer islas de prosperidad, Ignacio Pérez Arriaga, profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y de la Universidad de Comillas, recurre al ejemplo de la lucha contra el cambio climático: "Si el objetivo es reducir las emisiones globales, una Europa aislada solo controla el 20% del problema. Lo que importa es lo que hagan los demás".
   Pérez Arriaga forma parte de un grupo de expertos que asesoran a la Comisión Europea en la elaboración de una hoja de ruta energética para el período 2020-2050. En su opinión, no hay nada imposible en la idea de un planeta que cuente con un abastecimiento energético estable y dentro de los límites ecológicos. Pero eso exigirá un doble esfuerzo: el del ahorro y la eficiencia -"con los que se puede llegar muy lejos"-, y el de la transformación de nuestras fuentes de suministro, que pasa por "renovables, renovables y renovables hasta hacerlas competitivas frente a unos combustibles contaminantes que serán cada vez más caros".
   Una de las claves es la desvinculación de los modelos de crecimiento económico del uso intensivo de recursos como el agua o la energía, garantizando una distribución más justa de las cuotas de consumo. El 'Panel Internacional de Recursos' de Naciones Unidas mostró recientemente que un canadiense medio utiliza cuatro veces más recursos que un indio. Esta brecha en las huellas ecológicas está derivada, por ejemplo, de una dieta basada en el consumo habitual de carne, cuya producción exige 12 veces más agua que el trigo y genera 20 veces más emisiones de CO2.
   Robert Bailey, investigador del think tank británico 'Chatham House', explicaba a este periódico en términos similares los retos del sistema alimentario: "Las escaladas en los precios de los alimentos de 2008 y 2011 fueron llamadas de atención. No sé cuál puede ser el peor escenario, pero tengo la certeza de que en el futuro veremos shocks más graves. ¿Qué ocurriría si se produjese una sucesión rápida de eventos similares a los que ya hemos visto, como una ola de calor en Rusia o la alteración del monzón en Asia? ¿Qué ocurriría si los Gobiernos reaccionasen bloqueando las exportaciones y agravando la escalada de precios de alimentos, como ya hicieron en 2008? Podemos alimentar a un planeta de 9.000 millones de habitantes, pero va a requerir mucho más de lo que estamos haciendo ahora".
   Organizaciones internacionales como la FAO y Oxfam coinciden en la necesidad de reformar los mercados agroalimentarios si queremos evitar un futuro marcado por la volatilidad de los precios y la recurrencia de las hambrunas. Su estrategia está basada en la protección legal de recursos esenciales como la tierra, el fin de la competencia desleal de los países ricos y el apoyo a la agricultura familiar de las regiones más vulnerables, empezando por África subsahariana.
   Pero no siempre es suficiente con más recursos y voluntad política. El incremento de la población nos obligará a enfrentarnos a problemas para los que no existen precedentes normativos o institucionales. La flexibilización de los regímenes migratorios, por ejemplo, exigirá lo que el Centro de Desarrollo de la OCDE ha denominado un "sistema emergente para la movilidad laboral internacional". Un sistema nuevo, concebido para encontrar un equilibrio de riesgos y oportunidades entre los países de origen, los de destino y los propios emigrantes.
   La respuesta al dilema migratorio exigirá combinar el cambio de actitudes individuales con la financiación, la iniciativa política y la imaginación de actores públicos y privados. Son las mismas variables que serán necesarias para establecer mercados energéticos y agroalimentarios más justos y sostenibles. El verdadero reto demográfico no es cuántos somos, sino cómo.

PRENSA. "Una catástrofe migratoria anunciada", por Samí Naïr

Samí Naïr

   En "El País":
Una catástrofe migratoria anunciada

SAMI NAÏR 30/10/2011

   Son bastante bien conocidas las razones de las migraciones, pero siempre imperan dos: proteger la vida y vivir de manera digna. La regresión medioambiental que está experimentando nuestro planeta también tendrá consecuencias tremendas en cuanto al desplazamiento de las poblaciones. El auge demográfico, la urbanización creciente, la crisis alimenticia, la escasez de agua por doquier y la desertificación, combinados con la destrucción del medio ambiente, las guerras, el empobrecimiento y el estallido de los estados donde hay conflictos violentos están creando un cóctel explosivo.
   Las catástrofes naturales aumentan en frecuencia y en intensidad: en las últimas dos décadas, se han duplicado de 200 a más de 400 al año. En 2008, 20 millones de personas fueron desplazadas por desastres ecológicos relacionados con el cambio climático.
   La Organización Internacional de las Migraciones (OIM) y otras instituciones internacionales estiman que dentro de los próximos 40 años habrá unos 200 millones de personas afectadas y desplazadas debido al cambio climático. El Gobierno británico acaba de destacar en su informe 'Migration and Global Environmental Change' de 2011 que en los próximos 50 años la mayoría de migraciones se producirán dentro de los propios países afectados por desastres naturales. Así, para 2060 prevé que en África y Asia la población en zonas urbanas expuestas a riesgo de inundación aumente entre 114 y 192 millones de personas. Añade que si en 2009 hubo 17 millones de afectados, en 2010 alcanzaron 42 millones. Las principales regiones concernidas son, además de estos dos últimos continentes, América del Sur y Central.
   La ecuación migratoria está cambiando: no se trata solo de migraciones por razones laborales, sino de la huida de poblaciones frente una muerte imparable. Lo que significa que el concepto utilizado hoy en día para definir el refugiado precisa ser cambiado radicalmente, ya que estas poblaciones no están protegidas por la Convención del 1951. El debate jurídico se debe enfocar teniendo en cuenta categorías nuevas como "refugiados por el clima" o "refugiados por desastres ambientales". Algo que no resulta fácil, ya que los países desarrollados, todos sin excepción, han ido reduciendo durante las dos últimas décadas el alcance del concepto de refugiado y el número de personas así consideradas, con fin de no darles acogida. El derecho de asilo, cuyo contenido corresponde a la situación de la postguerra mundial, se vuelve cada vez más obsoleto. Es imprescindible adaptarlo, pues una humanidad civilizada no puede cerrar los ojos ante esta catástrofe anunciada.

PRENSA. "Teoría y práctica del tiranicidio", reportaje de José María Ridao

El cadáver de Gadafi en una cámara frigorífica, en la ciudad libia de Misrata.- GUILLEM VALLE (EFE) ("El País")


   En "El País":
Teoría y práctica del tiranicidio

   Matar al dictador caído, como Gadafi, sitúa al ganador de la guerra en la posición de un libertador - El espectáculo macabro tiene algo de totémico.

JOSÉ MARÍA RIDAO 28/10/2011   

   Las primeras noticias procedentes de Sirte la mañana del 20 de octubre daban cuenta de la detención de Gadafi. Pocas horas después las informaciones no hablaban ya de la detención, sino de la muerte del dictador libio. Según la nueva versión de los hechos, habría sido alcanzado durante un bombardeo de la Alianza Atlántica contra el convoy en el que trataba de huir. Un vídeo de escasa calidad, grabado desde un teléfono móvil, parecía corroborarlo: en él se observaba la imagen de un cadáver con el rostro contra el suelo y rodeado de hombres armados que se esforzaban por darle la vuelta, como si su intención fuera identificarlo. Solo con la ayuda de un paño alrededor de la mandíbula lo consiguen, y entonces sí, por un breve instante aparecen unos rasgos familiares que podrían ser los de Gadafi.
   Las dudas acerca de si se trataba de su cadáver no quedarían despejadas, sin embargo, por el análisis minucioso de este primer vídeo, sino por la inmediata aparición de otro, también de escasa calidad y también grabado desde un teléfono móvil. En él es Gadafi, indiscutiblemente Gadafi, quien avanza dando traspiés entre milicianos armados. La inercia de la versión anterior se proyecta sobre la siguiente: la sangre en el cuello de Gadafi y sobre sus ropas -se piensa en esos instantes de confusión- debe de ser el resultado de las graves heridas recibidas durante el ataque de la Alianza Atlántica, y a las que supuestamente habría sucumbido. Nuevos vídeos, sin embargo, desmintieron con descarnada contundencia todas las versiones previas: Gadafi había sido apresado con vida, linchado por sus captores y, al parecer, asesinado de un tiro en la sien.
   No era, con todo, el final, sino el comienzo de un espectáculo macabro que se prolongaría durante cuatro días en una improvisada morgue de la cercana ciudad de Misrata; en realidad, la cámara frigorífica de un mercado en la que semidesnudo sobre un colchón, primero a solas y después en compañía del cadáver de su hijo Mutasim, Gadafi sería expuesto al escarnio público hasta el amanecer del pasado martes, cuando fue enterrado en algún lugar del desierto. Además de los vídeos que registran los instantes finales de Gadafi, fueron apareciendo otros que recogen los de su hijo Mutasim, detenido en lo que parece un salón doméstico con la pared empapelada y bebiendo agua de una botella de plástico. Alguien lo increpa desde detrás del objetivo, él responde con altanería. El vídeo se detiene en ese momento, y la siguiente imagen de Mutasim es aquella en la que aparece muerto junto a su padre.
   Gadafi expuesto sin vida en la cámara frigorífica de un mercado de Misrata ha pasado a formar parte, no ya de la nómina de los dictadores derrocados, sino de otra más escalofriante y estricta en la que se encuentran los que, además de derrocados, fueron linchados antes de morir y su cadáver mostrado como trofeo y librado a la profanación. Los hechos de los que dan testimonio los vídeos grabados el 20 de octubre dejan en mal lugar al Consejo Nacional de Transición, bien porque los consintió, bien porque careció de autoridad para impedirlos. En el primer caso, el asesinato de Gadafi y los suyos harían presagiar que, si nada lo remedia, la tiranía sobreviva al tirano, reponiendo a otro en el puesto vacante; en el segundo, que la guerra civil contra Gadafi pudiera ser el preámbulo de otra entre las diversas milicias armadas y solo unidas hasta ahora por la existencia de un enemigo común.
   El líder del Consejo Nacional de Transición, Mustafa Abdel Jalil, pronunció el primer discurso tras la muerte de Gadafi y el final definitivo de su régimen en la plaza de los Mártires en Trípoli, y muchos libios se preguntaron por qué no lo hizo en otras ciudades que habían participado con más determinación en la lucha. También afirmó que la sharía inspiraría la nueva legislación, y, de nuevo, muchos libios se preguntaron por qué Abdel Jalil tomaba en solitario una decisión que no le correspondía. Las razones políticas detrás de estas inquietudes, de estas preguntas, son fácilmente reconocibles, y tienen que ver con el origen territorial de los grupos rebeldes y con su diferente adscripción ideológica. Ahora bien, la respuesta a por qué Abdel Jalil se creyó legitimado para decidir en solitario un asunto crucial en el futuro de Libia está relacionada con un problema clásico de la teología que, al secularizarse los fundamentos del poder, pasó al ámbito de la filosofía; tiene que ver, en fin, con la teoría y con la práctica del tiranicidio.
   El jesuita Juan de Mariana (1536-1624) es reconocido como uno de los principales defensores del derecho a deponer a un monarca y, en general, a un gobernante, cuando incumple las obligaciones más elementales con los gobernados, en la estela de santo Tomás. Como este, Mariana concentra el grueso de sus argumentos en el momento previo a la ejecución del tiranicidio, en la controversia acerca de si puede ser o no justificado. No presta tanta atención, en cambio, al momento posterior, al derecho que adquiere, o cree adquirir, quien ha acabado materialmente con el tirano, y que se concreta como derecho a decidir ante sí y por sí el orden político que se instaurará a continuación. Al haber arriesgado su vida, el autor de un tiranicidio siente que este derecho suyo es superior al de quienes se mantuvieron pasivos ante el tirano, por connivencia, por temor o por cualquier otro motivo.
   Este y no otro es el razonamiento que hace Lorenzino de Médicis, el Lorenzaccio de la obra homónima de Alfred de Musset, en Apología de un asesinato, un texto en el que el autor de un tiranicidio explica abiertamente sus sentimientos y razones. En 1537, Lorenzino da muerte a su primo Alejandro, duque de Florencia, con quien había compartido las juergas y arbitrariedades que sumieron en el desgobierno y el caos a la ciudad. En respuesta a quienes le condenan por haber asesinado a su primo, Lorenzino defiende en la Apología que su acto obedecía a un deseo de libertad, el más noble de todos los deseos humanos, y que, por tanto, debía ser considerado como un tiranicidio, no como un crimen común. Pero añade, no sin un punto de provocación, que una vez ejecutado, y viendo las reacciones, llegó a resultarle difícil decidir si Alejandro merecía mayor castigo por su maldad que el pueblo de Florencia, al que acusa de cobarde, por haberla soportado. "Aceptar el statu quo", prosigue Lorenzino, intentando justificar que la situación de Florencia fuera a peor después del asesinato de Alejandro, "era más peligroso que enrolarse, con alguna esperanza de éxito, en la tarea de liberar la patria".
   Abdel Jalil, lo mismo que tantos caudillos, tantos hombres providenciales en tantas épocas y lugares, suscribiría seguramente las palabras de Lorenzino acerca de "la tarea de liberar a la patria". Quién sabe si, además, no se habrán sentido acosados en algún momento difícil de las guerras que libraron por las palabras anteriores, en las que Lorenzino se confiesa atrapado en el dilema de decidir si Alejandro era más culpable por sus maldades que el pueblo de Florencia por soportarlas. Desde la perspectiva hacia la que apunta vagamente Lorenzino, arrogarse el derecho a decidir el orden que sucederá al derrocado, según hizo Abdel Jalil en su primer discurso tras el linchamiento y muerte de Gadafi, puede ser expresión de la fe que empujó a la lucha, sea una fe religiosa o política. Pero podría ser también una fórmula para evitar que el autor del tiranicidio no sucumba a la sospecha de haber puesto la vida en juego por la libertad de un pueblo que no lo merecería del todo, culpable de haber soportado al tirano. Si el autor del tiranicidio no se debe a su pueblo, sino a la fe que le empujó a la lucha y que se apresura a imponer tan pronto el tirano ha perecido, entonces el dilema, la sospecha de Lorenzino pierde cualquier vigencia: el pueblo podrá ser culpable de haber soportado la tiranía; la fe, nunca.
   La oratoria de Abdel Jalil en el discurso de Trípoli sugiere, solo sugiere, que este podría ser el caso del Consejo Nacional de Transición. Abdel Jalil gritó literalmente "alzad bien vuestras cabezas, sois libios libres", no "alcemos bien nuestras cabezas, somos libios libres", y la multitud estalló en gritos de júbilo. El posible mensaje subrepticio, el posible eco del dilema que expresó Lorenzino en la Apología y que solo el tiempo y los acontecimientos determinarán si alentaba o no en el discurso de Abdel Jalil, era, podría ser: "Nosotros, miembros del Consejo Nacional de Transición, ya la teníamos alzada y, si ahora sois libios libres, a nosotros nos debéis la libertad. Haremos con ella lo que mejor convenga, según nuestro criterio".
   El diferente ánimo con el que se contempla la revolución libia, por un lado, y la tunecina y la egipcia, por el otro, responde a la manera en que se desarrollaron las respectivas revueltas y, en definitiva, los respectivos tiranicidios. La caída de Ben Ali y de Mubarak fue obra de las manifestaciones en las plazas, de todos y de nadie, por lo que el orden que suceda al derrocado tendrá que surgir, en principio, de un pacto que no puede ser en exclusiva de nadie y que, por eso mismo, tendrá que ser de todos. En Libia, por el contrario, y desde el momento en que Gadafi optó fatalmente por la violencia y la guerra, la caída del tirano exigió acciones militares de una vanguardia armada. De esa vanguardia armada hay que esperar, ahora, que se dirija a los libios, participaran o no en la guerra, y lo hicieran en el bando que lo hicieran, para decirles generosamente: "La victoria es vuestra", y no lo que parece deducirse del primer discurso de Abdel Jalil: "Es verdad que conseguimos la victoria en vuestro nombre, pero sus únicos propietarios somos nosotros".
   El espectáculo macabro que se prolongó durante cuatro días en la cámara frigorífica de un mercado de Misrata pudo obedecer a irrefrenables sentimientos de venganza, sin descartar, además, el simple morbo. Era, sin embargo, un espectáculo conocido, en el que cambiaban los protagonistas pero el guión permanecía invariable. En Misrata, Gadafi y los suyos recibieron el mismo trato que Mussolini y su amante, Clara Petacci, en Italia, expuestos cabeza abajo desde el dintel de una gasolinera; que Elena y Nicolae Ceaucescu, cubiertos de polvo y derrumbados uno contra el otro tras el fusilamiento en Rumanía; que Samuel Doe, depuesto y ejecutado en Liberia, mientras una cámara filmaba las imágenes que luego se esparcirían por el mundo. Son todos ellos espectáculos que dicen mucho de la condición humana, pero también de los fundamentos del poder.
   En Tótem y tabú, Freud aventuraba la hipótesis, luego recogida sumariamente en Psicología de las masas, de que la vida social tendría como origen el asesinato de un padre totémico y un banquete ritual entre los hijos. No son banquetes, desde luego, ni se trata del origen de la vida social sino de cambios políticos, pero los espectáculos macabros en torno al cadáver de los dictadores tienen algo de totémicos. Quienes participan con más entusiasmo, quienes más se burlan y más se exhiben, parecen apurar el último momento para demostrar que ellos no soportaron la tiranía, cancelando sin saberlo el dilema que acosaba a Lorenzino de Médicis. También para dejar constancia ante el nuevo poder que ha emanado del tiranicidio, y del que esperan, si no una participación, sí al menos que no les reserve la suerte atroz de quienes colaboraron con el tirano depuesto. Profanando los cadáveres de Gadafi y su hijo en la cámara frigorífica de un mercado de Misrata, los libios que filmaban vídeos y se fotografiaban afirmaban ostentosamente de qué lado estaban, quién sabe si confiando en que así nadie les preguntaría de qué lado estuvieron.

   Distintas formas de acabar con un déspota

   - Benito Mussolini, 1945. El primer ministro y dictador de Italia fue ejecutado a tiros el 28 de abril de 1945 cerca de Como, al norte del país, junto a su amante, Clara Petacci. Los partisanos que se habían rebelado contra el dictador decidieron ejecutarlo en medio de un ambiente de gran confusión. Sus cadáveres fueron trasladados a Milán y, allí, escarnecidos por la multitud.

   - Elena y Nicolae Ceaucescu, 1989. El expresidente de Rumanía, Nicolae Ceaucescu, y su esposa y mano derecha, Elena, fueron ejecutados en diciembre de 1989 después de un juicio sumarísimo ante un tribunal militar. La pareja -ella fue vicepresidenta del Gobierno y presidenta de la Comisión de Control del partido- dirigieron el país durante 24 años con mano de hierro. El Frente de Salvación Nacional les condenó por genocidio, demolición del Estado y acciones armadas contra el Estado y el pueblo, destrucción de bienes materiales y espirituales, destrucción de la economía nacional y evasión de 1.000 millones de dólares hacia bancos extranjeros.

   - Samuel Doe, 1990. Fue el presidente de Liberia durante 10 años. En septiembre de 1990 fue brutalmente torturado y finalmente ejecutado por un grupo de rebeldes; el país vivía una guerra civil desencadenada por un antiguo colaborador de Doe desde el año anterior. La tortura se grabó en un vídeo que luego fue difundido, y el cadáver de Doe fue expuesto en un hospital de Monrovia.

   - Sadam Husein, 2006. El dictador iraquí fue ejecutado en diciembre de 2006 tras ser condenado por cometer crímenes contra la humanidad. Fue juzgado dos veces: por el asesinato de chiíes y por la matanza de kurdos. Las imágenes del ahorcamiento se vieron en las televisiones de todo el mundo. Husein había gobernado Irak durante más de dos décadas, desde 1979 a 2003.

sábado, 29 de octubre de 2011

POESÍA. "Volver en sí", de José Luis Rodríguez Ojeda (Carmona, Sevilla, 1957)

José Luis Rodríguez Ojeda

Volver en sí

                    I
Como ya bien sabemos, la razón
su luz con sentimientos no comparte.
Tan lejanas imágenes, aparte
de que pueden llevar a la obsesión

(de tanto ahondar y ahondar en su emoción
con las palabras: pozo, que no arte),
pueden hacer pensar que un baluarte
de la memoria enorme, el gran bastión

hemos reconstruido con firmeza,
cimentado el recuerdo, la certeza
de que aquellos primeros sentimientos

fueron así. Y es falso. Los cimientos
se mueven con el tiempo. La tristeza
sí que así se hace firme en la cabeza.


                    II
Concluyendo por fin, mi buen amigo
(a un amigo de siempre al que bien quiero
le estoy hablando ahora, compañero
no de versos, de cháchara), te digo

que hoy de acuerdo hasta un poco estoy contigo,
sin ver lo que me dices ya tan huero;
aunque esto, según tú: quebradero
de cabeza, miradas al ombligo,

empeño de vivir en la quimera...,
es lo más importante que yo hago.
Pero termino aquí con mi petera.

Vamos a echar, entonces, ese trago
que siempre me propones. La primera
yo invito. Y otra ronda también pago.

   De De los primeros años. Editorial AE. 2010

PRENSA. "¿Qué nos quedará de la microcultura?", reportaje

Dibujo de Eulogia Merle- EULOGIA MERLE. ("El País")



   En "El País":
¿Qué nos quedará de la microcultura?

   Teatro mínimo, cine con móviles, relatos de una frase, 'nanopoemas': las formas de creación en formato corto crecen sin parar pero su impacto real es un enigma.

TOMMASO KOCH - Madrid - 14/10/2011

   Una señora colorea, sobre la mesa de la cocina, un álbum de dibujos para niños. A los pocos segundos, su hija vuelve a casa. Las dos entablan una conversación íntima sin preocuparse de la decena de invitados que, sentados en taburetes, llenan el minúsculo cuarto y escuchan en silencio. Pasan menos de 15 minutos, el tiempo suficiente para que la madre encuentre las palabras para explicar a su hija por qué su padre no volverá. El diálogo termina. Los aplausos de los invitados cierran la sexta y última representación de la noche de Papá se ha ido. Maribel Vitar y Mara Ballestero, las actrices, se despiden del público con una reverencia.
   La obra es una de las delicatessen culturales que, en formato de bolsillo, se ofrecen en el número 9 de la calle de Loreto y Chicote de Madrid. Un tema, seis obras, seis representaciones por noche de miércoles a domingo. Cada función cuesta cuatro euros y dura un cuarto de hora. Estos números encierran la fórmula áurea que resuelven las salas del 'Microteatro Por Dinero'. Entre 5.000 y 8.000 personas (según Verónica Larios, una de los 21 socios que dirigen el barco) mezclan cada mes cañas y píldoras de teatro, siguiendo una receta que celebra ahora su primer aniversario y que simboliza la pujanza del fenómeno de la microcultura, amado por unos y denostado por otros. Un fenómeno de crecimiento exponencial pero cuyo alcance de impacto real en la historia de la cultura es, a día de hoy, un enigma.
   "Respecto al teatro tradicional se gana en intimidad y libertad", asegura Elvira Lindo. La escritora, autora de varios guiones teatrales, es el bolígrafo tras los diálogos de Papá se ha ido. "Me gusta mucho esta fórmula", afirma, "ves una o más obras, tomas una caña. Es más inmediato y más alternativo".
   Pero no solo de teatro vive el prefijo micro. De hecho, últimamente parece encajar bien en todo tipo de puzles culturales. Entre fenómenos más asentados (microrrelatos) y otros más recientes (micropoesía, festivales de microcine rodado con móviles...), lo pequeño desfila a menudo en las pasarelas de la cultura. "Hay varias causas", explica el filósofo y ensayista José Luis Pardo, "la crisis del formato largo, de los grandes relatos, sobre todo en la literatura, es una de ellas. En segundo lugar, los nuevos medios tecnológicos favorecen contenidos más fáciles de difundir y descargar. Es el sabor de lo efímero".
   "No tenemos tiempo, necesitamos una comunicación más urgente, entender las cosas de un disparo", tercia la micropoetisa Ajo. Por ello, sus pistolas llevan desde 2004 cargadas de proyectiles fugaces como: "Olvidan solo quienes tienen tiempo". Ese mismo año Ajo publicó Micropoemas, el primer libro que recogía sus obras. Desde entonces, la brevedad no ha dejado de ser el primer punto de su manifiesto artístico. "Es mucho más difícil: decir mucho con poco significa complicarse la vida", defiende la interesada.
   Aquí parece hallarse una de las claves del género micro. Ya se hable de cine, de teatro o de literatura, no cambian los fundamentos que mantienen en pie el pequeño castillo. "Hay que tener una idea clara de lo que se quiere narrar y caracterizar bien a los personajes", explica Verónica Larios, del proyecto Microteatro Por Dinero. Elvira Lindo va más allá: "Tienes que contar más de lo que te permita el espacio o el tiempo, ser muy sugerente".
   Creadores de comidas efímeras, los chefs de la microcultura fían sus esperanzas al retrogusto. "Un buen microrrelato deja en el lector una angustiosa duda", resume la escritora argentina Ana María Shua, especialista en la materia. Tras las huellas de Borges y Cortázar, auténticos pioneros del microrrelato, Shua lleva ya cuatro libros depositando interrogantes en la mente del lector.
   Una estancia larga en un terreno donde algunos se quedan durante un tiempo casi tan fugaz como sus creaciones. "El microteatro puede ser un buen ejercicio para más adelante hacer algo con más espesor", explica Elvira Lindo. "Desconfío de los que solo son microrrelatistas: prefiero los que también tocan otros géneros", argumenta Ana María Shua. De hecho, la argentina es autora de novelas, obras infantiles y cuentos. "Lo más difícil de escribir es una novela, porque hay que sostener una arquitectura compleja como la de un rascacielos", sostiene la escritora. Construir una "casita" (como ella define a los microrrelatos) puede ser, en cambio, cuestión de un instante. En estas palabras está encerrado todo el espíritu de su autora: Socorro, socorro, sáquenme de aquí es un ejemplo de creación que Shua realizó en pocos minutos, guiada por una intuición.
   Eso sí, todo arquitecto de lo micro tiene que saber manejar lijas y cinceles. "Los microrrelatos son piedras preciosas, extremadamente pulidas. Los mejores alcanzan la perfección más absoluta en la literatura. Pero es un género que no acepta el más mínimo defecto: perdería inmediatamente su valor", explica Shua. La misma escritora reconoce, sin embargo, que "cualquiera puede tener un pequeño éxito, conseguir escribir un microrrelato que esté muy bien, aunque no un libro".
   En junio, el presidente de la Academia de Cine, Enrique González-Macho, señalaba: "Hoy cualquiera puede hacer películas con una cámara de 300 euros". Es, por decirlo a la manera de Shua, la angustiosa duda que acompaña a este fenómeno, y que Fernando Savater expresa así: "Aunque puede haber cosas de indudable calidad, esa jibarización de la cultura resulta dudosa. Es la influencia del zapping primero y del Twitter después en todos los campos".
   La solución, según los entrevistados, es tan sencilla que cabe en una palabra: calidad. "En España hay 20 millones de escritores, pero publican 10 de ellos. El talento destaca. Las primeras películas de Amenábar y Almodóvar fueron cojonudas. Para otros, el primer trabajo es el último", respondía González-Macho. José Luis Pardo desdramatiza sobre la cuestión del cómo: "No hay que obsesionarse con el formato. Al fin y al cabo cuenta el contenido".

PRENSA. "Una profecía cumplida y portátil", por Jordi Costa. (Sobre la "microcultura")

Dibujo de Eulogia Merle- EULOGIA MERLE. ("El País")


   En "El País":
Una profecía cumplida y portátil

JORDI COSTA 14/10/2011

   Microcultura, creación portátil, producción cultural sostenible... Da igual el nombre que se le otorgue, aunque la última propuesta suene un poco a ortopedia lingüística de gestor de subvenciones con las arcas vacías (o, al menos, menguadas): tras la era de la cultura como (aparatoso) acontecimiento parece consolidarse la era de una cultura instantánea, sintética, aparentemente leve, que saca partido de la democratización de las herramientas creativas propiciada por los avances tecnológicos y, al mismo tiempo, se afirma como la mejor estrategia de supervivencia en tiempos de crisis. Las formas no son necesariamente nuevas, pero sí su expansión y, sobre todo, su asumida condición de signo de los tiempos.
   Puestos a buscar precedentes, uno podría pensar en el célebre microcuento del dinosaurio de Monterroso o en esa paradoja apocalíptica que inspiró a Fredric Brown un delicioso juego de ingenio -"El último hombre sobre la Tierra estaba sentado en una habitación. Llamaron a la puerta..."-, en la precisión poética del haiku o en esa famosa dialéctica establecida por el crítico Manny Farber entre el Arte Elefante Blanco y el arte termita, pero quizá sea más justo considerar que todo esto parece la profecía cumplida de Italo Calvino, que en su serie de conferencias Seis propuestas para el próximo milenio, ya establecía las bases de una estética futura a través de los siguientes valores: levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad y consistencia.
   El fenómeno aflora cuando la crisis económica amenaza con desprofesionalizar el sector y obliga a las viejas industrias culturales a pensar en la mutación que podría salvarles de una extinción anunciada, pero también tiene que ver con algo más inasible: cambios de paradigma y sutiles transformaciones de una sensibilidad colectiva que, mediante el tránsito por las luces y sombras del narcisismo, ha difuminado viejas convicciones sobre la intimidad y ha relativizado, entre muchas otras coordenadas de situación, la distancia que tradicionalmente mantenía el creador con su público.
   Habrá quien argumente que no es posible recrear Lo que el viento se llevó con cámaras de móvil o que el monólogo interior de Leopold Bloom no se podría desgranar en raciones de 140 caracteres, pero los microcreadores tienen, en ambos casos, una réplica fácil: ¿alguien necesita hacerlo?, ¿aún no habéis caído en la cuenta de que lo micro responde a otras narrativas, a otra sensibilidad, a este presente que no se ha planteado no ya desafiar, sino ni siquiera comprobar su fecha de caducidad?

PRENSA. Viñeta de EL ROTO

   En "El País" (28-X-2011):

PRENSA. Viñeta de Forges

   En "El País" (28-X-2011):

viernes, 28 de octubre de 2011

POESÍA. "Nietos de la guerra", de José Luis Rodríguez Ojeda (Carmona, Sevilla, 1957)

José Luis Rodríguez Ojeda

Nietos de la guerra

Yo fui niño de un niño de la Guerra.
Ya lejana, los símbolos triunfales
en mi primera infancia eran visibles
todavía. Delante de la iglesia,
mujeres con rosario y velo negro
frente a la negra Cruz de los Caídos.

Sobre lirios, los muertos por la patria.
Banderas, banderines, banderitas;
mano derecha al aire, el estribillo
del Cara al sol... Las filas y desfiles.

Todavía de mis primeros años,
entre otras, yo guardo esas imágenes
y, por ellas, la misma sensación;
no de miedo, de aburrimiento y frío;

de triste seriedad que asusta al niño
que está inventando el mundo con sus juegos.

   De De los primeros años. Editorial AE. 2010

PRENSA. "Con libros en Göteborg", por Maruja Torres

Maruja Torres

   En "El País Semanal":
Con libros en Göteborg

MARUJA TORRES 09/10/2011

   Con todos mis respetos hacia mi iPad y la excitante Alice in Wonderland que tengo dentro, con los dibujos originales en movimiento; con mi tributo a las tabletas que hacen más llevadera la lectura para editores y libreros cuando se trata de liquidar (leer) libros-tocho, y con mi más que demostrado respeto hacia las nuevas tecnologías y soportes, a los que, como saben quienes tienen la amabilidad de seguirme, siempre me apunto.
   Con todo eso por delante, ¡qué bonitos son los libros de toda la vida!
   Y perdónenme la obviedad, pero es que he vivido un baño de libros en la reciente feria del mismo de Göteborg, a uno de cuyos seminarios fui invitada, por la cosa de la novela negra. Aparte de que tuve la fortuna de tropezarme con Henning Mankell en varias ocasiones, y de avistar a otros creadores escandinavos de serie noir (tan sólo una parte de la inmensidad que propone la feria, dedicada este año a la lengua alemana), lo más mejor, es decir, lo maravilloso, fue pasear por el enorme edificio en donde el Bok se alberga.
   Verán, mi única experiencia en ferias internacionales de libros es la de Fráncfort, más inmensa aún en espacio, pero sobre todo centrada en lo profesional, lo devotamente laborioso y lo comercial. Escritores consagrados y escritores por descubrir, y un desfile de expertos: editores, periodistas, traductores, agentes... La familia completa. El lector tiene allí un papel secundario. Está, porque si no existiera nada de ello existiría, pero sobre todo estará, leerá y sabrá más cuando Fráncfort dé sus frutos.
   Göteborg o Gotemburgo. Los suecos han tenido la gracia de usar la diéresis de la primera o a la manera en que nosotros revalorizamos la ñ, sacando los puntitos de su sitio y jugando con ellos, convirtiendo los puntos en ojitos que nos miran pícaros y se agrupan en bolsas, camisetas, carteles... Ojitos inteligentes que se dirigen al público como si le dijeran: ven y lee.
   Lo primero que descubrí es que no hace falta decirle a nadie que vaya a la feria de Göteborg. Además de los escritores del país anfitrión, de Escandinavia en general y de los extranjeros invitados, están los lectores. Llegan de todas partes de Suecia en autobuses -ah, la bendición de un buen transporte público- o desde cualquier punto de la ciudad en bicicleta, en bus o en tranvía. Los taxis son muy caros, quizá por ello los taxistas son muy amables, pero el transporte público es muy bueno. Apunten: ellos no pierden su Estado de bienestar.
   No sólo no lo pierden, sino que se quedaron de piedra cuando les conté lo que está pasando por estos pagos. Me encontré con un auditorio ansioso de enterarse de cosas de este país. Un auditorio que en su mitad dominaba el español -dato: ninguno de ellos lo había aprendido en el Instituto Cervantes, sino en universidades suecas- y que seguía la charla con gran vivacidad, con sonrisas y carcajadas muy bien puestas; la labor de los traductores -para la otra mitad- fue excelente. Se interesaron mucho por el Movimiento 15-M y su futuro, sobre el que mi moderadora, la estupenda Ellinor, moderadora, me incitó a hablar. Tengo mucho que agradecerle, así como a Anneli; siempre hay mujeres. Y se quedaron de piedra cuando les hice un somero resumen de los recortes que estamos sufriendo.
   Pero lo mejor sucedió cuando, finalizada la charla, me quedé con mi cuerpo de lectora, y mis manos volaron hacia los estantes y las mesas y las paredes y las cestas y los montones: sí, libros en montones, libros en todas partes, arriba y abajo, a lo ancho y a lo largo, libros como peces en un mercado o como frutas. Madre mía. La mayoría pertenecían a idiomas que no conozco y que no puedo leer, de modo que lo que me arrojaba sobre ellos era la sensualidad. El placer de la vista, el cosquilleo en los dedos -tocarlos, dejar que me sintieran-, y la excitación que produce la curiosidad. El descubrimiento de ilustraciones exquisitas, de atrevidos formatos.
   Luego de eso, un paseo por la ciudad y una melancólica reflexión, a modo de escuálido consuelo: menos mal que nosotros tenemos buen clima.

   http://www.marujatorres.com/

PRENSA. "Memorias divididas", por Julián Casanova

Julián Casanova

   En "El País":
Memorias divididas

   En Hungría siguen divididos por su terrible pasado de guerras y tiranías, que algunos utilizan para justificar sus posiciones políticas actuales y como un arma más en el combate ideológico frente a sus oponentes.

JULIÁN CASANOVA 25/10/2011

   El 23 de octubre de 1956, la gigantesca estatua de Iósif Stalin, de ocho metros de altura, que presidía una de las plazas de Budapest, donde el régimen comunista celebraba sus desfiles y conmemoraciones, fue derribada por la multitud, cortada por los pies, con las botas del dictador como único rastro sobre el pedestal. Entre escenas de gran júbilo, un camión transportó la estatua de bronce por las calles de la ciudad hasta dejarla tirada a las puertas del Teatro Nacional.
   Era el comienzo de la revolución de 1956, aplastada poco después por las tropas soviéticas, de la que se cumplen ahora 55 años y que los húngaros conmemoran desde la caída del comunismo como fiesta nacional, divididos por su terrible pasado de guerras y tiranías, que algunos utilizan para justificar sus posiciones políticas actuales y como arma de combate ideológico frente a sus oponentes.
   La historia, efectivamente, se convirtió en los antiguos países comunistas, desde los primeros momentos de la transición a la democracia, a finales de los ochenta, en un tema central de debate público. Conociendo lo trágica y compleja que fue la de Hungría en el último siglo, no resulta extraño que los sucesos del pasado proyecten inevitablemente su larga sombra sobre el presente. La sombra de las botas de Stalin, del nazismo y de la persecución a los judíos.
   Hungría comenzó la I Guerra Mundial formando parte dominante del gran imperio de la monarquía de los Habsburgo y la acabó derrotada, con una paz impuesta por los poderes vencedores en el tratado firmado en el edificio Trianon de Versalles, por el que perdió dos tercios de su territorio y la mitad de su población. Más de tres millones de húngaros se convirtieron, como consecuencia de las nuevas fronteras establecidas por los vencedores, en una minoría oprimida bajo la jurisdicción de los países vecinos.
   Ese trauma, que tuvo un impacto profundo entre las élites políticas, intelectuales y militares, no quedó ahí. Desarmada, aislada políticamente, con una economía deshecha, y odiada por sus vecinos, Hungría vivió una posguerra turbulenta, con una revolución comunista, dirigida por Béla Kun, que puso en marcha durante unos meses de 1919 una república soviética, echada abajo por los terratenientes y el ejército rumano, y que dio paso a la dictadura del almirante Miklós Horthy, la primera de corte derechista que se estableció en Europa.
   El largo periodo de gobierno autoritario y ultranacionalista de Horthy, mantenido sin demasiados problemas durante sus primeros 20 años, dio un cambio radical con su decisión de meter a Hungría en la II Guerra Mundial al lado de la Alemania nazi. Si la primera de esas guerras había resultado traumática, la segunda la superó. Decenas de miles de húngaros murieron en el frente ruso, medio millón de judíos fueron trasladados a campos de exterminio tras la ocupación de Hungría por las tropas alemanas en marzo de 1944, en medio de la orgía de sangre desatada por el Gobierno títere de Ferenc Szálasi, el líder del movimiento fascista de la 'Cruz Flechada'. Los combates entre nazis y soviéticos en suelo húngaro acabaron con la victoria final del Ejército Rojo el 4 de abril de 1945.
   La dictadura comunista que siguió a la guerra cambió de nuevo de forma brusca y violenta la historia de Hungría, con una primera etapa de estalinismo extremo bajo la dirección de Matyas Rakosi y una segunda, "el comunismo goulash" (1963-1985), presidida por János Kádár, que combinó la mano dura con la creación de una amplia red de beneficios sociales. Después de más de cuatro décadas de represión, las diferentes tradiciones políticas habían quedado borradas. Los nuevos grupos políticos establecidos a partir de 1989 dejaron muy clara su intención de enterrar el sistema comunista y de reemplazarlo por el capitalismo y la democracia parlamentaria.
   Los símbolos externos que recordaban a los héroes comunistas, centenares de monumentos y estatuas, se convirtieron en objeto de disputa. Y aunque una parte de la población defendió la solución más drástica, su destrucción -la que se adoptó, por cierto, en otros países, tras la caída de las dictaduras en los años setenta y ochenta-, el Ayuntamiento de Budapest decidió crear un parque de memoria, a las afueras de la ciudad. Inaugurado en junio de 1993, en él se exhiben algunos de los monumentos más representativos del dominio comunista, lo que proporciona al visitante una excelente oportunidad, casi única en el mundo, de procesar visualmente una parte del pasado traumático más reciente y de analizarlo críticamente.
   Mucho más problemático resultó para esos nuevos grupos y actores políticos forjar sus identidades, acotar sus ideologías y atraer a un electorado hasta entonces inexistente. Para lograrlo, tuvieron que demostrar, porque así se construyen las identidades políticas, su relación con los periodos, acontecimientos y personajes más emblemáticos de la historia de Hungría. Y ahí es donde empezó un conflicto, todavía no superado, para apropiarse del pasado y demostrar afinidad o rechazo hacia algunas de las tradiciones históricas nacionales.
   Mientras la izquierda luchaba por distanciarse del pesado legado del comunismo, la derecha buscaba demostrar que había una tradición conservadora, rota por dos ocupaciones extranjeras de Hungría, la nazi y la soviética, protagonizadas por dos ideologías totalitarias ajenas a la tradición política del país. De acuerdo con esa visión de la historia, desde el injusto tratado de paz de Trianon dictado por las potencias occidentales tras la I Guerra Mundial, Hungría tuvo "el castigo como destino", en expresión de Jószef Antall, el primer presidente elegido democráticamente tras la caída del comunismo. Solo así se explica el fracaso del liberalismo y de la democracia, la radicalización de la política, el patriotismo de Horthy, atrapada como quedó la nación, luchando por su independencia y soberanía, entre dos terribles y violentos superpoderes totalitarios. Y fue, por supuesto, un factor externo, la ocupación nazi, el que justifica la parte de la historia más complicada de explicar para los conservadores: la persecución de los judíos, iniciada ya con Horthy, y el desarrollo fatídico de los hechos que llevó a la conquista del poder de los fascistas húngaros de la 'Cruz Flechada' en octubre de 1944.
   La manifestación más clara de esa interpretación de la historia se exhibe de forma permanente en el Museo del Terror, inaugurado en 2001 bajo el amparo oficial y guía ideológica del entonces, y actual, jefe de Gobierno y líder del partido conservador Fidesz, Viktor Orbán. Es la historia de dos terrores, dos dictaduras, la fascista de la 'Cruz Flechada' y la comunista, resultado de la pérdida de independencia del país, primero en 1944 y después en 1948, que maltrataron a Hungría, separándola del buen camino, con el Holocausto y la tiranía. Y para acoger esa historia de crímenes monstruosos se ha elegido el edificio neorrenacentista del número 60 de la elegante calle Andrássy, construido en los años ochenta del siglo XIX, y que fue el cuartel general, de detención y tortura, del partido fascista de Szálasi y, posteriormente, de la policía secreta comunista hasta 1956.
   Son maneras de ver y manipular la historia. En vez de enfrentarse de verdad a los diferentes y terribles pasados, se elaboran historias para el uso y la tranquilidad de quienes quieran o sientan la necesidad de identificarse con ellas. No son los hechos históricos los que se investigan y discuten, sino la interpretación de esos hechos que mejor sirve a los gobernantes y grupos políticos para montar una versión oficial de la historia, utilizando los museos como modelo de educación y celebración. Y después dicen que la historia ya es pasado y que hay que mirar al futuro.

   Julián Casanova es autor de Europa contra Europa, 1914-1945 (Crítica).

VÍDEO. Palabras de Eduardo Galeano ("El derecho al delirio")



Gracias a Virginia Molina.

jueves, 27 de octubre de 2011

POESÍA. "A elegir", de José Luis Rodríguez Ojeda (Carmona, Sevilla, 1957)

José Luis Rodríguez Ojeda

A elegir

Clara es la dicotomía:
tener voz o ser vocero
(qué difícil lo primero).
Una u otra poesía:
palabra o palabrería,
son del alma o sonajero.
De una y otra a cada uno
demos el nombre preciso
de poeta o poetiso,
como dijera Unamuno.

   De De los primeros años. Editorial AE. 2010

PRENSA CULTURAL. "Babelia". "Las patrias de Alatriste", reportaje

El Capitán Alatriste, Francisco de Quevedo, Caridad la Lebrijana y Arturo Pérez-Reverte.- ILUSTRACIÓN DE JOAN MUNDET. ("El País")



   En Babelia, suplemento cultural de "El País":
Las patrias de Alatriste

GUILLERMO ALTARES 22/10/2011

   Alatriste vuelve, cinco años después de la última novela y 15 después del inicio de la serie literaria de Arturo Pérez-Reverte. Este soldado cansado viaja a la peligrosa Venecia del XVII en El puente de los Asesinos. Pero el telón de fondo es el mismo: la España descarnada y violenta del Siglo de Oro, la época que para bien y para mal nos forjó como país.

   "Puesto a maltratar y degollar infieles, argumentó, prefería a los que eran capaces de defenderse. Y en eso seguía, azares de la vida, casi veinte años después". En uno de los momentos clave de la serie, al principio de la ya penúltima entrega, Corsarios de Levante, el Capitán Alatriste recuerda los tiempos duros en que, tras más de una década combatiendo en los campos de batalla europeos en el Tercio de Cartagena, acabó participando en la represión de los moriscos españoles. Degollinas, violaciones, saqueos, salvajadas en un universo, el suyo y quizás el nuestro, despiadado. "Todo el mundo tenía asuntos que ajustar en aquella turbulenta frontera mediterránea, encrucijada de razas, lenguas y viejos odios", prosigue el relato. "Como diría mi amigo Élmer Mendoza: 'Son las reglas", señala Arturo Pérez-Reverte para explicar la amargura y las contradicciones de su personaje. "Era una España muy difícil, muy cruel y muy descarnada, pero incluso en ese escenario todo tiene un límite. Alatriste se mueve por códigos, maneja unas reglas básicas a las que se acoge", prosigue el escritor español para definir un personaje que puede ser, sin remordimientos, a la vez un héroe y un asesino a sueldo.
   Tras cinco años de ausencia, el viejo Capitán, el narrador Íñigo Balboa (cada vez más curtido, más alejado de aquel muchacho ingenuo que conocimos en las primeras entregas), Quevedo y un buen puñado de personajes regresan con El puente de los Asesinos, que Alfaguara pone en las librerías el próximo jueves, en un año que además coincide con el decimoquinto aniversario de la primera entrega de la serie. La nueva novela, que transcurre en Venecia, es la séptima y están previstas dos más, La venganza de Alquézar y Misión en París, salvo que su autor, o su personaje, rectifiquen y decidan seguir más allá.
   Muchas cosas han cambiado -en España, en el mundo, en la literatura e incluso en el pasado- desde aquella última semana de noviembre de 1996, cuando los lectores se toparon por primera vez con la ya mítica frase: "No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente". Una de ellas es que Alatriste pasó de ser la idea disparatada de un escritor, en cuyo éxito no confiaban demasiado ni él ni sus editores (aunque un auténtico novelista no escribe para vender libros, escribe porque tiene que hacerlo) a convertirse en una de las series novelescas más importantes de la literatura en castellano. Y su dimensión no se mide por la cantidad de ejemplares vendidos (monumental), sino por la relación que establece con sus lectores.
   "Lo mejor de Alatriste es que me permite volver a mi verdadera patria que, como muy bien explicó Fernando Savater, es la infancia recuperada a través de la literatura, de las grandes novelas de peripecias", explica Alexis Grohmann, profesor de la Universidad de Edimburgo, experto en la narrativa de Pérez-Reverte (está a punto de publicar un ensayo sobre su obra). "Alatriste me permite viajar a través de la narración pura a esa 'brumosa tierra natal de nuestra alma', nada menos que a los cimientos de nuestra condición humana. Por eso vuelvo a esa tierra 'con previo fervor y con una misteriosa lealtad', que es como Borges dijo que se leen los libros clásicos", prosigue. Estas palabras, expresadas varias veces con ideas similares por personas muy diferentes a lo largo de la preparación de este texto, demuestran que Alatriste es más que un libro.
   Al final del segundo volumen, Limpieza de sangre, en los apéndices que siempre coronan los alatristes, con poemas de época -que a veces incluso hablan de las hazañas del Capitán-, encontramos la aprobación para la impresión del libro, firmada por un tal doctor Alberto Montaner Frutos: "Caballero del hábito de San Eugenio y lector de humanidades en el General Estudio de Zaragoza". "Pues no sólo deleita, sino que también aprovecha, y ambas cosas en sumo grado con lo que no cabe mayor ponderación", se puede leer en este nihil obstat. El Montaner del siglo XXI es un filólogo e historiador aragonés, catedrático de la Universidad de Zaragoza, erudito, experto en el Siglo de Oro y en el Cantar de Mío Cid. Su papel alatristiano es pequeño pero clave: la selección poética que cierra cada volumen (es él quien ha encontrado los sonetos sobre Alatriste) y la edición anotada de la primera entrega, publicada hace dos años. "Son textos muy bien investigados, en los que Pérez-Reverte hila muy fino. Es una recreación muy documentada y minuciosa de la época".
   El Capitán, un título que le dieron sus compañeros, no sus superiores, nace en León en torno al año 1582 y muere el 19 de mayo de 1643 en Rocroi, la batalla que significa el final de los Tercios y, a medio plazo, de la dominación española en el norte de Europa. Sirve a tres reyes, Felipe II, Felipe III y Felipe IV, desde que, a los 13 años, se alistase como paje tambor en el Tercio Viejo de Cartagena. "Para un hispanista, las aventuras del Capitán Alatriste son un verdadero manantial de sugerencias e informaciones. En ellas se mezclan la historia, la literatura y la cultura con una crítica a veces muy severa de la gran España imperial", explica el italiano Marco Succio, profesor de literatura española en la Universidad de Génova.
   La visión que Arturo Pérez-Reverte construye de aquella época está muy alejada de cualquier sentimiento épico. Las aventuras son importantes, los lances de capa y espada, que surgen de la memoria literaria de Pérez-Reverte en la que ocupan un espacio fundamental los grandes escritores del folletín como Alejandro Dumas. Pero Alatriste no se puede entender sin el relato de la miseria y los horrores de un mundo dominado por reyes ciegos, una nobleza bastarda y una Iglesia cruel y despiadada. Las reflexiones de Quevedo (un personaje fundamental en la serie) al final de Limpieza de sangre, cuando todavía crepitan, en medio del hedor a carne quemada, las hogueras de un auto de fe celebrado en el centro de Madrid, resumen muy bien el lado oscuro del Siglo de Oro. "Aquella España desdichada, dispuesta siempre a olvidar el mal gobierno, la pérdida de una flota de Indias o una derrota en Europa con el jolgorio de un festejo, un Te Deum o unas buenas hogueras, oficiaba una vez más de fiel a sí misma". Un poco antes, el narrador Íñigo de Balboa había afirmado sobre los inquisidores: "Encarnaban demasiado bien los auténticos poderes en aquella corte de funcionarios venales y curas fanáticos, bajo la mirada indiferente del cuarto Austria, que veía condenar a sus súbditos a la hoguera sin mover una ceja".
   El relato de la gestación de Alatriste es conocido y tiene que ver precisamente con la Historia. Cuando vio el espacio que dedicaban al Siglo de Oro los libros de bachillerato de su hija Carlota -con la que firma el primer volumen-, decidió crear un personaje que contase un momento crucial de nuestra Historia, sin el que no se puede entender nuestro presente. El autor de La tabla de Flandes y El club Dumas no quería ajustar cuentas con el pasado, simplemente contarlo, y a la vez recrear un tipo de novela de aventuras que parecía ausente de la literatura española. Antonio Méndez, librero de los de siempre y propietario de la librería 'Méndez', situada en un territorio tan alatristiano como la calle Mayor de Madrid, recuerda que incluso el formato del volumen -más grande- y con las ilustraciones entonces de Carlos Puerta y luego de Joan Mundet, sorprendía a los lectores porque no era nada habitual.
   Nadie sospechaba lo que iba a ocurrir: que Alatriste iba a vender millones de ejemplares, llevar a su autor al sillón 'T' de la Real Academia, incluso según algunos expertos influir en su obra narrativa posterior -varios estudiosos consideran que Un día de cólera y El asedio, sus dos últimos libros, nacen de un impulso que surgió con Alatriste- y que iba a devolver el Siglo de Oro a los institutos.
   "Alatriste, siendo profesor, es un regalo que quiero darles a mis alumnos de 3º de ESO para ensanchar su imaginación, alimentar su espíritu, proporcionarles conocimiento histórico y humanístico en un momento tan caótico como éste, y más a los 15 años", explica Ricardo Soria, de 31 años, profesor de lengua y literatura. "No quiero ahorrarles nada de eso. A él se acercan primero con fastidio, después con curiosidad, para acabar con entusiasmo y yendo a por otro libro que les proporcione todo lo anterior. Pocas veces uno está tan seguro de acertar".
   El profesor Francisco Rico, académico de la lengua y uno de los grandes expertos en la literatura del Siglo de Oro, escribe en el prólogo de la edición anotada: "Nunca se agradecerá bastante a Pérez-Reverte haber hecho entrar a tantos lectores en esa literatura y en esa historia".
   "La reconstrucción del Siglo de Oro es espléndida, pero no sólo por la labor de documentación, sino por la manera en que un mundo tan minuciosamente reconstruido se recrea con viveza como parte orgánica de una historia cautivadora", señala el profesor Grohmann, autor de ensayos sobre Javier Marías, Antonio Muñoz Molina y Rosa Montero, y que prepara el volumen Las reglas de juego de Arturo Pérez-Reverte.
   La serie Alatriste está compuesta de novelas, no de ensayos, pero detrás de cada libro late una voluntad didáctica, desde la recreación del castellano de la época hasta la elección de los temas. "También quise con Alatriste narrar España de distintas maneras. En Limpieza de sangre explico la Iglesia; en El oro del rey, la economía, en El sol de Breda, la guerra; en Corsarios de Levante, el Mediterráneo", señala Pérez-Reverte. Y no sólo de documentación vive el escritor: el autor utiliza sus propios recuerdos de los años de guerras y trincheras como reportero para reconstruir las batallas del siglo XVII: pueden haber cambiado las armas y los escenarios, pero la violencia y la muerte son las mismas, entonces y ahora.
   La otra cara de la moneda, la reivindicación no teórica sino práctica, del gran folletín literario también ha prendido en muchos lectores. En una entrevista que le hizo para 'El País Semanal' en noviembre de 1996, cuando el primer volumen estaba a punto de salir a la calle, Sol Alameda le describía como un escritor "hijo tanto de las guerras como de Alejandro Dumas". "Hay escritores que pierden de vista su condición de lectores y otros no; yo espero formar parte de este grupo por el resto de mi vida", dijo entonces a Sol. "Alatriste es un camino de ida y vuelta", señala Belén Hernández, periodista de 28 años. "Antes había leído a Dumas, pero si era capaz de disfrutar del contexto histórico de una Francia desconocida ¿por qué no también de la España en la que no se ponía el sol? Y luego seguí con el género folletinesco", prosigue. El poeta Luis Alberto de Cuenca, inmenso lector, literato de mil facetas, que acaba de publicar un disco con Loquillo titulado Su nombre era el de todas las mujeres, explica su éxito porque "se inscribe dentro del folletín clásico". "El folletín es inherente a nuestra condición de lectores, a los seres humanos nos gustan los folletines, es algo que ha ocurrido en todas las épocas", señala.
   En el éxito de la serie hay una clave que tiene que ver con algo que supera la Historia recuperada y los relatos de aventuras. Es algo que ocurre a veces y que permanece en la memoria más allá de las páginas impresas (o digitalizadas, porque Alatriste fue pionera en su distribución en la Red): la creación de un gran personaje. Parece una tautología pero no lo es. Sin ese soldado cansado de batallas, medio arruinado, que se busca la vida entre las tabernas del viejo Madrid, ese tipo que lleva demasiado tiempo guerreando, que un día decidió dejar de matar moriscos, sin ese individuo capaz de torturar, de vender su acero para venganzas ajenas, pero también fiel a sus códigos, a sus reglas de vida, leal, incapaz de matar a un enemigo herido en el camastro de una mugrienta pensión de Lavapiés, un compañero al que a uno le gustaría tener cubriéndole las espaldas entre el barro de las trincheras, sin Diego Alatriste y Tenorio la serie no sería lo que es. "La solidez del personaje es clave en el éxito", explica José Belmonte, profesor de la Universidad de Murcia y coordinador junto a J. M. López de Abiada del volumen colectivo Alatriste. La sombra del héroe (Alfaguara, 2009), que refleja un congreso celebrado en Murcia en 2007. "De la novela española contemporánea han surgido pocos personajes realmente grandes y Alatriste es una creación muy sólida. Ni bueno, ni malo, pero que siempre sigue un código de honor. Te convence y te identificas con él". "Es un personaje que enlaza con las grandes creaciones literarias", asegura López de Abiada.
   Los diferentes volúmenes ofrecen muchas frases que describen al personaje. "La inminencia del peligro le daba siempre una limpia lucidez, una economía práctica de gestos y palabras". "Desde siempre, ser lúcido y español aparejó gran amargura y poca esperanza". Pero quizás ésta sea especialmente significativa: "Fuimos hombres de nuestro siglo: no escogimos nacer y vivir en aquella España, a menudo miserable y a veces magnífica, que nos tocó en suerte; pero fue la nuestra. Y ésa es la infeliz patria -o como diablos la llamen ahora- que, me guste o no, llevo en la piel, en los ojos cansados y en la memoria". El primer libro llevaba la siguiente dedicatoria: "Por la vida, los libros y la memoria". Eso es en el fondo Alatriste: vida, libros y memorias. Y un viejo capitán cansado de batallas, que tal vez -los misterios de la literatura son así- nos dé una sorpresa y acabe sobreviviendo a Rocroi.

PRENSA CULTURAL. CÓMIC. "Pero, ¿quién diantres es Tintín?"

   En "El Día de Córdoba":
Pero, ¿quién diantres es Tintín?

   A punto de desembarcar la adaptación al cine de Spielberg, es el momento de responder cuestiones sobre este famoso personaje del tebeo.

José Abad
26.10.2011

   Ante todo, Tintín es un clásico; o sea, un personaje conocido incluso por quienes no han abierto en su vida uno cualquiera de los 24 álbumes que Hergé realizó entre 1930 y 1976. Ahora bien, hay clásicos y clásicos. Según cumplen años, ciertos clásicos van como agigantándose y aquilatándose, pues cada nueva exégesis se suma a la anterior engrosando el espectro de significados; otros, en cambio, pierden quilos y quilates a medida que la uña escarba para ver qué oculta el barniz de la celebridad. De vernos en la tesitura de meter a Tintín en un saco, no tendría el menor titubeo. Iría al segundo, de cabeza. Tintín es un clásico discutible y discutido. Quizás sea exagerado el proceso abierto en 2007 contra el álbum Tintín en el Congo por su apología del colonialismo y la representación reduccionista de los congoleños, pero no lo son las acusaciones. Tintín ha sido siempre un sostenedor del orden; un embajador y paladín de la sociedad biempensante y conservadora, chauvinista y campanuda. Y es que, antes que un clásico, Tintín es hijo de determinados factores sociales, políticos e históricos.
   El jovencito del tupé imposible nació en el seno del diario católico belga Le Vingtième Siècle. Resulta que en 1928, el director de dicha publicación, el abate Norbert Wallez, dio luz verde a un suplemento semanal destinado al público infantil y juvenil y puso al timón del mismo a Georges Remi, que ya entonces firmaba como Hergé. Después de la tibia acogida de unas primeras historietas hoy olvidadas, el artista propuso un folletín aventurero protagonizado por un reportero de edad incierta -podría tener 15, 20 e incluso veintitantos años-, inspirado vagamente en un personaje suyo anterior: Totor, el jefe de la patrulla de los abejorros. El abate Wallez dio sus bendiciones a la criatura cuando supo el destino (la Unión Soviética) y la misión de su primera aventura (la denuncia de los males del comunismo). Las primeras planchas de Tintín en el país de los soviets aparecieron el 10 de enero de 1929 y se mantuvieron, con éxito creciente, hasta mayo de 1930. El éxito dio carta blanca a Hergé y, tras combatir al demonio en su propia casa, se llevó a Tintín al Congo para defender las bondades del dominio belga. En las sucesivas reediciones de estas historietas, el artista intentó pulir los aspectos más reaccionarios del relato, sin éxito.
   Tintín fue a mejor con los años, no cabe duda, aunque acogiéndose a la antiquísima consigna de ver la paja en el ojo ajeno e ignorar la viga en el propio. El racismo que Hergé ignoró en el Congo, ¡ay!, lo condenó en Estados Unidos; en Tintín en América (1931-1932), Tintín y su fiel fox terrier Milú se embarcan hacia Norteamérica para enfrentarse a la banda de Al Capone y tras una serie de peripecias acaban en territorio indio, donde levantará acta de las pésimas condiciones de vida del pueblo piel roja. Las acciones que Hergé aplaudía en el Congo, ¡ay!, fueron motivo de escándalo en el Lejano Oriente; en El loto azul (1932-1934) Tintín denuncia las pretensiones imperialistas de Japón sobre China. En el octavo álbum de la serie, El cetro de Ottokar (1938), Hergé dio un paso en la dirección justa: la historia reprende los afanes expansionistas de una ficticia dictadura en la que reconocemos la Alemania del Tercer Reich; en el nombre del dictador, Musstler, se amalgaman los apellidos de Mussolini y Hitler. Pero esta actitud, ¡ay, ay!, no se mantuvo durante la ocupación alemana de Bélgica. Hergé siguió dibujando para publicaciones controladas por la élite nazi y en La estrella misteriosa (1942), en concreto, introdujo elementos antisemitas, expurgados de la historieta al acabar la contienda. El candor de Las aventuras de Tintín, ya ven, es más presunto que real.
   El diseño del personaje, en apariencia caricaturesco, tampoco debiera confundirnos. A pesar de su cara de huevo y ese flequillo tan poco favorecedor, Tintín es un héroe con los papeles en regla: tiene valor y valores, además de sobrados recursos (en este sentido se parece a Astérix, otro superhéroe oculto bajo el trazo del monigote). Este ardid permite acercar el personaje a sus lectores naturales para, a través de la trampa de la identificación, inculcarles los principios del dogma; entre los cometidos del héroe, además de arrancar las hierbas del Mal, se halla el de esparcir la semilla del Bien por esos campos dejados de la mano de Dios. En consonancia con esta empresa prístina, Hergé recurrió a lo que se conoce como línea clara, en la que se reveló un consumado maestro. La línea clara reduce los juegos de luces a su mínima expresión, así como sus efectos inmediatos: la aparición de sombras. ¿No se han dado cuenta? Las páginas de Hergé son luminosas pero, ¡ay, ay!, carecen de contrastes.

PRENSA. "El terror", por Elvira Lindo

Elvira Lindo

   En "El País":
El terror

ELVIRA LINDO 26/10/2011

   Antológica esa primera plana en la que aparecía el titular Fin del terror, referido al abandono de las armas de ETA, y al lado, como si se tratara de una broma pesada, la foto de Gadafi destripado, desprovisto ya de su aura de dictador y convertido en un ser humano derrotado por la tortura y la humillación. El terror no da tregua. Hay terrores grandes, los que amenazan a un pueblo, inoculan el miedo en el corazón de la gente y toman como rehenes la libertad de pensamiento y palabra.
   Hay otros terrores, tan particulares que minan la vida de personas concretas sin afectar a la convivencia colectiva. No es otra cosa sino terror lo que sintieron los padres de Marta del Castillo cuando una tarde de 2009 vieron que su hija no llegaba a casa. No es sino terror lo que les atenaza cada noche, cuando tratan de conciliar el sueño desconociendo dónde unos desgraciados carentes de compasión y aleccionados por profesionales sin escrúpulos abandonaron los restos de la muchacha.
   Es un terror sin consuelo, que no enturbia los discursos electorales y ni tan siquiera puede desahogarse en una asociación de víctimas. Es un terror íntimo, que se rumia en solitario. Lo estarán padeciendo los familiares de Ruth y José, los niños que el padre dice haber perdido en un parque, señalando desde el primer día una arboleda carnívora, que al parecer los devoró sin dejar rastro de ellos. Son esas caritas inocentes de las que apartamos la vista cada vez que abrimos el periódico o vemos el telediario para no permitir que pensamiento tan negro nos invada el ánimo.
   Los niños José y Ruth, la adolescente Marta. Sus cuerpos sin reposo son el paradigma de los miedos infantiles y, por un momento, se imponen a todos los grandes terrores. ¿Sentirán aquellos que les lloran que al menos una vez al día deseamos que vuelvan del bosque que se los tragó?