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viernes, 18 de diciembre de 2015

LITERATURA. "¿Pueden los poetas ser buenos amigos?". Manuel Vicent

   En "El País":

¿Pueden los poetas ser buenos amigos?

Vicente Aleixandre es la respuesta, porque él ejerció la amistad como su mejor poema, con un oficio casi sagrado


Vicente Aleixandre, retratado en su casa en Madrid en 1977. / CÉSAR LUCAS

Un día de otoño de 1977, en el inicio de la Transición, cuando la Academia Sueca lanzó el nombre de Vicente Aleixandre como premio Nobel de Literatura, unos periodistas ingleses llamaron a la embajada española en Londres para que les facilitara información acerca del galardonado. Alguien desde el otro lado del teléfono les hizo saber que, en efecto, se trataba de un gran poeta español, pero que era más conocido como actor de cine y de teatro. A bote pronto aquel tipo de la embajada lo había confundido con el cómico Manuel Alexandre y así salió la noticia en la primera edición de algún periódico. Ese error persistió mucho tiempo también en España. Algunos admiradores se acercaban a la tertulia del café Gijón para felicitarle: '¡Enhorabuena, don Manuel, por ese Nobel tan merecido!'. Lo siguieron felicitando en plena calle cuando Vicente Aleixandre ya había muerto y el actor terminó por dar las gracias con toda naturalidad muy puesto ya en el papel de impostor.
Vicente Aleixandre, el Nobel auténtico, había nacido en Sevilla en 1898. Pasó la primera juventud en Málaga donde conoció y se hizo amigo del poeta Emilio Prados. Instalado en Madrid, estudió Derecho, fue profesor de Mercantil en la Escuela de Comercio. Pero en 1925 una tuberculosis nefrítica lo condenó a pasar gran parte de su vida entre la cama y el sillón, convertido en un convaleciente profesional. Durante la Guerra Civil, a causa de una denuncia anónima, sufrió el interrogatorio toda una noche en la famosa y siniestra checa del Bellas Artes, de la que le salvó Pablo Neruda,cónsul de Chile en Madrid. Vicente Aleixandre llevaba con suma discreción su homosexualidad. Varado en su sillón de orejas en el chalé de la calle Velintonia, 3, en la colonia del Metropolitano de Madrid, ejerció el papel de representante del exilio interior cuando la mayoría de sus compañeros de la Generación de 27 fue aventada a las tinieblas exteriores o triturada con la muerte y la cárcel por la represión franquista. Otros también se quedaron. Cuando al poeta Gerardo Diego en plena refriega se le invitó a trasladarse a Valencia junto con Antonio Machado y otros intelectuales, el aludido exclamó: “¿Cómo me voy a ir al exilio si me acabo de comprar un piano?”.

Un repaso a una vida dedicada a las letras

El poeta nació en Sevilla en 1898 y murió el 13 de diciembre de 1984 en Madrid. Obtuvo el Premio Nobel en 1977 y algunos le confundieron con el actor Manuel Alexandre.
Vivió la mayor parte de su vida en Velintonia, 3, la casa de la poesía. Allí se reunía Vicente Aleixandre con sus compañeros del 27 y allí recibió a varias generaciones de escritores jóvenes durante la posguerra. Los jóvenes poetas le consideraban el imán de la poesía española y por sus jardínes pasearon Francisco Brines, Bousoño, Claudio Rodríguez, Valente y Caballero Bonald, entre otros.
Miguel Hernández y su maestro, amigo y mentor Vicente Aleixandre se cruzaron algo más de 300 cartas a lo largo de su vida. En ellas se descubre la profunda amistad y el cariño que se profesaban.
En el mundo de la literatura pende siempre una pregunta insidiosa: ¿pueden ser realmente grandes amigos los poetas y escritores? Vicente Aleixandre es la respuesta, porque él ejerció la amistad como su mejor poema, con un oficio casi sagrado. Aun con una movilidad limitada, sin abandonar el sillón con una manta en las rodillas y un perro junto a las babuchas, fue el nudo limpio y propicio entre varias generaciones de poetas, siempre dispuesto a evitar o solventar rencillas. Cualquier escritor tiene un memorial de agravios y sabe que jamás será citado por un determinado crítico o periodista cultural, y en su paranoia creerá que los elogios a otro colega afín siempre son dardos que desde la oscuridad del resentimiento o de la envidia se disparan en su contra. Maledicencias venenosas constituyen las carpas negras que nadan en las aguas muertas de la literatura, ejercidas desde capillas y cuadras editoriales, tertulias, periódicos y covachuelas. Hay que preguntarse si en el fondo la estética no es una fuente de rencores envasados que se simulan con abrazos y felicitaciones, academias, silencios y medallas.

Vicente Aleixandre ejerció la amistad como su mejor poema
En aquella Residencia de Estudiantes, paradigma de la clara inteligencia de una élite juvenil, Lorca, Dalí y Buñuel ¿eran amigos de verdad o más bien estaban devorados por los celos? ¿Qué gatos guardaba Alberti en la tripa contra Lorca? ¿Por qué aquellos poetas exquisitos despreciaban a Miguel Hernández? Alrededor de la generosidad y bonhomía de Vicente Aleixandre se movía aquel grupo de poetas: Dámaso Alonso, Cernuda, Altolaguirre, Prados, Lorca, Alberti... En una ocasión Lorca había decidido visitar a Aleixandre y alguien le advirtió que Miguel Hernández estaba allí en ese momento. Lorca exclamó: “Si está ese, no voy”. Miguel Hernández había llegado a Madrid con unos cuadernos llenos de versos soleados que olían como el propio autor a campo y cabrío. El joven poeta iba calzado con albarcas de pastor y llevaba todo su origen rural a cuestas, pero en aquel pequeño cotarro de evanescentes narcisos donde cayó como un ser extraño el único que desde el principio ponderó su talento y le dio amparo afectuoso fue Vicente Aleixandre. En plena guerra Hernández estuvo a punto de llegar a las manos cuando de regreso del frente vio a Alberti en Madrid bebiendo champán.

Sin abandonar su sillón, el Nobel fue el nudo propicio entre generaciones
Hay puntos sagrados donde la estética cristaliza durante una época. La Residencia de Estudiantes fue uno de esos lugares en los años que precedieron a la República. Después de la guerra el chalé de Velintonia, 3, hoy medio abandonado por la desidia de este país, fue otro de esos puntos Aleph por donde discurrió el río generoso de la amistad. Durante la noche oscura del franquismo aquella casa siempre abierta  fue el apeadero por donde pasaban los nuevos poetas para ser bendecidos, animados o confortados. Jaime Gil de Biedma estuvo muchas veces allí, y fue el emisario que llevó el espíritu de Aleixandre al grupo de poetas de Barcelona: Carlos Barral, Gabriel Ferrater, José Agustín Goytisolo... Puede que desde la distancia Aleixandre fuera el fermento estético de aquellos creadores de la generación de los 50. Gil de Biedma narra en su diario de 1956 una de sus primeros encuentros, con poco más de 20 años. “Visita a Vicente Aleixandre, algo envejecido pero siempre dispuesto a interesarse y a entender… larga conversación en el jardín… Sirio murió, recién salido de la edad del cachorro y ahora tiene un perrillo novato con el mismo nombre e idéntica afición por los pantalones de los poetas de provincias. Vicente me cuenta de los sucesos de aquí. Hablamos de Claudio Rodríguez, uno de mis afectos más probados, de Alfonso Costafreda, de Carlos Barral, de Carlos Bousoño. Subimos al saloncito y le leo Las afueras. Creo que le gustaron”. Una tarde en la tertulia del café Gijón una señora de provincias se acercó al actor Alexandre y le dijo: “Hay que ver lo bien que le sienta a usted el Nobel, don Manuel”. Y le pidió un autógrafo.

miércoles, 3 de junio de 2015

PRENSA CULTURAL. "El amor sin límites de Vicente Aleixandre por Miguel Hernández"

   En "El País":

El amor sin límites de Vicente Aleixandre por Miguel Hernández

La edición de cartas inéditas del Nobel español obliga a mirar su obra poética con otra luz


Vicente Aleixandre (izquierda) y Miguel Hernández, vistos por Sciammarella.

Más de medio siglo estuvo oculto en la oscuridad de un baúl de haya el amor especial de Vicente Aleixandre por Miguel Hernández.
Todo empezó con una carta en una primavera como esta, hace ya 80 años. La amistad de dos de los grandes poetas españoles del siglo XX que parecen eternizados en esquinas opuestas de la vida, la literatura y en el imaginario de la gente, pero que proceden del mismo punto al estar interesados en los secretos del amor y la muerte y reconocer que “son dos caras de la misma moneda”. Estaban, están, unidos por la belleza de descubrir en su vida y poesía lo que une al amor y la muerte.
De eso están hechos, y eso son, Aleixandre (1898-1984) y Hernández (1910-1942). Un Vicente Aleixandre generoso que sintió un amor embelesado y sin límites por el poeta de Orihuela que no se conocía hasta hoy, y al que llamaba “Miguelillo de mi corazón”,
Esa bella y secreta oscuridad es iluminada en un legado único: De Nobel a novel. Epistolario inédito de Vicente Aleixandre a Miguel Hernández y Josefina Manresa (Espasa), en edición de Jesucristo Riquelme. Hace año y medio se dio noticia de esta correspondencia al ser adquirida por la diputación de Jaén. Son 309 cartas escritas del puño y letra de Aleixandre, 26 de las cuales son a Hernández, entre 1935 y 1938, y el resto a su esposa Josefina Manresa, hasta el año de su muerte en 1984.


Primera página de la carta del 1 de septiembre de 1936.
640 páginas que sitúan y fijan la relación de amigos, hermanos, confidentes, cómplices y guías literarios entre ambos poetas. Uno maestro entonces, el otro aprendiz y discípulo. Uno protector y guía, el otro joven descubridor del mundo. Uno destinado a ser Nobel de Literatura, el otro a ser amado por el pueblo. Aleixandre en discreta presencia durante el túnel del franquismo, Hernández muerto en la cárcel al comienzo de esa oscuridad y silenciado por ella; y Aleixandre velando para que esa llama poética no se apagara.
No es solo un estudio preliminar que entrelaza lo personal con lo literario, sino que cada carta va acompañada de un pie de página exhaustivo. Doctor en Filología, catedrático de Lengua y Literatura de España y autor de obras como Miguel Hernández, un poeta del amor, la libertad y la juventud, Riquelme se asoma en la vida y sentimientos de Aleixandre y su anhelo de protección. Cartas con pasajes cotidianos, literarios y gritos apagados. Un amor sublimado que luego habrá de proyectarse en la protección y asesoría a la viuda de Hernández, su hijo Manuel Miguel y sus nietos.
Cuatro meses después de aquel encuentro que los poetas tienen en Madrid, en 1935, Aleixandre escribe: “Me alegró mucho tu carta. Qué bocanada de tu caliente tierra; qué chirriar de chicharras y qué frescura de río, y qué oreo de piel mojada me trajo tu carta. Miguel, Miguel, yo aquí estoy solo”.
Cartas de letra clara y muy espaciada, que “permite conocer el inmenso cariño que tenía mi tío a Miguel Hernández y Hernández un cariño extraordinario por él”, dice Amaya Aleixandre, sobrina del Nobel español y albacea de su legado. “La gente”, explica, “a veces, siente hacia algunas personas algo superior a lo esperado, un sentimiento que lo sorprende. Mi tío tuvo en Miguel Hernández un amor muy especial. La amistad en sí misma la consideraba un valor extraordinario. No creo que haya sido un sentimiento de homosexualidad. Cuando queremos a alguien lo queremos sin límite, con naturalidad. Era un amor paternal con una necesidad de protección hacia un poeta joven y bueno recién llegado. La categoría de Miguel Hernández le caló desde el comienzo”.
Es la amistad con alma. Un amor. Otro amor sin temores ni fantasmas. “Aleixandre sintió desde el primer encuentro una fuerte atracción por Hernández: un flechazo sentimental debido, entre otras causas, al don de gentes y la bonhomía del oriolano, a su simpatía, a su respeto y a sus ansias de ser un buen escritor”, explica Riquelme. “En las cartas de Aleixandre a Hernández se aprecia un sentimiento amoroso que cuajó en una relación que sublimó la amistad. Llegó a confesarle su dolorosa soledad y su desaliento por no poder declarar y disfrutar del amor libremente”, continúa el experto. Tal vez, agrega, lo más relevante de sus confidencias estribe en que proporciona la clave para comprender mejor su poesía inicial, “en especial La destrucción o el amor y su anterior Espadas como labios: Miguel Hernández por un lado, pero también Lorca o Cernuda estaban en el secreto de los sentimientos que pregonaba el primer Aleixandre”.
Como ese que abre La destrucción o el amor, que empieza así:
"Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.
Tu forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima, con esa
indescifrable llamada de tus dientes.
Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío, sino el caliente aliento
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo. (...)".
Para quienes viven envueltos de tanta poesía el amor es todo lo que desprenden, según Lucía Izquierdo, nuera de Hernández. Todo en ella es agradecimiento. Cuenta que en su familia siempre entendieron ese cariño porque Aleixandre quería protegerlo a él y a su familia: “Para nosotros el amor es a las personas. Cuando se trata de querer con el corazón y el alma no se da uno cuenta si es hombre o mujer”.
En las cartas se siente el palpitar de la vida, de unos sentimientos de naturaleza autónoma y anárquica que lo trastocan todo con irrefrenable felicidad y nobleza.

Afinidades políticas y poéticas

JESUCRISTO RIQUELME
1. Posición ideológica de Aleixandre contra los golpistas, en favor de la democracia y la república: Reflexiones sobre el exilio interior y sobre la imposibilidad física de participación en el conflicto bélico por la "mala salud de hierro" de Aleixandre.
2. Afinidades poéticas como trasfondo:"nosotros, los poetas activos" (dice Aleixandre a Miguel Hernández, MH). Es guía y escuchador de otros poetas jóvenes: Antonio Aparicio, Francisco Giner de los Ríos, o más avezados como Dámaso Alonso, MH... Alienta la obra de MH, y no olvida su teatro, sabedor de que con el teatro se podía ganar mejor el sustento de su vida.
3. Se desenmascaran mitos antialeixandrinos como el de difundir errónea y malintencionadamente la concesión del premio de poesía Francisco Franco en 1949. Nunca recibió dicho premio.
4. Aleixandre se define como poeta que canta y grita sobre la libertad y se regodea en ese "estar en el secreto" de las cosas íntimas de sus vidas: conecta con Lorca, con MH..., lucha contra la hipocresía social que terminó aislándolo en sus más profundos pesares sentimentales.
5. Aleixandre prestó auxilio moral, alimentario, económico y, tras la muerte de MH, editorial a MH. Muchos amigos acomodados de Aleixandre entregaron dinero no sólo a MH sino también a Josefina Manresa (y a su hijo) cuando MH había fallecido: "lo murieron".
De las cartas a Josefina, se pueden destacar dos aspectos:
1. La ayuda y el apoyo emocional y económico a Josefina Manresa (y su hijo).  La precariedad de Josefina se aprecia en estos detalles: sellos para que respondiera y borradores de Josefina escritos en sobres y papeles cuarteados y rasgados...
2. Aleixandre es el verdadero velador, protector y "encumbrador" de lo que hoy conocemos como ese Miguel Hernández popular y universal. Apoyado en sus amigos José Luis Cano y Leopoldo de Luis, junto a trámites de Dámaso Alonso, Aleixandre se erige en el asesor literario de Josefina Manresa: recopila y acopia textos dispersos e inéditos de MH, rescata y recupera esa obra y, mediante la fijación de textos, va conformando la pretendida obra completa de MH.
Nacieron aquella primavera del 35. Un Miguel Hernández de 24 años quiere leer el recién premiado La destrucción o el amor, de Aleixandre. Sin conocerlo, le envía una carta. Le pregunta si puede darle un ejemplar. Le escribe "en papel basto y líneas apretadas, escritas con una letra rodada y enérgica", que firmó como "Miguel Hernández / pastor de Orihuela". La carta se perdió, pero no su sentido en la memoria de Aleixandre.
El poeta sevillano lo recibe en su casa madrileña de Velintonia, 3, y le presta un poemario. Se vuelve a saber de ellos en mayo de ese mismo año cuando Aleixandre recibe un homenaje por aquella obra premiada y en una fotografía en la que aparece en el centro, rodeado de otros poetas, se ve cómo a la izquierda de la imagen alcanza a entrar un Miguel Hernández de perfil.
Silencio. Es hasta el 27 de julio del mismo año cuando aparece ya la primera carta de Aleixandre, desde Miraflores de la Sierra: “Mi querido Miguel: me acuerdo mucho de ti, de nuestras buenas tardes y de esa como reverberación de la tierra que metes en las habitaciones (…) Si ves a tu novia (¡ay!), cuéntame de ella y de ti, si no te es penoso. Cuando pienso en ella, me da pena. No me parece tu novia, pero sé que ella sufrirá, hasta que el sentimiento se le deshaga en la ausencia y en el olvido”.
Y hablan de sus actividades, de literatura, de la vida, de poesía y cuando los versos de Aleixandre se hacen menos cósmicos y más terruñeros, Hernández se siente más próximo: "el amor como fuerza cósmica y el cosmos como fuerza creadora. Lo plasma en sus odas como imitación, pero el panteísmo es un rasgo del Hernández más juvenil", explica Riquelme.
Sus vidas siguen, y el 24 de julio de 1937, Aleixandre lo describe: "...Él, rudo de cuerpo poseía la infinita delicadeza de los que tienen el alma no solo vidente, sino benevolente. Su planta en la tierra no era la del árbol que da sombra y refresca. Porque su calidad humana podía más que todo su parentesco, tan hermoso, con la naturaleza. // Era confiado y no guardaba daño. Creía en los hombres y esperaba en ellos".
Durante el encarcelamiento a Miguel Hernández, Aleixandre es la gran figura tutelar, la persona más próxima, asegura Riquelme: "Su ayuda fue moral, alimentaria, económica, y una vez fallecido, también editorial".
En la familia de Hernández solo tienen palabras de afecto y agradecimiento para Aleixandre. “Proyectó su cariño en Josefina, su hijo Miguel y sus nietos", recuerda Lucía Izquierdo. Cuando Manuel Miguel, su marido vivió unos años en Madrid, iba casi todos los días a comer con él. Un mes y medio antes de morir, Aleixandre le pidió a ella que fuera a verlo con sus hijos, que eran como sus nietos: "Cuando se quiere con el alma, ese querer no se olvida. No se acaba. Trasciende hacia los seres más queridos”.
En septiembre de 1936, ya iniciada la Guerra Civil, Aleixandre le dice: "Miguelillo, cómo sabes sorber como un gigante, como un hombre, toda forma de poesía. Ay, poeta, qué línea tan clara viene de tu sangre cuando me hablas. Qué bien te siento. En fin, Miguel, ya ves, quedamos en que se dan gritos de amor o gritos de muerte. A veces pienso si estos gritos unidos, en mí, serán consecuencia de que yo no he sido totalmente feliz en casi ningún amor".
Aleixandre nunca se olvida de la calidad poética de Hernández y aventura su porvenir en diciembre de 1937: "Es el segundo libro que publicas desde que nos conocemos. Te voy viendo crecer y dándome alegría. Como todo poeta verdadero, serás discutido. La envidia, triste flor de todas las edades, procurará hincarte el diente, aunque se lo melle. Fatalmente hay que contar contigo, y esto algunos no podrán perdonártelo".
Secretos, cartas que Josefina Manresa guardaba en un baúl de haya, en una de las cuales Aleixandre le dice a Hernández: “La amistad, sentimiento más modesto, pero no menos verdadero, reclama no diré sus derechos, pero sí sus… aspiraciones: entra en tu cuarto, revuelve el aire, hace constar su presencia. Miguel, Miguelillo, existo, existimos”.
** Esa memoria, esa amistad, será recordada el viernes 19 de junio bajo el título Miguel Hernández vuelve a Velintonia. Una velada que contará con medio centenar de poetas y artistas.

"Mi corazón tiene un saldo en contra, una ternura en el vacío"

[Miraflores de la Sierra] 1 de septiembre [1936][1]
Mi querido Miguel: me ha impresionado mucho la desgracia que aflige a tu Josefina y a los suyos, y con ella a ti. Me ha dado mucha compasión. Siempre es terrible perder a un padre querido, pero perderlo así tiene que serlo mucho más, mucho más penoso y tristísimo, con una angustia y un dolor que dejan casi [estu[pe]factos].[2] Y luego ese problema de tener que seguir viviendo; el problema material de subsistir sin medios para ello. Tú, con tu gran corazón, sufres por ellos y para ellos y te llenas de preocupación. Ayer hablé mucho de ti con Francisco Giner, de tus problemas, y le dije que a ver si podía hacer su padre algo en cuanto a empleos por ti. Le dije lo que hacías en Espasa-Calpe y que tu trabajo era temporal y terminaría pronto. Francisco es bueno y te admira, y se interesó mucho, y cree que quizá su padre pueda hacer por ti si sigue de ministro[3]. Se le ocurrió, improvisando (su padre es amigo de Olarra[4]), ver si el ministro se interesaba cerca del gerente[5] de Espasa para que pases a funcionario fijo. [6] Cuando regresemos todos a Madrid será el momento de ver qué puede hacerse por su parte. Tú ve pensando, y, si se te ocurre algo, cuando allí te entrevistes (conmigo) con Francisco, se lo dices. Todo esto todavía no es nada, de modo que no nos alegremos prematuramente. Pero tú ve pensando. Francisco estoy seguro de que hablará a su padre, cuando llegue el momento, con todo el cariño. Claro que hay que esperar a que pase esta guerra que sufre España. Esperemos que no tarde mucho.
Me alegro [de] que te gustara el poema. No, no era desconfianza para el lector (¿cómo iba a serlo, siendo el lector tú?): mis explicaciones no lo eran: eran deseo, gusto de comunicación contigo sobre él.[7] Como si hubiéramos charlado allá en Velintonia. Miguelillo, cómo sabes sorber como un gigante, como un hombre, toda forma de poesía.[8] Ay, poeta, qué línea tan clara viene de tu sangre cuando me hablas. Qué bien te siento. En fin, Miguel, ya ves, quedamos en que se dan gritos de amor o gritos de muerte. A veces pienso si estos gritos unidos, en mí, serán consecuencia de que yo no he sido totalmente feliz en casi ningún amor. He sufrido en el amor, pasando rápidamente de gloria a infierno, y viceversa, sin transición. Porque no me han querido nunca como yo he querido; aunque me hayan querido, nunca, ay, supieron quererme como mi corazón pedía. Solo una vez me quisieron así, con locura, con desatino, con frenesí... y entonces yo no quería. Ya ves. Otra vez quise de ese modo y fui querido lo mismo (es la única), y el fin fue trágico, de un modo que dejó huella en mí para mientras viviera.[9]
De modo que mi corazón tiene un saldo en contra, una ternura en el vacío, y ha trabajado para el aire, para el polvo. Quizá por eso no está gastado por otra parte, y vive y canta con el robusto anhelo de una juventud que para él no veo cuándo acabe. Creo que cuando muera. Porque me parece que será joven hasta la tumba. Desde un comienzo supo que el amor y la muerte son como dos caras de la misma misteriosa presencia, y que el amor, tan arrebatador, tan inaprensible, es como la delicada y mágica apariencia del último contacto, disolución en la unión para siempre. En algunos sitios, al momento del último goce físico en brazos del amor le llaman “la muerte chiquita”. Fíjate qué maravilla: ¡la muerte chiquita! Y eso es: porque es el aniquilamiento momentáneo sobre un cuerpo que mata. Y qué pena despertar, resucitar, para esa otra clase de muerte: la muerte vulgar de cada minuto. Pero, en fin, de todo se hace nuestra vida y no hay que renegar de nada.
Todo esto a propósito de un poema. Para que veas, que no son explicaciones, sino afán de comunicación contigo. Como la poesía está tan unida a la vida, hablar de una es hablar de la otra.[10] Y no es que yo piense en los incidentes concretos de mi vida cuando escribo. Es la mano de un hombre la que escribe, y lo que apetece al hombre poeta es que su poesía no sea suya solo, sino de otros hombres, otros que amaron y sufrieron, y que al oír la poesía digan algo que es suyo, como de otros, otros que amaron y sufrieron como ellos, antes que ellos, después que ellos...
Tú sabes de esto como yo. Tu corazón es de carne, y hay en la vena de tu poesía un latido que es comunión humana con otros corazones. Los poetas así, cuando cantamos nuestro[s] sentimientos no hablamos de nosotros, ¡no!; yo siento que por mí hablan muchos hombres que no escriben versos.
Miguelillo, parece que veo brillar tu mirada charlando de todas estas cosas. Anteayer escribí a Carlos Fenoll. Ayer a Pablo. No, no saldré de Miraflores por ahora. Cuando lo haga será para ir a Madrid, pero no creo que sea antes de fin de mes. Aquí hay tranquilidad. Estuve en Madrid, pero el calor me sentaba muy mal y me puse enfermo. Aquí estoy mejor; algún día salgo fuera de casa y voy un poco por algún camino en el campo, generalmente con Francisco. Hay ocasiones, como la presente, en que habitar un cuerpo de tercera resulta mortificante y desesperante. No te creas que estoy peor que otros años; más bien mejor, pero a ratos me apena ver fallar mi cuerpo por la salud y cuando más necesario me sería para hacer frente a todo.
Miguel, ya ves qué carta tan larga te estoy escribiendo. Le he preguntado a Manolo si sabe algo del posible jurado de tu concurso. Si lo hay y lo sabe, te lo comunicaré. Yo dudo que ahora se resuelva el asunto. Supongo que El labrador de más aire vendrá contigo de tu Orihuela. Ya nos reuniremos con él y con tus oriolanos.
Tu Josefina no me conoce. Pero dile que un amigo tuyo se acuerda de ella y a través de ti se une a su pena tan grande.
Escríbeme pronto. Ya ves yo. Y dime si todavía te podré escribir a Orihuela.
Miguelillo, me alegra mucho ver nuestra amistad tan honda. Qué fuerte me hace ella también. Mientras vivamos seremos amigos. Te abrazo mucho y siempre igual, hasta siempre. Vicente


[1] Documento LELI 2.3.1464. En el sobre, sin remite, vuelve a figurar como destinatario «Miguel Hernández. Orihuela (Alicante)».
[2] El padre de Josefina Manresa, guardia civil, es asesinado en Elda (Alicante) el 13 de agosto de 1936. Vestido de paisano, salía de la oficina de Correos.
[3] Con mayúscula en la primera letra en el original, al igual que varias palabras después.
[4] En el original se manuscribe defectuosamente: «O.larra». Parece referirse a Manuel Olarra, entonces importante cargo de Espasa-Calpe en Madrid. La Editorial Espasa había sido fundada en 1860; en 1926 se unió con la Compañía Anónima de Librería y Publicaciones Españolas (Calpe), convirtiéndose así en una de las editoriales más importantes de Europa, con gran proyección en Argentina y México. La Guerra Civil produce un éxodo de casas editoriales hacia América. En 1938 se instala Espasa-Calpe Argentina, bajo la dirección de Manuel Olarra; el gerente en Argentina de Espasa, hasta ese momento, era Gonzalo Losada. Motivos políticos produjeron la escisión. Gonzalo Losada dio vuelos a su propia editorial: Editorial Losada. Rápidamente, la competencia entre ambos sellos editoriales cobró visibilidad a través de dos colecciones que resultaron ser trascendentes para el devenir. La «Colección Austral», de Espasa-Calpe, se inició con La rebelión de las masas, de Ortega, escrito en 1930, y para el año 1967 había publicado 1600 títulos; llegó a publicar a un ritmo de 10-20 títulos nuevos por mes en primeras ediciones de 12 000 ejemplares cada una y reimpresiones mensuales de 6000 ejemplares; de la producción total, más del 30% se exportaba: y España era la mayor destinataria. La «Biblioteca Contemporánea», de Losada, tuvo un desarrollo algo menor, ya que en el mismo período apenas había editado 400 títulos y, años después, se transformó en la «Biblioteca Clásica y Contemporánea». Llama la atención la abundancia de escritores españoles en ambas colecciones. En «Austral» se privilegian los escritores del 98: Azorín, Baroja, Unamuno, Valle Inclán; mientras que Losada concederá espacio, por afinidades estéticas e ideológicas, a los poetas españoles contemporáneos: León Felipe, García Lorca, Alberti, Salinas, Aleixandre, Miguel Hernández. No sólo movían a los editores razones afectivas o políticas, sino también económicas; no es dato baladí que Argentina proveía, en la década primera de posguerra, el 80% de los libros que importaba España. En 1992, Espasa-Calpe se integró en el Grupo Planeta.
[5] Por el hábito administrativo, Aleixandre vuelve a optar por la mayúscula en la primera letra.
[6] La ocupación de M. Hernández en Madrid con la recopilación de datos y la redacción de algunas biografías para la enciclopedia Los toros, coordinada por José M.ª de Cossío, no se atenía a un contrato con la editorial, sino al favor personal de Cossío que le pagaba de su propio peculio. Al no existir relación laboral con Espasa-Calpe, cuando en los trámites del Sumarísimo 21 001 contra el oriolano, los responsables de la editorial comunican que no es trabajador suyo. La palabra funcionario pertenece al uso popular impropio semánticamente ya que no se trata de un empleado público o estatal.
[7] Se refiere a la posible dificultad de comprender el poema «Humano ardor», remitido por correo a Miguel en la carta anterior (20 de agosto de 1936).
[8] Aleixandre ensalza la capacidad de interpretación y comprensión poética que atesora el Hernández autodidacto.
[9] Confesión íntima de Aleixandre a Hernández. El poeta sevillano parece lamentarse de la imposibilidad de convertir en dicha el amor entre seres humanos.
[10] Se acabó la época de la poesía pura: estamos inmersos en una poesía de la comunicación, en trance de la poesía de la comunión. Más alejada del poeta en la torre de marfil juanramoniana que de una protopoesía de la experiencia.

viernes, 4 de julio de 2014

POESÍA. "Mano entregada". Vicente Aleixandre (1898-1984)

Vicente Aleixandre

Mano entregada
Pero otro día toco tu mano. Mano tibia. 
Tu delicada mano silente. A veces cierro 
mis ojos y toco leve tu mano, leve toque 
que comprueba su forma, que tienta 
su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso 
insobornable, el triste hueso adonde no llega nunca 
el amor. Oh carne dulce, que sí se empapa del amor hermoso.



Es por la piel secreta, secretamente abierta, invisiblemente entreabierta,
por donde el calor tibio propaga su voz, su afán dulce;
por donde mi voz penetra hasta tus venas tibias,
para rodar por ellas en tu escondida sangre,
como otra sangre que sonara oscura, que dulcemente oscura te besara
por dentro, recorriendo despacio como sonido puro
ese cuerpo, que ahora resuena mío, mío poblado de mis voces profundas,
oh resonado cuerpo de mi amor, oh poseído cuerpo, oh cuerpo sólo sonido de mi voz poseyéndole.

Por eso, cuando acaricio tu mano, sé que sólo el hueso rehúsa
mi amor —el nunca incandescente hueso del hombre—.
Y que una zona triste de tu ser se rehúsa,
mientras tu carne entera llega un instante lúcido
en que total flamea, por virtud de ese lento contacto de tu mano,
de tu porosa mano suavísima que gime,
tu delicada mano silente, por donde entro
despacio, despacísimo, secretamente en tu vida,
hasta tus venas hondas totales donde bogo,
donde te pueblo y canto completo entre tu carne.

jueves, 3 de julio de 2014

POESÍA. "Unidad en ella". Vicente Aleixandre (1898-1984)

Vicente Aleixandre

Unidad en ella
Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.


Tu forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima, con esa
indescifrable llamada de tus dientes.


Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío, sino el caliente aliento
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.


Deja, deja que mire, teñido del amor,
enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas
donde muero y renuncio a vivir para siempre.


Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo,
quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente
que regando encerrada bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida.


Este beso en tus labios como una lenta espina,
como un mar que voló hecho un espejo,
como el brillo de un ala,
es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo,
un crepitar de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.

miércoles, 2 de julio de 2014

POESÍA. "Se querían". Vicente Aleixandre (1898-1984)

Vicente Aleixandre

Se querían
Se querían. 
Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada, 
labios saliendo de la noche dura, 
labios partidos, sangre, ¿sangre dónde? 


Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz.

Se querían como las flores a las espinas hondas,
a esa amorosa gema del amarillo nuevo,
cuando los rostros giran melancólicamente,
giralunas que brillan recibiendo aquel beso.

Se querían de noche, cuando los perros hondos
laten bajo la tierra y los valles se estiran
como lomos arcaicos que se sienten repasados:
caricia, seda, mano, luna que llega y toca.

Se querían de amor entre la madrugada,
entre las duras piedras cerradas de la noche,
duras como los cuerpos helados por las horas,
duras como los besos de diente a diente solo.

Se querían de día, playa que va creciendo,
ondas que por los pies acarician los muslos,
cuerpos que se levantan de la tierra y flotando...
Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.

Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,
mar altísimo y joven, intimidad extensa,
soledad de lo vivo, horizontes remotos
ligados como cuerpos en soledad cantando.

Amando. Se querían como la luna lúcida, 
como ese mar redondo que se aplica a ese rostro, 
dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,
donde los peces rojos van y vienen sin música.

Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,
ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,
mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,
metal, música, labio, silencio, vegetal,
mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.

martes, 1 de julio de 2014

POESÍA. "A don Luis de Góngora". Vicente Aleixandre (1898-1984)

Vicente Aleixandre

A don Luis de Góngora
¿Qué firme arquitectura se levanta
del paisaje, si urgente de belleza,
ordenada, y penetra en la certeza
del aire, sin furor y la suplanta?

Las líneas graves van. Mas de su planta
brota la curva, comba su justeza
en la cima, y respeta la corteza
intacta, cárcel para pompa tanta.

El alto cielo luces meditadas
reparte en ritmos de ponientes cultos,
que sumos logran su mandato recto.

Sus matices sin iris las moradas
del aire rinden al vibrar, ocultos,
y el acorde total clama perfecto.

lunes, 30 de junio de 2014

POESÍA. "En la plaza". Vicente Aleixandre (1898-1984)

Vicente Aleixandre
En la plaza
Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo, 
sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido, 
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.



No es bueno
quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido.

Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras
y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.
Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe, con temeroso denuedo,
con silenciosa humildad, allí él también
transcurría.

Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.

Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.

Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse.
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quisieras algo preguntar a tu imagen,
no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.

Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y se crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.

Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor,  en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!

sábado, 4 de diciembre de 2010

POESÍA. "Unas pocas palabras", de Vicente Aleixandre (1898-1984)

Vicente Aleixandre

Unas pocas palabras

Unas pocas palabras en tu oído diría.
Poca es la fe de un hombre incierto.
Vivir mucho es oscuro, y de pronto saber no es conocerse.
Pero aún así diría. Pues mis ojos repiten lo que copian:
tu belleza, tu nombre, el son del río, el bosque,
el alma a solas.

Todo lo vio y lo tienen. Eso dicen los ojos.
A quien los ve responden. Pero nunca preguntan.
Porque si sucesivamente van tomando
de la luz el color, del oro el cieno
y de todo el sabor el pozo lúcido,
no desconocen besos, ni rumores, ni aromas;
han visto árboles grandes, murmullos silenciosos,
hogueras apagadas, ascuas, venas, ceniza,
y el mar, el mar al fondo, con sus lentas espinas,
restos de cuerpos bellos, que las playas devuelven.

Unas pocas palabras, mientras alguien callase;
las del viento en las hojas, mientras beso tus labios.
Unas claras palabras, mientras duermo en tu seno.
Suena el agua en la piedra. Mientras, quieto,
estoy muerto.

martes, 29 de junio de 2010

POESÍA. "Adolescencia", de Vicente Aleixandre (1898-1984)

Vicente Aleixandre
ADOLESCENCIA
Vinieras y te fueras dulcemente,
de otro camino
a otro camino. Verte,
y ya otra vez no verte.
Pasar por un puente a otro puente
-el pie breve,
la luz vencida alegre-.

Muchacho que sería yo mirando
aguas abajo la corriente,
y en el espejo tu pasaje
fluir, desvanecerse.

domingo, 2 de mayo de 2010

POESÍA. "Oda a las niños de Madrid muertos por la metralla", de Vicente Aleixandre (1898-1984)

Vicente Aleixandre

Oda a los niños de Madrid muertos por la metralla
Se ven pobres mujeres que corren por las calles
como bultos o espanto entre la niebla.
Las casas contraídas,
las casas rotas, salpicadas de sangre:
las habitaciones donde un grito quedó temblando,
donde la nada estalló de repente,
polvo lívido de paredes flotantes
asoman su fantasma pasado por la muerte.
Miradlas. Como gajos
se abrieron en la noche bajo la luz terrible.
Niños dormían, blancos en su oscuro lecho.
Niños nacidos con rumor a vida.
Niños o blandos cuerpos ofrecidos
que, callados los vientos, descansaban.
Las mujeres corrieron.
Por las ventanas salpicó la sangre
¿Quién vio, quién vio un bracito
salir roto en la noche
con luz de sangre o estrella apuñalada?
¿Quién vio la sangre niña
en mil gotas gritando:
¡crimen, crimen!,
alzada hasta los cielos
como un puñito inmenso, clamoroso?
Rostros pequeños, las mejillas, los pechos,
el inocente vientre que respira:
la metralla, la súbita serpiente,
muerte estrellada para su martirio.
Ríos de niños muertos van buscando
un destino final, un mundo alto.
Bajo la luz de la luna se vieron
las hediondas aves de la muerte:
aviones, motores, buitres oscuros cuyo plumaje encierra
la destrucción de la carne que late,
la horrible muerte a pedazos que palpitan
y esa voz de las víctimas,
rota por las gargantas, que irrumpe en la ciudad como un gemido.
Todos la oímos.
Los niños han gritado.
Su voz está sonando.
¿No oís? Suena en lo oscuro.
Suena en la luz. Suena en las calles.
Todas las casas gritan.
Pasáis, y de esa ventana rota sale un grito de muerte.
Seguís. De ese hueco sin puerta
sale una sangre y grita.
Las ventanas, las puertas, las torres, los tejados
gritan, gritan. Son niños que murieron.
Por la ciudad, gritando,
un río pasa: un río clamoroso de dolor que no acaba.
No lo miréis; sentidlo.
Pequeños corazones,
pechos difuntos,
caritas destrozadas.
No los miréis; oídlos.
Por la ciudad un río de dolor grita y convoca.
Sube y sube y nos llama.
La ciudad anegada se alza por los tejados y alza un brazo terrible.
Un solo brazo. Mutilación heroica de la ciudad o su pecho.
Un puño clamoroso, rojo de sangre libre,
que la ciudad esgrime, iracunda, y dispara.

domingo, 24 de mayo de 2009

PRENSA. 24 mayo 2009

En "El País":

1. Dioses. Columna de Manuel Vicent.

2. Un Nobel en el purgatorio. A los 25 años de su muerte, la figura de Vicente Aleixandre se mueve entre el olvido y las disputas por su legado. El archivo del poeta centra el litigio.

3. Sin patria. Artículo de Luis Manuel Ruiz sobre el traslado de los restos de creadores y artistas.