miércoles, 29 de febrero de 2012

POESÍA. "Los esposos", de Rafael Guillén (Granada, 1933)

Rafael Guillén

LOS ESPOSOS

Dame la mano; el cuerpo. Necesito
cruzar la calle. Dame
un tímido relámpago
de detrás de tus ojos, algo
que me sustente, una palabra, un hijo
para cruzar la calle. Dame un brazo
para correr. Ponte delante, así,
de cara a mí, que yo me vea cerca
reflejado. Y la mano
también. Dame la mano, el cuello joven,
el espejo, el cansancio
de ayer, el tiempo, sí,
dame el tiempo que te consuma, el peso
que hace posible tu llegada. Quiero
cruzar la calle. Dame
tu soledad, o más, la comisura
de tus labios, la piel de un muslo, algo
con que cubrirme. El gesto
que derrumba un deseo, algo sólido,
arañable, exterior, algo de ti
que arrope mi despegue.
Que no tengo más ancla, que no tengo
más posible contacto, que no tengo
más vertedero, o playa, o límite si quieres.
Dame el silencio, o lo que sea. Dame
algo que me acompañe.
Que está ya cerca el viento, que ya viene
por el árbol de al lado, y necesito
cruzar la calle.

PRENSA. Viñeta de Forges

   En "El País" (28 febrero 2012):

PRENSA. "Justicia", por Rosa Montero

Rosa Montero

   En "El País":
Justicia
   Rosa Montero 28 FEB 2012

   Me escribe una desolada Judith Torrea desde México. Judith es una periodista independiente española especializada en temas de narcotráfico; lleva 15 años cubriendo la realidad de Ciudad Juárez, que es un sitio espeluznante para vivir (debe de ser la urbe más peligrosa del mundo: 2.086 asesinatos sólo en el año pasado). Judith, que ganó el premio 'Ortega y Gasset' de 2010 por su blog, pide ayuda contra la impunidad y el silencio. El jueves se anunció el hallazgo de una fosa clandestina a una hora de Ciudad Juárez, con los esqueletos de tres adolescentes desaparecidas en el centro de la ciudad entre 2009 y 2010: Jessica Leticia Peña y Andrea Guerrero, de 15 años, y Lizbeth Avilés, de 17. No se conocían pero ahora han aparecido juntas, unidas en su horrible destino. Sin embargo, las autoridades mexicanas siguen sosteniendo que no existe conexión en los feminicidios, que no hay una estructura criminal tras esta inacabable pesadilla de huesos mondos y gritos sofocados.
   Desde hace 19 años, Ciudad Juárez es un matadero de mujeres. Todas muy bellas y muy pobres, la mayoría muy jóvenes. El hallazgo en 2001 de ocho cadáveres juntos enterrados en el Campo Algodonero provocó un escándalo internacional, porque evidenciaba la existencia de una mafia, de una organización, de un plan. De un infierno sistemático que no me siento con fuerzas de imaginar. Pero ni la presión mundial ni la sentencia del año pasado de la Corte Interamericana de Derechos Humanos contra el gobierno de México por su negligencia en perseguir estos casos han logrado ningún resultado (según cifras oficiales, el 97% de los crímenes de Ciudad Juárez están sin resolver). Judith cita en su magnífico blog http://juarezenlasombra.blogspot.com/ a Óscar Máynez, el forense que analizó el Campo Algodonero hasta que se vio obligado a renunciar: "Las autoridades hicieron lo imposible por no investigar, por fabricar culpables, por esconder cuerpos, por ocultar el problema". Ahora mismo la madre de Jessica está acampada frente a la Fiscalía con su desesperación, su valentía y un ataúd blanco que contiene los huesitos de su niña. Pide justicia.

PRENSA. "El caso del joven soldado republicano", por Tano Ramos


   En "El País":
El caso del joven soldado republicano
Tano Ramos Madrid 28 FEB 2012

   Quiero aclarar aquí que yo no he escrito la historia de Antonio Lozano. La de ese joven soldado republicano que al terminar la guerra civil regresó confiado a su pueblo porque no había hecho nada malo y que al poco fue detenido, encarcelado durante casi tres años y enviado después a un campo de concentración. No, yo no he escrito sobre Antonio Lozano. Sobre ese joven que abandonó la prisión para ser encerrado otros tres años junto a Tarifa, en un lugar en el que los reclusos trabajaban todo el día a pico y pala, pasaban frío, dormían en chozas que se construían ellos mismos, estaban tan hambrientos que comían hasta raíces y lagartijas y recibían palizas si no cumplían el objetivo laboral de la jornada.
   No, yo no he relatado esa historia; quiero aclararlo para quienes estos últimos meses oyeron de boca de Antonio Lozano que yo había escrito un libro en el que contaba su vida. Antonio Lozano creía que a su yerno le habían dado un premio por un libro que relataba su historia. Y lo iba diciendo por ahí con orgullo, con satisfacción, con esa alegría que le entra a uno cuando se ve justamente recompensado. Pero lo cierto es que no era así, que yo no escribí en ese libro la historia de Antonio Lozano.
   Ya me hubiese gustado hacerlo. Qué más hubiese querido yo que oír de primera mano y relatar luego la vida de Antonio Lozano. De ese joven que en 1936 abandonó su pueblo de Granada con sus padres y hermanos y que después sobrevivió a la carretera de la muerte, que huyó con su familia desde Málaga hacia Almería caminando y escondiéndose de las bombas que masacraban a las columnas de civiles. Qué no daría yo por haber podido contar la historia de ese chaval que mintió sobre su edad para poder alistarse como voluntario en el Ejército de la República, que luchó en varios frentes y que terminada la guerra oyó lo que muchos otros: que podían volver tranquilos a sus casas, a sus pueblos, que había paz en España.
   Antonio Lozano regresó en 1939 a su pueblo. Lo sabemos con certeza. Pero sobre lo que le ocurrió en los siguientes seis años apenas tenemos su hija y yo datos dispersos. Muy pocos. Antonio Lozano vivió en esos años de paz en España una experiencia tan demoledora, tan tremenda, que la borró de su memoria de tanto ocultarla después, cuando fue liberado y se instaló en Jerez.
   No quería Antonio Lozano que se supiese que había estado primero preso y luego en un campo de concentración. No quería que nadie conociese su historia de represaliado, y se empleó a fondo en conseguirlo. Hasta tal punto lo logró, que su hija, ya entonces licenciada en Historia, se quedó pasmada un día, hace solo veinte años, cuando oyó a su padre referir que lo habían encarcelado al terminar la guerra, que las había pasado canutas después en un campo de concentración.
   La hija de Antonio Lozano pudo atar cabos a partir de ese momento. Empezó a entender por qué su padre mentía a veces cuando alguien le preguntaba de qué localidad de Granada provenía. Y rescató de la memoria algún episodio. Como uno del que ella había sido testigo al poco de morir Franco. Fue en el pueblo de su padre. En una reunión de amigos y familiares, la charla evocó la guerra civil y algunos recordaron padecimientos y otras historias. Entonces, Jiménez, que aún vive y compartió cárcel y campo de concentración con Antonio Lozano, se quitó la camisa y enseñó los verdugones que le cruzaban la espalda.
   En 1945, superviviente del maltrato, Antonio Lozano llegó a Jerez. Tuvo la suerte de que un teniente coronel de los batallones disciplinarios se lo llevase con él y le diese trabajo durante años. Hasta que él mismo hizo camino y acabó abriendo una tienda de comestibles en la ciudad que muchos vecinos de Icovesa recordarán. Una tienda que ofrecía precios populares y en la que todo el mundo era bien atendido por Antonio Lozano y por su esposa.
   Antonio Lozano era un hombre honrado. Tenía dentro esa honradez republicana que aprendió de los discursos que oía cuando era un joven soldado, de las enseñanzas de otros presos en la cárcel de Granada. Probablemente marcado por haber vivido como prisionero, bajo la bota militar franquista, desde los 19 a los 25 años, Antonio Lozano era, en fin, un hombre en alerta, esclavo de un pasado demasiado cruel. Y había aprendido que para sobrevivir en la dictadura tenía que callar, moverse con cautela, ocultar de dónde venía.
   Les tenía miedo Antonio Lozano. Temía caer de nuevo en sus manos. Por eso callaba cuando cada Navidad unos policías acudían a su tienda y se llevaban jamones y un buen surtido de todo lo que les daba la gana. Por eso le pidió a su hija que le hiciese caso y se casase por la Iglesia cuando ella le anunció su boda civil. Cuidado, que siguen ahí.
   Cuando a principios de los noventa el Gobierno que presidía Felipe González decidió conceder una indemnización a los represaliados por el franquismo, la hija de Antonio Lozano presentó la solicitud. Le respondieron que su padre no alcanzaba el mínimo de tres años encarcelado para poder ser indemnizado, que los años de estancia en un campo de concentración, en los llamados batallones disciplinarios, no contaban. Con esa respuesta, Antonio Lozano dio en pensar que era mejor seguir disciplinadamente callado, que ni siquiera la izquierda sabía ya en este país qué había sucedido en la posguerra. Años después, la Junta de Andalucía también quiso indemnizar a los represaliados y entonces sí que contaron los años de trabajos forzados. Antonio Lozano fue indemnizado. Pero también entonces algo le dijo que debía seguir callado, que era mejor ser cauto. Porque ocurrió que meses después, lo llamaron de Hacienda y le reclamaron una parte de la indemnización. Le reprocharon que no hubiese declarado ese ingreso y Antonio Lozano se vio tratado como un defraudador y se convenció definitivamente de que recordar el pasado solo le traería complicaciones.
   De modo que Antonio Lozano prefirió seguir ocultando. Y no quiso ni acudir a un homenaje a los represaliados en El Puerto de Santa María cuando fue invitado por la Junta de Andalucía y su hija lo animaba a que, como otros, él contase su historia. No te fíes, respondió, siguen ahí.
   Hace pocos años, Antonio Lozano asistió a la aprobación de la Ley de Memoria Histórica. Y luego vio cómo el juez Garzón abría una investigación sobre los crímenes del franquismo, de los que él fue testigo directo como superviviente de un campo de concentración en el que muchos morían extenuados y enfermos, incapaces de soportar el trato al que eran sometidos por los militares vencedores.
   No obstante, Antonio Lozano siguió callado, prudente, en alerta. Pero tal vez algo le caló de ese intento de resarcir a las víctimas, porque el caso es que el pasado septiembre, en cuanto supo que a su yerno le habían premiado un libro, salió a la calle y comenzó a decirles a todos que yo había escrito su historia y que me habían dado un premio. Su cuidadora le explicó varias veces que no era así, que el libro hablaba de los sucesos de Casas Viejas, de otro asunto. No hubo manera. El hombre que durante décadas escondió su pasado y que ni siquiera se sintió seguro en democracia, ese hombre por fin se mostraba orgulloso de su historia y de que fuese aireada. Nayis, su cuidadora, recuerda que estos últimos meses, Antonio Lozano repetía feliz en la barbería, en el parque, en el bar y en casa y en todas partes que yo había escrito su historia. Para entonces, hacía ya un tiempo que andaba con la cabeza perdida, que tenía lagunas y a veces ni reconocía a la gente.
   El pasado enero, una mañana, Antonio Lozano falleció en su casa de pronto, en unos segundos. Murió creyendo que habías escrito su historia, me recuerda Nayis de vez en cuando. Se libró finalmente del terror, Antonio Lozano. Pero para lograrlo, tuvo que pagar el precio de perder la memoria. Solo así, con 92 años, recuperó su juventud perdida, esa olvidada Historia de España que tanto molesta a tantos. La nunca reconocida y verídica historia del joven soldado republicano.

   Tano Ramos. Periodista. Autor de El caso Casas Viejas.

martes, 28 de febrero de 2012

POESÍA. "Otoño en llamas", de Rafael Guillén (Granada, 1933)

Rafael Guillén

OTOÑO EN LLAMAS

Como cada noviembre, las tristezas doradas
del otoño llamean
en los castaños. Sube de los barrancos hasta
la nieve de los picos un confuso revuelo
de amarillos y malvas y, entre las peñas, cuelgan
los pueblos como blanca ropa tendida. Todo
vuelve a la transparencia.
El silencio aún no ha dicho su última palabra.

La azada al hombro, un viejo
de estopa y cuero baja bordeando bancales
camino de Atalbeitar. En sus ojos azules
no hay preguntas. Le queda
la eternidad entera para que alguien le explique
qué es esto de la vida.

Como un zorzal tocado
por el plomo furtivo, una hoja marchita
desciende dando tumbos de lo alto del álamo.

PRENSA. Viñeta de EL ROTO

   En "El País" (27 enero 2012):

PRENSA CULTURAL. Crítica de "La invención de Hugo", película dirigida por Martin Scorsese


   En "El Día de Córdoba":
El fabuloso nacimiento de la máquina de contar historias
   Carlos Colón  26.02.2012

Aventuras/Infantil, EE UU, 2011, 126 min. Dirección: Martin Scorsese. Guión: John Logan. Intérpretes: Asa Butterfield, Chloë Moretz, Jude Law, Ben Kingsley, Sacha Baron Cohen, Ray Winstone, Christopher Lee. Fotografía: Robert Richardson. Música: Howard Shore. Guadalquivir, El Tablero.

   Si el 3D es el futuro de un cine concebido como espectáculo y asombro, Martin Scorsese ha tenido la idea genial -basándose con fidelidad en un libro infantil de Brian Selznik (hasta el apellido del escritor tiene un eco cinéfilo)- de viajar hasta el origen del asombro cinematográfico: la figura y las películas de Georges Méliès. Y con él -desde los Lumière a Feuillade- los pioneros que a partir de ese artefacto llamado cinematógrafo crearon la industria, el espectáculo y el arte al que llamamos cine.
   Puede parecer que una superproducción en 3D, de carácter familiar y temática fantástico-cinéfila, no encaja en el universo de Scorsese. No es así. Toda su filmografía, como las de sus compañeros de generación, está llena de referencias a sus preferencias cinéfilas. Llamó a Bernard Herrmann -el músico de Welles y Hitchcock- para Taxi Driver. Homenajeó a Donen en Nueva York, Nueva York. Filmó Toro salvaje en blanco y negro. Rodó una continuación de El buscavidas de Rossen con El color del dinero. Dirigió un episodio de la serie clásica Amazing Stories revivida por Spielberg. Homenajeó a Jerry Lewis en El rey de la comedia. Utilizó la música de Delerue para Le mépris de Godard en Casino. Y además ha producido o dirigido documentales sobre Val Lewton, Elia Kazan, el cine italiano o el cine norteamericano. Nada de extraño tiene, pues, que se lance al cine familiar de fantasía -con ecos que van desde Disney hasta Zemeckis y Spielberg- uniendo la nueva magia tridimensional con la recreación del origen del truco y el espectáculo cinematográfico, recreando las filmaciones de Méliès y homenajeando a su figura.
   Es genial la idea de relacionar a Hugo, el niño protagonista, un huérfano que vive oculto en las maquinarias de los relojes de la estación de Montparnasse, con el pionero del cine George Méliès quien, tras arruinarse y tener que vender su estudio, regentaba junto a su mujer una modesta tiendecita de chucherías y juguetes en dicha estación, donde, como si se tratara de un increíble final feliz, fue reconocido por un periodista y crítico cinematográfico que lo rescatará del olvido (episodio que Scorsese reconstruye).
   En la ficción de esta película Méliès descubre casualmente que el niño trabaja en la restauración de un antiguo autómata creado por él. De esta casualidad nace esta maravillosa aventura que homenajea a la vida y al cine como si fueran la misma cosa. Con citas que van de Chaplin a Harold Lloyd o de Clair a Tati. Con reconstrucciones de las primeras sesiones del cinematógrafo. Con la recreación de los artesanales rodajes de Méliès y su invención del montaje como fuente de trucos. Y todo ello sin erudición ni pedantería, con la emoción con la que se habla de lo que se ama, con el agradecimiento hacia lo que ha ayudado a vivir. Incluyendo también en este homenaje a los libros primeros y fundacionales, por ello largos compañeros de vida, de Stevenson, Verne, Dickens o Robin Hood.
   Así trata Scorsese la historia del cine en esta película que lo resucita a él mismo como gran realizador tras un prolongado decaimiento. Emocionante, divertida y espectacular para todos los públicos; a la vez que de carácter casi ensayístico en su reflexión poética sobre los orígenes y la esencia del cine. Y no uso la palabra poética gratuitamente: la historia que, mediada la película, se abre con el mágico vuelo de los dibujos que servían a Méliès para preparar sus películas es un sincero y serio canto de amor al cine.
   La intuitiva interpretación del niño Asa Butterfield (descubierto por El niño con el pijama de rayas) es conmovedora. Vivaracha, que escribiría un crítico de la época, la actuación de la pequeña Chloë Moretz. La creación de Ben Kingsley como Méliès es portentosa. Conmueve el retrato del viejo Méliès perseguido por los fantasmas de su antigua grandeza. Sólo la escena de su llanto sobre los bocetos de sus viejas películas merecería nuestras cinco estrellas. Falla en cambio Sacha Baron Cohen como el malo, el policía de la estación, con una interpretación sosa a la vez que sobreactuada. Importante error de reparto porque ya se sabe lo importante que es un buen malo. En parte redimido por el grandioso papel de bueno -el librero- que hace un malo histórico: Christopher Lee.
   Howard Shore, llevado por la misma ola de nostalgia inspiradora y creativa, compone una delicada y extensa partitura en la que resuenan los ecos de los maestros de la música de cine francesa Joseph Kosma, Maurice Jaubert, Jean Wiener, Alain Romans (el de Mi tío de Tati) y de Maurice Jarre. El único problema es que a este perfecto mecanismo de integración en una historia de tantas historias que el cine ha contado (incluyendo su propia historia) podría, tal vez, faltarle alma. Sólo tal vez.

PRENSA. "Angelina Jolie, Bosnia en el corazón", por Bernard Henri-Lévy

La actriz y cineasta Angelina Jolie habla con el director de fotografía, Dean Semier durante el rodaje de la película 'En tierra de sangre y miel' / Ken Regan / AP / Film District. ("El País")

   En Domingo, suplemento de "El País":
Angelina Jolie, Bosnia en el corazón
   'En tierra de sangre y miel' sitúa ese ángulo muerto de la historia del siglo XX, en ese momento de dolor absoluto, al mismo tiempo que de indignidad y vergüenza para las naciones que dejaron hacer: la guerra de Bosnia.
   Bernard-Henri Lévy 26 FEB 2012

   Cuando Angelina Jolie me pidió que me reuniera con ella, el jueves pasado, en París, para presentar el preestreno de su En tierra de sangre y miel, por supuesto, empecé por decir que quería ver la película, pero, después de verla, no lo dudé ni un segundo.
   Porque ¡vaya historia!
   Estamos ante una gran actriz hollywoodiense.
   Estamos ante una de las estrellas más cotizadas y celebradas del cine mundial.
   Estamos ante un gran nombre del que nadie dudaba que, si un día decidía pasar al otro lado de la cámara, tendría temas, financiación y guiones para elegir, así como actores que se pelearían por el privilegio de unirse a la aventura.
   He aquí que Angelina Jolie, en efecto, pasa detrás de la cámara y ¿qué sucede?
   Rueda una película de autor, con actores bosnios desconocidos, en un idioma, el bosnio, que, tanto en América como en Europa, parece bastante improbable, y sitúa su película en ese ángulo muerto de la historia del siglo XX, en ese momento de dolor absoluto, al mismo tiempo que de indignidad y vergüenza para las naciones que dejaron hacer: la guerra de Bosnia.
   El resultado es una película que, para empezar, suena increíblemente verosímil. Yo vi, en la vida real, a hombres y mujeres que se parecían como hermanos y hermanas a Danijel y Ajla, los Romeo y Julieta de esta historia de amor con fondo de campo de concentración y horror. Y este asunto de la violación concebida como arma de guerra, la humillación de un pueblo a través de los cuerpos torturados de sus mujeres y la purificación étnica a través del vientre que constituyen, no el decorado, sino el tema de la película, yo ya los había filmado en Bosnia (mi documental de 1994). Pues bien, la obra de ficción que ella ha basado en estos dramas, su reconstitución, casi veinte años después, en unos estudios de Hungría, su paso a la escritura, a la realización y a la leyenda son de una veracidad sangrante y captan la exaltación y la violencia atroz que marcaron la realidad y de las que, desgraciadamente, puedo dar fe.
   El resultado es un caso raro y muy emotivo de transmisión exitosa. Angelina Jolie era una adolescente en el momento de los hechos que narra. Seguramente, solo tuvo noticia de ellos tardíamente y de oídas. En la época en la que un puñado de intelectuales (en Alemania, Peter Schneider y Hans Christoph Buch; en Inglaterra, Salman Rushdie; en Estados Unidos, Christopher Hitchens o Susan Sontag; en Francia, el autor de estas líneas, entre otros) temían que en Sarajevo se estuviera anunciando el fin de una Europa que acababa de ofrendarle al siglo XXI su nueva y no menos espeluznante guerra de España, ella seguía soñando con sus papeles en Cyborg 2 y Hackers. Ahora, toma el relevo, la antorcha, continúa de algún modo el combate y, no contenta con revivir lo que nosotros vivimos, realiza el milagro, siempre abrumador cuando se produce, de convertir nuestra memoria en historia.
   Y el resultado es, finalmente, un acto político de esos que el cine engendra cada vez menos. ¿Una película comprometida? ¿Parcial? ¿Una película que no teme dar la batalla ni arriesgarse, cuando es necesario, a que los cretinos la tachen de maniquea? Sí, por supuesto. Porque es una película que llama al pan, pan y al vino, vino. Porque es una película que, lejos del unanimismo borreguil que hubiéramos podido temernos de una criatura pura y dura de la industria hollywoodiense, llama “fascistas” a los milicianos serbios de la época y se cuida de distinguir, en la confusión de aquellos tiempos sombríos, a víctimas y verdugos. Y, por utilizar las palabras de Godard, no es solo una película, sino una película justa, que hace justicia a los muertos y rinde homenaje a los supervivientes.
   Durante su proyección en Sarajevo, la víspera de su presentación en París, En tierra de sangre y miel fue acogida por una multitud que dudó por espacio de varios minutos entre las lágrimas y los vítores. Normal. Esas mujeres violadas que callaban desde hacía veinte años, los hijos de esas violaciones que, a punto de llegar a la edad adulta, vivían su genealogía como un oprobio, esa sociedad bosnia que tenía en tales hechos su secreto más doloroso... Y de pronto una gran actriz, que además es una gran dama, pone su prestigio a su servicio y, por primera vez, les permite volver a levantar un poco la cabeza.
   Yo conocí una situación similar, hace cuarenta años, en Bangladesh, cuando un jefe de Estado musulmán, el presidente Mujibur Rahman, tomó la valiente decisión de nombrar “birangona”, literalmente “heroínas nacionales”, a las decenas de miles de jóvenes violadas por la soldadesca paquistaní, que habían sido marginadas de la sociedad así como, a menudo, de sus propias familias. Es, mutatis mutandis, el gesto de Angelina Jolie. Y en él radica la sombría grandeza de su película.
   Nuestros caminos se cruzaron por primera vez en torno a la figura de Daniel Pearl, a cuya viuda encarnó en una película.
   Después, una segunda vez, el 25 de febrero de 2007, en Bahai, al norte de Sudán, donde yo aguardaba la posibilidad de entrar clandestinamente en Darfur y adonde acudió para visitar los campos de refugiados.
   Este tercer encuentro es el bueno, pues se produce en la encrucijada de un imprescriptible sufrimiento y de su inscripción en el registro de una obra de arte.
   Traducción: José Luis Sánchez-Silva.

lunes, 27 de febrero de 2012

POESÍA. "Pronuncio amor", de Rafael Guillén (Granada, 1933)

Rafael Guillén

PRONUNCIO AMOR

Vengo de no saber de dónde vengo
para decir amor, sencillamente.
Para pensar amor, sobre la frente
sostengo qué sé yo lo que sostengo.

Para no detener lo que detengo
siembro en surcos y versos mi simiente.
Para poder subir, contra corriente,
tengo sujeto aquí, no sé qué tengo.

Venir es un recuerdo, si se llega.
Pensar es una huida, si se toca.
Sembrar es una historia, si se siega.

Sólo acierta en amor quien se equivoca
y entrega mucho más de lo que entrega.
Después, toda esperanza será poca.

PRENSA. Viñeta de Erlich

   En "El País" (22 febrero 2012):

PRENSA. Con Pepita Patiño, la mujer que inspiró "La voz dormida", novela de Dulce Chacón y película de Benito Zambrano

Pepita Patiño, cuya vida ha inspirado la película 'La voz dormida', posa en Córdoba con una foto de ella y su marido, Jaime Cuello. / F. J. VARGAS. ("El País")

   En "El País":
"Gracias por contarlo todo"
   Pepita Patiño, la mujer que ha inspirado 'La voz dormida', revive su pasado.
   Manuel J. Albert Córdoba 25 FEB 2012

   "Le dieron muchos palos al pobrecito mío. Muchos. La primera vez que fui a verle a comisaría y me enseñaron su camisa me eché a llorar". Y lo mismo hace Pepita Patiño cuando recuerda esa imagen de la sangre de su marido manchando la tela. Por recuerdos así, vívidos como el primer día, no ha visto La voz dormida, la última película de Benito Zambrano, que se inspira en su propia vida. La interpretación de María León como Pepita de joven le ha valido el Goya a la Mejor Actriz Revelación.
   "Comparto el premio con Pepita Patiño, que tiene 88 años y vive en Córdoba. A ella y a todas las pepitas del mundo, por ser mujeres que han aprendido a perdonar pero no olvidan", dijo la intérprete al recoger el premio.
   Pepita escuchó esas palabras desde la residencia para mayores donde vive, junto al Cristo de los Faroles. Y a su cabeza volvieron los años que vivió como enlace de los maquis en la sierra de Córdoba; de la primera vez que vio a Jaime Cuello, miembro del PCE; de cómo se enamoró de él y le siguió en su triste peregrinar por comisarias y presidios franquistas de Córdoba, Burgos y Madrid.
   "Le dieron muchos palos", insiste en voz baja. Se mira las manos y, como si fuesen las de Jaime, se las toca y dice: "Tenía cicatrices... Aquí y aquí... Lo pasó muy mal". Pero Pepita también sonríe. Lo hace cuando recuerda lo fiel y consecuente que era Jaime con su ideología. Como cuando le pidió al cura de la cárcel donde estaba que le casase con Pepita. El del alzacuellos aceptó con una condición, que renunciase al comunismo. "Mi marido le dijo que no. Que eso sería como si él le pidiese al cura que se quitase la sotana. El cura entró en cólera y le exigió al director del penal que lo metiese en una celda de castigo. Pero no lo hizo".
   Mientras Jaime sufría cárcel y torturas, Pepita se deslomaba trabajando en casas. También se jugaba el cuello dejando mensajes a los guerrilleros de la sierra de Córdoba y unía sus fuerzas con las de otros familiares de presos para hacerles llegar ropa y alimentos para sobrevivir.
   Así durante 20 largos años en los que en su vida primó el miedo y el silencio. "No podías hablar, todo había que guardárselo", recuerda la mujer. En 1960 su marido fue puesto en libertad. Tras dos décadas de noviazgo presidiario, encontraron un cura al que no le importaba la condición política de Jaime ni sus ideas. "Se portó magníficamente, nos lo arregló todo y nos casó en Madrid". Al día siguiente, a las seis de la tarde, la pareja debía estar en Córdoba para presentarse en la comisaría. La vigilancia del régimen todavía duraría tiempo.
   El maltrato constante y las penurias de la cárcel dejaron a Jaime con una salud muy delicada y murió sin poder disfrutar de la democracia. Años después, Pepita conoció a la escritora Dulce Chacón, quien estaba recabando historias sobre las mujeres que sufrieron la Guerra Civil y el franquismo. Era el germen de La voz dormida. Y Pepita sería una de sus protagonistas.
   "Fue aquí al lado, en una cafetería", señala con su bastón Pepita, a las puertas de la residencia. Se mueve despacio, molesta por la artrosis en una de sus manos. "Eso es de no parar de trabajar", apunta. Y vuelve a Chacón: "Estuvimos 10 días hablando y hablando para el libro". Y hace una pausa. "Qué pena. Tan joven que era". Y las mismas lágrimas vuelven a asomar. Dulce Chacón murió en 2003, poco después de publicar el libro.
   Pepita no se ha atrevido a ver la película que adapta el texto de la escritora. "Para qué, si es mi vida. Yo he pasado todo eso. Y ya lo he llorado todo. Si la viese no podría para de llorar". Pero no deja de agradecer a todos, a Benito Zambrano y a las actices María León e Inma Cuesta (quien, en una licencia de guión, interpreta a una hermana presa que Pepita no tuvo en la vida real). También a todos los periodistas que se acercan a recoger su testimonio. "Gracias por contarlo todo. Sobre todo por ellos, por todo lo que pasaron ellos. Que fue mucho", dice recordando a los presos y a los guerrilleros.
   Pepita se despide a las puertas de la residencia. Casi nadie allí dentro sabía de su dura vida. Reparte besos, lágrimas y sonrisas. "Iros que yo os vea". Y no regresa dentro hasta que los reporteros tuercen la esquina.

PRENSA. "Más enemigos", por Manuel Rivas

Manuel Rivas

   En "El País":
Más enemigos
   Manuel Rivas 25 FEB 2012

   No hay respeto. Es verdad. No hay ningún respeto hacia esos que llamamos pueblo. Hacia la gente. Los populistas que adulan a la gente corriente y su sentido común, se enfurecen cuando hay gente común que no les sigue la corriente. Los elitistas que en discursos y tesis se llenan la boca y deleitan con la idea de la sociedad civil, se enojan mucho cuando se encuentran de frente a esa dama, Sociedad Civil, que de repente les parece fea e intratable, y que mejor estaría en Laponia, haciendo la colada en el hotel Santa Claus. Estos días, desde distintas pero altas instancias, se difunde una amonestación general. Hay que acatar y respetar, dice la consigna. Según el diccionario de la RAE, esa respetable autoridad, acatar tiene el sentido de sumisión. Ahí tenemos la palabra clave en el adoctrinamiento: la sumisión. En una democracia, las leyes parlamentarias y las sentencias judiciales se deben cumplir. Utilizar aquí el término acatar es una bobada, dispensando. Salvo que se intente someter. No criticar ni protestar para no ser marcado con el estigma de “enemigo”. Las palabras no son inocentes, y menos los lapsus. Dudo que el desbocado jefe de policía de Valencia sea un discípulo de Carl Schmitt, el cerebro jurista nazi que encontró cobijo en España, e inspiró a la jurisprudencia franquista. Es el polen del ambiente. Hay otros que si lo son, en sus cavernas camufladas como decorosas corporaciones o fundaciones. Han contagiado ese polen sectario, que divide a la sociedad entre amigos y enemigos. Quien no se somete, ese es el enemigo. Y no habrá respeto para él. Ni para los niños que denuncian que el emperador está desnudo. Ni para los trabajadores a quienes se devuelve al siglo XIX. Al juez enemigo lo expulsan el 23-F, qué delicadeza. Pronto vendrán los días de McCarthy. Ya están señalando a los informativos de la televisión pública. Son los mejores: ¡el enemigo!

viernes, 24 de febrero de 2012

POESÍA. "Poema del no", de Rafael Guillén (Granada, 1933)

Rafael Guillén

POEMA DEL NO

Me decías que no. Por tu mirada
pasaban barcos lentamente. Había
gaviotas en tus ojos, en tus blandos,
oscuros ojos grandes,
donde iba cayendo la amargura
como un anochecer de altas sirenas
en los puertos del Sur.
Me decías que no serenamente.
Era un no original, que ya existía
antes que tú, que hablaba por sí mismo
mientras que tú, impotente, absorta, fijos
en mí tus ojos, lo sentías vivo,
palpabas su raíz por tus adentros.
Era un no adivinado,
mudo, pesadamente silencioso.
Tu duro cuerpo tibio
me decía que no, sin causas, iba
replegándose, como
si volviese a la infancia. Tú no eras.
Me decías que no, y en tu mirada
cabalgaba un dolor que yo diría
maternal. Un dolor implorando
comprensión. Un no de contenida
pesadumbre, pero total, abierto,
levemente asomado
a las playas del llanto.
Me decías que no lejana, sola,
terriblemente sola, maniatada,
sin un porqué donde apoyarte, pero
era no, era no, sin gritos, no...

Los puertos, las sirenas,
los barcos en la noche, todo iba
perdiéndose, alejándose.
Yo, delante de ti, triste, abatido.

PRENSA. "El champú", por Juan José Millás

Juan José Millás

   En "El País":
El champú

Juan José Millás 10 FEB 2012

   Te mueres si haces cuentas, mejor no saber. Así, de entrada, fíjate, está el recibo de la luz, el del teléfono, el del agua, el recibo del gas, el de la comunidad de vecinos, el de la hipoteca, también el impuesto sobre bienes inmuebles, sobre la recogida de residuos urbanos, por no hablar del IVA de la carne, del de las verduras, del de los pañales del niño, por no hablar del IVA de la puta leche, y no te olvides de la letra del televisor, del coche a plazos, de la aspiradora a plazos, del ordenador chungo a plazos.
   Te levantas de la cama, enciendes la lámpara de la habitación y ya está el contador dando vueltas dentro de la caja como una idea obsesiva dentro de la cabeza. Abres luego el grifo del agua y destapas el tubo del dentífrico para cepillarte los dientes, y sin haber puesto el pie todavía al pasillo has arrojado 30 céntimos por el sumidero del lavabo, como si en lugar de limpiarte las muelas las echaras. No hablemos de la espuma de afeitar ni del gel de baño ni del champú con acondicionador. El champú con acondicionador, fuera, sale más barato el anticaspa. Pero no tenemos caspa, dice ella. Como si la tuviéramos, dice él, y en cuanto al pasillo, desde hoy, a oscuras, lo conocemos de memoria. Pero a mí me da miedo, dice ella, por las apariciones.
   ¿Y quién se te aparece?, dice él. Tu madre, dice ella, la he visto dos veces en camisón corto, me hace un gesto así con la mano, como pidiéndome que me acerque para enseñarme una herida. Pues a mí se me aparece Ángela Merkel, dice él, y me echa el aliento en las narices. ¿A qué huele el aliento de Ángela Merkel?, dice ella. A chucrut podrido, dice él. Será que tiene caries, dice ella. Será, dice él, pero sigamos con las cuentas, a ver por dónde recortamos. ¿Y si nos liamos un porro y vemos una peli? dice ella. Vale, concluye él, pero el champú, anticaspa.

PRENSA. "Mentiras", por Elvira Lindo

Elvira Lindo

   En "El País":
Mentiras
Elvira Lindo 15 FEB 2012

   El mentiroso o el impostor siempre me provocan un sonrojo que deriva en piedad. Como personaje ha sido uno de los más frecuentados por la ficción. Chéjov llenó la suya de mentirosos, de hombres embusteros que no se atrevían a enfrentarse a la vida con la verdad por delante y terminaban engañando a la mujer, a la amante y a sí mismos. Ya no digamos el catálogo de mentirosos que abundan en el universo simenoniano. Embusteros compulsivos que necesitan creerse su mentira para que no les coma la ansiedad. El retorcido Tom Ripley, de Patricia Highsmith, construye su existencia a partir de una mentira de juventud, y, a partir de ahí, cambia de personalidad según le conviene y elimina a quien no esté dispuesto a entrar en su juego. En ese gran libro que es El adversario, Emmanuel Carrére cuenta la vida de un hombre que, temiendo que su familia descubra la ficción que ha mantenido durante años, acaba con ellos antes de que puedan enterarse de que todo ha sido una farsa. El cine francés convirtió la historia en película, en España se hizo la interesante Vida de nadie, y el americano Spielberg rodó con la historia real de otro mentiroso su magistral Atrápame si puedes, en la que el impostor tiene tanto arte falsificando vidas y cheques que se reinserta prestando su astucia al FBI.
   Estas historias provocan en el espectador o lector una reacción interesante que consiste en empatizar con el mentiroso hasta el punto de justificar cualquier tropelía con tal de que el héroe se salga con la suya. Pero esa simpatía no es extensiva a la vida real. El aspecto romántico del mentiroso se esfuma. Y aunque humanamente podamos entender que un complejo no resuelto lleve a alguien a afirmar que es médico cuando no lo es, las leyes de lo real no nos permiten aceptar que siga en su cargo alguien que cree necesario mentir sobre sus méritos.

PRENSA. Viñeta de Forges

   En "El País" (19 febrero 2012):

PRENSA. Viñeta de Erlich

   En "El País" (23 febrero 2012):

jueves, 23 de febrero de 2012

POESÍA. "Sobre toda palabra", de Rafael Guillén (Granada, 1933)

Rafael Guillén

SOBRE TODA PALABRA

No es fácil retener cuanto de cierto
lleva cada palabra, rescatada
por la verdad del borde de la nada.
La medida es un eco, un eco muerto.

La verdad no es la rama; es el injerto
propicio al viento fuerte y a la helada.
No es cuerda ni metal; es la tonada,
la alada melodía del concierto.

Propicia al viento fuerte y a la ruina,
camina la verdad, triunfa y camina
de palabra en palabra, paso a paso.

¡Y es gozo recibir su luz violenta,
y sentir cómo nace y se sustenta
del mismo manantial de su fracaso!

PRENSA. "La caída de los tiranos", por Lluís Bassets

Lluís Bassets

   En "El País":
La caída de los tiranos
   La ‘primavera árabe’ se puede explicar por la unidad de sus gentes y la unidad de sus sufrimientos: Lluís Bassets disecciona las claves en su libro 'El año de la revolución'.

Lluís Bassets 19 FEB 2012
 
   ¿Por qué ahora, entre el invierno y la primavera de 2011? ¿Por qué no sucedió antes, en 2008, por ejemplo, cuando ya crecía el descontento por los precios de los alimentos? ¿Por qué, primero en Túnez y luego en Egipto? ¿Por qué no empezó por Argelia o por Marruecos? ¿Por qué han tardado tanto en caer estos regímenes, al final tan débiles y vulnerables? ¿Y por qué un contagio tan rápido en muchos casos entre países tan distantes y heterogéneos?
   Una revolución es algo inesperado por definición. Las explicaciones convincentes llegan después, a pelota pasada, una vez ya ha tenido lugar. Nos servirán para entender tanta estabilidad previa, es decir, para explicar la idea conservadora que la hacía impensable. Así ha sucedido siempre, y no iba a ser este caso una excepción.
   En el caso de la primavera árabe se da, además, una necesidad adicional: no se trata tan solo de saber cómo llegaron los impulsos revolucionarios de un país a otro, sino, sobre todo, de explicar el porqué de los efectos en cadena, tan imprevistos como la revolución misma; recordemos el sonsonete: Egipto no es Túnez. Recordemos cómo los hechos lo desmintieron.
   Hay épocas revolucionarias en las que un solo país es el que trastoca el orden social y político establecido, en medio del mayor aislamiento internacional; pero hay otras en las que la primera ignición de la llama revolucionaria desencadena el efecto dominó tan temido por la contrarrevolución. Cuando esto sucede, como ha sido el caso, alguna razón habrá también para explicar el alcance de un fenómeno que abarca una región del planeta tan extensa y variada en regímenes, demografía, rentas, recursos naturales e, incluso, religiones o, al menos, ramas de la misma creencia.
   El efecto en cadena se puede explicar por la unidad de la nación árabe y la unidad de sus sufrimientos: jamás había prosperado una revolución ciudadana y democrática en este territorio aparentemente hostil al gobierno del pueblo. En monarquías y en repúblicas, en países petroleros y en países turísticos, con el islam rigorista y con el islam tolerante, la autocracia ha sido hasta ahora la forma de gobierno imperante, con exclusión y anulación del ciudadano individual y de cualquier sistema eficaz de garantías en el ejercicio de la democracia: división y equilibrio de poderes independientes, Estado de derecho, alternancia de poder y parlamentarismo democrático.
   Además del sustrato que pueda haber en común en una región tan variada, hay un mecanismo que ha funcionado sin duda alguna: los ciudadanos de estos países se sienten vinculados entre sí y observan lo que sucede en cada uno de ellos como una posibilidad que puede hacerse efectiva en el suyo propio. Es de efectos devastadores para los autócratas ver cómo funciona la fuerza del ejemplo en unas opiniones públicas que se sienten profundamente vinculadas en una comunidad de lengua y de civilización, impulsada en nuestra época por los medios de comunicación globales. Es significativo el uso reiterado del mismo eslogan surgido de Túnez en todas las revueltas árabes: “El pueblo quiere la caída del régimen” (ash-shab yurid isqat an-nizam).
   El carácter panárabe de la revolución, por tanto, radica más en la capacidad para comunicarse y sentirse parte de un mismo universo cultural e, incluso, sentimental, emulándose unos a otros, que en los deseos de superar efectivamente las naciones-Estado en el marco de una unidad política árabe que ahora nadie propone y que se halla, de momento, al menos, totalmente desaparecida del imaginario político de los jóvenes.
   Es un panarabismo televisivo, un nacionalismo árabe por defecto, casi un pospanarabismo que ha superado la etapa de las quimeras de una unidad supranacional como reacción al colonialismo, y que responde, por supuesto, a las nuevas condiciones de internacionalización de la economía y de globalización de las clases medias de lo que fue el Tercer Mundo.
   A un año de su estallido, el debate sobre la cadena de causalidad de la primavera árabe no ha hecho más que empezar. Pero hay un acuerdo generalizado sobre la existencia, al menos, de cinco claves de explicación: el peso de los jóvenes en estas sociedades; la coyuntura económica y, especialmente, el incremento de los precios de los alimentos; las inciertas sucesiones de autócratas instalados en el poder durante decenios; las nuevas formas de comunicación política y, finalmente, el ciclo de cambios geopolíticos y de desplazamiento del poder mundial en el que se inserta esta oleada revolucionaria.
   La explicación más intuitiva para el estallido de revueltas en cualquier país la proporciona la existencia de una nutrida población revoltosa. Allí donde abunda la población en edad joven, desocupada y descontenta, hecho harto frecuente entre los individuos de menos edad, podemos pensar que las posibilidades de disturbios que perturben el orden público, y que en determinadas circunstancias lleguen a retar al poder establecido, son más altas.
   Las revueltas de Mayo del 68 en todo el mundo fueron producto del baby boom de la posguerra. Lo mismo cabe decir de las revueltas árabes actualmente en marcha, que se producen en sociedades con una altísima proporción de jóvenes. Simplificando, podríamos decir que un tercio de los árabes tienen menos de 15 años; otro tercio, entre 15 y 25, y el tercio restante, más de 25. La media de edad de la población es de 29 años en Túnez y de 24 en Egipto, mientras que en España es de 40, o en Alemania, de 44.
   Emmanuel Todd, en su libro-conversación Allah n’y est pour rien, encuentra en las tasas de alfabetización y en la caída de la fecundidad las explicaciones para el cambio e, incluso, de las revoluciones. Cuando los hijos ya saben leer y las mujeres empiezan a controlar la natalidad se ha culminado la modernización. Así, desde el punto de vista demográfico, no es ni siquiera una casualidad que Túnez haya sido el país vanguardista en el estallido de las protestas, y Egipto el que llega a continuación, puesto que ambos países se encuentran entre los avanzados en cuanto a la evolución de su población.
   La transición demográfica (momento en que una sociedad alcanza un nivel de baja mortalidad y un tope en la natalidad que abrirá las puertas a sociedades envejecidas como las occidentales), que ha empezado en el conjunto de países árabes, en el caso de Túnez ya ha culminado, aunque en otros países revolucionarios como Yemen tardará todavía unas tres décadas en hacerlo. Otro dato significativo para el Túnez pionero en la revolución es que su tasa de fecundidad es la más baja de la región, del 1,9%, inferior a la de Francia.
   Un tercer elemento antropológico le ayuda a Todd a buscar la explicación: la caída en la tasa de matrimonios endogámicos, muy alta en las sociedades árabes tradicionales, donde la boda entre primos alcanza tasas históricamente muy altas (30%). “La irrupción de la democracia es la irrupción del ciudadano, el individuo libre en el espacio público, es la idea de la apertura, de la comunicación, mientras que la endogamia es lo contrario: la cerrazón del grupo familiar”, asegura el demógrafo.
   La plétora juvenil, que le sirve a Todd como parte de su explicación para la revolución, corresponde al estallido de la bomba demográfica que significa la multiplicación por cinco de su población en un siglo y la persistencia de un crecimiento anual del 2,3%. Un país como Egipto, con 20 millones de habitantes a principios del siglo XX, tiene ahora 70 y tendrá 121 en 2050. La transición demográfica terminará después del estallido de la bomba demográfica, que en los países árabes evidencian las cifras de una población de 172 millones en 1980, 331 millones en 2007, y 385 millones en 2015.
   Este crecimiento debe traducirse en necesidades de alimentos, agua, educación, sanidad, transportes y, sobre todo, en oferta de puestos de trabajo. Según el Informe de Naciones Unidas sobre Desarrollo Humano en el mundo árabe de 2009, deberían crearse más de 50 millones de puestos de trabajo hasta 2020 para cubrir la oferta juvenil que entrará en el mercado.
   La insatisfacción de los jóvenes revoltosos tiene que ver con todo este cúmulo de necesidades sin cubrir o mal cubiertas, pero se explica sobre todo por los niveles pavorosos de paro juvenil en sociedades con redes de protección comunitarias o familiares muy débiles o inexistentes. Se hace evidente, así, que la bomba demográfica tan temida desde los países occidentales ha estallado en toda la cara de las dictaduras árabes.
   Junto a la evolución demográfica actúa el factor más coyuntural, pero no menos profundo en sus efectos, como es la presente crisis económica y financiera; si bien los países de Oriente Próximo y África del Norte se han visto menos afectados o lo han sido más tarde, sobre todo los productores de energía, favorecidos por el mantenimiento de los precios. Así, en 2010 hubo países donde se registraron cifras de crecimiento muy altas, como el de Catar, del 16%, en un contexto regional para Oriente Próximo exclusivamente del 3,6%. O Libia, del 10,6%, con un crecimiento regional para África del Norte de algo más del 5%.
   El crecimiento no conduce a mejoras en la tasa de desempleo, que se sitúa para la región alrededor del 10% y significa la tasa más elevada del mundo. El desempleo entre los jóvenes es especialmente alto, cuatro veces superior al de los adultos, agravado por la llegada a la edad laboral de las generaciones más numerosas de la historia de estos países.
   Solo el 45,4% de las personas en edad laboral, casi una de cada dos, tiene trabajo. El desempleo femenino duplica en cifras al masculino, también en cotas máximas mundiales. Solo una de cada cinco mujeres trabaja, duplicando la proporción de la media mundial de desempleo femenino. Hay que contar, además, la baja calidad de los puestos de trabajo, en cuanto a salario, tipo de contrato, cobertura social, escasa y mala sindicalización y precariedad, así como la extensión de la economía informal.
   La coincidencia entre las revueltas y la profundización de la gran recesión en Europa, donde hay países que empiezan a registrar tasas altísimas de desempleo, permite pensar que el taponamiento de la válvula migratoria hacia los países europeos también ha contribuido a incrementar la tensión en los países del Magreb, los principales exportadores de mano de obra. Una de las características de la región es que el desempleo golpea intensamente incluso a los jóvenes que han recibido mejor educación, algo que es especialmente evidente en países como Túnez.
   Las proporciones varían extraordinariamente, sobre todo cuando incluimos en las comparaciones los países petroleros del golfo Pérsico, algunos sin apenas niveles relevantes de paro entre sus jóvenes, pues se trata de población subsidiada gracias a las rentas del crudo. Argelia registra un 43% de paro juvenil, mientras que Emiratos Árabes Unidos apenas alcanza el 6,3%.
   La plétora demográfica que explica la efervescencia revolucionaria juvenil también permite interpretar las revueltas como una reacción casi biológica de unas sociedades que se hallan a punto de dilapidar el mejor capital con que se puede contar para la modernización, como es la existencia de unas generaciones jóvenes abundantes e, incluso, mejor preparadas que las anteriores. Esta reserva de energías estancada por la falta de libertad de las dictaduras y por los subsidios desincentivadores de los Estados rentistas ha terminado estallando y reclamando el protagonismo político y económico que los jóvenes árabes no han podido tener nunca en la historia de sus países.
   Los países árabes han conocido históricamente series de revueltas vinculadas a la inflación y a la pérdida de capacidad adquisitiva por parte de las clases populares, sobre todo respecto a los productos básicos, es decir, los alimentos. Son las revueltas del pan, casi siempre resueltas con una combinación de represión y de reparto de este manjar básico. Esta vez, también el incremento en el precio de los alimentos se cuenta entre los elementos causantes de las revueltas, y casi todos los regímenes han reaccionado con la respuesta reglamentaria de actuación inmediata y urgente sobre los precios, quitando o rebajando impuestos y tarifas, aumentando subsidios directos e, incluso, en algunos casos, como en Arabia Saudí, proporcionando ayudas directas en dinero a las familias: solo en el capítulo de ayudas directas, 2011 ha sido un año de reparto entre los ciudadanos del maná controlado por los gobernantes. (...)
   Las revueltas vienen a interrumpir los intentos sucesorios de las dictaduras más largas del planeta o, lo que es peor, el intento de institucionalización de monarquías republicanas, que los árabes bautizan como jamlaka, mezcla de república (jumhuriyya) y de monarquía (mamlaka), gracias a la patrimonialización del Estado por parte de la familia gobernante; algo que ya ha sucedido en un país árabe central como es Siria, con resultados hasta la llegada de la primavera árabe aparentemente satisfactorios para la estabilidad.
   Nada temían más los egipcios que el hecho de que Mubarak intentara presentarse de nuevo a las elecciones presidenciales previstas para septiembre de 2011, a sus 83 años y en el poder desde 1981. Lo mismo cabe decir de Ben Alí en Túnez o de Salé en Yemen. El elemento causante de la revolución, por tanto, es el exceso, visiblemente insoportable para la población, algo que fue perfectamente detectado por los observadores políticos, aunque no siempre sacaron las debidas consecuencias, tal como queda en evidencia en los cables del Departamento de Estado revelados por Wikileaks.
   (...)
   Las revoluciones se producen por la avería generalizada de unos sistemas que no son capaces de preparar su propia reproducción y su futuro, aunque se hace imposible disociar la fosilización de estos regímenes de una actitud occidental que precisamente premiaba y estimulaba su nula capacidad de cambio, al convertirlos en guardianes fieles y nada discutidores de los intereses europeos, estadounidenses e israelíes en la zona. A esa tarea, los autócratas contribuían con un chantaje permanente sobre las democracias occidentales, utilizando el terrorismo, la inmigración, los problemas bilaterales (Ceuta y Melilla, tráfico de droga o el conflicto del Sáhara, en el caso de la relación de Marruecos con España) o su posición y papel estratégicos (Egipto y Jordania en relación con el statu quo con Israel).
   Los dictadores hicieron así la aportación de su empecinado inmovilismo a la creación de las condiciones revolucionarias, pero también lo hicieron los Gobiernos occidentales con su ceguera estratégica y su complicidad culpable e interesada en las dictaduras. Cuando estallaron las revueltas, los tiranos combinaron la represión con precipitadas renuncias a presentarse de nuevo y con vagas promesas de elecciones libres que excluirían la sucesión familiar. Pero era ya tarde y cada cesión se convirtió en una prueba de debilidad, un aval a la determinación de los revolucionarios y, en consecuencia, un paso más hacia el abismo.
   Los enormes cambios experimentados por los medios de comunicación, específicamente en el mundo árabe, son otro elemento de explicación imprescindible para la comprensión de las revueltas. Durante sesenta años, cada uno de estos países ha funcionado como una olla a presión donde la tensión interna fue creciendo permanentemente sin llegar nunca a un estallido de suficiente potencia. Pero cuando entran en juego los nuevos medios globales, los problemas se desencapsulan, adquieren dimensión internacional, suscitan solidaridades y emulaciones y, lo más importante, se rompen las censuras y barreras establecidas por cada uno de los Estados. Los árabes no son libres dentro de cada uno de sus países, pero se convierten o empiezan a actuar como ciudadanos libres en la globalización tecnológica.

PRENSA CULTURAL. "El libro como campo de batalla", por Vicente Luis Mora

Vicente Luis Mora

   En "El País":
El libro como campo de batalla
   Pantallas y páginas se confunden. Los lectores se convierten cada vez más en asistentes a un espectáculo audiovisual. Vicente Luis Mora, autor del ensayo ‘El lectoespectador’, codifica en este texto las claves de una revolución imparable
   VICENTE LUIS MORA 20 FEB 2012

   Dos viajeras se mueven por separado dentro de una estación de trenes. La primera busca una conjunción de carteles indicativos grises y verdes, que encuentra rápidamente; en los paneles localiza una flecha dirigida hacia abajo y lee el mensaje adjunto. Como preveía, las palabras hacen referencia a los andenes de partida de los trenes. La segunda viajera, después de un largo viaje en tren, desea tomar un taxi. Persigue con los ojos un letrero que rece “salida” y a los pocos segundos divisa un grupo de paneles donde se halla el mensaje deseado. Junto a él, sorprendida, encuentra el dibujo de un taxi visto de frente. Ya completamente segura, se dirige a la dirección indicada por la flecha junto al taxi.
   La diferencia entre estas dos viajeras reside en la habitualidad del tránsito. La primera es una viajera frecuente y conoce la señalética de memoria, mientras que la segunda necesita contrastar varias veces la información. Sin embargo, ambas están acostumbradas a desentrañar mensajes emitidos mezclando palabras e imágenes. Son viajeras distintas, pero ambas son lectoespectadoras. Las dos han distinguido a la perfección los paneles informativos entre los numerosos anuncios publicitarios que pueblan el inmenso hall del edificio de forma casi inconsciente, mediante un vistazo al conjunto textovisual (suma de imágenes y textos) de la estación. Sus cerebros han seleccionado automáticamente el grupo de letras y signos que componen la información institucional, descartando la publicidad (aunque ambas podrían después responder a la pregunta de si había o no tal cadena de comida rápida en el interior, pese a no haberse fijado en ella).
   Que el cerebro privilegie una información necesaria (como hallar la salida) no significa que no haya procesado las demás. “Descartar” no significa “no ver” para un lectoespectador, sino sólo “procesar en otro momento”.
   En nuestros días, todos somos acuciados o apelados desde millares de signos o anuncios con texto e imagen. Textovisual es la portada de este periódico, textovisuales son los telediarios (algunos incrustan en la parte inferior de la pantalla una banda móvil de texto con otras noticias), y textovisuales son las pantallas de los ordenadores o de los telefónos móviles. La propia ciudad y las carreteras que enlazan unas urbes con otras son asimismo vastos repertorios de señales escritas, visuales y auditivas; emisiones que leemos de forma cruzada pero precisa, completa y complejamente, estableciendo no sólo el significado concreto de cada una sino también sus relaciones de conjunto. Si en el mismo cruce viésemos un stop y un ceda el paso juntos, el cortocircuito de sentido generado, aun estando más que familiarizados con ambos iconos, llamaría nuestra atención instantáneamente. Cuando comienza en una pantalla publicitaria un anuncio muy conocido distraemos la mirada, que regresa si el spot se interrumpe con otra secuencia de imágenes inesperada.
   Todos somos por tanto lectores y espectadores de nuestro entorno, lectoespectadores capaces de aprehender de forma simultánea y sistemática todas las emisiones sígnicas de nuestro mundo con independencia del formato en que se encuentren. Internet, que es una imagen incluso cuando sólo hay texto en pantalla, ha terminado de familiarizarnos con la visión de ambas realidades en una sola y superior. La información textovisual y este nuevo modo de percibir la realidad se han incorporado de un modo tan natural a nuestra vida que los artistas y escritores (“antenas de la raza humana”, según Ezra Pound), no solo han captado esta tendencia, sino que la han hecho suya y procesan en formas textovisuales sus creaciones, cada vez con mayor frecuencia. Escritores franceses como Annie Ernaux o Claro, canadienses como Douglas Coupland, británicos como Jeff Noon, mexicanos como Cristina Rivera Garza, estadounidenses como Mark Danielewski, peruanos como Claudia Ulloa o César Gutiérrez, chilenos como Carlos Labbé o varios autores españoles escriben libros con zonas anfibias entre texto e imagen, obras flotantes entre dos aguas (El libro flotante de Caytran Dölphyn, del ecuatoriano Leonardo Valencia, tiene una versión convencional en papel y otra, textovisual, en la Red).
   Siempre, desde Simmias hasta los caligramistas pasando por Sterne, Mallarmé o Jardiel Poncela, ha existido la escritura dotada de conciencia espacial o con voluntad plástica, pero estamos ante una explosión global de prácticas (en Japón son muy populares las novelas construidas en minúsculos fragmentos para ser leídas en el móvil), que hace del libro convencional un campo de batalla, o de juegos, entre imagen y texto, convirtiendo la página en una página-pantalla o pantpágina diseñable a voluntad por el escritor. Un campo de búsqueda formal (aunque las formas traslucen siempre ideas) que encuentra en la actual difusión del libro electrónico un ancho horizonte de posibilidades.
   Otro fenómeno espolea también la construcción de la realidad cotidiana como creadora de información textual y visual a un tiempo, y del mundo como lectoespectáculo: las redes sociales. Facebook y Google+ han estimulado la creación de contenidos donde las fotos subidas y los vídeos enlazados son parte esencial del discurso, junto con los estados escritos que las anuncian y los comentarios que las describen o celebran. Cadenas verticales de palabras e imágenes anudadas forman parte del día a día de 800 millones de personas, a los que habría que sumar los cientos de millones de usuarios de otras redes sociales, incluidos los blogs o bitácoras.
   En su novela Los electrocutados, el argentino J. P. Zooey escribe: “las grandes épocas históricas imponen un modo de mirar las cosas”. La nuestra quizá no imponga pero desde luego recomienda una actitud lectoespectadora para aprehender nuestro entorno diario, para desentrañar el refulgente y ruidoso mundo en que vivimos.

PRENSA. Viñeta de EL ROTO

   En "El País" (22 febrero 2012):

miércoles, 22 de febrero de 2012

POESÍA. "Si tú desembocaras...", de Rafael Guillén (Granada, 1933)

Rafael Guillén

Si tú desembocaras,
si tú, un día, incontenible y mansa,
desembocaras en mis ojos, estos
que tan mal me defienden, y anegases
hasta el reducto último
desde el que intento en vano remontarte...
Si tú te desbordaras, si ascendieras
desde mis pies, medrosa, sutilmente,
como un aroma sumergido, como
un humo que creciese por el suelo
del otro lado del espejo, hasta
empañar la eternidad... Si tú
te adelantaras, si tú fueras,
si, como fuera, fueras hasta el borde
de mis palabras y, volviendo un poco
la razón, te atrevieras a asomarte
sin vértigo a la tierra...
Si tú, mi atardecida ya, mi acaso
boreal certidumbre de que paso
muy cerca del amor, te desprendieras
de tu suavísima envoltura y dieses
sentido a mi reclamo...
Si tú, desierta, solitaria, huida,
apaisada ante mí como la bruma
baja que pugna en vano silenciosa
por desasirse de los árboles, ¡ah!, si tú,
extendida bajo mi voz, dejases
que te lloviesen mis palabras, una
por una, hasta cubrir despacio
tu inmensidad, si dieras
cabida a mi tristeza...
Si tú, mi astral llamada, inaccesible
dentro de la constelación de tu belleza,
no midieses en años luz el vasto
espacio que nos une;
si tú, que sabes que mi luz no es propia,
detuvieses tu curso unos instantes,
una vida tan sólo,
el tiempo que yo tardo en reflejarte...
Si alguna vez tú, etérea,
cegada por la luz que te proyecto,
te acercaras a la distancia justa
que permite al calor comunicarse;
si me tendieras ese puente, o esa
tan frágil pasarela
que te une con lo demás del mundo;
si pudieras, si tú supieras, ¡ay!,
si quisieras, con un sencillo soplo
dar justificación a este derroche
de voz; si, de algún modo,
tú, equidistante siempre de las muchas
puertas del sentimiento, te quedases
por una vez inmóvil, en el centro
mismo de mis palabras...

PRENSA CULTURAL. "La honradez de Dickens", por Fernando Savater

Fernando Savater

   En "El País":
La honradez de Dickens

Fernando Savater 14 FEB 2012

   ¡Por cuántas cosas merece ser celebrado Charles Dickens en el bicentenario de su nacimiento! Su obra enorme y vigorosa ridiculiza gloriosamente la manía de jerarquizar la cultura “seria” por encima de la “popular” o “comercial”. Nadie fue más devoradoramente popular que él y nadie influyó tanto en lo más respetable de la literatura anglosajona posterior: después de Shakespeare, solo él. En sus novelas el arte narrativo combina el afán de justicia con la compasión y el optimismo, los ingredientes necesarios de la perspectiva moral. Fue un moralista, pero no en el sentido francés del término, que se refiere más bien a una forma de cinismo cultivado y desmitificador. Aún más insólito: su moralismo literario logró efectivamente moralizar aspectos de la sociedad en que vivió, llena de rutinas despiadadas como las ejecuciones capitales ante el público, la cárcel por deudas…Todos los buenos escritores mejoran la literatura, pero muy pocos logran también que el mundo cotidiano sea después de ellos algo mejor. Dickens lo consiguió, por mucho que los burlones antes y ahora se encojan escépticamente de hombros ante su populismo sentimental.
   Sin embargo, las glosas laudatorias que hoy se le dedican olvidan o menosprecian aquel de sus combates éticos más actual: su lucha contra la piratería que conculca los derechos de autor. Las circunstancias de entonces eran diferentes, pero en lo esencial sigue pudiendo servirnos de inspiración. Recodemos el asunto. A mediados del siglo XIX, en el apogeo de su éxito, Dickens viajó por primera vez a los Estados Unidos, donde se le esperaba con entusiasmo. En la primera gran república democrática le consideraban adalid del progreso y la igualdad contra los privilegios aristocráticos de la vieja monarquía inglesa, corrupta y clasista. Pero Dickens era honrado y por tanto enseguida decepcionó: en lugar de centrar sus conferencias en la corrupción de los aristócratas en Inglaterra las dedicó a hablar de la corrupción de los demócratas en Estados Unidos. El blanco de sus críticas fueron las leyes sobre el copyright que permitían en América piratear (la expresión es suya) las obras de autores ingleses.
   Como evidentemente él era con mucho el mayor damnificado, de inmediato le llovieron las críticas por "interesado" y "avaricioso". No se arredró. Deploró clamorosamente que en la tierra de la libertad no la hubiera en absoluto para hablar de un tema controvertido, sobre el que callaban sus colegas y amigos yanquis como Washington Irving o Prescott. Le hervía la sangre (también son palabras suyas) al comprobar el silencio o la animadversión que despertaba entre los asistentes a los banquetes que le tributaban en cuanto mencionaba el tema de esa flagrante injusticia. ¿Le tachaban de interesado? Pues a mucha honra. Los predicadores del desinterés son a menudo subvencionados o ricos por su casa. Pero Dickens había conocido la miseria en su infancia y su adolescencia: no defendía a los pobres porque despreciase la abundancia sino porque estaba familiarizado con la humillación de la pobreza. Frente al falso idealismo de los aprovechados defendía el sano materialismo de los trabajadores. Y no se avergonzaba de hablar de dinero. Como señala con simpatía Chesterton en su excelente retrato del escritor (Charles Dickens, Pre-Textos): “Reclamaba su dinero en un tono valeroso y vibrante, como un hombre que reclama su honor”.
   Así se enfrentó a la opinión pública, que no siempre tiene razón pero cuenta con la ventaja de la mayoría. Y es que los creadores de cultura siempre son minoría frente a los que la consumen y disfrutan, sea en aquel siglo o en el nuestro. Hagan la prueba hoy: condenen la corrupción de los políticos o de los banqueros y la masa asentirá satisfecha; condenen la corrupción de los internautas sin escrúpulos y se ganarán un abucheo. Pero arriesgarse a caer antipático es lo que distingue al que habla de moral del mero apóstol de la moralina. También por esta muestra de impávida decencia debemos hoy celebrar a Dickens.