miércoles, 30 de junio de 2010

ARTE. PINTURA. HISTORIA. "La libertad guiando al pueblo" (1830), de Eugène Delacroix (1798-1863)

PRENSA. "¿Prohibido permitir?", de Fernando Savater

Fernando Savater
En "El País":
¿Prohibido permitir?

FERNANDO SAVATER 30/06/2010

Como ha señalado Sánchez Ferlosio, no hay disparo más peligroso que el de quien se ha cargado de razón. Ejemplo señero es el de aquel boy-scout cuya obra buena del día fue ayudar a cruzar la calle al ciego que no quería cambiar de acera. En España padecemos hoy una conjura de salvadores para redimirnos de nuestros vicios y nuestras devociones, en la que confluyen una derecha que tiene de liberal lo que yo de obispo y una izquierda torpe en la gestión económica y laboral pero firme en las prohibiciones: del tabaco, de los toros, de la rotulación comercial en lengua impropia y quizá mañana de las corrientes de aire, que también salen caras a la Seguridad Social. A los desobedientes solo nos salva que no siempre se ponen de acuerdo en lo que debe ser proscrito: cuando coinciden, estamos perdidos.
Ahora les toca el turno al burka y al niqab. El Senado -que de irrelevante parece decidido a ascender a nocivo en varias lenguas- recomienda prohibirlo por ley en los espacios públicos... incluida la calle, en nombre de la libertad, la igualdad y la seguridad. Quienes han votado en contra sostienen que no es para tanto, aunque apoyan el fondo de esa argumentación. Admirable batiburrillo. Hay espacios públicos que nadie duda de que deben estar regulados (escuelas, oficinas ministeriales o municipales, controles de aeropuerto, etcétera) y en los que no caben máscaras o disfraces. Pero en otros espacios públicos los controles son más discutibles: ¿debe la autoridad decidir cómo debemos ir por la calle? ¿Pueden prohibirme el maquillaje estrafalario, las pelucas de colores o la barba postiza? ¿Qué me dicen de los tatuajes? ¿Está permitido que un hombre se vista de mujer, aunque eso vaya contra su "dignidad" según el criterio de algunos?
En efecto, las instituciones (que son de todos) no deben implicarse en ceremonias religiosas particulares. Los demócratas laicos (católicos incluidos) celebran que se suprima la implicación militar en el Corpus toledano, indeseable residuo teocrático. Ojalá también se suprimieran los capellanes militares y demás jerarquía clerosoldadesca. Lo mismo cabe decir de los crucifijos en las aulas, etcétera. Pero la neutralidad laica de lo público tiene como objetivo permitir la libertad confesional o impía de los particulares. Mejor dicho, su libertad a secas, de expresar como quieran su personalidad, religiosa o estética, en ciertos lugares públicos y desde luego en su privacidad.
Cubrirse con velos o enseñar todo lo posible forman parte de esa libertad. En el caso de las mujeres que optan voluntariamente por velarse, resulta obvio que no es el velo lo que conculca su libertad, sino la imposiciónde prescindir de él les guste o no. Y tampoco el más tupido de los velos ofende su dignidad tanto como quienes no escuchan su testimonio de lo que piensan o desean y las declara sin apelación esclavas de lo irracional. Llamar a esos procedimientos impositivos "libertad" o "dignidad" es utilizar un nuevo lenguaje similar al que George Orwell patentó en 1984.
Si una mujer es obligada a desnudarse por un proxeneta o a cubrirse de pies a cabeza por un imán, debe haber instancias legales que la protejan eficazmente de tales atropellos. Pero si lo hacen de acuerdo a su voluntad, por mal orientada que esté según opinión de algunos, el atropello vendrá de quien se lo prohíba decidiendo que su criterio es mejor que el suyo, como si ellas no tuvieran raciocinio propio en materia ética. O aún peor, de quienes supongan según su prejuicio que cuando se desnudan lo hacen por gozo liberador y cuando se tapan son prisioneras de negras supersticiones. Según la ministra Bibiana Aído, que no es partidaria de la prohibición, las mujeres veladas son "víctimas" con las que no hay que ensañarse, aunque el objetivo gubernamental sea acabar con el burka "en público y en privado". ¿Víctimas? Entonces ¿por qué no las salva? ¿No es humillante considerarlas a todas así, quieran o no? ¿No es una ofensa a su dignidad y a su libertad? ¿Por qué la ministra Aído no se decide ya a declararlas "enfermas" y tratarlas como a los homosexuales en esa clínica catalana que se ofrece a curarlos?
La ciudadanía democrática es un marco abstracto e igualitario para que cada cual intente su concreta realización personal, de acuerdo con su cultura, sus creencias, sus pasiones y manías. Como bien analiza Carlo Galli en su jugoso librito La humanidad multicultural (ed. Katz) no es fácil "mantener juntos, sin síntesis definitivas, los diferentes niveles de las culturas (de los grupos dotados de sentido, de lo común), de lo universal (de todos) y de las individualidades (de los particulares)". Un empeño urgente en nuestras complejas y mestizas sociedades europeas, donde la humanidad concreta "solo puede ser imaginada y producida como crítica universal de los universalismos no críticos y, por igual razón, de los particularismos tribales". Aquí es imprescindible la educación en valores cívicos y una paciente labor social con los inmigrantes, mientras que la actitud prohibicionista es un atajo que ni comprende ni asume ni remedia las irremediables diferencias.
Yo no sé si los diversos velos islámicos representan (sobre todo para quienes los llevan) la "opresión" de lo femenino: el día que me dé por averiguarlo procuraré acudir a fuentes antropológicas más fiables que la señora Sánchez Camacho, CiU y demás criaturas electorales. Tampoco sé si es ofensivo para la dignidad cívica pintarse la cara con los colores nacionales -y aún peor, la de los niños- para ir al fútbol o airear los trapos sucios familiares en programas del corazón. En cambio creo saber en qué consiste la libertad democrática: en aprender a convivir con lo que no nos gusta. Conviene recordarlo ahora que hay tantos paladines dispuestos a todo por defender "nuestros valores", porque hay amores que matan... Personalmente, a mí me desagrada profundamente ver mujeres con burka o niqab, pero procuro recordar que también las señoras que los llevan desaprobarán muchas de mis aficiones que no quisiera ver prohibidas (aunque hay quien lo intenta, desde luego).
"Prohibido prohibir" fue uno de los lemas del ahora denostado -por carcas y arrepentidos, a cual más bobo- Mayo del 68 y acepto desde luego que, tomado literalmente, se trata de una peligrosa exageración. Pero entiendo que su verdadero significado era: "prohibidos los inquisidores que quieren salvarnos de lo que somos, por nuestro bien". Y esta prohibición es de las pocas que siguen en mi devocionario plenamente vigente.

Fernando Savater es escritor.

POESÍA. "Dije que el alma...", de Walt Whitman (1819-1892)

Walt Whitman

Dije que el alma no es superior al cuerpo,
y dije que el cuerpo no es superior al alma,
y nada, ni Dios siquiera, es más grande
para uno que lo uno mismo es,
y quien camina una cuadra sin amar al prójimo
camina amortajado hacia su propio funeral,
y yo o tú podemos comprar la flor y nata
de la Tierra sin un céntimo, sin un céntimo
en el bolsillo,
y mirar con un sólo ojo o mostrar un grano
en su vaina, desconcierta las enseñanzas
de todos los tiempos,
y no hay oficio ni empleo en el que un joven
no pueda convertirse en héroe,
y el objeto más delicado puede servir
de eje al universo,
y digo a cualquier hombre o mujer:
que tu alma se alce tranquila y serena
ante un millón de universos.
                                                   Versión de León Felipe

POESÍA. "María Magdalena y el barro", de Ana Gorría (Barcelona, 1979)

Ana Gorría
En "El País Semanal":

MARÍA MAGDALENA Y EL BARRO
                                           Para Juan Antonio

Casi sucia la nieve, va
ungiendo de alquitrán
el regazo del sueño.
Le da forma la voz,
que arrastra los escombros,
lenta y torpe,
como el cauce que arrastra su inquietud
apenas cristalino.
La polución, la ruina
en el regazo
iluminado apenas.

VIÑETA. FORGES. FÚTBOL :ESPAÑA GANA A PORTUGAL

En "El País":

CÓMIC. Enki Bilal (Belgrado, 1951)












POESÍA. "Minimalismo", de Carlos Pardo (Madrid, 1975)

Carlos Pardo
En "El País Semanal":

MINIMALISMO

Dibuja un cero alrededor
de la toalla de su padre.
Trabaja para la memoria
del mundo.
Como yo cuando vierto
en un cuaderno los residuos
de la experiencia.
Como tu ojo que olvida
los poemas pequeños.

POESÍA. POESÍA Y FÚTBOL. "Oda a Platko", de Rafael Alberti


1928: Los Campos de Sport del Sardinero de Santander son escenario de la final de Copa de fútbol entre el F.C. Barcelona y la Real Sociedad de San Sebastián. Tres partidos van a ser necesarios para saber quién se proclama campeón (no existía entonces el lanzamiento final de penalties).
En el primero de esos partidos, jugado el día 20 de mayo, el portero del Barcelona, el húngaro Platko, se convirtió en héroe por su comportamiento. "Cuando la Real estaba achuchando la portería catalana, su delantero centro Cholin, en una posicion envidiable, avanzó hasta la portería. Cuando el gol parecía inevitable, el guardameta Platko realizó una gran estirada y se arrojó sobre el pie del jugador donostiarra conteniendo así el tiro, pero a cambio de recibir en la cabeza el golpe destinado al balón. La patada fue brutal, Platko quedó conmocionado y tuvieron que retirarle del campo para aplicarle 6 puntos de sutura en la herida ensangrentada." Como cuenta Sport Cantabria en un artículo que recomendamos, Platko volvió al juego con un aparatoso vendaje que perdería en el transcurso del juego.
El poeta Rafael Alberti, uno de los espectadores presentes en el campo, impresionado, dedicó al guardameta la siguiente oda, aparecida en la primera página del periódico "La Voz de Cantabria" del día 27 de mayo de 1928:

Oda a Platko

Ni el mar,
que frente a ti saltaba sin poder defenderte.
Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más rugía.
Ni el mar, ni el viento, Platko,
rubio Platko de sangre,
guardameta en el polvo,
pararrayos.
No nadie, nadie, nadie.
Camisetas azules y blancas, sobre el aire.
Camisetas reales,
contrarias, contra ti, volando y arrastrándote.
Platko, Platko lejano,
rubio Platko tronchado,
tigre ardiente en la yerba de otro país.
¡Tú, llave, Platko, tú, llave rota,
llave áurea caída ante el pórtico áureo!
No nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Volvió su espalda al cielo.
Camisetas azules y granas flamearon,
apagadas sin viento.
El mar, vueltos los ojos,
se tumbó y nada dijo.
Sangrando en los ojales,
sangrando por ti, Platko,
por ti, sangre de Hungría,
sin tu sangre, tu impulso, tu parada, tu salto,
temieron las insignias.
No, nadie, Platko, nadie,
nadie se olvida.
Fue la vuelta del mar.
Fueron diez rápidas banderas
incendiadas sin freno.
Fue la vuelta del viento.
La vuelta al corazón de la esperanza.
Fue tu vuelta.
Azul heroico y grana,
mandó el aire en las venas.
Alas, alas celestes y blancas,
rotas alas, combatidas, sin plumas,
escalaron la yerba.
Y el aire tuvo piernas,
tronco, brazos, cabeza.
¡Y todo por ti, Platko,
rubio Platko de Hungría!
Y en tu honor, por tu vuelta,
porque volviste el pulso perdido a la pelea,
en el arco contrario al viento abrió una brecha.
Nadie, nadie se olvida.
El cielo, el mar, la lluvia lo recuerdan.
Las insignias.
Las doradas insignias, flores de los ojales,
cerradas, por ti abiertas.
No nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Ni el final: tu salida,
oso rubio de sangre,
desmayada bandera en hombros por el campo.
¡Oh, Platko, Platko, Platko,
tú, tan lejos de Hungría!
¿Qué mar hubiera sido capaz de no llorarte?
Nadie, nadie se olvida,
no, nadie, nadie, nadie.

PRENSA. 30 junio 2010

En "El País":

1. El pisito. Columna de Elvira Lindo.

2. Sin miel en los labios. Columna de Manuel Rodríguez Rivero.

3. Europa tiene a 140.000 mujeres esclavizadas en la prostitución. Por María R. Sahuquillo. La ONU cree que una de cada siete meretrices es víctima de redes de trata - La mayoría procede de los Balcanes y sufre la violencia de pequeñas bandas.

4. ¿Prohibido permitir? Artículo de Fernando Savater.

martes, 29 de junio de 2010

ARTE. PINTURA. HISTORIA. "Scène des massacres de Scio" (1824), de Eugène Delacroix (1798-1863)

POESÍA. "Adolescencia", de Vicente Aleixandre (1898-1984)

Vicente Aleixandre
ADOLESCENCIA
Vinieras y te fueras dulcemente,
de otro camino
a otro camino. Verte,
y ya otra vez no verte.
Pasar por un puente a otro puente
-el pie breve,
la luz vencida alegre-.

Muchacho que sería yo mirando
aguas abajo la corriente,
y en el espejo tu pasaje
fluir, desvanecerse.

LITERATURA ESPAÑOLA Y UNIVERSAL (fragmentos): "Homero, Ilíada", de Alessandro Baricco

Así comienza:

CRISEIDA
Todo empezó en un día de violencia.
Hacía nueve años que los aqueos asediaban Troya; a menudo necesitaban víveres, o animales, o mujeres, y en­tonces abandonaban el asedio e iban a procurarse lo que querían saqueando las ciudades vecinas. Ese día le tocó a Tebas, mi ciudad. Nos lo robaron todo y se lo llevaron a sus naves.
Entre las mujeres a las que raptaron estaba yo tam­bién. Era hermosa: cuando, en su campamento, los prínci­pes aqueos se repartieron el botín, Agamenón me vio y quiso que fuera para él. Era el rey de reyes, y el jefe de to­dos los aqueos: me llevó a su tienda, y a su lecho. Tenía una mujer, en su patria. Se llamaba Clitemnestra. Él la amaba. Ese día me vio y quiso que fuera para él.
Pero algunos días después, llegó al campamento mi padre. Se llamaba Crises, era sacerdote de Apolo. Era un anciano. Llevó espléndidos regalos y les pidió a los aqueos que, a cambio, me liberasen. Ya lo he dicho: era un ancia­no y era sacerdote de Apolo: todos los príncipes aqueos, después de haberlo visto y escuchado, se pronunciaron a favor de aceptar el rescate y de honrar a la noble figura que había venido a suplicarles. Sólo uno, entre todos, no se dejó encantar: Agamenón. Se levantó y brutalmente se lan­zó contra mi padre diciéndole: "Desaparece, viejo, y no vuelvas por aquí nunca más. Yo no liberaré a tu hija: enve­jecerá en Argos, en mi casa, lejos de su patria, trabajando en el telar y compartiendo mi lecho. Ahora márchate si es que quieres salvar el pellejo".
Mi padre, aterrado, obedeció. Se marchó de allí en si­lencio y desapareció donde estaba la ribera del mar, se di­ría que en el ruido del mar. Entonces, de repente, sucedió que muerte y dolor se abatieron sobre los aqueos. Durante nueve días, muchas flechas mataron a hombres y animales, y las piras de los muertos brillaron sin tregua. Al décimo día, Aquiles convocó al ejército a una asamblea. Delante de todos dijo: "Si esto sigue así, para huir de la muerte nos ve­remos obligados a coger nuestras naves y regresar a casa. Preguntemos a un profeta, o a un adivino, o a un sacerdo­te, que sepa explicarnos qué está ocurriendo y pueda libe­rarnos de este azote".
Entonces se levantó Calcante, que era el más famoso de los adivinos, que conocía las cosas que fueron, las que son y las que serán. Era un hombre sabio. Dijo: "Tú quie­res saber el porqué de todo esto, Aquiles, y yo te lo diré. Pero jura que me defenderás, pues lo que diré podría ofen­der a un hombre con poder sobre todos los aqueos y al que todos los aqueos obedecen. Yo arriesgo mi vida: tú jura que la defenderás".
Aquiles le respondió que no tenía nada que temer, sino que debía decir lo que sabía. Dijo: "Mientras yo viva nadie entre los aqueos osará levantar la mano contra ti. Na­die. Ni siquiera Agamenón".
Entonces el adivino se dio ánimos y dijo: "Cuando ofendimos a aquel viejo, el dolor cayó sobre nosotros. Agamenón rechazó el rescate y no liberó a la hija de Crises: y el dolor cayó sobre nosotros. Sólo hay un modo de apar­tarlo: devolver a esa chiquilla de vivaces ojos antes de que sea demasiado tarde". Así habló, y luego fue a sentarse.
Entonces Agamenón se levantó, con su ánimo lleno de negro furor y los ojos encendidos por relámpagos de fue­go. Miró con odio a Calcante y dijo: "Oh, adivino de des­venturas, jamás has tenido una buena profecía para mí: tan sólo te gusta revelar las desgracias, nunca el bien. Y ahora quieres privarme de Criseida, la que para mí es más grata que mi propia esposa, Clitemnestra, y que con ella podría rivalizar en belleza, inteligencia y nobleza de espíritu. ¿Ten­go que devolverla? Lo haré, porque quiero que el ejército se salve. Lo haré, si así tiene que ser. Pero preparadme de inmediato otro presente que pueda sustituirla, porque no es justo que sólo yo, de entre los aqueos, me quede sin bo­tín. Quiero otro presente, para mí".

LITERATURA ESPAÑOLA Y UNIVERSAL (fragmentos): "Homero, Ilíada", de Alessandro Baricco

Alessandro Baricco
Introducción:
Unas pocas líneas para explicar el origen de este texto. Hace un tiempo pensé que sería hermoso leer en público, durante horas, toda la Ilíada. Cuando encontré a quienes estaban dispuestos a producir dicha empresa (Romaeuropa festival, al que se añadieron posteriormente TorinoSettembreMusica y Música per Roma), en seguida comprendí cla­ramente que, en realidad, tal y como estaba, el texto era ile­gible: se requerirían unas cuarenta horas y un público en verdad muy paciente. Así que pensé en intervenir en el tex­to para adaptarlo a una lectura pública. Había que elegir una traducción -entre las muchas, autorizadas, que hay disponibles en italiano- y elegí la de Maria Grazia Ciani (Edizioni Marsilio, Venecia, 1990, 2000) porque estaba en prosa y porque, estilísticamente, se encontraba cerca de mi manera de pensar. Y luego efectué una serie de inter­venciones.
En primer lugar, practiqué una serie de cortes para reconducir la lectura a una duración compatible con la pa­ciencia del público moderno. No corté, casi nunca, escenas completas, sino que me limité, en lo posible, a eliminar las repeticiones, que en la Iliada son numerosas, y a aligerar un poco el texto. Intenté no resumir nunca, sino más bien crear secuencias más concisas utilizando secciones origina­les del poema. Por ello, aunque los ladrillos son los homéricos, la pared resultante es más esencial.
He dicho que no corté casi nunca escenas completas. Ésta es la regla, pero tengo que mencionar la excepción mas evidente: corté todas las apariciones de los dioses. Como se sabe, los dioses intervienen bastante a menudo en la Ilíada para encarrilar los acontecimientos y sancionar el resultado de la guerra. Son tal vez las partes más ajenas a la sensibilidad moderna y a menudo rompen la narración, desaprovechando una velocidad que, en caso contrario, se­ría excepcional. De todas maneras no las habría quitado si hubiera estado convencido de que eran necesarias. Pero -desde un punto de vista narrativo, y sólo desde ese punto de vista- no lo son. La Ilíada tiene una fuerte osamenta lai­ca que sale a la superficie en cuanto se pone a los dioses en­tre paréntesis. Detrás del gesto del dios, el texto homérico menciona casi siempre un gesto humano que reduplica el gesto divino y lo reconduce, por decirlo así, hasta el suelo. Aun cuando los gestos divinos remitan a lo inconmensura­ble que se asoma a menudo en la vida, la Ilíada muestra una sorprendente obstinación en buscar, sea como sea, una lógica de los acontecimientos que tenga al hombre como último artífice. Si se elimina consecuentemente a esos dio­ses del texto, lo que queda no es tanto un mundo huérfa­no e inexplicable cuanto una historia humanísima en la que los hombres viven su propio destino como podrían leer un lenguaje cifrado cuyo código conocen, casi en su integridad. En definitiva, suprimir los dioses de la Ilíada posiblemente no es un buen sistema para comprender la civilización homérica, pero me parece un sistema óptimo para recuperar esa historia, trayéndola hasta la órbita de las narraciones que nos son contemporáneas. Como decía Lukács, la novela es la epopeya de un mundo abandonado por los dioses.
La segunda intervención que realicé fue respecto al es­tilo. De entrada, la propia traducción de María Grazia Ciani utiliza un italiano vivo, más que una jerga de filólogos. Intenté seguir en esa dirección. Desde un punto de vista lé­xico intenté eliminar todas las asperezas arcaicas que nos alejan del corazón de las cosas. Y luego busqué un ritmo, la coherencia de un paso, la respiración de una velocidad particular y de una lentitud especial. Lo hice porque creo que acoger un texto que viene desde tan lejos significa, so­bre todo, cantarlo con la música que es nuestra.
La tercera intervención es más evidente, aunque al fi­nal no sea tan importante como parece. He pasado la na­rración a primera persona. Elegí una serie de personajes de la Ilíada y les hice relatar la historia, sustituyendo con ellos al narrador externo, homérico. En gran parte es un asunto meramente técnico: en lugar de decir "el padre cogió a la hija entre sus brazos", en mi texto es la hija la que dice "mi padre me cogió entre sus brazos". Es evidentemente una precaución dictada por el objetivo final del trabajo: en un espectáculo de lectura pública, proporcionarle al lector un mínimo de personajes en el que apoyarse lo ayuda a no diluirse en la impersonalidad más aburrida. Y para el pú­blico de hoy recibir la historia de quien la ha vivido hace más fácil el ensimismamiento.
Cuarta intervención: naturalmente, no resistí la tentación e hice algunas, pocas, adiciones al texto. Aquí, en le­tra impresa, las encontraréis en cursiva, de manera que no existan equívocos: son como restauraciones declaradas, en acero y cristal, sobre una fachada gótica. Cuantitativamen­te, son intervenciones que cubren un porcentaje mínimo del texto. Por regía general, llevan hasta la superficie mati­ces que la Ilíada no podía nombrar en voz alta, sino que es­condía entre líneas. A veces traen teselas de esa historia transmitidas por otras narraciones posteriores (Apolodoro, Eurípides, Filóstrato). El caso más evidente, pero en cierto modo anómalo, es el último monólogo, el de Demódoco. Como es sabido, la Ilíada acaba con la muerte de Héctor y con la restitución de su cuerpo a Príamo: no hay rastro del caballo ni de la caída de Troya. Pensando en una lectura pública, sin embargo, me parecía pérfido no explicar cómo había terminado, finalmente, esa guerra. Así que tomé una situación que procede de la Odisea (libro VIII; en la corte de los feacios, un viejo aedo, Demódoco, canta la caída de Troya frente a Ulises), y aboqué en su interior, por de­cirlo así, la traducción de algunos fragmentos de La toma de Ilío de Trifíodoro: un libro, no exento de cierta elegan­cia poshomérica, que se remonta al siglo IV después de Cristo.
El texto así obtenido fue leído de manera efectiva en público en Roma y Turín, en otoño de 2004, y posible­mente volverá a ser leído en un futuro, cada vez que algún productor osado encuentre el dinero para hacerlo. Me gus­taría añadir, para que quede constancia, que a las dos lec­turas asistieron (pagando) más de diez mil personas, y que la radio italiana transmitió en directo el espectáculo de Roma, lo que supuso una gran satisfacción para múltiples automovilistas y sedentarios de todo tipo. Se verificaron numerosos casos de personas que permanecieron en el coche durante horas, quietas en su aparcamiento, porque eran incapaces de apagar la radio. Bueno, a lo mejor sólo fue porque estaban hartos de su familia, pero en fin, lo que quería decir es que la cosa funcionó muy bien.
Ahora el texto de esta extraña Ilíada está a punto de ser traducido a numerosas lenguas, en diversas partes de este mundo. Me doy cuenta de que esto es añadir paradoja so­bre paradoja. Un texto griego traducido al italiano que es adaptado en otro texto italiano y, al final, traducido, pon­gamos, al chino. Borges se habría frotado las manos. La po­sibilidad de perder aunque sólo sea la fuerza del original homérico es indudablemente elevada. No sé imaginarme qué va a pasar. Pero me apetece saludar con afecto a los edi­tores y los traductores que han decidido embarcarse en una empresa como ésta: siento que son mis compañeros de via­je en una de las aventuras más peregrinas que uno podría imaginar.
A la gratitud que les debo, deseo añadir el homenaje a tres personas que me han ayudado muchísimo durante la gestación de este texto. Probablemente, todavía estaría pensando si hacer la Ilíada o Moby Dick si Monique Veaute no hubiera decidido, con ese optimismo que la hace ini­gualable, que primero haría la Ilíada y luego Moby Dick. Todo lo que sé ahora sobre la Ilíada, y que antes no sabía, se lo debo enteramente a María Grazia Ciani: ha seguido esta extraña empresa con una benevolencia que no me ha­bría esperado. Si, finalmente, esta empresa ha acabado siendo un libro se lo debo de nuevo, otra vez, al esmero de Paola Lagossi, mi maestra y amiga.

                                                                      A.B., marzo de 2005

En España, Homero, Ilíada está publicado por Anagrama.

PRENSA CULTURAL. Alessandro Baricco sobre La "Iliada"

Alessandro Baricco
Otra belleza

Alessandro Baricco
BABELIA - 30-10-2004

Iliada es un monumento a la guerra que, a su vez, transmite gran amor a la paz. Una transmisión que suelen hacer las mujeres, cuyas palabras congelan el ardor de la lucha. Pero la obra de Homero contiene un canto a la hermosura de la guerra, que lleva al individuo más allá de sus límites. De ahí que una forma de alcanzar la paz consista en producir un tipo de belleza que ilumine la vida sin conflictos bélicos. El siguiente es el prólogo de la reescritura de la epopeya griega a cargo del autor de Seda.

No son éstos unos años como cualquier otro para leer la Iliada. Ni para "reescribirla", como he tenido que hacer. Son años de guerra. Y, si bien "guerra" sigue pareciéndome un término equivocado para definir lo que está ocurriendo en el mundo (un término conveniente, quizá), desde luego son años en los que cierta barbarie orgullosa, unida durante milenios a la experiencia de la guerra, se ha vuelto a convertir en experiencia cotidiana. Batallas, asesinatos, violencias, torturas, decapitaciones, traiciones. Heroísmos, armas, planes estratégicos, voluntarios, ultimados, proclamas. Desde alguna profundidad que creíamos enterrada ha vuelto a salir a flote todo el armamento atroz y luminoso que, desde tiempos inmemoriales, constituye el ajuar de una humanidad combatiente. En una situación semejante -extraordinariamente delicada y escandalosa-, hasta los menores detalles adquieren un significado concreto. Leer en público la Iliada es un detalle, pero no un detalle cualquiera. Para hablar claro, quiero decir que la Iliada es una historia de guerra, lo es, sin prudencias ni medias tintas; que se compuso para cantar a una humanidad combatiente, y hacerlo de forma inolvidable, que le permitiera durar toda la eternidad, llegar hasta el último descendiente, seguir cantando la belleza solemne y la emoción irremediable que en un tiempo fue la guerra y que siempre será. Por desgracia, en el colegio lo cuentan de otra forma. Pero el quid es éste. La Iliada es un monumento a la guerra.
Por eso hay una pregunta que surge de forma natural: ¿qué sentido tiene, en un momento como éste, dedicar tanto espacio, tanta atención, tanto tiempo a un monumento a la guerra? ¿Cómo es posible que, con todas las historias que existen, nos sintamos atraídos precisamente por ésa, como si fuera una luz que guía la huida de las tinieblas de estos tiempos?
Creo que, para dar una verdadera respuesta, tendríamos que ser capaces de comprender a fondo nuestra relación con todas las historias de guerra, y no con ésta en concreto; comprender nuestro instinto de no dejar nunca de contarlas. Pero es un asunto muy complejo, que no puedo resolver yo, desde luego no aquí. Lo que sí puedo hacer es quedarme con la Iliada y destacar dos cosas que me vienen a la cabeza, después de un año de estrecho contacto con el texto, y que resumen lo que he visto en el relato, con la fuerza y la claridad que sólo tienen las auténticas lecciones.
La primera: una de las cosas más sorprendentes de la Iliada es la fuerza, incluso la compasión, con la que se transmiten las razones de los vencidos. Es un relato escrito por los vencedores, pero en la memoria permanecen también -incluso por encima de todo- las figuras humanas de los troyanos. Príamo, Héctor, Andrómaca, hasta personajes menores como Pandaro o Sarpedonte. Esta capacidad sobrenatural de ser la voz de toda la humanidad y no sólo de sí mismos la encontré al trabajar en el texto y descubrir que los griegos, en la Iliada, entre líneas de un monumento a la guerra, transmitieron el recuerdo de un amor obstinado a la paz. A primera vista, uno no se da cuenta, cegado por el resplandor de las armas y los héroes. Sin embargo, en la penumbra de la reflexión, aparece una Iliada inesperada. Me atrevería a decir: el lado femenino de la Iliada.
A menudo son las mujeres las que proclaman el deseo de paz, sin intermediarios. Relegadas a contemplar la lucha, son ellas las que encarnan la hipótesis obstinada y casi clandestina de una civilización distinta, libre de la obligación de la guerra. Están convencidas de que se podría vivir de otro modo, y lo dicen. El pronunciamiento más claro es el que hacen en el sexto Canto, una pequeña obra maestra de geometría sentimental. En un instante suspendido, vacío, robado a la batalla, Héctor entra en la ciudad y se encuentra con tres mujeres: y es como un viaje al otro lado del mundo. Las tres hacen la misma súplica, la paz, pero cada una la hace con su propio tono sentimental. La madre le invita a rezar. Helena le invita a descansar a su lado (y quizá a algo más). Por último, Andrómaca le pide que sea padre y marido antes que héroe y guerrero. En este último diálogo, sobre todo, hay una síntesis de una claridad didáctica: hay dos mundos posibles enfrentados, y cada uno tiene sus razones. Más rígidas y ciegas las de Héctor; más modernas y, por tanto, más humanas, las de Andrómaca. ¿No es admirable que una civilización guerrera y machista como la de los griegos decidiera transmitir para la historia la voz de las mujeres y su deseo de paz?
El lado femenino de la Iliada lo descubrimos en sus voces, pero, una vez descubierto, volvemos a encontrarlo en todas partes. Difuminado, imperceptible, pero increíblemente tenaz. Yo lo veo clarísimo en esas partes interminables de la Iliada en las que los héroes, en vez de luchar, hablan. Son asambleas que no terminan nunca, debates interminables, y sólo dejan de ser odiosas cuando se comprende lo que son en realidad: una manera de retrasar lo más posible la batalla. Son Scherezade que se salva contando cuentos. La palabra es el arma con la que congelan la guerra. Incluso cuando discuten sobre cómo hacerla, mientras tanto, no la hacen, y eso siempre es una forma de salvarse. Están todos condenados a muerte, pero el último cigarrillo lo hacen durar una eternidad; y lo fuman con la palabra. Después, cuando entren de verdad en combate, se transformarán en héroes ciegos que olvidan toda posibilidad de huida, fanáticamente volcados en su deber. Pero antes... Antes está un tiempo prolongado, femenino, de sabias lentitudes, miradas hacia atrás, de niños.
Esta especie de reticencia del héroe se concentra de la forma más exaltada y cegadora, como corresponde, en Aquiles. En la Iliada, es él quien más tarda en entrar en combate. Es él quien, como una mujer, presencia la guerra desde lejos, mientras toca la cítara junto a sus seres amados. Precisamente él, que es la encarnación más feroz y fanática de la guerra, literalmente sobrehumana. En este sentido, la geometría de la Iliada tiene una precisión increíble. Donde más sólido es el triunfo de la cultura guerrera, más tenaz y prolongada es la inclinación femenina hacia la paz. Al final, es en Aquiles en el que irrumpe el aspecto inconfensable de todos los héroes, con la claridad sin medias tintas de unas palabras explícitas y definitivas. Lo que dice en el noveno Canto, delante de los embajadores que le envía Agamenón, es tal vez el grito de paz más violento e indiscutible que nuestros ancestros nos han legado:
"No hay nada, para mí, que valga una vida: ni los tesoros que poseía la próspera ciudad de Ilión en tiempos de paz, antes de que llegasen los hijos de los Dánaos; ni las riquezas que encierra tras la puerta de piedra el templo de Apolo, señor de las flechas, en la rocosa Pitón; se pueden robar abundantes bueyes y ovejas, se pueden obtener trípodes y caballos de crines leonadas; pero la vida del hombre no vuelve, no se puede arrebatar ni recuperar una vez que ha pasado la muralla dentada".
Son palabras de Andrómaca, pero en la Iliada las pronuncia Aquiles, que es el sumo sacerdote en la religión de la guerra; por eso resuenan con una autoridad sin igual. En esa voz -que, sepultada bajo un monumento a la guerra, dice adiós a la guerra y escoge la vida-, la Iliada deja entrever una civilización de la que los griegos no fueron capaces, pero que habían intuido, que conocían e incluso custodiaban en un rincón secreto y protegido de sus sentimientos. Tal vez, hacer realidad esa intuición es lo que la Iliada nos propone como legado, como tarea y obligación.
¿Cómo llevar a cabo esa tarea? ¿Qué debemos hacer para incitar al mundo a seguir su inclinación hacia la paz? También en este aspecto tiene la Iliada, a mi juicio, algo que enseñar. Y lo hace en la faceta más visible y escandalosa, la faceta guerrera y masculina. No hay duda de que el relato presenta la guerra como una consecuencia casi natural de la convivencia civil. Pero no se limita a eso, sino que hace algo mucho más importante e incluso intolerable: canta la belleza de la guerra, y lo hace con una fuerza y una pasión memorables. No hay prácticamente un héroe del que no se evoque su esplendor moral y físico en el momento del combate. No hay prácticamente una muerte que no sea un altar, ricamente decorado y adornado de poesía. La fascinación por las armas es constante, igual que la admiración por la belleza estética de los movimientos de los ejércitos. En la guerra son bellísimos los animales, la naturaleza es solemne cuando tiene que hacer de marco a la matanza. Incluso los golpes y las heridas se ensalzan como obras magníficas de un artesano paradójico, atroz pero sabio. Se diría que todo, desde los hombres hasta la tierra, encuentra en la experiencia de la guerra su instante de máxima realización estética y moral, como la gloriosa culminación de una parábola que sólo se hace realidad en el horror del enfrentamiento mortal.
En este tributo a la belleza de la guerra, la Iliada nos obliga a recordar una cosa molesta pero indiscutiblemente cierta: durante milenios, la guerra fue, para los hombres, la circunstancia en la que la intensidad -la belleza- de la vida irradiaba toda su fuerza y su verdad. Era casi la única posibilidad de cambiar el destino, de encontrar la verdad de cada uno, de ascender a una conciencia ética elevada. Frente a las anémicas emociones y la mediocre categoría moral de la vida cotidiana, la guerra movía el mundo y empujaba a los individuos más allá de los límites habituales, a un lugar del alma que debía de parecerles la meta de toda búsqueda y todo deseo.
No hablo de tiempos lejanos y bárbaros: hace no muchos años, intelectuales refinados como Wittgenstein y Gadda buscaban con obstinación la primera línea, el frente, en una guerra inhumana, con la convicción de que sólo así podrían encontrarse a sí mismos. Desde luego, no eran personas débiles, carentes de medios o cultura. Sin embargo, como prueban sus diarios, vivían aún convencidos de que la experiencia límite -la práctica inhumana del combate a muerte- podía ofrecerles lo que la vida diaria no era capaz de expresar. En esa convicción resuena el perfil de una civilización, nunca muerta, en la que la guerra era el eje candente de la experiencia humana, el motor de cualquier devenir. Todavía hoy, en una época en la que, para la mayoría de los seres humanos, la hipótesis de ir a combatir es poco menos que absurda, se sigue alimentando -a través de guerras en las que luchan otros, a través de los cuerpos de los soldados profesionales- el viejo brasero del espíritu guerrero, lo cual revela una incapacidad esencial de encontrar, en la vida, un sentido que permita prescindir de ese momento de verdad. El orgullo masculino mal disimulado que, tanto en Occidente como en el mundo islámico, acompaña a las últimas exhibiciones bélicas, permite reconocer un instinto que evidentemente no adormeció la conmoción de las guerras del siglo XX. La Iliada narraba ese sistema de pensamiento y esa forma de sentir, y los recogía en un símbolo sintético y perfecto: la belleza. La belleza de la guerra, "en cada uno de sus detalles", muestra que es el centro de la experiencia humana, transmite la idea de que no hay, en la experiencia humana, otra forma de existir verdaderamente.
Tal vez, lo que sugiere la Iliada es que ningún pacifismo, hoy, debe olvidar ni negar esa belleza, como si nunca hubiera existido. Contar y enseñar que la guerra es un infierno y nada más es una mentira contraproducente. Aunque parezca espantoso, es preciso recordar que la guerra es un infierno, sí, pero lleno de belleza. Los hombres siempre se han lanzado a ella como mariposas atraídas por la luz mortal del fuego. No existe miedo ni horror que haya logrado mantenerles alejados de las llamas, porque en ellas han encontrado siempre la única huida posible de la penumbra de la vida. Por eso, hoy, la labor del auténtico pacifismo debería consistir, más que en demonizar sin descanso la guerra, en comprender que sólo cuando seamos capaces de producir otra belleza podremos prescindir de la que la guerra nos ofrece. Construir otra belleza es quizá el único camino hacia una paz auténtica. Demostrar que somos capaces de iluminar la penumbra de la existencia sin recurrir al juego de la guerra. Dar sólido sentido a las cosas sin tener que colocarlas bajo la luz cegadora de la muerte. Poder cambiar nuestro destino sin tener que apoderarnos del de otros; hacer circular el dinero y la riqueza sin recurrir a la violencia; hallar una dimensión ética, elevada, sin tener que buscarla en el borde de la muerte; encontrarnos a nosotros mismos en la intensidad de lugares y momentos que no sean trincheras; conocer la emoción, incluso la más desmesurada, sin recurrir a la droga de la guerra ni la metadona de las pequeñas violencias cotidianas. Otra belleza, si ven lo que quiero decir.
Hoy, la paz es poco más que una conveniencia política; desde luego, no es un sistema de pensamiento ni un sentimiento verdaderamente extendidos. Se considera que la guerra es un mal que conviene evitar, pero no que sea un mal absoluto, ni mucho menos; a la menor ocasión, alimentada por grandes ideales, emprender la batalla vuelve a convertirse en una opción perfectamente realizable. Una opción que se escoge, a veces, incluso con orgullo. Las mariposas siguen estrellándose contra la luz del fuego. Sólo veo una aspiración real, profética y valiente de paz en la labor paciente y oculta de millones de artesanos que trabajan cada día para producir otra belleza y la claridad de las luces que no matan. Es un empeño utópico que presupone una fe increíble en el hombre. Pero me pregunto si alguna vez habíamos avanzado tanto como ahora, por un camino similar. Y por eso creo que nadie conseguirá cerrar nunca más ese camino ni a invertir su dirección. Tarde o temprano, conseguiremos alejar a Aquiles de aquella guerra mortal. Y no volverá a casa por el miedo ni el horror. Lo hará por una belleza distinta, más cegadora que la suya e infinitamente más apacible.

PRENSA CULTURAL. "Babelia": "Palabras venidas de tan lejos", por Antonio Muñoz Molina (sobre Blas de Otero)

Blas de Otero, en el homenaje a Federico García Lorca celebrado en Fuente Vaqueros en 1976.- RICARDO MARTÍN ("El País")



En Babelia, suplemento cultural de "El País":
Palabras venidas de tan lejos


ANTONIO MUÑOZ MOLINA 26/06/2010

De pronto he encontrado un recuerdo que no sabía que tuviera. Me he acordado de Blas de Otero, visto de lejos, en Granada, en junio de 1976, en los días tumultuosos del primer homenaje póstumo a García Lorca, Blas de Otero en una tarima a lo lejos, sobre las cabezas de los estudiantes, en la Facultad de Letras, y más lejos todavía en la gran plaza de Fuente Vaqueros, una cabeza blanca, una camisa blanca, una gran boina vasca, un perfil vasco con la barbilla adelantada. Me he acordado de pronto de Blas de Otero porque llevo toda la tarde, todo el día, muchas horas en los últimos días, leyendo un libro suyo que ha tardado más de treinta años en aparecer, que me ha llegado por dos caminos, en dos regalos casi simultáneos, y que ahora está siempre conmigo, sobre la mesa de noche y en el cuarto de trabajo, acompañándome como solo nos puede acompañar la poesía; y cuando hablo de poesía me refiero a algunos libros de versos y también a esa experiencia íntima y suprema que nos ofrecen ciertos momentos de la vida y unas cuantas invenciones del arte: una sensación de intensidad, el estremecimiento de lo verdadero y único, lo que es irrepetible y secreto y sin embargo puede formar parte de la vida de cualquiera, lo que me sucede ahora mismo únicamente a mí y a la vez ha venido siendo común -en el sentido doble de compartido y frecuente- desde que el mundo es mundo, por utilizar una de esas expresiones vulgares que le gustaban tanto a Blas de Otero, quizás porque veía en ellas la expresión más profunda, la poesía impersonal del idioma.
El libro se titula Hojas de Madrid con La galerna. Cuando Blas de Otero se murió, no mucho tiempo después de que yo lo viera de lejos, en 1979, era un libro en proyecto, una carpeta con poemas escritos a mano y corregidos a máquina, duplicados en copias de papel carbón. Blas de Otero, que tenía cuando yo lo vi esa fortaleza aparente de los hombres de buen color y abundante pelo blanco, había sentido la proximidad de la muerte en 1968, cuando volvió a Madrid desde Cuba porque le habían detectado un cáncer. El primer poema del libro, 'Cojeando un poco', trata de un hombre recién operado que se dispone a levantarse de la cama del hospital para regresar tentativamente, cojeando un poco, al mundo de los vivos. Y en casi cada uno de ellos, a lo largo de más de trescientas páginas, está la sensación de acecho y de miedo de quien se sabe ya señalado por la muerte, quien mira las cosas y sabe que seguirán existiendo cuando él haya desaparecido y sin embargo no sabe ni quiere decirles adiós, renunciar a la emoción urgente de estar vivo, a los placeres más comunes y a los más excepcionales, al gusto de pasear holgazanamente por las calles de Madrid, a la gratitud por el amor. Las hojas de Madrid son las hojas de papel en blanco sobre las que se escriben a mano o sobre las que se mecanografían los poemas, con la evanescencia sucesiva del papel carbón: y también son las Leaves of Grass de Walt Whitman, las hojas de hierba de una poesía que rompe los límites de la métrica y de la rima y se dilata en la extensión democrática del idioma común, en ritmos que tienen el vigor y la respiración de esas caminatas por la ciudad en las que todo se vuelve memorable, incluso cuando el que mira se sabe enfermo y marcado.
"Amo a Walt Whitman por sus barbas enormes / y por su hermoso verso dilatado", escribe Blas de Otero, caminante por Madrid como lo había sido Whitman por Manhattan, invocando sin decirlo al Whitman de Rubén Darío y al de Federico García Lorca. De joven había poseído uno de esos talentos que logran muy rápidamente el brillo excesivo de una técnica demasiado segura. En sus primeros libros el soneto tiene algo de artefacto implacable, agravado por una especie de cristianismo existencial que entonces debía de parecer muy profundo pero que ahora nos suena a hueco, o peor aún, a retórica fechada, con esas mayúsculas unamunianas del Hombre, Dios, etcétera. Pero es que Blas de Otero, abogado sin vocación en una fábrica de Bilbao, desertor angustiado de las lealtades de una familia burguesa, transeúnte desde muy joven por un país y un continente entero en ruinas, parece que se hubiera leído y aprendido de memoria toda la poesía escrita en español, desde los romances antiguos hasta César Vallejo y Lorca y Neruda: desde muy pronto fue encontrando una voz en la que confluían al mismo tiempo todos los materiales arrastrados por el gran río del idioma, las citas literales y las vulgaridades más espléndidas. En el mismo poema podían estar Bob Dylan y Beethoven, un romance anónimo y un estribillo de zarzuela. La poesía española, cuando se pone seria, puede hacerse antipática o indescifrable, y cuando se pone coloquial puede sonar al mismo tiempo chabacana y amanerada, falsa como una baratija: con una desenvoltura que yo he aprendido a disfrutar en la poesía americana, Blas de Otero domina sin apariencia de esfuerzo las formas muy medidas, muy controladas, y la efusión que se desborda sin ningún escrúpulo hacia lo banal y lo prosaico, casi como en los Poemas de la hora de comer de Frank O'Hara. Como en ellos, la muerte se insinúa en el espectáculo delicado y trivial de la agitación de la ciudad: "Por qué digo que estoy ya cerca de la muerte, / por qué me quedan sólo tres, cinco años de vida, /ahora que veo Madrid como la espalda luminosa de una muchacha, / y voy al cine /y deambulo por el barrio de Embajadores, / y aguardo frente a un semáforo / y siento ganas de llorar porque vuelvo a ser feliz cual en mi adolescencia /...".
Qué raro haber visto a Blas de Otero desde lejos y poder recordarlo y no haberlo leído con verdadera atención hasta ahora. Quizás no lo leí simplemente porque no estaba de moda (cree uno tener opiniones y no son más que el eco distraído de lo que se lleva): porque era poco más que la letra de unas canciones de Paco Ibáñez, en una época en la que yo me alejaba de ese tipo de música militante que me había gustado tanto, y en la que mis poetas eran casi exclusivamente Lorca y Cernuda, y también Quevedo y Góngora, en las ediciones de Castalia. Yo quería aprender a escribir novelas, pero la poesía era un amor secreto que iba y volvía, pero no me abandonaba nunca. Después leí a Borges y a Baudelaire, y más tarde el gran regalo del idioma inglés fue la poesía americana, tan limpia de toda retórica, tan habitada por el habla y a la vez por la Biblia y Shakespeare: Emily Dickinson y Whitman, Wallace Stevens y William Carlos William, Mark Strand y Denise Levertov, y Jane Kenyon, y Galway Kinnell, y Charles Simic, tantos nombres con los que llenaría esta página. Me ha hecho falta un rodeo tan largo por cada uno de ellos para llegar a Blas de Otero.

Hojas de Madrid con La galerna (1968-1977). Blas de Otero. Edición de Sabina de la Cruz. Prólogo de Mario Hernández. Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona, 2010. 397 páginas. 22 euros.

POESÍA. "Fuego mutilado", de Raquel Lanseros (Jerez de la Frontera, 1973)

Raquel Lanseros
En "El País Semanal":

FUEGO MUTILADO

Me prometo a diario descuidarte
pues me corre el pesar por cuenta ajena
tan extensa trinchera abrió esta pena
que muero porque vivo para amarte.

Tu piel es la membrana de una estrella
no te logro alcanzar por más que intento
se multiplica el ansia del momento
y malvendo mi ardor en la querella.

Tan caras tus caricias por goteo
agridulce suplicio de mi antojo
tan lejano tu puerto a mi deseo

tan vuelva usted mañana, trampantojo.
Alíviame esta cruz, mi cirineo
o firma del afán mi desalojo.

PRENSA. 29 junio 2010

En "El País":

1. Una casa en Cefalú. Por Enrique Vila-Matas.

2. 'El caso Pasolini', reabierto en viñetas. Por Pablo León. Tras su éxito en Italia, el cómic se publica en castellano.

3. ¿Error humano o acierto inhumano? Reportaje de Eduardo Rodrigálvarez y Juan Morenilla. El fútbol prefiere defender la polémica que genera la injusticia a corregirla utilizando la tecnología - Todo para la televisión, pero sin la televisión, parece ser el lema de la FIFA - El 'pinganillo' es la máxima concesión a la nueva era. 

4. El autismo europeo. Artículo de Bernabé López García, catedrático de Historia del Islam Contemporáneo en la UAM y miembro del Comité Averroes.

5. Del fútbol y otros demonios. Artículo de Carla Guimarães, escritora y guionista brasileña.

6. Los límites de la ciberdisidencia. Artículo de Ernesto Hernández Busto, ensayista (premio Casa de América 2004). Desde 2006 edita el blog de asuntos cubanos PenúltimosDías.com. Tal vez haya habido demasiado entusiasmo mediático al valorar el potencial de los 'blogueros' y las redes sociales para combatir regímenes autoritarios. Estos, desde Cuba a Irán, ya han encontrado cortafuegos.

7. Los ricos de América Latina. Por Andrés Oppenheimer.

lunes, 28 de junio de 2010

CUENTO. "La ventana abierta", de Saki (1870-1916)

Saki
LA VENTANA ABIERTA
-Mi tía bajará en seguida, señor Nuttel -dijo con mucho aplomo una señorita de quince años-; mientras tanto, debe hacer lo posible por soportarme.
Framton Nuttel se esforzó por decir algo que halagara debidamente a la sobrina sin dejar de tomar debidamente en cuenta a la tía que estaba por llegar. Dudó más que nunca que esta serie de visitas formales a personas totalmente desconocidas fueran de alguna utilidad para la cura de reposo que se había propuesto.
-Sé lo que ocurrirá -le había dicho su hermana cuando se disponía a emigrar a este retiro rural-: te encerrarás no bien llegues y no hablarás con nadie y tus nervios estarán peor que nunca debido a la depresión. Por eso te daré cartas de presentación para todas las personas que conocí allá. Algunas, por lo que recuerdo, eran bastante simpáticas.
Framton se preguntó si la señora Sappleton, la dama a quien había entregado una de las cartas de presentación, podía ser clasificada entre las simpáticas.
-¿Conoce a muchas personas aquí? -preguntó la sobrina, cuando consideró que ya había habido entre ellos suficiente comunicación silenciosa.
-Casi a nadie -dijo Framton-. Mi hermana estuvo aquí, en la rectoría, hace unos cuatro años, y me dio cartas de presentación para algunas personas del lugar.
Hizo esta última declaración en un tono que denotaba claramente un sentimiento de pesar.
-Entonces no sabe prácticamente nada acerca de mi tía -prosiguió la aplomada señorita.
-Sólo su nombre y su dirección -admitió el visitante. Se preguntaba si la señora Sappleton estaría casada o sería viuda. Algo indefinido en el ambiente sugería la presencia masculina.
-Su gran tragedia ocurrió hace tres años -dijo la niña-; es decir, después que se fue su hermana.
-¿Su tragedia? -preguntó Framton; en esta apacible campiña las tragedias parecían algo fuera de lugar.
-Usted se preguntará por qué dejamos esa ventana abierta de par en par en una tarde de octubre -dijo la sobrina señalando una gran ventana que daba al jardín.
-Hace bastante calor para esta época del año -dijo Framton-, pero, ¿qué relación tiene esa ventana con la tragedia?
-Por esa ventana, hace exactamente tres años, su marido y sus dos hermanos menores salieron a cazar por el día. Nunca regresaron. Al atravesar el páramo para llegar al terreno donde solían cazar, quedaron atrapados en un ciénaga traicionera. Ocurrió durante ese verano terriblemente lluvioso, sabe, y los terrenos que antes eran firmes de pronto cedían sin que hubiera manera de preverlo. Nunca encontraron sus cuerpos. Eso fue lo peor de todo.
A esta altura del relato la voz de la niña perdió ese tono seguro y se volvió vacilantemente humana.
-Mi pobre tía sigue creyendo que volverán algún día, ellos y el pequeño spaniel que los acompañaba, y que entrarán por la ventana como solían hacerlo. Por tal razón la ventana queda abierta hasta que ya es de noche. Mi pobre y querida tía, cuántas veces me habrá contado cómo salieron, su marido con el impermeable blanco en el brazo, y Ronnie, su hermano menor, cantando como de costumbre "Bertie, ¿por qué saltas?", porque sabía que esa canción la irritaba especialmente. Sabe usted, a veces, en tardes tranquilas como las de hoy, tengo la sensación de que todos ellos volverán a entrar por la ventana...
La niña se estremeció. Fue un alivio para Framton cuando la tía irrumpió en el cuarto pidiendo mil disculpas por haberlo hecho esperar tanto.
-Espero que Vera haya sabido entretenerlo -dijo.
-Me ha contado cosas muy interesantes -respondió Framton.
-Espero que no le moleste la ventana abierta -dijo la señora Sappleton con animación-; mi marido y mis hermanos están cazando y volverán aquí directamente, y siempre suelen entrar por la ventana. No quiero pensar en el estado en que dejarán mis pobres alfombras después de haber andado cazando por la ciénaga. Tan típico de ustedes los hombres, ¿no es verdad?
Siguió parloteando alegremente acerca de la caza y de que ya no abundan las aves, y acerca de las perspectivas que había de cazar patos en invierno. Para Framton, todo eso resultaba sencillamente horrible. Hizo un esfuerzo desesperado, pero sólo a medias exitoso, de desviar la conversación a un tema menos repulsivo; se daba cuenta de que su anfitriona no le otorgaba su entera atención, y su mirada se extraviaba constantemente en dirección a la ventana abierta y al jardín. Era por cierto una infortunada coincidencia venir de visita el día del trágico aniversario.
-Los médicos han estado de acuerdo en ordenarme completo reposo. Me han prohibido toda clase de agitación mental y de ejercicios físicos violentos -anunció Framton, que abrigaba la ilusión bastante difundida de suponer que personas totalmente desconocidas y relaciones casuales estaban ávidas de conocer los más íntimos detalles de nuestras dolencias y enfermedades, su causa y su remedio-. Con respecto a la dieta no se ponen de acuerdo.
-¿No? -dijo la señora Sappleton, ahogando un bostezo en el último momento. Súbitamente, su expresión revelaba la atención más viva... pero no estaba dirigida a lo que Framton estaba diciendo.
-¡Por fin llegan! -exclamó-. Justo a tiempo para el té, y parece que se hubieran embarrado hasta los ojos, ¿no es verdad?
Framton se estremeció levemente y se volvió hacia la sobrina con una mirada que intentaba comunicar su compasiva comprensión. La niña tenía puesta la mirada en la ventana abierta y sus ojos brillaban de horror. Presa de un terror desconocido que helaba sus venas, Framton se volvió en su asiento y miró en la misma dirección.
En el oscuro crepúsculo, tres figuras atravesaban el jardín y avanzaban hacia la ventana; cada una llevaba bajo el brazo una escopeta y una de ellas soportaba la carga adicional de un abrigo blanco puesto sobre los hombros. Los seguía un fatigado spaniel de color pardo. Silenciosamente, se acercaron a la casa, y luego se oyó una voz joven y ronca que cantaba: "Dime, Bertie, ¿por qué saltas?".
Framton agarró deprisa su bastón y su sombrero; la puerta de entrada, el sendero de grava y el portón, fueron etapas apenas percibidas de su intempestiva retirada. Un ciclista que iba por el camino tuvo que hacerse a un lado para evitar un choque inminente.
-Aquí estamos, querida -dijo el portador del impermeable blanco entrando por la ventana-: bastante embarrados, pero casi secos. ¿Quién era ese hombre que salió de golpe no bien aparecimos?
-Un hombre rarísimo, un tal señor Nuttel -dijo la señora Sappleton-; no hablaba de otra cosa que de sus enfermedades, y se fue disparado sin despedirse ni pedir disculpas al llegar ustedes. Cualquiera diría que había visto un fantasma.
-Supongo que ha sido a causa del spaniel -dijo tranquilamente la sobrina-; me contó que los perros le producen horror. Una vez lo persiguió una jauría de perros vagabundos hasta un cementerio cerca del Ganges, y tuvo que pasar la noche en una tumba recién cavada, con esas bestias que gruñían y mostraban los colmillos y echaban espuma encima de él. Así cualquiera se vuelve pusilánime.
Las fabulaciones improvisadas eran su especialidad.

ARTE. PINTURA. HISTORIA. "La rendición de Bailén" (1863), de José Casado del Alisal (1832-1886)

POESÍA. "Hacia nosotros", de Lorenzo Plana (Lleida, 1965)

Lorenzo Plana
En "El País Semanal":

HACIA NOSOTROS

                                                                    Para Xut

Piedra y noche, la torre no envejece.
Mi corazón es piedra y también noche.
Las escaleras son los fuegos muertos
que han muerto para que yo no muera.
La belleza del mundo cesará
para que un gran absurdo se haga luz.
Será el absurdo clave para amar.
Podré saltar del campanario al fin,
como soñaba hacerlo allá en la infancia:
podré aceptarlo todo como nuevo.
Y tan sólo en el centro de los pechos
tendrá sentido el resto de las cosas.
¿Por qué la infancia es más que la verdad?
La torre no envejece para el niño,
la torre es piedra y noche y las estrellas.
Hay otra forma de premiar al hombre.
Ni la verdad ni la belleza bastan.
La torre es mucho más que la belleza:
es camino infinito hacia nosotros.
Existe una belleza que es más que la belleza.
Y crece una verdad que es más que la verdad.
El Todo es una torre que no quiere saciarse.

PRENSA CULTURAL. "Babelia":"Jesucristo en un McDonald's", por José Ovejero

José Ovejero
En Babelia, suplemento cultural de "El País":
Jesucristo en un McDonald's

J0SÉ OVEJERO 26/06/2010

En un cuadro de Alexander Kosolapov se ve el rostro de Jesucristo y, bajo el logo de una famosa cadena de comida rápida el lema "this is my body". ¿Es un comentario sobre los iconos de la cultura de masas? ¿Una reflexión sobre la mercantilización de las creencias? No sé qué pretendía el artista con ese cuadro, pero sí sé que esta fue una de las obras retiradas de una exposición en Moscú porque podían herir susceptibilidades religiosas. Y cuando dichas obras se mostraron en la exposición Arte prohibido, una asociación religiosa interpuso una denuncia contra los responsables.
Situaciones así se dan en numerosos países, y no me refiero sólo a aquellos con regímenes teocráticos o dictatoriales, sino también a las democracias en cuyas constituciones está anclada la libertad de expresión. En muchas legislaciones se sancionan la blasfemia o la ofensa a los dogmas e instituciones religiosas. También en un Estado laico como el francés, aunque no haya un párrafo explícito en su código penal, a menudo grupos de presión religiosos se aferran a aquel que sanciona la difamación y el escarnio de grupos de personas por razones de raza, tendencia sexual o religión, y se querellan para evitar la proyección de películas como La última tentación de Cristo o para imponer la retirada de carteles publicitarios que ofenden la sensibilidad de los creyentes, como el de la película Amén, en el que se fundían la cruz gamada y la cristiana.
¿Por qué no puedo criticar y caricaturizar dogmas, creencias e instituciones? ¿Por qué Javier Krahe debe ir a juicio por un vídeo en el que se prepara un Cristo al horno? ¿Por qué está prohibido rebasar las barreras del buen gusto cuando se trata de asuntos religiosos? La respuesta, en el caso de España, es clara: el artículo 525.1 del Código Penal sanciona a quienes ofendan los sentimientos religiosos mediante el "escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también públicamente, a quienes los profesan o practican". Mientras que el 525.2 castiga el escarnio a quienes no profesan creencia alguna, pero no se mencionan sus ideas. Que las personas estén protegidas de la difamación parece razonable, pero ¿qué lleva a proteger las creencias y no las opiniones o los valores no religiosos?
Últimamente hay grupos dispuestos a utilizar la vía judicial para amedrentar a quien ose atacar o ridiculizar creencias y dogmas. Mejor es desde luego que el uso de piedras y palos contra el impío, a los que aún se recurre a veces. Pero precisamente una sátira vigorosa contra todo tipo de instituciones y de valores intocables es un buen termómetro para la salud de una democracia. Vivir en democracia significa aceptar que otras personas encuentren mis valores o creencias ridículos y censurables. A mí me ofende que desde los púlpitos algún prelado haga valoraciones para mí misóginas o amenace con el fuego eterno a quien piensa como yo; pero, ni aunque fuese posible, se me ocurriría presentar una querella. ¿Por qué no voy a pintar a un Jesucristo en un McDonald's? ¿O va la Iglesia católica a destruir los frescos en los que se ve a Mahoma y a Lutero en el infierno? Los insultos a nuestras creencias nos parecen insoportables, a las ajenas una cuestión menor. Sería preferible reservar los tribunales para aquello que no es meramente un asunto de opinión... o de fe.

José Ovejero (Madrid, 1958) ha publicado recientemente la novela La comedia salvaje (Alfaguara. Madrid, 2009. 408 páginas. 19,50 euros).

IES "MAIMÓNIDES". Trabajo de Proyecto Integrado de 1º bachillerato A: Patricia Limia

           Dentro de la asignatura Proyecto integrado, uno de los trabajos realizados por la alumna Patricia Limia Pérez, de 1º de bachillerato A:

 ¿Cuáles son las notas o caracteres de España?
España por sus notas es: Una, Grande, Libre, católica, imperial y madre de veinte naciones.

Esta pregunta no dejaba de resonar en mi cabeza. La curiosidad de averiguar cómo era verdaderamente la España de la guerra civil y de la postguerra, como también la duda de la definición dicha, me terminaron por conducir a nuestra ciudad vecina, Sevilla.
Tras pasar el umbral de la puerta y recorrer un largo y estrecho pasillo, llegué a un amplio salón. Un salón que me transportó directamente a los años sesenta, todo era tan típico y antiguo: aquel olor, esa mecedora sobre la que descansaba un cojín bordado, esas estanterías plegadas de fotos de toda una vida, esos juegos de café, dos estatuillas de porcelana que representaban a dos enamorados, lámparas con numerosas cuentas y piedrecitas, alguna placa que no me paré a leer…
En ese momento supe que me sería más fácil de lo esperado meterme en la historia que estaba a punto de escuchar, dejar viajar mi mente rompiendo las barreras del tiempo y del espacio.

¿Cómo se ha formado el espíritu del pueblo español? El espíritu del pueblo español se ha formado en los amplios moldes del catolicismo, con los ideales supremos de una catolicidad imperial, que es la que ha civilizado al mundo.

La verdad es que aquel hombre que entró en la sala minutos después de mi llegada no parecía tener ese espíritu. Era un hombre mayor, de más de noventa años, pelo cano, nariz chata, piel arrugada, dentadura imperfecta y de unos ojos marrones cargados de cansancio.
Sí, sin duda se trataba de mi tío abuelo. Sabía que era la persona adecuada para mantener la charla que quería, pues ha vivido en primera persona todo lo que yo desconocía, aquello que quería desenterrar aunque fuese por unos instantes.
“Qué grande estás, no te habría reconocido”, dice, “¿qué te trae a casa de un viejo como yo al que solo le faltan dos telediarios?”.
Tras el típico saludo y escuchar las lamentaciones acerca de su salud, comenzamos una charla en un tono elevado, lo suficientemente adecuado para que su fallido oído pudiera “entenderme”.
Le sorprendió enormemente la pregunta que le hice: “Tito, ¿cómo era España?”.
Tras estar un largo momento sin contestarme, ya creía que no lo haría, comenzó a relatarme fragmentos de su vida.

¿Hubiera podido caer España en el bolchevismo? España hubiera caído indefectiblemente en el bolchevismo de no haberse producido la reacción salvadora del 18 de Julio de 1936, pues a pesar de tener la gran mayoría del pueblo español en contra, la minoría marxista con todos sus cómplices y ayudadores, audaz y sin escrúpulos, había logrado adueñarse de todos los resortes del poder, intentando esclavizar a España por el terror y la violencia.

-Recuerdo ese año. Los responsables del golpe de estado vinieron para adueñarse del país, de las personas, de nuestras ideas… Hicieron todo lo posible para ganar la guerra desde un principio, para tenernos a todos bajo su manejo, como simples marionetas. Tuvieron la simple vergüenza de atreverse a irrumpir la paz de un país libre y democrático que lidiaba con sus problemas.
Ese año comenzó la pesadilla, los soldados nacionalistas se duplicaban cada día y la verdad es que yo, aún joven y soñador, con fuerzas para enfrentarme a todo, no me pensé dos veces el entrar en acción: ese año comencé a luchar para el bando republicano. Día tras día la guerra se empezó a adueñar de todo el país, cada ciudadano debía tomar partido en alguno de los dos bandos para estar respaldado por alguno de ellos.
Estuve luchando como uno más, viendo morir a gente e intentando defender mi pueblo de la rebelión fascista pero, desgraciadamente y pese a nuestros esfuerzos, nuestro pueblo cayó demasiado pronto, la Cuenca Minera terminó por ser del grupo enemigo. A pesar de todo no nos rendimos; muchos compañeros y yo huimos a la sierra y desde ahí continuamos con la guerra de guerrillas. Creo que fue la peor época. Malvivíamos en los montes sin apenas recursos para subsistir. Cada día un grupo de compañeros era descubierto y, o llevado a prisión (los que tenían más suerte), o fusilados entre los árboles dejándolos al olvido.
Aunque me cueste decirlo, nosotros hacíamos exactamente lo mismo. Cuando capturábamos a algún soldado enemigo el procedimiento que se llevaba a cabo no era muy diferente y aunque, por la falta de recursos y de soldados, tuvimos menos éxito en esa guerrilla también nos manchamos las manos de sangre gris.
Día a día y con la misma rutina la guerra avanzaba y su paso nos terminó cogiendo, fuimos apresados fácilmente por un grupo de nacionales.
Hay que decir que tuvimos cierta suerte pues salimos vivos de aquel monte, se nos condujo a la cárcel de Cádiz como presos políticos a la espera de una condena de muerte que yo mismo pensaba que no tardaría mucho en llegar.
Esto fue más o menos por el año 38 y aunque la guerra aún no había terminado estaba claro a qué lado se inclinaba la balanza.

¿Significaba el protestantismo un peligro para la civilización cristiana? Sí, el protestantismo significaba un peligro inmenso para la civilización cristiana, pues él fue la primera premisa del racionalismo del S. XVIII, de la revolución liberal, y finalmente de la revolución actual marxista-bolchevique.

¿Cuáles son los enemigos de España? Los enemigos de España son siete: el liberalismo, la democracia, el judaísmo, la masonería, el capitalismo, el marxismo y el separatismo.

-Todos los presos políticos éramos, bajo sus ojos, una gran amenaza a la que había que extinguir rápidamente y sin muchos miramientos, enemigos por naturaleza del régimen que se disponían a instaurar. Qué más daba realmente el motivo por el que acabábamos prisioneros, lo único que realmente importaba era que iban ganando y que, para conseguir su España adorada, a la que más tarde manipularían, harían cualquier cosa para limpiar del mapa a “sus problemas”.

¿Cómo debemos honrar a la Patria? Debemos honrar a la Patria en sí misma, ensalzándola cuando nos sea posible y no permitiendo jamás que se hable mal de ella; en sus representantes, principalmente el Caudillo, que es como la encarnación de la Patria y tiene el poder recibido de Dios para gobernarnos y, finalmente, en sus símbolos, saludando la bandera y haciendo alguna reverencia cuando se toca o canta el Himno nacional.

-Hacinados en estrechas celdas y obligados a ciertas acciones rutinarias, como el ir a misa y cantar el “Cara al Sol” cuando se nos ordenaba, íbamos muriendo poco a poco, algunos fusilados en los patios o muertos de hambre o de enfermedades en las propias celdas. Aunque todo eso no provocó que aumentase la soledad, cada día se encerraban allí a más personas y eso supongo que significaba que la guerra estaba a punto de terminar.
En la cárcel no hacíamos mucho, como te he dicho antes: asistíamos a misa, cantábamos un poco con el bracito extendido, decíamos lo grande y estupendo que era el Caudillo y de vuelta al mismo agujero. Supongo que esperaban que, si hacíamos todo aquello, siempre obligados claro está, acabaríamos asumiendo sus ideas como nuestras, pensando que aquello era maravilloso y que lo que hacían era por el bien de nuestro país y por el bienestar de todos y cada uno de los españoles. Tengo que decir que al menos conmigo eso no les pudo dar muchos resultados, todas las veces que tuve que hacer aquello lo hice con gran repulsa, es decir, no consiguieron que honrase a mi Patria tal y como ellos querían, terminé odiándolos mucho más y con mis ideales más asentados que al principio de todo aquello.
Pero bueno, yo tuve que estar en esa rutina durante días, semanas, meses, incluso años, esperando simplemente a que llegara mi condena a la que ya la veía con ciertas ganas, aunque al poco tiempo de terminar la guerra y de que comenzase la dictadura de Franco, me dieron “la gran oportunidad” de ponerme a trabajar en el Canal del Bajo Guadalquivir hacia el año 1940.

Me sorprendió mucho la ironía con la que había mencionado el indulto que le habían concedido y, más tarde, comprendí que aunque no le fusilaron tampoco les mejoraron las condiciones de vida ni le devolvieron su libertad: le condenaron a trabajos forzados como si fuese un simple animal, sin derechos ni, por supuesto, alguna retribución y sin ni siquiera un reconocimiento, es más, eran simplemente esclavos en un campo de concentración.
La obra que realizaron miles de presos, todos condenados por motivos políticos, convirtió una zona estéril en uno de los campos más fértiles de toda Andalucía, pero fue larga y hoy en día solo quedan vivas unas seis personas que puedan contar lo duro que fue realmente todo aquello.
Mi tío comenzó a rebuscarse en el bolsillo su cartera de donde sacó una tarjeta de identificación que decía así:


ASOCIACIÓN DE EX PRESOS Y REPRESALIADOS POLÍTICOS RESISTENTES ANTI-FASCISTAS.
NOMBRE:
APELLIDOS:
FECHA DE NACIMIENTO:

La tarjeta era completamente roja y le ponía una etiqueta como persona, persona a la que todo el mundo de bien de aquella época debía evitar si no querían problemas por juntarse con un simple Rojo.
Mi tío abuelo fue señalado y controlado meticulosamente durante años, hasta que por fin se terminó el régimen totalitario que nos mantuvo separados del resto de Europa durante todo ese tiempo, que nos mantuvo aislados y retrasados en prácticamente todos los ámbitos.
Con la instauración de la democracia no solo se le devolvió a España un sistema político justo, también se les devolvió la libertad a todas aquellas personas que habían tenido que reprimir sus ideas por el simple hecho de ser diferentes a las que tenía la política de Franco. Pero no todos los ciudadanos pudieron disfrutar en primera persona el cambio que por fin se produjo en España: muchos de ellos murieron por el camino sin llegar a contemplar su tardía victoria.
Nuestra charla se alargó más de lo previsto. Me estuvo contando un poco por encima algunos detalles de cómo vivió toda la época franquista: algunos detalles eran más curiosos, otros más duros de recordar, alguno que otro romántico, incluso recordó una cosa que nos hizo reír a ambos durante largo rato.
Al fin y al cabo eran solo recuerdos… Recuerdos que se perderán para siempre dentro de poco tiempo, que irán perdiendo fuerza cada día que pase y que, cuando ya no quede ni un testigo vivo de todo aquello, serán simples documentos oficiales o simples temas en los libros de historia.
Cuando salí de aquel cargado salón y me despedí de mi tío, agradeciéndole nuestra charla, me di cuenta de que comencé a mirarle de manera diferente: mis ojos mostraban respeto, agradecimiento y admiración por aquel hombre que contribuyó a que yo naciese en un lugar libre, a que me pudiese criar bajo las ideas y la educación que quisiera, a que fuese capaz de decidir mi religión y mi sexualidad....
En la calle, la gente andaba como cualquier otro día, los coches avanzaban haciendo ruido, las risas de los niños procedentes del parquecito cercano resonaban y, sin embargo, yo no podía dejar de pensar, bastante distraída, en un pasado no tan lejano pero sí muy olvidado por todos nosotros.
Finalmente comprendí que aquel viaje sirvió para que yo pudiese seguir manteniendo vivo, dentro de mí, aquel pedacito de recuerdos, recuerdos que, aunque no fuesen míos, ya viajaban guardados en el desván de mi memoria.