J. M. Barrie
En "El Día de Córdoba":
J. M. Barrie, 150 años
El escritor escocés, universalmente famoso por haber creado a Peter Pan, nació el 9 de mayo de 1860 · 'Peter y Wendy', publicada en 1911, está escrita en un tono al mismo tiempo socarrón e inteligente, irónico y tierno.
Ana Ramos
Actualizado 13.06.2010
Se acaba de celebrar el 150º aniversario del nacimiento de James Matthew Barrie, el escocés inventor de Peter Pan. Un clásico entre los clásicos que se oculta a nuestra mirada eclipsado por el sinfín de versiones e interpretaciones. Es seguramente más conocida entre nuestros contemporáneos, por ejemplo, la desatinada película de Spielberg, Hook, en la que el protagonista incumple la quizá única regla del libro: todos los niños menos uno (Peter) crecen; o también los dibujos animados de Disney con su ingente merchandising de pegatinas, recortables, videojuegos, etc. Inclusive, no me atrevería a asegurar que haya que en estos momentos más lectores de la obra original que fans de Michael Jackson, que todo lo que saben del personaje es que su ídolo se denominó a sí mismo Peter Pan. Lo que me recuerda la mala prensa que ha dado a la obra el síndrome psiquiátrico que lleva el mismo nombre y que obviamente es posterior al libro. Y metidos en harina, no es posible pasar por alto las numerosas biografías sensacionalistas y despiadadas sobre el escritor, quien al parecer sufría enanismo psicogénico. En ellas aparece como un ser diabólico que controla emocionalmente a familia y amigos, acusado por muchos de los suicidios y empresas abocadas al desastre que proliferaron a su alrededor.
Pues bien, aun cuando esta parece ser la perspectiva más actual a la hora de hablar de los escritores de éxito, esto es, sacarles las tripas y no dejar títere con cabeza, se me ha ocurrido que tal vez deberíamos soslayar el escabroso asunto de su vida y, ya que estamos de cumpleaños, enfocar la cuestión desde otro punto. Y entenderán mejor esta decisión, y mi precaución, cuando sepan que Barrie maldijo a todo el que se atreviera a relatar su biografía; y no es tanto que yo sea supersticiosa como que me queda algo de sentido común. Hablemos, pues, quizá con un café o un té, que es más british, entre las manos, de su obra más representativa, hermosa como una tarde de otoño, Peter y Wendy.
Mi intención no es otra que recomendarles sencilla y razonadamente la lectura del libro de 1911 que, gracias a Dios, casi cien años después de su escritura, todavía habita en las librerías, al lado quizá de Alicia en el país de las maravillas (no confundir con lo de Tim Burton) o El libro de la selva (otro que precedió a Disney). Soy una firme defensora de la lectura de libros como estos que a menudo, y paradójicamente, caen en el peor olvido por culpa de su desbordante popularidad.
De las ediciones que hay sobre el escritorio escogeré para las citas una del año 1988, de editorial Alborada, traducida por Mary Carmen Beaven, que es la que me resulta más sencilla de manejar. Sepan que volúmenes de la obra se amontonan junto a mi ordenador, por pasión y porque preparo la edición crítica de Peter Pan que verá la luz a principios del próximo año en Cátedra. Pero vayamos al grano.
Confieso que me encanta el tono socarrón e inteligente, irónico y tierno a un tiempo, con el que está escrito Peter y Wendy. Siento que el texto tiene agallas y que se enfrenta sin pudor a las relaciones del individuo con la sociedad de su tiempo, no tan diferente de la nuestra. Y ahora se me ocurre que probablemente Barrie pretendiera hablar de lo difícil que resulta para una persona sensible seguir los pasos impuestos por los estereotipos, las ataduras de lo cotidiano y la presión de las obligaciones en la urbe.
Y todo esto se puede apreciar ya desde el inicio. La primera página nos presenta a Wendy y a sus padres, los Darling, matrimonio que pronto queda expuesto al público. Se nos informa de que la señora Darling es una mujer que oculta un beso en su boca, el beso más preciado, el que nunca dio a nadie. Según Barrie posee un espíritu romántico que la emparenta con esas muñecas rusas que habitan unas dentro de otras. De modo que el marido: "Se quedó con toda ella, pero nunca obtuvo ni la más pequeña de las muñecas rusas, ni el beso. Nunca supo siquiera que existía la muñeca y, con el tiempo, dejó de intentar conseguir el beso. Wendy pensaba que Napoleón sí que podría haberlo conseguido, pero a mí me parece más bien que lo habría intentado y, al no conseguirlo, se habría marchado furioso, dando un portazo."
A lo largo del primer capítulo, y en buena parte del libro, se desgranan también los asuntos domésticos, el deseo de tener hijos y la economía familiar: "La señora Darling se casó de blanco, y al principio llevaba las cuentas con mucha exactitud, casi con alegría, como si se tratase de un juego, y sabía incluso cuánto le había costado una col de bruselas. Poco a poco dejó de llevarlas con tanto cuidado, y en vez de escribir el precio de las coliflores, se dedicaba a dibujar niños pequeños sin cara."
Barrie nos lo cuenta todo con cierto tono humorístico, no exento, ocasionalmente, de crueldad. Una mezcla esta que arranca la sonrisa al lector; lean si no este pasaje en el que el matrimonio echa sus cuentas para decidir si están en disposición o no de criar a su hija recién nacida: "El señor Darling estaba muy orgulloso de ella, pero fue muy honrado: se sentó al borde de la cama de la señora Darling y se puso a hacer cálculos mientras ella lo miraba suplicante. Ella, pasara lo que pasara, quería arriesgarse a quedarse con la niña, pero él no tomaba así como así las decisiones: él cogía un lápiz y un papel y, si ella lo interrumpía, tenía que empezar las cuentas de nuevo [...] Nunca le cuadraban las cuentas, pero al final se quedaron con Wendy, porque las paperas sólo iban a costar doce chelines con seis peniques, y el sarampión y la rubeola se consideraron una sola enfermedad".
Lo he dicho antes, aunque Barrie nació en 1860, sus comentarios sociales nos alcanzan con la misma eficacia con la que alcanzaron a los lectores de la época: "A la señora Darling le gustaba que todo estuviera perfecto, y el señor Darling siempre quería hacer exactamente todo lo que hicieran sus vecinos. Así que, por supuesto, tenían una niñera. Como eran pobres, porque los niños bebían mucha leche, la niñera era una perra de Terranova muy estirada, que se llamaba Nana, y que no había tenido nunca dueño hasta que los Darling la contrataron." La mirada crítica se centra también en los roles de clase y de género, y muchas veces los personajes caen en el ridículo por causa de las apariencias, como la ocasión en la que el padre de familia expresa su consternación porque la citada perra, la niñera, no lo respeta: "Yo estoy segura de que te admira muchísimo, George, solía asegurarle la señora Darling".
Pero por valioso que resulte lo anterior, hay algo que prefiero sobre todas las cosas y es el despliegue de imaginación, cercano a veces al surrealismo. Barrie se permite todas las libertades al escribir, lo que no siempre le granjeó críticas positivas. Como ejemplo de su imaginario les traigo estas líneas: "Por supuesto los países de Nunca Jamás son muy distintos unos de otros. En el de John, por ejemplo, había muchos flamencos volando sobre un lago, y John estaba disparándoles, pero en el de Michael, que era aún muy pequeño, había muchos lagos volando sobre un flamenco".
Sí, es cierto que a veces la nostalgia de un pasado maravilloso, apagado por la edad adulta confiere al libro cierta tristeza, pero el encanto de lo perdido queda superado por las aventuras y las travesuras de las generaciones de niños que acompañan y acompañarán al protagonista dentro del propio libro. Según el autor: "Así será siempre mientras los niños sigan siendo alegres, inocentes y sin corazón".
Si bien es cierto que les hablo de temáticas más afines al adulto que al niño, hay numerosos guiños al pensamiento infantil, a los juegos y costumbres de los pequeños, tantos que estos no han de notar que el libro habla también a los mayores, y he aquí un valor añadido: al crecer lo que se lee es un libro distinto. El propio Barrie era un fanático de los juegos y a lo largo y ancho de la novela no deja de jugar y deleitarse: "Cuando juegas a hacer la isla con las sillas y el mantel, no te asusta en absoluto, pero un par de minutos antes de que te duermas se vuelve casi real. Por eso hay luces por la noche".
En última instancia, Peter y Wendy nos pregunta por qué abandonamos la imaginación y la fascinación al crecer. Y ante todo por qué la responsabilidad y la madurez se dan la mano con la banalización y el sometimiento. No crean que lo digo porque me haya convertido yo misma en una piterpana, temerosa de asumir lo que me toca, sino porque, como Peter Pan, tengo una fe ciega en la literatura, la fantasía, la imaginación y la magia.
sábado, 19 de junio de 2010
PRENSA CULTURAL. LITERATURA. J. M. Barrie (creador de "Peter Pan"), 150 años de su nacimiento
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