Reproducimos, además, el artículo que le dedica Fernando Savater:
Íntima, política e irónica
De vez en cuando, la Academia sueca que concede el Nobel de Literatura nos hace una revelación preciosa a los lectores apasionados pero ignorantes: en mi caso, le debo el descubrimiento de Wislawa Szymborska. Desde que en 1996 obtuvo el galardón, no dejo de disfrutar cuanto encuentro suyo en las lenguas que soy capaz de leer. Siempre me parece emocionante y divertida, dos calificativos que seguramente algunos censores severos consideran incompatibles entre sí y con la más alta estatura poética. Para mi gusto, en cambio, se complementan y potencian mutuamente. Lo más trágico de la poesía contemporánea no es lo atroz de la vida que deplora o celebra, sino la falta de sentido del humor de los poetas. De esta frecuente maldición escapa, risueña y agónica, Szymborska: ¿cómo podría uno renunciar a ella?
Carece de retórica enfática pero eso no disminuye su expresividad, sino que la hace más intensa por inesperada. Cuando comenzamos a leer uno de sus diáfanos poemas nos ponemos a favor del viento, para recibir la emoción de cara, pero nos llega por la tangente y no para derribarnos sino para mantenernos en pie. Confirma nuestros temores sin pretender desalentarnos: sabe por experiencia que todo puede ser política pero también nos hace experimentar que la política no lo es todo. Se mantiene fiel, aunque con ironía y hasta con sarcasmo, a la pretendida salvación por la palabra y sin embargo nunca pretende decir la última palabra: porque en ese definitivo miramiento estriba lo que nos salva. Nadie ha sabido conmemorar con menos romanticismo y con mayor eficacia el primer amor, cuya lección inolvidable se debe a no ser ya recordado...
Uno de sus poemas narra -sus poemas siempre relatan peripecias compartidas o soñadas- la visita al Himalaya que no llegó a realizar. Cara a cara con el Abominable, le dice: "Yeti, no todas las palabras condenan a muerte". Me lo doy por dicho y seguiré escuchándola.
Añadimos, además, unos "collages" suyo (reproducidos en "El País"):
Menina en el paisaje
Dedo y mujer
Hombre en bañera
Y unos poemas:
A mi corazón el domingo
Gracias te doy, corazón mío,
por no quejarte, por ir y venirsin premios, sin halagos,
por diligencia innata.
Tienes setenta merecimientos por minuto.
Cada una de tus sístoles
es como empujar una barca
hacia alta mar
en un viaje alrededor del mundo.
Gracias te doy, corazón mío,
porque una y otra vez
me extraes del todo,
y sigo separada hasta en el sueño.
Cuidas de que no me sueñe al vuelo,
y hasta el extremo de un vuelo
para el que no se necesitan alas.
Gracias te doy, corazón mío,
por haberme despertado de nuevo,
y aunque es domingo,
día de descanso,
bajo mis costillas
continúa el movimiento de un día laboral.
De "Mil alegrías -Un encanto-" 1967
Versión de Gerardo Beltrán
Día 16 de mayo de 1973
Una de esas muchas fechas
que ya no me dicen nada.
A dónde fui ese día,
qué hice, no lo sé.
Si en los alrededores se hubiera cometido un crimen,
no tendría coartada.
El sol brilló y se apagó
sin que yo me diera cuenta.
La tierra giró
y no lo mencioné en mi diario.
Preferiría pensar
que morí brevemente,
y no que nada recuerdo,
aunque viví sin pausa.
Pues si no fui ningún fantasma:
respiré y comí,
di pasos
que se oían
y las huellas de mis dedos
tuvieron que haber quedado en las puertas.
Me reflejé en el espejo.
Llevaba puesto algo de algún color.
Y seguro que hubo gente que me vio.
Quizá ese día
encontré algo que había perdido antes.
Quizá perdí algo que encontré después.
Me embargaron sensaciones, sentimientos.
Ahora todo eso es
como puntos entre paréntesis.
En dónde me metí,
en dónde me enterré,
en verdad no es un mal truco
perderse a una misma de vista.
Agito mi memoria,
tal vez algo en sus ramas,
adormecido por años,
salga de pronto volando.
No.
Evidentemente exijo demasiado:
tanto como un segundo.
De "Fin y principio" 1993
Versión de Gerardo Beltrán
Puede ser sin título
Ocurre que estoy sentada bajo un árbol,
a la orilla del río,
en una mañana soleada.
Es un suceso banal
que no pasará a la historia.
No son batallas ni pactos
cuyas causas se investigan,
ni ningún tiranicidio digno de ser recordado.
Y sin embargo estoy sentada junto al río, es un hecho.
Y puesto que estoy aquí,
tengo que haber venido de algún lado
y antes
haber estado en muchos otros sitios,
exactamente igual que los descubridores
antes de subir a cubierta.
El instante más fugaz también tiene su pasado,
su viernes antes del sábado,
su mayo antes de junio.
Y son tan reales sus horizontes
como los de los prismáticos de los estrategas.
El árbol es un álamo que hace mucho echó raíces.
El río es el Raba, que fluye desde hace siglos.
No fue ayer cuando el sendero
se formó entre los arbustos.
El viento, para disipar las nubes
antes tuvo que traerlas.
Y aunque no sucede nada en los alrededores,
el mundo no es más pobre en sus detalles,
ni está peor justificado ni menos definido
que en la época de las grandes migraciones.
No sólo a las conjuras acompaña el silencio.
Ni sólo a los monarcas un séquito de causas.
Y pueden ser redondos no sólo los aniversarios,
sino también las piedras solemnes de la orilla.
Complejo y denso es el bordado de las circunstancias.
Tejido de hormigas en la hierba.
Hierba cosida a la tierra.
Diseño de olas en el que se enhebra un tallo.
Por alguna causa yo estoy aquí y miro.
Sobre mi cabeza una mariposa blanca aletea en el aire
con unas alas que son solamente suyas,
y una sombra sobrevuela mis manos,
no otra, no la de cualquiera, sino su propia sombra.
Ante una visión así, siempre me abandona la certeza
de que lo importante
es más importante que lo insignificante.
De "Fin y principio" 1993
Versión de Gerardo Posada
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