domingo, 3 de enero de 2010

PRENSA (4). "Noche de Reyes", por Gustavo Martín Garzo


Gustavo Martín Garzo

En "El País", el escritor Gustavo Martín Garzo nos deja esta

Noche de Reyes
En 2001, en un viaje en tren con mi hermana María, estuvimos hablando sobre los Reyes Magos, sobre esa increíble conspiración en la que todos -sin excepción, medios de comunicación incluidos- participamos, y cuyo fin es que los niños crean en su existencia real. Los cambios en la edad, por supuesto, son graduales, pero ¿qué mejor frontera que el día en el que te dicen la verdad sobre los Reyes, para marcar el inicio del fin de la infancia? Tiene razón Martín Casariego al hablar de la increíble conspiración que reina en estas fechas en torno a los Reyes Magos. Los niños se encuentran una mañana de enero sus cuartos llenos de juguetes, y sus padres les dicen que los responsables son tres personajes misteriosos que tienen la rara afición de visitarles a escondidas una vez al año para cubrirles de regalos. Una ocurrencia cuanto menos extraña, pues un regalo suele ser un gesto de reconocimiento, pero también de poder. "Al llevar mi regalo eres mío", es la inquietante advertencia que contienen todos los regalos. La pregunta, entonces, es por qué los adultos se escudan en unos seres del mundo de la ficción para atentar contra esa ley esencial del regalo que es dejar clara la identidad de quien lo da y poner la marca de no disponible sobre quien lo recibe. Aún más, por qué en un mundo tan práctico, utilitario y racionalista como el nuestro pervive una costumbre así, y estos remotos seres siguen llegando puntualmente, para celebrar con su gozosa atención la presencia de los niños en el mundo. Una atención hecha a imagen y semejanza de los que dedican todos los padres a sus hijos pequeños, porque, bien mirado, al poner a escondidas los juguetes en sus cuartos, los padres no hacen nada que no hagan cada noche cuando les acompañan a la cama y olvidando sus obligaciones, el mundo sensato en el que deben moverse, les hablan de dragones, de alfombras voladoras, de mundos detenidos en el interior de los lagos, de muchachas que tejen camisas de ortigas y de pájaros de oro. Es decir, les hablan como si contagiados por su hermosura hubieran perdido literalmente la razón. Porque el mundo de los cuentos es ese mundo que sólo puede encontrarse cuando perdemos la razón. Aunque si necesitamos hacer algo así no es para caer en el mundo atroz de la locura sino para salir de él, pues tal vez la peor de las locuras, como dijo Chesterton, es la de aquellos que lo han perdido todo menos la razón.
Franz Kafka tiene un relato en que un pobre hombre, desesperado por el frío que está pasando se monta sobre un cubo vacío y sale volando en dirección a la casa del carbonero. Pero, al verle llegar por los aires, la mujer del carbonero le espanta con su mandil. Nuestra razón es como esa mujer que agita decidida su mandil. Pone las cosas en su sitio, y nos devuelve la cordura, pero nada sabe de la loca esperanza que nos llevó a confundir el cubo con un caballo ni de la alegría inexplicable que sentimos al volar con él en la noche. Y las historias que contamos a los niños están para decirles que ese vuelo y esa alegría son posibles. Ese y no otro es el verdadero significado de la Noche de Reyes. Una noche en que lo que importa de verdad no son tanto los juguetes que los padres dan a sus hijos, sino el hecho de que lo hagan en el seno de una historia. Porque lo que les estamos regalando, al hacerles creer que son los Reyes Magos quienes se los dan, es el don más maravilloso que puede hacerse a un niño, el don de una historia.
Es inevitable, siempre nos vamos tras los que tienen historias así que contar. Eso es el amor, encontrarnos con alguien y sentir que guarda una historia que debemos escuchar. Y tal es el regalo que hacemos a los niños esa noche, el regalo de una dulce y maravillosa historia. Una historia que lejos de apartarles del mundo, les devuelve a él cargados de confianza y gratitud, que es lo que pasa con los Reyes Magos, en que el niño siempre termina despertando en su cuarto real lleno de objetos soñados. Pues ¿acaso no es eso un juguete: un objeto que pertenece por igual al mundo de la realidad y el de los sueños?
¿Deben seguir contando historias así los padres a los niños? No tengo ninguna duda de que sí, incluso los que piensan que a los niños hay que decirles siempre la verdad. La razón nos dice cómo es el mundo, y nos ayuda a descubrir las leyes que lo rigen, pero no nos dice por qué estamos en él, ni si nuestra vida tiene o no algún sentido. ¿La razón? Nuestra vida no cabe en una casa tan pequeña, por eso necesitamos ficciones que nos permitan ampliar el campo de lo posible. Y lo que regalamos a los niños la Noche de Reyes es el regalo de una ficción que habla del amor y sus tímidas locuras. Los libros están llenos de personajes que se van detrás de alguien con la esperanza de escuchar de sus labios historias así. Sancho lo hace detrás de don Quijote, para oírle hablar de caballeros enamorados y ríos llenos de miel; Elsa desafía la prohibición de Lohengrin, para conocer el misterio de los cisnes del lago; Ismael se embarca en el Pequod, para oír hablar de la ballena blanca, y Nausicaa baña y cubre de perfumes a Odiseo, para sentarse a su lado y escuchar el relato de sus amores con Circe. Una historia es un lugar donde se formula una promesa. La historia de don Quijote nos promete un mundo lleno de nobleza, dignidad y alegres desatinos; la del capitán Achab, que puede vencerse a la muerte; y la de Ulises, que existen hechizos capaces de retener a nuestro lado a los seres que amamos. Si las criaturas de los cuentos nos conmueven, es porque son una metáfora de nuestro propio corazón anhelante. Dragones, sirenas, muchachas encantadas, sastrecillos valerosos, tímidos flautistas, todos nos prometen algo cuando se acercan a nosotros. Y la enseñanza principal de la Noche de Reyes es que el regalo más grande que podemos hacer a los niños es el regalo de una historia que les haga sentirse amados. Una historia que les diga que existe la gracia en el mundo, que es lo que prometen todas las historias de amor. Por eso, más que unos simples juguetes, lo que de verdad quiere el niño es que sean los Reyes Magos quienes se los den, y de ahí su terrible decepción cuando descubren que son sus propios padres quienes lo hacen. Esta es la razón de que ni el adulto ni el niño quieran abandonar esa noche el mundo de la magia. El niño para que se cumplan sus deseos, los adultos para hacer ese tipo de promesas que no se pueden cumplir. Tú no te vas a morir nunca, tal es la promesa que, a través de esos personajes de ficción, les hacen los padres a los niños esa noche. El loco amor es tratar de cumplir cosas así.

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