Clara Sánchez
La Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Córdoba, desde el 2000 hasta el 2003, organizó unas Jornadas sobre escritores/as contemporáneos de Narrativa. Entre ellos, en marzo del 2001, estuvo en la Posada del Potro (donde se celebraban por aquel entonces actividades culturales) la actual ganadora del Premio Nadal de Novela 2010, Clara Sánchez. El que suscribe fue el encargado de realizar las presentaciones de aquellos autores y autoras.
Ésta fue la presentación dedicada a la escritora nacida en Guadalajara en 1955:
LA NARRATIVA DE CLARA SÁNCHEZ
¿Cómo encontramos la realidad ante nosotros? ¿De qué formas somos capaces de sobrevivir ante ella? ¿Qué circunstancias son las que pueden abrir sus resquicios a nuestro entendimiento? ¿Cuál es la reacción que nos provoca? Preguntas como éstas anidan desde siempre en la red del arte, en la red de la literatura. Y su respuesta es múltiple, pero también una: depende de la mirada que observa, de su forma de otear, de cómo rastrea, de cómo encuentra. Es decir, depende de las miradas. Y del momento en que nacen las miradas.
Y esas miradas, narrativamente hablando, pueden enfocarse hacia dentro o hacia fuera; pasan por la superficie o intentan penetrar en las profundidades; se anclan en la mera apariencia o se sumergen más allá de las sombras, para encontrar la claridad. O, a través de lo meramente sensible, excavan las cuevas secretas de cada uno de nosotros. Es lo que hay a nuestro alrededor lo que nos hace reaccionar de una determinada manera; y este paisaje, nuestro paisaje, son los demás –su forma de vida-- y lo que les sucede a los demás, lo que dicen, hacen y piensan los otros; lo que sufren, lo que sienten, que influye en mí, que vivo mi tiempo, que existo en mi edad. No es lo mismo examinar nuestro pasado desde la madurez y reflexionar sobre él que imbuirse del presente para construir nuestro futuro. Estas dos miradas, con el tiempo como eje, son las que se dan en las últimas novelas de Clara Sánchez: en “Desde el mirador” y “El misterio de todos los días”, por un lado, y en “Últimas noticias del paraíso”, por el otro.
Ellas parten de la impresión de que ya está todo casi hecho o de que aún queda todo por construir. Pero también de la certeza de que cualquier acontecimiento más o menos importante implica conocer, recuperar esa parte interior, esa idea de cómo funcionan nuestros engranajes vitales. Creo que, en gran parte, la mirada narrativa de Clara Sánchez se halla explicada en las siguientes palabras de algunos de sus personajes: “Es como si nuestra mente fuese poética, pero no nuestra forma de supervivencia. Sólo el amor nos eleva, nos salva a pesar de su gran imperfección”; y “Al fin y al cabo qué es la vida sino una reflexión y un elemento poético”. La poesía como reflexión, que eleva más allá de lo tristemente cotidiano nuestra vida, que profundiza en ella. Pero es una narración-reflexión que en estas novelas –agrupadas como antes hemos hecho-- aparece apuntalada desde dos tonos fundamentales: el serio, en primer lugar, y el irónico, después. El serio, que implica pérdida (“¿Por qué deseamos de forma superior a su cumplimiento? Este desajuste me ha producido siempre el miedo al vacío, a la nada que hay entre lo que es y lo que podría haber sido”) y el irónico, el que nos cuenta una mentira como una verdad, toda vez que, en su abrirse hacia el futuro, un personaje –una persona— soslaya los obstáculos, y sus deseos, sus sueños, se cumplen casi sin dificultades.
El primer caso nos sitúa frente a dos mujeres ya maduras: en Desde el mirador, una comienza a reflexionar a partir de la enfermedad grave de la madre; entiende esa/la enfermedad como la que “enseña nuestra vulnerabilidad, la exhibe. Publica lo que de verdad somos, unos animales más”. La otra --en El misterio de todos los días-- hace de un alumno suyo el centro de su vida; para ella, todo empieza a girar alrededor de él, entra en otro mundo, en el mundo del muchacho; se le alternan y simultanean dos vidas: la exterior y la interior, la de su mente, y esta última, sentida como verdadera, se realiza con el muchacho, a quien desea. Así, vemos cómo el tiempo es el que marca nuestras relaciones con los demás, porque en la enfermedad está la vejez, y en el amor hacia un muchacho mucho más joven que la narradora, la imposibilidad del acercamiento deseado, el puro deseo de ser, que siempre se queda a medias, en una determinada confusión del pensamiento, porque lo que verdaderamente se quiere no se alcanza: el tiempo concretado en los sueños y en las personas, en sus cuerpos y/o en sus almas no se puede atrapar. El misterio de todos los días es el misterio de la percepción del tiempo en las personas, el misterio de las preguntas cuyas respuestas nos han robado los años. Unos posibles encuentros que el tiempo ha desbaratado en nuestra mente. Al fin y al cabo, una imposibilidad de ser realmente lo que queremos, que es ser.
Nos hallamos, pues, ante una narrativa de interiores propiciados por el exterior, ante una manera interiorizada de vivir, de percibir a los demás, y de percibirse uno mismo, de mantenerse en una
(i)realidad que es nuestra propia y muchas veces frustrante experiencia: “El tiempo siempre se ríe de uno, y uno insiste en que ha vivido intensamente para burlarlo”; “A cierta altura de la vida las cosas que te han ocurrido ya no necesitas inventarlas”. Es decir, quizás todo consista, visto así, en salir de la debilidad, en sobrevivirla; una flaqueza que aparece en el cuerpo, en la vida, en el amor, en la enfermedad, en la memoria, en el tiempo, en los deseos y las frustraciones: en todo lo que se ha convertido, sin que nos demos cuenta, en equivocación, o en itinerario que implica salida en cierto modo falsa, por imposible.
Últimas noticias del paraíso, la reciente novela de Clara Sánchez, sin perder de vista ese camino cabalgado entre lo exterior y la introspección de las otras novelas, en cierto sentido le da la vuelta a ese planteamiento; para empezar, hallamos aquí un cambio en la voz narradora: ya no es una mujer: ahora es un muchacho, Fran, un joven que va creciendo y aprendiendo, y que va analizando la realidad que le ha tocado vivir, en una urbanización a las afueras de Madrid, que es como una ciudad en pequeño (sus pistas de tenis, su piscina, jardines, viviendas unifamiliares, guarderías, colegios, centros comerciales, etc.). Estamos ante un proceso de aprendizaje para la vida, en el que la observación de personas y situaciones se convierte en conocimiento: Fran lo tiene bastante claro: todo lo que observa no va con él, mantiene un desapego, un distanciamiento hacia esa cotidianidad que se le revela como vacía, porque en sí lleva una idea de futuro que quiere ir más allá de esa forma de vida moderna, marcada por la rutina, por los pequeños y grandes engaños, por la superficialidad, por el fracaso de la simplísima, aburrida, existencia. Por eso, su sueño, su deseo, alienta hacia otro norte, hacia una realización cuya imposibilidad es evidente: muchos personajes le dicen que es un romántico, y puede serlo, en el sentido de querer apartarse de lo banal; por eso se pregunta: “¿Por qué lo que realmente gusta no es duradero? ¿Por qué tiende a permanecer lo indiferente, lo que no se desea con el auténtico deseo?”. Y lo indiferente es lo cercano, lo de todo el mundo, aquello de lo que él quiere apartarse, porque un romántico es, según definición de un vecino suyo, “alguien que piensa que los tesoros hay que ir a buscarlos a lugares remotos y que tienen que brillar”.
¿Es posible conciliar esos deseos ideales con la existencia cotidiana? Realmente no. Por eso, Fran se ciñe a su particular actitud: no se mueve, no intenta siquiera salir de ahí: es un indolente, un solitario, un conformista, una especie de gandul que va “aceptando” la práctica de la vida conforme le viene, y mantiene la esperanza de que todo cambiará: “Conseguir lo que se quiere debe de ser muy difícil y al mismo tiempo debe de ser muy fácil si pones todos tus pensamientos a empujar lo que quieres. Así que pienso constantemente en lo que quiero, y aunque no haga nada práctico para lograrlo sé que ya se está poniendo en marcha. (...) ...el mundo está tan lleno de cosas que ¿por qué algunas no van a ser para mí?”. Y lo que quiere es ser adulto, tener dinero, una casa propia, no ir de pedigüeño por la vida, hacer una película aunque no tenga ni idea de cine. En definitiva, el triunfo, pero que se lo den hecho. Y ese triunfo lo va logrando, como por arte de esa magia que él se imagina, en el amor, o, mejor, antes, en el sexo, aunque las relaciones que mantiene con las mujeres le vienen dadas, son ellas quienes las inician o es la casualidad la que propicia estos encuentros. Y esas mujeres le van enseñando que (idea romántica) el amor es el que puede salvar esa existencia. Pero el amor, el auténtico amor, no sólo el sexo; el amor que está en el pensamiento, hecho de cuerpo y alma, de erotismo necesario y falta de rutina, no sólo el abrazo que no permanece en la mente, que es como si no existiera. Fran quiere conseguir el paraíso, o sea, lo contrario de esa su realidad vivida: la urbanización, su madre, el padre que se ha ido, el dentista, el profesor del gimnasio, el videoclub, el autobús... Y el paraíso le es dado: la hermana de su amigo Edu se casa con un mexicano; su amigo se mete en negocios turbios y desaparece, pero le da la llave de un apartamento que tiene en Madrid; allí coincide con su novia, una oriental, Yu, que también acude para ver si Edu aparece; se acuesta con ella; se enamora de ella... Encuentra el paraíso. Pero esta mujer pertenece a otro hombre: está casada con alguien que vive en Taiwan, que la reclama. Ese paraíso se pierde. Llega en su ayuda la fortuna: se hace rico de la noche a la mañana. Ya tiene todo lo que quería: la posibilidad de ir en busca de su amor, que es la salvación, la suya. La venganza se ha consumado.
Esa respuesta a la banalidad de la vida que Fran buscaba le ha sido concedida, es decir, su idea, su pensamiento, ha sido capaz de transformar su realidad. Ahí se quedan todos, con sus fracasos, porque eso que él ha deseado con claridad, la claridad del amor, se ha hecho carne: “No me importan Serafín [el vecino], ni Ulises, ni mi madre, ni mis hijos futuros, ni toda esa gente que me inspira compasión, porque no forman parte del agua que he de beber, ni de la comida que he de comer, ni de los sueños que he de tener. Por el contrario, Yu me colma la boca, los ojos, todo el cuerpo”. Y el dinero le facilita su búsqueda, le abre el futuro. Perfecto.
Pero, ¿cómo ha conseguido todo esto? Por un cúmulo de casualidades exóticas: mafias, negocios sucios, desapariciones, llaves en sobres, vecinos acorralados por misteriosos perseguidores, sótanos laberínticos, muertes, una mujer oriental. Inverosimilitud, final feliz, ironía, el deseo que ha destruido la montaña de la realidad, cine. El paraíso de sus sueños al alcance de la mano.
Desde el drama cotidiano, Clara Sánchez nos introduce en el terreno de la comedia, pero sin perder nunca la compostura en el enfoque narrativo, porque imprime a la novela ese aliento sostenido que produce no una salida de tono, sino la adecuada permanencia del registro utilizado.
La necesaria distancia entre la laguna asfixiante de la urbanización y el cielo amoroso de China en Yu se ha vuelto visible. Y esa distancia se hace palabra en la narración, que nos va acumulando todos estos sucesos de forma que no apreciamos hasta el final su inverosimilitud, su pizca de ironía. Perfecta mezcla de cotidianidad y aventura vital que ha conseguido Clara Sánchez, sin apartarse de una forma de contar próxima al realismo, donde los sueños del interior han transmutado el exterior. El triunfo sobre el tiempo, el triunfo del cuerpo, el triunfo sobre la grosera realidad, el triunfo sobre la llamada ciudad más cotilla del mundo. Un camino original para desvelar esa realidad que nos acosa. Un camino que narrativamente va más allá de lo puramente anecdótico, porque su soporte es una precisa disección de ese mundo moderno que nos atrapa y que nos desindividualiza. Entonces lo vemos claro: esta “Últimas noticias” realiza el camino inverso de las anteriores novelas: ya no es la existencia quien conduce al existente, sin que éste pueda hacer nada por evitarlo; es el existente, es Fran, el que crea su existencia, el que modela su tiempo, el que le da una patada en el culo a la miserable urbanización y a sus habitantes.
En estas novelas de Clara Sánchez, se contempla la vida y al ser humano desde distintas perspectivas, y en ellas el lenguaje y la composición, así como la voz que mira y actúa, son ingredientes fundamentales para hablar de la realidad y los deseos, de los sueños que nos asaltan en esta existencia tan concreta que vivimos y sufrimos. Ese misterio cotidiano, de todos los días, nos sale al paso en estas historias, y su pulso se hace pulso nuestro, tanto en sus fatigas como en sus iluminaciones. Parafraseando a la autora, la novela es lo que la novela hace. Y estas novelas hacen mucho: hacen lectores y hacen vida.
Bernardo Ríos
jueves, 7 de enero de 2010
LITERATURA. CLARA SÁNCHEZ. Premio Nadal de Novela 2010
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