miércoles, 6 de enero de 2010

PRENSA. LITERATURA. ALBERT CAMUS

Albert Camus

En "El País", este artículo de David Trueba:

Recuerdo
El lunes se cumplían 50 años de la muerte en accidente de coche del escritor Albert Camus y nadie esperaba que las televisiones españolas le dedicaran un fragmento significativo. Aquí lo que conmemoramos con puntualidad es por ejemplo cuando se le salió la teta a Sabrina en un especial de Nochevieja; hasta puede que sea cierto que dejara más impronta en nuestros cerebros que cualquier pensador destacado. Los franceses, que para esto son muy particulares, le han dedicado al escritor de origen argelino nada menos que una miniserie y dos documentales. Pudimos agarrar el que la cadena francoalemana ARTE preparó a partir de la biografía de Oliver Todd, que aparecía en el mismo, así como alguna de sus amantes más jóvenes. Porque entre otras cosas Camus se murió manteniendo intensas relaciones, además de con su mujer, que padecía problemas psicológicos, con musas puntuales que encontraba en cafés literarios o con la actriz María Casares, que fue una especie de viuda no reconocida. Pero la peripecia sentimental de este hombre, al que hoy los patrocinadores publicitarios e incluso el jurado del Nobel le retirarían las distinciones por conducta impropia, no son lo más relevante del personaje.
En el documental Camus explicaba cómo su moral nacía de dos grandes aficiones: el teatro y el fútbol. A ambas tareas colectivas las elevaba a la categoría de universidad personal, porque le habían enseñado los valores del esfuerzo compartido y el sentimiento de pertenencia. Cada uno se fabrica su propia universidad como cada uno se fabrica su propia tradición. Lo que tendría que convertir a Camus en un personaje de recuerdo obligado en nuestros días es la sabiduría para sacrificar lo intocable de las banderas y las ideologías por la importancia de las personas. En una época segada en barricadas, él se atrevió a denunciar lo que a derecha y a izquierda había de sectario y criminal. Ahora que ya no existen los intelectuales, pero que hay tantas personas cuya voz se escucha, es influyente y modela los comportamientos ajenos, Camus se alza como un ejemplo que no debería alejarse demasiado de las mesillas. Sobre todo cuando afirmaba que el compromiso reposa sobre dos principios: la búsqueda de la verdad y la libertad. Nos quedamos con la teta de Sabrina, da menos disgustos.


En "El Día de Córdoba", este otro, de Eduardo Jordá:

La máquina de escribir
El día que se mató en un accidente de coche, hace ahora cincuenta años, Albert Camus llevaba un billete de tren en el bolsillo. Pero en el último minuto se dejó convencer por su amigo Michel Gallimard, y se subió a un Facel Vega que tenía un motor demasiado potente para su carrocería de deportivo. En un tramo de la carretera nacional 5, entre Sens y Fontainebleau, el coche se empotró contra un árbol. Un testigo dijo que el coche iba muy deprisa, a 130 por hora, pero el informe de la Policía apuntó la posibilidad de un pinchazo en un neumático. Da igual. El caso es que Camus iba en aquel coche, sentado en el asiento del copiloto, y que el coche se estrelló y sus dos ocupantes murieron.
Alguien filmó el lugar donde se produjo el accidente. La grabación está en Youtube. Es un día frío y gris. Unos campesinos miran los restos del coche esparcidos por la carretera, con cara de asombro por el revuelo de cámaras y periodistas. Estoy seguro de que uno le está preguntando a otro: "¿Camus, Camus? ¿Quién era ese tipo? ¿Un boxeador?". Luego se ve un árbol solitario, y un gran trozo de chasis retorcido, y un salpicadero que ha salido disparado y ha caído en un campo desnudo. En la cuneta, un gendarme amontona los objetos que han quedado en el coche: un maletín, unos papeles, una máquina de escribir portátil. Los papeles eran el manuscrito de El primer hombre. Y la máquina era la máquina de escribir de Albert Camus.
La vida es muy rara. Camus debía haber cogido un tren, aunque luego se subió al coche que derrapó en una recta y fue a estrellarse contra el único árbol que había en un tramo de carretera. Y mi profesor de francés, que era un hombre excelente y me animó a leer a Albert Camus, tiene ahora un hijo que se dedica a la política y que tiene una condena en firme por corrupción. A Camus le hubiera intrigado esta historia. De hecho, lo primero que hizo Camus cuando le dieron el Premio Nobel de Literatura fue escribir una carta a su profesor de filosofía, agradeciéndole todo el esfuerzo que había hecho por él cuando era un alumno que prefería jugar al fútbol -de portero- y perseguir a las chicas guapas en vez de estudiar. Yo también le estoy muy agradecido a aquel profesor que me hizo leer a Camus, pero me pregunto por qué su hijo tuvo que dedicarse a hacer negocios sucios aprovechándose de la política. De algún modo, todo el inmenso agradecimiento que le guardo -porque ese profesor me hizo amar los libros- está empañado por la conducta de su hijo deshonesto. Ya sé que un padre no es responsable de lo que haga su hijo, pero esta historia del padre y del hijo encierra el enigma del ser humano. Y si Camus llevaba a todas partes su máquina de escribir, era porque se había propuesto desvelarlo, aun sabiendo que era insoluble.

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