Molière, por Charles-Antoine Coypel
ESCENA ILA GRANGE y DU CROISY.
DU CROISY.- ¿Señor La Grange?
LA GRANGE.- ¿Qué?
DU CROISY.- Miradme un poco, sin reíros.
LA GRANGE.- ¿Y bien?
DU CROISY.- ¿Qué decís de nuestra visita? ¿Estáis muy satisfecho de ella?
LA GRANGE.- A vuestro juicio, ¿tenemos motivo para estarlo los dos?
DU CROISY.- No del todo, en verdad.
LA GRANGE.- En cuanto a mí, os confieso que me tiene completamente escandalizado. ¿Se ha visto nunca a dos bachilleras provincianas hacerse más desdeñosas que estas y a dos hombres tratados con más desprecio que nosotros? Apenas si han podido decidirse a ordenar que nos dieran unas sillas. No he visto jamás hablarse tanto al oído como hacen ellas, bostezar tanto, restregarse tanto los ojos y preguntar tantas veces: "¿Qué hora es?". No han contestado más que sí o no a todo cuanto hemos podido decirles. ¿Y no confesaréis, en fin, que aun cuando hubiéramos sido las últimas personas del mundo, no podía tratársenos peor de lo que lo han hecho?
DU CROISY.- Paréceme que tomáis la cosa muy a pecho.
LA GRANGE.- La tomo, sin duda, y de tal suerte, que quiero vengarme de esta impertinencia. Sé lo que ha motivado ese desprecio. El estilo precioso no solo ha infestado París, sino que también se ha extendido por las provincias, y nuestras ridículas doncellas han absorbido su buena dosis. En una palabra: sus personas son una mezcolanza de preciosas y de coquetas. Ya veo lo que hay que ser para que le reciban a uno bien; y si me hacéis caso, les prepararemos una jugarreta que les hará ver su necedad y podrá enseñarles a conocer un poco mejor el mundo.
DU CROISY.- ¿Y cómo, pues?
LA GRANGE.- Tengo cierto criado, llamado Mascarilla, que pasa, en opinión de muchas gentes, por una especie de cultilocuente, pues no hay nada más asequible hoy en día que la cultilocuencia. Es un maniático a quien se le ha metido en la cabeza alardear de hombre distinguido. Se precia, por lo regular, de galante y de poeta, y desdeña a los otros criados, hasta llamarlos bestias.
DU CROISY.- ¿Y qué pretendéis que haga?
LA GRANGE.- ¿Qué pretendo que haga? Es preciso... Mas salgamos antes de aquí.
Escena II
GORGIBUS, DU CROISY y LA GRANGE.
GORGIBUS.- Qué, ¿habéis visto a mi sobrina y a mi hija? ¿Marcha bien el negocio? ¿Cuál es el resultado de esta visita?
LA GRANGE.- Eso es cosa que podréis saber mejor por ellas que por nosotros. Todo cuanto podemos deciros es que os expresamos nuestro agradecimiento por el favor que nos habéis dispensado y seguimos siendo vuestros muy humildes servidores.
DU CROISY.- Vuestros muy humildes servidores.
GORGIBUS.- (Solo.) ¡Oiga! Parece que salen disgustados de aquí. ¿De dónde podrá provenir su descontento? Hay que enterarse de lo que es. ¡Hola!
Escena III
GORGIBUS y MAROTTE.
MAROTTE.- ¿Qué deseáis, señor?
GORGIBUS.- ¿Dónde están vuestras amas?
MAROTTE.- En su aposento.
GORGIBUS.- ¿Qué hacen?
MAROTTE.- Pomada para los labios.
GORGIBUS.- Ya es demasiado unto; decidles que bajen.
Escena IV
GORGIBUS, solo
GORGIBUS.- Esa bribonas paréceme que tienen ganas de arruinarme con su pomada. No veo por todas partes más que claras de huevo, leche virginal y mil otros chismes que no conozco. Han consumido, desde que estamos aquí, la grasa de una docena de cerdos, cuando menos, y vivirían cuatro criados, a diario, con las pezuñas de carnero que emplean.
Escena V
MADELÓN, CATHOS y GORGIBUS.
GORGIBUS.- ¿Es muy necesario, realmente, hacer tanto gasto para engrasaros el hocico? Decidme, por favor: ¿Qué habéis hecho a esos caballeros que los he visto salir con tanta frialdad? ¿No os había recomendado que los recibierais como personas a quienes quería yo daros por maridos?
MADELÓN.- ¿Y qué estima, padre mío, queréis que hagamos de la conducta irregular de esas gentes?
GORGIBUS.- ¿Qué tenéis que decir de ellas?
MADELÓN.- ¡Linda galantería la suya! ¡Cómo! ¿Empezar lo primero por el casamiento?
GORGIBUS.- ¿Y por dónde quieres entonces que empiecen? ¿Por el concubinato? ¿No es una conducta de la que tenéis motivo para estar satisfechas, y tanto vosotras dos como yo? ¿Hay nada más de agradecer que eso? Y ese lazo sagrado al que aspiran, ¿no es prueba de la honradez de sus intenciones?
MADELÓN.- ¡Ah, padre mío, lo que decís es propio del último burgués! Me avergüenza oíros hablar de ese modo y debierais haceros enseñar el aire elegante de las cosas.
GORGIBUS.- No necesito ni aire ni canción. Te digo que el matrimonio es una cosa santa y sagrada, y que es obrar como gente honrada empezar por eso.
MADELÓN.- ¡Dios mío! ¡Si todo el mundo se os semejase, se acabaría muy pronto una novela! Bonita cosa si Ciro se casara lo primero con Mandané y Aroncio contrajera casamiento, sin dificultad, con Clelia.
GORGIBUS.- ¿Qué me viene a contar esta?
MADELÓN.- Padre mío, aquí está mi prima, que os dirá igual que yo: que el matrimonio no debe nunca llegar sino después de las otras aventuras. Es preciso que un amante, para ser agradable, sepa declamar los bellos sentimientos, exhalar lo tierno, lo delicado y lo ardiente, y que su esmero consista en las formas. Primero, debe ver en el templo o en el paseo, o en alguna ceremonia pública, a la persona de la que esté enamorado, o si no, ser llevado fatalmente a casa de ella por un pariente o un amigo y salir de allí todo soñador o melancólico. Esconderá cierto tiempo su pasión hacia el objeto amado, haciéndole, sin embargo, varias visitas, donde no deje de sacar a colación un tema galante que espolee a las personas de la reunión. Llegado el día, la declaración debe hacerse generalmente en la avenida de algún jardín, mientras la compañía se ha alejado un poco, y esta declaración ha de ir seguida de un pronto enojo, que se revele en nuestro rubor y que aleje durante un rato al amante de nuestra presencia. Luego, encuentra medios de apaciguarnos, de acostumbrarnos insensiblemente al discurso de su pasión, de obtener de nosotras esa confesión tan desagradable. Después de esto vienen las aventuras, los rivales que se atraviesan ante una inclinación arraigada, las persecuciones de los padres, los celos cimentados en falsas apariencias, las quejas, las desesperaciones, los raptos y todo lo demás. He aquí cómo se ejecutan las cosas dentro de las maneras elegantes, y con esas reglas, de las que no se podría prescindir en buena galantería. Mas el llegar de buenas a primeras a la unión conyugal, hacer al amor tan solo al concertar el contrato matrimonial y empezar justamente la novela por la cola, os repito, padre mío, que no hay nada más vulgar que ese proceder, y me dan náuseas solo de pensar en eso.
GORGIBUS.- ¿Qué diablo de jerigonzas estoy oyendo? Eso es, realmente, gran estilo.
CATHOS.- En efecto, tío; mi prima da en el quid de la cosa. ¡El medio de recibir bien a gentes que son completamente chabacanas en galanterías! Estoy por apostar que no han visto nunca el mapa de la Ternura, y que los Dulces Billetes, las Atenciones Delicadas, las Esquelas Galantes y los Lindos Versos, son tierras desconocidas para ellos. ¿No veis que su persona entera revela eso y que carecen de ese aire que da a primera vista una buena opinión de la gente? Venir de visita amorosa con una pierna toda lisa, un sombrero desprovisto de plumas, una cabeza de cabellera irregular y una chupa que padece indigencia de cintas. ¡Dios mío! ¿Qué amantes son esos? ¡Qué sobriedad de atavíos y qué sequedad de conversación! No se pueden soportar ni resistir. He notado asimismo que sus valonas no son de buena procedencia, y que falta medio pie largo para que sus calzas sean lo suficientemente anchas.
GORGIBUS.- Creo que están locas las dos; no logro entender nada de esta jerga. Cathos, y tú, Madelón..
MADELÓN.- ¡Oh, por favor, padre mío, prescindid de estos nombres raros y llamadnos de otro modo!
GORGIBUS.- ¡Cómo! ¿Esos nombres raros no son los vuestros de pila?
MADELÓN.- ¡Dios mío, qué vulgar sois! Uno de mis asombros es que hayáis podido tener una hija tan espiritual como yo. ¿Se ha dicho jamás en estilo distinguido, Cathos o Madelón? Y no me confesaréis que bastaría con uno de estos nombres para desacreditar la más bella novela de mundo.
GORGIBUS.- Escuchad: basta solo con una palabra. No consiento en modo alguno que llevéis otros nombres que los que fueron dados por vuestros padrinos y madrinas, y en cuanto a esos señores de que se trata, conozco sus familias y sus bienes, y quiero que os dispongáis a aceptarlos por maridos. Me canso de teneros a mis espaldas, y la custodia de dos doncellas es una carga demasiado pesada para un hombre de mi edad.
CATHOS.- Por lo que a mí se refiere, todo cuanto puedo deciros es que encuentro el matrimonio una cosa completamente molesta. ¿Cómo puede sufrirse el pensamiento de acostarse con un hombre totalmente desnudo?
MADELÓN.- Permitid que respiremos un poco el alto mundo de París, adonde acabamos de llegar. Dejadnos forjar a gusto la trama de nuestra novela y no apresuréis tanto su final.
GORGIBUS.- (Aparte.) No cabe duda, están locas. (Alto.) Repito que no entiendo nada de todas esas pamplinas; quiero ser amo absoluto, y para cortar toda clase de discursos, o estáis casadas las dos muy pronto, o, ¡a fe mía!, que seréis monjas; lo juro de verdad.
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