Michael Connelly
'A los personajes hay que agitarlos'
BARBARA CELIS 16/10/2010
Como novelista, le interesa el conflicto. En su nueva obra, Nueve dragones, el detective Harry Bosch cambia de escenario y muestra su lado vulnerable al tener que resolver en Hong Kong un caso en el que su hija es una de las víctimas
El escritor Michael Connelly (Filadelfia, 1956) se tropezó con su destino una noche en plena adolescencia volviendo a casa en Fort Lauderdale (Florida). Fue allí donde inesperadamente se convirtió en testigo de un acto criminal que dibujaría el resto de su vida: un hombre lanzó un paquete a unos matorrales y salió corriendo. Connelly decidió curiosear y descubrió un revólver. Fue así como se sentó por primera vez frente a la policía. En aquella ocasión fue él quien generó información valiosa para una investigación en curso. Pero el interrogatorio al que fue sometido, y el ambiente de la comisaría, bastaron para que aquel joven quisiera averiguarlo todo de ese universo de detectives y criminales del que apenas tenía consciencia y hacia el que fue abducido irremediablemente, primero como lector voraz de autores como Raymond Chandler, después como periodista de sucesos, y finalmente como escritor.
En ese papel, su nombre ha dado la vuelta al mundo: le avalan 22 títulos, millones de libros vendidos y, sobre todo, un detective, Harry Bosch. Ese nombre es para los lectores actuales de novela negra lo que para un adicto a las series de televisión sería Jimmy McNulty (el protagonista de The Wire): un personaje arquetípico, fumador, bebedor y con una vida personal desastrosa que trabaja en el departamento de policía de Los Ángeles, desde donde resuelve casos complejos que además suelen hacerle atravesar vía crucis personales. Pero ninguno comparable al del penúltimo libro de Connelly, que por fin llega a España, Nueve dragones, donde por primera vez se saca a Bosch de contexto para situarlo en Hong Kong. Allí tendrá que resolver un caso aparentemente imposible en el que la víctima es su propia hija. "Ha sido una decisión meditada, a la que llevaba años dándole vueltas. Bosch es un tipo que se siente invulnerable, pero al poner a su hija en peligro y en una ciudad que no es la suya, yo podía romper esa premisa -su autoconfianza- que domina casi todos los libros y crear una situación diferente". Connelly habla parapetado tras una frialdad expresiva absoluta desde el sillón inmaculado de su apartamento neoyorquino, donde todo es blanco y apenas hay nada, es decir, solo lo justo y necesario para quien pasa apenas una semana al mes en esa ciudad: mesa, dos sillas, sillón, alfombra... todo ordenadísimo e impoluto. "La ciudad que yo amo es Los Ángeles. Me enamoré de ella a través de los libros de detectives, y cuando el trabajo me llevó hasta allí (un contrato en Los Angeles Times como periodista de investigaciones criminales después de ganar un 'Premio Pulitzer') no me defraudó. Es buen material para las novelas. Además, allí conozco a la policía; son mis fuentes para mis libros", explica un hombre que, pese a aquella fascinación, regresó a Florida hace unos años porque se lo pidió su esposa. Y es que ni los escritores ni los policías responden al mito que se construye alrededor de ellos en el cine o en la literatura. Connelly es un hombre familiar, casado desde hace un par de décadas y con una hija adolescente -como la hija de Bosch-. Los policías que le proveen de material para sus historias "no están alcoholizados ni escuchan jazz, son gente muy normal que cada noche vuelve a su casa con su familia". Sin embargo, el arquetipo de detective torturado interiormente que antes que él utilizaron desde James Ellroy hasta todos los grandes del género tiene sentido porque no solo resulta entretenido para el lector, sino para quien lo escribe. "Los conflictos están en el centro de la buena ficción. ¿Por qué McNulty ha interesado tanto? Porque es un tipo con muchas capas, con problemas, que te engancha no por los casos que resuelve, sino por su conflicto consigo mismo y con el mundo. Como en las buenas novelas negras. A mí, como novelista, lo que me interesa es el conflicto. Si voy a pasarme un año escribiendo un libro, más vale que tenga algo interesante sobre lo que escribir, y eso me lo va a dar un personaje con complejidades. Si no, me aburriría".
Al igual que David Simon, creador de The Wire, Connelly trata de ser fiel en sus libros a una realidad que conoció bien durante sus años de reportero y que, curiosamente, cada vez se refleja menos en las noticias de los diarios y más en la ficción. "Es extraño, pero está ocurriendo. Lo que pasa hoy en Baltimore lo sabemos todos por esa serie, no por los periódicos. Y no creo que los grandes diarios estén en condiciones de recuperar ese papel tan importante que siempre habían tenido de vigilantes del cuarto poder. Esa voz se ha difuminado y está extendiéndose a otras plataformas. Estamos en una época de cambios, aunque no sé hacia dónde vamos", asegura. El conflicto entre el viejo y el nuevo periodismo lo trató Connelly en The Scarecrow (El espantapájaros), en el que un veterano reportero de sucesos tiene que enseñarle los secretos del oficio a un joven becario. Su protagonista, Jack McEvoy, es un periodista que apareció en la bibliografía de Connelly en 1996 en El poeta, donde el autor rompió por primera vez con Bosch tras cuatro libros dedicados a sus vicisitudes. "A veces necesito recargarme y dejar al personaje de lado. Me muevo por instinto, siento que debería escribir sobre otras cosas y normalmente lo que ocurre es que después me apetece mucho volver a él". Así fue como nació McEvoy, la detective Rachel Walling o el detective Terry McCaleb, protagonistas de libros fuera de la serie dedicada a Bosch, en la que, no obstante, a veces también se cuelan. "Son pequeños guiños y juegos que uno hace como escritor", comenta. Pero no son libros menores. Al contrario, Deuda de sangre, por ejemplo, quizá sea una de sus obras más premiadas, y el protagonista también es detective, McCaleb, un policía retirado al que le piden investigar la muerte de la mujer de la que él recibió un trasplante de corazón. El escritor también se ha distanciado de Bosch mediante Mickey Haller, un abogado defensor que tiene su oficina montada en un coche "y cuya historia está basada en un personaje completamente real". El libro El inocente, del que es protagonista, está en proceso de convertirse en película. Al peculiar abogado lo interpretará Matthew McConaughey, acompañado por Marisa Tomei y Ryan Philippe, entre otros. Sin embargo, Connelly no ha participado en el guión. "Soy un escritor que escribe libros. Mi experiencia me dice que debo escribir mis libros, y si alguien quiere hacer una película con ellos, debo buscar el control sobre la gente que la quiera hacer, pero después hay que desentenderse". Connelly no tuvo precisamente un encuentro agradable con Hollywood la primera vez. Aunque fue Clint Eastwood quien quiso llevar al cine Deuda de sangre, el filme fue un desastre en la taquilla y a Connelly no le gustó el resultado. "Pero esta vez todo tiene muy buen aspecto", aseguraba durante una entrevista en la que poco a poco fue bajando la guardia para mostrarse más humano.
¿No se aburre de llevar veinte años atado al mismo personaje? "Por una parte, es fantástico, y por otra, es muy difícil. La parte positiva es que me ha dado la oportunidad de mirar hacia una ciudad como Los Ángeles durante un periodo muy amplio y conocerla en todos sus detalles. Además, desde un punto de vista puramente literario, el tiempo de vida de un personaje facilita las cosas: como su mundo ya está creado y es muy sólido, yo puedo concentrarme más en la trama. Pero lo difícil es que los personajes evolucionen, no pueden quedarse estancados y por eso tienes que hacer cosas para agitarlos un poco, darles nuevas dimensiones. Nueve dragones es un buen ejemplo. Yo espero que sea una buena novela de misterio, pero además al crear esa nueva situación junto a su hija tras lo ocurrido en Hong Kong, se sientan las bases para futuras tramas". El día de la entrevista, el pasado septiembre, ya estaba enfrascado en ellas, como delataba su ordenador, el único objeto que se dejaba ver sobre las vacías superficies de la casa, y aunque no quiso adelantar acontecimientos asegura que le ronda la cabeza "escribir un libro a través de los ojos de la hija de Bosch". No obstante, la novela que ha sucedido en el tiempo a Nueve dragones, titulada The reversal y recién editada en Estados Unidos, está protagonizada, a partes iguales, por Mickey Heller y Henry Bosch (cuyo nombre, por cierto, deriva del pintor holandés Hieronymus Bosch). De momento, ninguna de sus sagas tiene fecha de caducidad.
Nueve dragones. Michael Connelly. Traducción de Javier Guerrero. Roca Editorial. Barcelona, 2010. 352 páginas. 20 euros. http://www.michaelconnelly.com/.
PRIMERAS PÁGINAS DE NUEVE DRAGONES (en "El País"):
1
Desde el otro lado del pasillo, Harry Bosch miró hacia el cubículo de su compañero y lo vio sumido en su ritual diario de alinear las carpetas apiladas, despejar de papeles el centro de la mesa y, por último, guardar la taza de café enjuagada en un cajón. Echó un vistazo a su reloj y vio que sólo eran las cuatro menos veinte; daba la impresión de que Ignacio Ferras empezaba cada día su ritual un minuto o dos antes que la jornada anterior. Aún era martes, el inicio de una semana de cuatro días después del puente del Día del Trabajo, y Ferras ya se estaba preparando para salir temprano. El desencadenante de esta rutina era siempre una llamada de teléfono desde su casa: allí lo esperaba una mujer con un niño de dos años y dos gemelos recién nacidos.
La esposa de Ferras miraba el reloj como lo haría el propietario de una tienda de golosinas con los niños gordos. Necesitaba un descanso y que su marido volviera a casa para concedérselo. Incluso desde el otro lado del pasillo y con las mamparas de insonorización de un metro veinte que separaban los espacios de trabajo en la nueva sala de la brigada, Bosch podía oír los dos lados de la conversación, que siempre empezaba con: "¿Cuándo vas a llegar a casa?".
Una vez que puso todo en orden en su espacio de trabajo, Ferras miró a su compañero.
-Harry, me voy a ir ahora, que hay menos tráfico -dijo-. Hay varias llamadas pendientes, pero tienen mi móvil. No hace falta que espere aquí.
Ferras se masajeó el hombro izquierdo mientras hablaba, lo cual también formaba parte de la rutina. Era su forma no verbal de recordarle a Bosch que le habían herido de bala hacía dos años y se había ganado el derecho de salir antes.
Bosch se limitó a asentir. En realidad, la cuestión no era si su compañero salía antes del trabajo ni si se lo había ganado; era una cuestión de compromiso con la misión de Homicidios, de saber si estaría allí cuando llegara el siguiente caso. Ferras se había pasado nueve meses en fisioterapia y rehabilitación antes de reincorporarse a la brigada. En el año transcurrido desde entonces, había trabajado en los casos con una reticencia que estaba acabando con la paciencia de Bosch. No se mostraba comprometido, y Harry se estaba cansando de esperarlo.
También se estaba cansando de esperar un nuevo crimen. Hacía cuatro semanas que no les asignaban un caso y ya había llegado la ola de calor del final del verano. Bosch sabía, tan seguro como que el viento de Santa Ana sopla por los pasos de montaña, que recibirían un caso.
Ferras se levantó y cerró el cajón de su escritorio. Estaba cogiendo la chaqueta del respaldo de la silla cuando Bosch vio que Larry Gandle salía de su oficina, situada al otro lado de la sala de la brigada, y se dirigía hacia ellos. Como miembro más veterano de la pareja, a Bosch le dieron a elegir cubículo un mes antes, cuando la División de Robos y Homicidios empezó a trasladarse desde el decrépito Parker Center al nuevo edificio de la Administración de Policía. La mayoría de los detectives de grado tres eligieron los cubículos orientados a las ventanas con vistas al ayuntamiento. Bosch optó por lo contrario: cedió la vista a su compañero y escogió el espacio que le permitía observar lo que ocurría en la sala de la brigada. Al ver que se acercaba el teniente, supo de manera instintiva que su compañero no volvería a casa temprano.
Gandle sostenía una hoja arrancada de un cuaderno y tenía un brío extra en sus andares. Eso le bastó a Bosch para comprender que su espera había concluido: allí tenía el caso, el nuevo crimen. Empezó a levantarse.
-Bosch y Ferras, en marcha -dijo Gandle cuando llegó hasta ellos-. Necesito que os ocupéis de un caso en el South Bureau.
Bosch vio que su compañero dejaba caer los hombros bruscamente. No le hizo caso y estiró el brazo para coger el papel que sostenía Gandle. Miró la dirección escrita en él: South Normandie. Había estado allí antes.
-Es una licorería -explicó Gandle-. Un hombre muerto detrás del mostrador; la patrulla está reteniendo a un testigo. No sé nada más. ¿Listos para salir?
-Listos -dijo Bosch antes de que su compañero pudiera quejarse.
Pero no funcionó.
-Teniente, esto es Homicidios Especiales -protestó Ferras, volviéndose y señalando la cabeza de jabalí colgada encima de la puerta de la sala de la brigada-. ¿Por qué hemos de ocuparnos de un atraco en una licorería? Sabe que es un caso de bandas y los de South pueden resolverlo antes de medianoche, o al menos saber quién ha disparado.
Ferras tenía razón. Los casos difíciles y complejos los llevaban Homicidios Especiales, una brigada de élite que se encargaba de investigaciones complicadas con el talento implacable de un jabalí que hurga en el barro para sacar una trufa. Un atraco en una licorería situada en un territorio controlado por las bandas difícilmente cumplía esos requisitos.
Gandle, cuya calva y expresión adusta lo convertían en el administrador perfecto, separó las manos en un ademán que expresaba una ausencia absoluta de compasión.
-Os lo dije a todos en la reunión de personal de la semana pasada: esta semana nos toca reforzar a South. Están en cuadro, tienen un equipo de guardia mientras todos los demás están en un curso de homicidios hasta el día 14. Les tocaron tres casos el fin de semana y éste, esta mañana, así que el equipo de guardia no da para más. Es vuestro turno y os toca el caso del atraco. Punto. ¿Alguna pregunta? La patrulla está esperando allí con un testigo.
-Allá vamos, jefe -dijo Bosch, zanjando la discusión.
-Espero noticias. -Gandle se dirigió de nuevo a su despacho.
Bosch cogió la americana del respaldo de su silla, se la puso y abrió el cajón de en medio de su escritorio. Cogió el cuaderno de cuero de su bolsillo de atrás y sustituyó el bloc de papel rayado por otro nuevo. Asesinato nuevo, bloc nuevo: era su rutina. Miró la placa de detective repujada en la tapa del cuaderno y volvió a guardárselo en el bolsillo de atrás. La verdad era que no le importaba qué clase de caso fuera; sólo quería uno. Como con cualquier otra cosa, si pierdes la práctica, pierdes la ventaja. Bosch no quería que le ocurriera eso.
Ferras se quedó con los brazos en jarras, mirando el reloj situado encima del tablón de anuncios.
-Mierda -dijo-. Otra vez.
-¿Cómo que "otra vez"? -preguntó Bosch-. No hemos tenido un caso en un mes.
-Sí, pero ya me estaba acostumbrando.
-Bueno, si no quieres trabajar en Homicidios, seguro que encuentras un puesto de nueve a cinco en robos de coches, por ejemplo.
-Sí, claro.
-Pues vamos.
Bosch salió al pasillo y se encaminó a la puerta. Ferras lo siguió, sacando el teléfono para llamar a su mujer y darle la mala noticia. Antes de salir, los dos hombres levantaron el brazo y tocaron el hocico del jabalí para que les diera buena suerte.
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