miércoles, 20 de octubre de 2010

LITERATURA ESPAÑOLA Y UNIVERSAL El "Decamerón". JORNADA CUARTA. NOVELA TERCERA

Cuadro de John William Waterhouse

NOVELA TERCERA

Tres jóvenes aman a tres hermanas y con ellas se fugan a Creta; la mayor, por celos, mata a su amante; la segunda, entregándose al duque de Creta, salva de la muerte a la primera, cuyo amante la mata y con la primera huye, es culpado de ello el tercer amante con la tercera hermana y, presos, lo confiesan y por temor a morir corrompen con dinero a la guardia, y, pobres, huyen a Rodas y en la pobreza allí mueren.

Filostrato, oído el final del novelar de Pampínea, se quedó un poco ensimismado y luego dijo volviéndose a ella:
-Algo bueno y que me agradó hubo al final de vuestra novela, pero demasiada diversión hubo antes que habría querido que no hubiese.
Luego, volviéndose a Laureta, dijo:
-Señora, seguid vos con una mejor, si es que puede ser.
Laureta, riendo, dijo:
-Demasiado cruel estáis contra los amantes, si sólo un mal fin les deseáis; y por obedeceros os contaré una sobre tres que igualmente mal terminaron habiendo gozado poco de su amor. Y dicho esto, comenzó:
Jóvenes señoras, como claramente podéis conocer, todos los vicios pueden volverse, con grandísimo dolor, contra quien los tiene y muchas veces contra otros; y entre los que con más flojas riendas a nuestros peligros nos lleva, me parece que la ira sea el que más; la cual no es otra cosa que un movimiento súbito y desconsiderado, movido por los sentidos dolores; el cual, desterrada toda razón y teniendo los ojos de la mente ofuscados por tinieblas, con ardentísimo furor enciende nuestro ánimo. Y aunque con frecuencia le sobreviene al hombre, y más a unos que a otros, no menos ha sobrevenido (y con mayores daños) a las mujeres, porque más fácilmente se enciende en ellas y allí arde con llama más clara y con menor freno las agita.
Y no hay que maravillarse de ello: porque, si queremos mirar, veremos que su fuego por su naturaleza antes prende en las cosas ligeras y suaves que en las duras y más pesadas; y nosotras somos (no lo tengan a mal los hombres) más delicadas que lo son ellos, y mucho más volubles. Por lo cual, viéndonos naturalmente a esto proclives, y mirando después cómo nuestra mansedumbre y benignidad son gran reposo y placer a los hombres con quien acostumbramos a tratar, y cómo la ira y el furor son de gran angustia y peligro, para que de ella con más fuerte pecho nos guardemos, el amor de tres jóvenes y de otras tantas señoras, como dije antes, convertido de feliz que era en infelicísimo por la ira de una de ellas, entiendo mostraros con mi historia.
Marsella es, como sabéis, en Provenza, una nobilísima y antigua ciudad, situada junto al mar, y ha sido antes en hombres ricos y en grandes mercaderes más copiosa de lo que hoy se ve; entre los que hubo uno llamado N'Arnald Civada, hombre de nacimiento ínfimo pero de claro honor y leal mercader, sin medida rico en posesiones y en dineros, el cual de su mujer tenía muchos hijos entre los cuales tres eran mujeres, y eran de edad mayores que los otros que eran varones. De las cuales, dos, nacidas de un parto, tenían quince años de edad, la tercera tenía catorce; y nada esperaban sus parientes para casarlas sino la vuelta de N'Arnald, que con su mercancía se había ido a España. Eran los nombres de las dos primeras, el de la una Ninetta, y de la otra Maddalena; la tercera se llamaba Bertella. De Ninetta estaba un joven, gentilhombre aunque fuese pobre, llamado Restagnone, enamorado cuanto más podía, y la joven de él; y de tal modo habían sabido obrar que, sin que ninguna persona en el mundo lo supiese, gozaban de su amor; y ya buen espacio gozado habían cuando sucedió que dos jóvenes amigos, de los cuales uno se llamaba Folco y el otro Ughetto, muertos sus padres y habiendo quedado riquísimos, el uno de Maddalena y el otro de Bertella se enamoraron. De lo cual percatándose Restagnone (habiéndole sido por Ninetta mostrado) pensó en poder ayudarse en sus carencias con el amor de éstos; y familiarizándose con su trato, ahora a uno ahora al otro, y a veces a los dos, les acompañaba a ver sus señoras y la de él.
Y cuando lo bastante familiar y amigo suyo le pareció ser, un día a su casa llamándoles les dijo:
-Carísimos jóvenes, nuestro trato os puede haber demostrado cuánto es el amor que os tengo y que por vosotros pondría en obra lo que por mí mismo pondría; y porque mucho os amo, lo que se me ha venido al ánimo entiendo mostraros, y vosotros luego conmigo, juntos, tomaremos el partido que os parezca mejor. Vosotros, si vuestras palabras no mienten, y por lo que en vuestros actos de día y de noche me parece haber comprendido, en grandísimo amor por las dos jóvenes que amáis ardéis, y yo por la tercera, su hermana; al cual ardor, si queréis concedérmelo, me pide el corazón hallar un muy dulce y placentero remedio como es éste: vosotros sois riquísimos, lo que no soy yo; si quisierais juntar vuestras riquezas y hacerme a mí tercer poseedor de ellas junto con vosotros y deliberar a qué parte del mundo podríamos ir a vivir alegremente con ellas, sin falta me dice el corazón que podré hacer que las tres hermanas, con gran parte de lo que tiene su padre, con nosotros a donde queramos ir vengan, y allí cada uno con la suya a guisa de hermanos vivir podremos como los hombres más felices que hay en el mundo. A vosotros os toca ahora decidir si queréis haceros felices con esto, o dejarlo.
Los dos jóvenes, que sobremanera ardían, al oír que a las dos jóvenes tendrían, no pasaron mucho trabajo deliberando sino que dijeron que, si esto sucedía, estaban dispuestos a hacerlo. Restagnone, con esta respuesta de los jóvenes, de allí a pocos días se encontró con Ninetta, a la que no sin gran dificultad ver podía; y luego de que un tanto con ella hubo estado, lo que había hablado con los jóvenes le explicó, y con muchas razones se ingenió en que esta empresa le agradase. Pero poco difícil le fue porque ella mucho mas que él deseaba poder estar con él sin sobresalto; por lo que de buena gana le contestó que le placía y que sus hermanas, y máximamente en esto, harían lo que ella quisiese; le dijo que todas las cosas necesarias para ello lo antes que pudiera preparase.
Volviendo Restagnone a los dos jóvenes, que mucho sobre lo que les había dicho le preguntaban, les dijo que por parte de sus señoras el asunto estaba decidido; y entre ellos deliberaron irse a Creta después de vender algunas posesiones que tenían, bajo título de querer ir a comerciar con los dineros, y trocadas en dineros todas las demás cosas que tenían, compraron una saetía y la armaron secretamente con gran ventaja, y esperaron el término puesto.
Por otra parte, Ninetta, que del deseo de las hermanas demasiado sabía, con dulces palabras en tanto afán de hacer aquello las inflamó que les parecía que no iban a vivir lo suficiente para llegar a ello. Por lo que, venida la noche en que debían subir a la saetía, las tres hermanas, abierto un gran cofre de su padre, de él grandísima cantidad de dineros y de joyas sacaron, y con ellas, de casa las tres ocultamente saliendo, según lo planeado, allí a sus tres amantes que las esperaban encontraron; con los cuales sin ninguna demora a la saetía subidas, dieron los reinos al agua y se fueron, y sin detenerse un punto en ningún lugar, a la tarde siguiente llegaron a Génova, donde los noveles amantes gozo y placer por primera vez tomaron de su amor. Y proveyéndose de aquello que necesitaban se fueron, y de un puerto en otro, antes de que llegase el día octavo, sin ningún impedimento llegaron a Creta, donde grandísimas y hermosas posesiones compraron, en las cuales, asaz cerca de Candia construyeron hermosísimas y deleitables mansiones; y allí con muchos sirvientes, con perros y con aves de presa y con caballos en convites y en fiestas y en placeres con sus mujeres lo más contentos del mundo a guisa de barones comenzaron a vivir. Y viviendo de tal manera, sucedió (así como vemos suceder todos los días) que aunque las cosas mucho gusten, si se tienen en cantidad excesiva cansan, que a Restagnone, el cual mucho amado había a Ninetta, pudiéndola sin ningún temor tener a todo su placer, comenzó a cansarle, y por consiguiente, a fallarle el amor hacia ella. Y habiéndole en una fiesta sumamente agradado una joven del país, hermosa y noble señora, y cortejándola con toda asiduidad, comenzó a hacer por ella maravillosos gastos y fiestas, de lo que percatándose Ninetta, le entraron tantos celos de él que no podía dar un paso sin que ella lo supiera y sin que luego con palabras y con reproches a él y a ella no se atribulase. Pero así como la abundancia de las cosas engendra el fastidio, así multiplica el apetito el ser negadas las que se desean: y así los reproches de Ninetta acrecentaban las llamas del nuevo amor de Restagnone; y como con el paso del tiempo aconteciese o que Restagnone la intimidad de la mujer amada tuviese o que no, Ninetta, quienquiera que se lo dijese, lo tuvo por cierto, con lo que cayó en tanta tristeza, y de ella en tanta ira y subsiguientemente a tanto furor pasó que, convertido el amor que a Restagnone tenía en amargo odio, cegada por la ira, pensó con la muerte de Restagnone vengar la vergüenza que le parecía haber recibido. Y hecha venir a una vieja griega, gran maestra en componer venenos, con promesas y con dones la condujo a hacer un agua mortífera, la que ella, sin aconsejarse con nadie, una noche a Restagnone acalorado y que aquello no temía le dio a beber. El poder de aquello fue tal que antes de que llegase la mañana lo había matado; cuya muerte, sintiendo Folco y Ughetto y sus mujeres, sin saber que de veneno hubiese muerto, junto con Ninetta amargamente lloraron y honradamente lo hicieron sepultar. Pero sucedió no muchos días después que, por otra malvada acción, fue apresada la vieja que a Ninetta el agua envenenada le había preparado, la cual, entre sus otras maldades, al darle tortura, confesó ésta, claramente mostrando lo que por ello había sucedido; por lo que el duque de Creta, sin nada decir, ocultamente una noche fue a los alrededores de la villa de Folco, y sin alboroto ni oposición ninguna, se llevó presa a Ninetta, de la cual, sin ninguna tortura, prestísimamente lo que oír quería obtuvo sobre la muerte de Restagnone.
Folco y Ughetto ocultamente le habían oído al duque, y a sus mujeres, por qué había sido apresada Ninetta; lo que mucho les dolió, y todo trabajo ponían en hacer que Ninetta escapase al fuego, al que creían que sería condenada, como quien muy bien merecido lo tenía, porque el duque firme estaba en querer hacer justicia. Maddalena, que hermosa joven era y largamente había sido cortejada por el duque sin nunca haber querido hacer nada que él desease, imaginando que si le daba gusto podría librar a la hermana del fuego, por un cauto embajador se lo dio a entender, que ella estaba por completo a sus órdenes si dos cosas se siguiesen de ello; la primera, que recuperase a su hermana salva y libre; la otra, que esto fuese cosa secreta. El duque, oída la embajada y agradándole, largamente consideró si debía hacerlo y al final estuvo de acuerdo y repuso que estaba pronto. Haciendo, pues, con consentimiento de la señora (como si de ellos quisiera informarse del asunto) detener una noche a Folco y a Ughetto, fue secretamente a albergarse con Maddalena; y fingiendo primero haber puesto a Ninetta dentro de un saco y deber aquella noche misma arrojar al mar con una piedra atada al cuello, con él se la llevó a su hermana y por precio de aquella noche se la dio, rogándole al irse por la mañana que aquella noche, que había sido la primera de su amor, no fuese la última, y además de esto le ordenó que de allí hiciese partir a la mujer culpable para que no le fuese reprochado aquello y no tuviese que empezar de nuevo a maltratarla. A la mañana siguiente, Folco y Ughetto, habiendo oído que Ninetta por la noche había sido arrojada al mar, y creyéndolo, fueron liberados; y a su casa para consolar a sus mujeres de la muerte de la hermana retornados, por mucho que Maddalena se ingeniase en esconderla mucho, Folco se dio cuenta de que estaba allí; de lo que se maravilló mucho y súbitamente sospechó, habiendo ya oído que el duque había cortejado a Maddalena, y le preguntó cómo podía ser que Ninetta estuviese aquí. Maddalena urdió una larga fábula para querérselo explicar, poco por él (que era malicioso) creída, y a decir la verdad la constriñó; y ella, luego de muchas palabras, se la dijo.
Folco, vencido por el dolor y montando en ira, desenvainada una espada, a ella que en vano le pedía merced, la mató; y temiendo la ira y la justicia del duque, dejándola muerta en la alcoba, se fue donde Ninetta estaba, y con rostro infinitamente alegre, le dijo:
-Vamos pronto allí donde tu hermana ha determinado que te lleve para que no vuelvas a manos del duque.
La cual cosa creyendo Ninetta, y como temerosa, deseando irse, con Folco, sin otra despedida buscar de su hermana, siendo ya de noche, se puso en camino, y con aquellos dineros a que Folco pudo echar mano, que fueron pocos; y yéndose al puerto, subieron a una barca y nunca más se supo dónde llegaron. Venido el día siguiente y siendo Maddalena hallada muerta, hubo algunos que por envidia y odio que tenían a Ughetto, rápidamente al duque se lo hicieron saber, por la cual cosa el duque, que mucho amaba a Maddalena, corriendo fogosamente a la casa, a Ughetto apresó y a su mujer, que de estas cosas todavía nada sabían, esto es de la partida de Folco y Ninetta, los constriñó a confesar que ellos juntos con Folco habían sido culpables de la muerte de Maddalena. Por cuya confesión ellos, fundadamente temiendo la muerte, con gran habilidad a quienes los guardaban corrompieron, dándoles una cierta cantidad de dineros que en su casa escondidos para los casos necesarios guardaban: y junto con los guardias, sin tener espacio de poder coger ninguna de sus cosas, montándose en una barca, de noche se escaparon a Rodas, donde en pobreza y miseria vivieron no mucho tiempo. Pues a semejante partido el loco amor de Restagnone y la ira de Ninetta les condujeron a ellos y a los demás.

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