Jesús Hilario Tundidor
Mirad,
ahora lo pongo
sobre mi mano: oídlo,
justifica
una vida. Dentro
de su volumen cabe
la desesperación y la esperanza,
los ríos en tinieblas y la clara
posesión de la luz.
Si lo tuviera
unos instantes más me quemaría
su peso, su ternura, su profundo
misterio. Jamás frente a mis ojos
a tal extensión tuve:
aquí el presentimiento, allá las sombras,
en largo cauce el júbilo, la dicha
mortal y repasada, y ocupando
su contorno o distancia el agua siempre
ávida de entregarse,
el buen amor que nunca
termina concedido.
Honda fue su verdad y es su ceniza.
Bajo
su sencillez de forma,
en el ámbito
luminoso de su noche sonora
reposa,
da principio y concluye
el triste sueño humano.
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