Joaquín Pérez Azaústre
"He ajustado todos los posibles temblores para poder construir algo nuevo"
El autor cordobés cierra una etapa en su trayectoria con 'Las Ollerías', un poemario que constituye un avance fundamental en su proceso de desarrollo literario y personal.
Alfredo Asensi / Córdoba
Actualizado 13.03.2011
Las Ollerías y el premio Loewe suponen la rúbrica a la primera década de trayectoria poética de Joaquín Pérez Azaústre (Córdoba, 1976). El escritor indaga en su memoria sentimental en una obra concebida como un ejercicio de reconstrucción personal.
-Dice usted que en este libro ha encontrado respuestas a las preguntas que fue planteando en poemarios anteriores. ¿La poesía, entonces, ofrece respuestas?
-Las preguntas se fueron planteando de una forma espontánea, no meditada. Una interpretación era una indagación sobre mi identidad con base en la historia reciente de España; Delta adquiría un punto de vista geológico para indagar en el tiempo y la memoria, y en El jersey rojo aparecían el amor y mi identidad cultural. Estos libros no surgieron de un planteamiento previo; surgieron, simplemente. Cuando escribí el primer poema de Las Ollerías percibí que tenía un tono nuevo, realista y afianzado en el yo: era un poema afirmativo y le hablaba a un tú indeterminado que representaba mi memoria familiar, y además ubicado en un territorio muy concreto: la avenida de las Ollerías. Escribir ese poema me proporcionó una grandísima paz. Y me di cuenta de que era algo distinto a lo que había hecho hasta ese momento. Por aquel entonces yo estaba revisando la poesía de Gil de Biedma, esa forma directa de decir las cosas pero también con dobleces, con el discurso cultural soterrado pero presente. A partir de ahí fui avanzando, siempre en ese tono, y llegué a estar tan a gusto que no quería acabar el libro, hasta que un día dejé de escribir. Tuve el libro dos años en el ordenador, sin tocarlo, ni siquiera me molesté en ordenar los poemas, que están publicados en el mismo orden en que se escribieron. Yo sabía que tenía un libro y que desde el principio se llamaba Las Ollerías. Lo he escrito en una época de mi vida en la que los pasos que voy dando son cada vez más afianzados y determinantes. Este libro me ha dado una solución vital porque he reordenado toda mi memoria y he ajustado todos los posibles temblores para poder construir algo nuevo. Respondo con todo mi ser por cada verso de esta obra. Nunca había sentido una implicación tan grande con un libro: es una sensación nueva. He ajustado todas las fotos del álbum, las he recolocado, y ahora el álbum es para mí un lugar muy cálido al que volver. Gracias a esto, el futuro se enfoca para mí de una manera mucho más sosegada.
-El poeta establece aquí un doble diálogo: interno y externo. Y alumbra una visión muy personal de una parte de la ciudad. ¿Cómo ha sido esa relación de correspondencia poética con esta Córdoba tan escondida?
-En este libro, además de la recreación de un territorio real, hay una creación personal de un territorio sentimental, un territorio al que yo puedo regresar. Esto siempre me ha obsesionado. La primera novela que publiqué, El cuaderno naranja, era la historia de un hombre que vuelve a su casa. Las Ollerías es la recuperación de un lugar emocional, un lugar que está en Córdoba y que es un poco inmaterial. Un lugar que yo tenía que nombrar para darle vida en mi interior. El diálogo con esa parte de la ciudad no monumental, cautivadora y llena de misterio y de sobriedad, se combina con ese ejercicio de memoria. Yo aquí creo un territorio mítico pero no en la línea del Macondo de García Márquez: es un territorio que existe y que he tratado de hacerlo cómodo y volverlo habitable para mí.
-Quizá porque vamos dejando huellas en los lugares por los que transitamos, y cuando pasa el tiempo buscamos en esos lugares, que son los mismos pero no son los mismos, ese yo que fuimos. Y entonces conferimos una dimensión trascendente a ese compañero tan cotidiano llamado tiempo, protagonista de tantos poemas memorables de autores de todas las épocas.
-Decía Gil de Biedma que en su poesía había dos temas: el paso del tiempo y yo. Esto es extensible a todos los poetas. Es cierto que los lugares no son los mismos pero sí lo son. Yo necesitaba volver a las Ollerías, y me di cuenta con el paso de los poemas. Y asimismo he intentado, y esto quizá es un propósito más soterrado del libro, volver a ese territorio habitable también para el lector. Crear un espacio cómodo (o incómodo, según se mire) en el que yo estoy diciendo lo que soy, no preguntándome sobre lo que soy: afirmando en lo que me he convertido y por qué. Este tipo de afirmación, que es categórica y rotunda y hace que los poemas en algunas ocasiones sean muy definitorios y afirmativos, me ha dado una gran fortaleza. Por eso la imagen de la portada es una foto del Chimeneón, realizada por mi padre. Representa esa fortaleza de la afirmación. La poesía es muy dada a plantear preguntas, pero no siempre a responderlas. Yo aquí he respondido a todas las preguntas que tenía planteadas. Es para mí la verdadera ganancia de este libro.
-Es una obra plagada de referentes personales, pero establece un diálogo muy directo con el lector...
-Los temas que se abordan, el regreso a la memoria personal, la relación con la familia, con la enfermedad, con el propio cuerpo..., son muy comunes, cuestiones que todos tenemos que resolver. Todos tenemos una relación con nuestra sexualidad, nuestra memoria, nuestros padres, las historias familiares que nos han contado... Como vivimos con tanta celeridad, hay cosas que damos por supuestas, pero yo creo que en la vida no hay que dar nada por supuesto. El libro aborda temas que son muy comunes, de una manera singular y a partir de un debate poético, porque hay poemas de mayor tensión realista o dramática que se van alternando con otros más imaginativos, e incluso rupturas de ritmo como el que marcan las prosas poéticas. Es como un juego de ecos, de voces que se van encontrando. Los posibles aciertos comunicativos del libro vienen de ese impudor a la hora de nombrar las cosas. Este libro no pretende ser impúdico pero lo es, en el sentido de que no oculta nada. Creo que el lector agradece esa franqueza conversacional, y también que el artificio de lo coloquial es una retórica muy difícil. En este sentido, el libro está muy pulido. Me gusta que aparezcan elementos conversacionales mezclados con imágenes, con un sentido de la plasticidad... He buscado poemas sensoriales, que se puedan leer con los cinco sentidos, porque es la manera de vivir los recuerdos: no recordamos sólo lo que vemos, también los sonidos, olores, texturas...
-Hay mucha memoria en el libro pero también mucho presente. El poeta se desnuda emocionalmente cuando habla del padre, de la mujer, de su posible paternidad...
-Es un libro de una gran afirmación. Después de La suite de Manolete estuve un año en el que abandoné la literatura como ocupación creativa. Me dediqué a terminar la carrera de Derecho en Madrid. Y sentí que para mí había terminado una etapa como escritor, un periodo en el que había apostado por una serie de discursos tanto en poesía como en novela. Fue un momento de mi vida en el que me permití el lujo de parar y reflexionar. Y surgieron estos poemas, con contundencia, poemas que pueden ser recitados con una gran sonoridad porque las asociaciones de palabras buscan esa fortaleza verbal. Poemas afirmativos. Cuando el libro estuvo acabado me di cuenta de que ya había empezado otra etapa y que esto me cambia como escritor. Me interesan otras cosas y, sobre todo, acotar mi propia porción de realidad y nombrarla, y contar mi verdad. Esto, antes, sólo lo había hecho a medias. Ahora lo hago con rotundidad, y por eso no me importa aludir a las cosas directamente: el padre, la relación amorosa, los hijos que no he tenido... No es impudicia: es simplemente una radiografía poética.
-Pero hay un tema fundamental del libro que es también un eje de su obra literaria: la búsqueda de la identidad.
-Este libro es mi documento internacional de identidad. El que me quiera conocer sólo tiene que leerlo. Un día, hablando con José Manuel Caballero Bonald, le dije que una característica de mi generación es el cuestionamiento de la identidad. Lo veo en muchos poetas de mi edad. Sin embargo, los poetas del 50 no podían permitirse el lujo de cuestionar la identidad porque el asunto era otro: escribir poemas en una sociedad hostil y represiva, en una dictadura. La verdadera lucha estaba ahí. Yo siento que nuestra generación quizá ha perdido tiempo en cuestionar poéticamente al individuo. Creo que ha llegado el momento de que la poesía se proyecte sobre otras cuestiones que afectan a nuestra condición de ciudadanos y nuestra forma de vida. En este libro voy proyectando mi poesía hacia asuntos más candentes. Una vez solucionado quién soy, a ver qué aporto. Es un punto de partida.
-Uno de los poemas nucleares del libro es "La contractura", en el que plantea, a partir de un suceso físico, una reflexión sobre los fundamentos de la poesía.
-Es un poema clave y para mí fue muy importante escribirlo. Surgió un día en el que, al bajar la maleta del reposamaletas en el AVE, me di cuenta de que mi vieja contractura de la espalda había vuelto a aparecer. Y, por primera vez, la reconocí con agrado, a pesar del dolor. Era como una vieja amiga. Por primera vez no me enfadé. Y pensé que podía ser el inicio de un poema sobre la aceptación. Vivimos en un mundo que nos exige estúpidamente que seamos perfectos en todos los sentidos. Asumí que mi vieja lesión también formaba parte de mí. El poema es clave por lo que tiene de aceptación y porque ésta conlleva paz.
-Y por el mecanismo que supone utilizar un suceso cotidiano y corporal como estímulo activador de un poema de cierta vocación trascendente.
-Es un libro, desde el título, muy voluntariamente antipoético. Durante muchos años he estado preocupado por la forma, el rigor, lo verbal... Y me sigue preocupando, pero ya forma parte de mi discurso y lo tengo asumido. Ahora me interesa saber qué parte de verdad puedo aportar. Y mi parte de verdad es que el libro se llama Las Ollerías, que hablo de una contractura, del Club Figueroa, de la taberna Paco Acedo, del Club Albaida..., referencias muy tangibles y verdaderas. Cuando hablo de la natación, del ejercicio físico, del fortalecimiento de un cuerpo..., huyo de lo pretendidamente poético. La poesía que me interesa como escritor tiene que ceñirse a lo real como asunto moral, independientemente de que los procesos para tratar esa realidad vayan hacia lo sensorial y lo imaginativo.
-La sección de poemas en prosa supone un viraje muy acusado en el tono del libro. Emerge un simbolismo visionario muy apegado sin embargo a una geografía concreta.
-Siempre me ha gustado que en mis libros de poemas haya tensiones internas, que sean un poco polifónicos. En este libro hay varios tonos que conviven. La parte de poemas en prosa se aparta de la vía más confesional y ahonda en el misterio urbano. Estos poemas sirven de contrapeso a los anteriores, que son más directos. En los cuadros de Romero de Torres hay una primera escena y otra que ocurre en el fondo, más misteriosa. En este libro, los poemas más confesionales son el primer plano del cuadro, y los poemas en prosa son el misterio que se atisba a lo lejos, entre neblinas, fantasmagórico.
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