Horacio Castellanos Moya. Foto: Luis Magán ("El País")
"Es difícil desmontar los mecanismos del terror"
ROSA MORA 26/03/2011
El Salvador de 1980 es el escenario de La sirvienta y el luchador, la cuarta novela de la saga de los Aragón: una historia extrema y estremecedora en la que el autor resalta los detalles de la vida cotidiana "dentro de la peor de las crueldades"
Las novelas de Horacio Castellanos Moya no dejan indiferente y La sirvienta y el luchador menos que ninguna. La intensidad de la prosa y la historia que narra no dan respiro al lector. "Es una historia tremenda, de personas que, en medio de conflictos terribles, expresan siempre lo más extremo del ser humano".
Estamos en San Salvador en 1980, a finales de febrero y principios de marzo, poco antes del asesinato de monseñor Romero. Desde las primeras páginas sabemos que Albertico, nieto de don Pericles Aragón al que ya conocimos en novelas anteriores como Tirana memoria, y su mujer, Brita, han sido detenidos, quizá mejor secuestrados, y llevados al ignominioso Palacio Negro, donde se ablanda y tortura a los subversivos y de donde muchos desaparecen para no ser encontrados jamás.
El Gobierno represor y los llamados subversivos, cada vez más organizados y armados, se enfrentan a muerte. "La situación en El Salvador era irreversible. Se pensaba que surgiría algo en el centro, pero no, no había remedio, los extremos atraían. La vida cotidiana en ese contexto político es como una gran nube oscura de la que no hay manera de escapar: los detalles de la vida cotidiana dentro de la peor de las crueldades".
El Vikingo es un antiguo luchador. Está viejo y enfermo. Su tarea actual es la de ablandar a los detenidos, pero a él lo que le gusta es salir de pesca, a por la presa, pero ya no se lo dejan hacer, dicen que ha perdido reflejos, por eso lo tienen en los sótanos. Pero en esta ocasión, sí le dejan salir de caza, a por Albertico y Brita.
María Elena sirvió en casa de don Pericles y de doña Haydée, y la familia Aragón le pide que atienda la casa de Albertico. Es ella, la que escucha las homilías de monseñor Romero, quien se da cuenta de que la pareja ha desaparecido. Teme lo peor. Reza porque no les hagan daño.
Ante la pasividad de los Aragón, que confían en sus teóricos contactos para encontrar a Albertico y Brita, María Elena pasa a la acción. "Ella tiene la energía positiva que no tienen los otros personajes. Una energía moral que le impide estar paralizada por el miedo. No tiene ideas políticas muy claras, pero sí sensibilidad hacia la justicia. Puede hacer frente a una situación peligrosa. Transmite una idea de esperanza". En su frenético ir y venir para encontrar a los chicos, María Elena recurrirá al Vikingo, que en otros tiempos estuvo enamorado de ella.
La sirvienta y el luchador está estructurada en cuatro partes y un epílogo. En la primera, descubrimos al Vikingo; en la segunda, a María Elena. La tercera es una explosión de voces: Belka, la hija de María Elena; Joselito, su nieto; la gorda Rita. En la cuarta, el Vikingo y María Elena volverán a encontrarse, en un hospital. "No es una historia de buenos y malos. Incluso en el Vikingo hay un atisbo de humanidad".
Al final todos saldrán perdiendo. Es como si esa nube oscura de la que habla Horacio Castellanos Moya les castigase. Es la desolación. "A veces, la cotidianeidad se convierte en tragedia". El epílogo es duro, con un guiño de humor terrorífico. "Explica lo que vendrá, indica el túnel negro de la guerra, sus prolegómenos. La guerra saca lo peor y lo mejor del hombre".
La saga de los Aragón se inició con Donde no estén ustedes (2003), siguió con Desmoronamiento (2006) y Tirana memoria (2008). ¿Habrá una continuación tras La sirvienta y el luchador? "Probablemente. Estas novelas van creciendo de forma espontánea. No tengo un diseño preciso de la saga, pero casi siempre queda un fleco suelto". Ojalá. El lector se pregunta qué será de Joselito, que tiene ahora 19 años y está con los subversivos armados.
En El asco (1997), el escritor narra la demolición política y cultural de El Salvador; en el libro de relatos En la congoja de la pasada tormenta (2009), habla del miedo, de la violencia que trastorna la vida, de la guerra, del destierro, de las difíciles relaciones humanas. Son solo dos ejemplos de su obra, que estremece.
Horacio Castellanos Moya (Tegucigalpa, Honduras, 1957) se crió en El Salvador. "Mis historias son de El Salvador. Su eje es la experiencia de mi formación y crecimiento en este país. Quedé conmocionado. De ahí la radicalidad de mis temas".
¿Alguna vez podrá escribir sobre un país en paz? "Creo que yo no veré esa paz. El gran problema es que una sociedad vive aterrorizada por la violencia política y cuando se logra una cierta normalidad, vive aterrorizada por la violencia criminal. Cuando todo esto alcanza a dos o tres generaciones es difícil desmontar los mecanismos del terror. Centroamérica vive el cansancio de una vida en zozobra permanente".
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