Joaquín Pérez Azaústre
He recibido su carta, estimado
muchacho que se encuentra ante la duda
de empezar a vivir o morir pronto.
En sus versos se esconde el solitario
gigante que en usted está venciendo,
que le crece de dentro y le devora.
Su amor por el otro, su necesidad
de estar acompañado a cada instante,
¿es para usted valeroso o solo aire?
Le duele comprender que no le entienden,
se enfrenta con el mundo a manos llenas
y el mundo va y le paga con dolor.
¿Acompañado siempre, acompañado?
Encontrará la luz en esta lucha,
la luz de quien camina siempre solo
por buscar entre el hombre lo innombrable.
En cuanto al amor, Luis, nada ha perdido;
ame las horas de su ser en sombra
y halle en ellas, como en las viejas cartas,
la superación de una vida.
Caminará mañana y será libre
del dolor de este mundo que se agota;
lindará su amplitud con las estrellas,
se alegrará por fin de ser un hombre
pero en esto, muchacho, estará solo,
y no podrá llevar nadie consigo.
Sea tolerante con los rezagados,
aquellos que no entiendan su alegría,
ni sus dudas, ni su nuevo deleite:
el placer de buscar en lo infinito
una sombra de un árbol en la brisa.
Perteneciente a Una interpretación (Rialp, Colección Adonais, 2001)
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