Antonio Muñoz Molina
Vidas adultas en el cine
ANTONIO MUÑOZ MOLINA 12/03/2011
Una pregunta insistente me venía a la cabeza mientras estaba en el cine, viendo Poetry, y cuando salí luego a la calle y seguía habitado por esa película, habitando en ella, acordándome del rumor de las aguas de un río y de una voz de mujer que dice la mitad de un poema y se convierte en una voz de niña que dice la otra mitad, o de la actitud de atención y cortesía con que esa señora mayor y un poco cursi que se ha apuntado en el centro cultural de su barrio a un taller de literatura decide escuchar el sonido de la brisa en las hojas de un castaño. Volví al cine solo unos días después a ver otra película, de otro mundo, en otra lengua, De dioses y hombres, y la pregunta ya familiar de tan persistente apareció de nuevo, esta vez desde el mismo principio, desde las imágenes del despertar del día en un convento cisterciense en los montes de Argelia y en una aldea próxima que tiene algo de tibetano y de alpujarreño en sus pobres casas escalonadas con tejados planos. En ambas películas, no empieza habiendo más música que los sonidos del mundo natural, o los de la presencia y el trabajo humanos, pasos, herramientas, una azada cavando la tierra, el trajín de una mujer mayor en una cocina, el de un monje que cuida un huerto, la concentración silenciosa con que otro monje vierte en un tarro la miel que ha cosechado él mismo. Las dos tratan de la belleza y del horror, de la compasión y el crimen, de las consecuencias tremendas que pueden tener las decisiones que se toman. En las dos está el retrato de lo que hacen los años en las caras de las personas. En Poetry hay un sentido del paisaje que tiene mucho que ver con la pintura china y con las visiones zen de la naturaleza; en De dioses y hombres el sentido de los espacios interiores habitados por macizas figuras de monjes nos recuerda inevitablemente a los cartujos de Zurbarán, las caras estáticas y a la vez castigadas por la edad, la intemperie, el trabajo, el juego de claridades y sombras de los hábitos blancos en interiores iluminados por velas.
Mi pregunta era, es: por qué es tan difícil que pueda haber películas así en España. Ninguna de las dos, desde luego, es común: la maestría siempre tiene algo de inesperado y de excepcional. Pero aun así, me cuesta imaginar que una película como Poetry o como De dioses y hombres llegue a hacerse entre nosotros. No creo que sea una cuestión de dinero. Nuestra poquedad industrial nos veda hacer películas sobre superhéroes voladores o batallas de carros de combate o naves espaciales, pero no sobre una abuela que en una ciudad de provincias vive sola con su nieto adolescente y un día decide que le gustaría escribir poemas, y menos aún sobre siete monjes que hacen poca cosa más que rezar y ocuparse de un huerto y de auxiliar en la medida escasa de sus posibilidades a la gente de una aldea vecina. Tampoco creo que sea por falta de historias: la de Poetry es perfectamente común, incluyendo la noticia de una chica humillada y violada por los machotes de su instituto, hijos de padres que aspiran a que sus niños no se lleven ningún mal rato, ni siquiera por haber cometido un delito inmundo. Y De dioses y hombres trata de la naturaleza misteriosa de la fe, pero sobre todo del coraje de mantener la propia dignidad frente a la amenaza cierta de un terrorismo sanguinario: y de la necesidad moral de mirar de frente a ese monstruo sin contaminarse de él ni rendirse a él ni convertirse en él.
Me consta que muchas personas han vivido y viven en España historias parecidas o equivalentes a las que se cuentan en esas dos películas. Y no me cabe duda de que hay escritores capaces de construir relatos e inventar diálogos de una veracidad semejante, y actores que podrían interpretar a esos personajes de una manera tan pudorosa y tan honda que se nos olvida del todo que son criaturas de ficción, y directores con un sentido visual y rítmico lo bastante sutil como para volver memorables y hasta en cierto modo sagrados lugares tan de todos los días como una capilla, un puente de autopista sobre un río, una parada de autobús, un bosque, el cobertizo o el huerto de una casa campesina. En Poetry el profesor de literatura se queda quieto delante de una pizarra y en lugar de escribir en ella unos versos se saca del bolsillo una manzana y les pide a los estudiantes que la miren. ¿Cuántas veces han visto esa cosa vulgar, una manzana? ¿Mil, diez mil, cien mil? ¿Cuántas veces se han fijado de verdad en ella? En De dioses y hombres el monje anciano que se ocupa de la enfermería ha atendido a una madre y a una hija y al fijarse de verdad en ellas advierte que no sólo les hace falta una medicina: rebusca entre sus cosas, y un poco después la madre y la hija salen de la consulta calzadas cada una con buenas zapatillas, usadas, desde luego, pero sólidas y mucho mejores que las chanclas rotas con las que habían llegado.
En España hay muchas personas con esa capacidad doble de contemplación y cordialidad, de ensimismamiento apacible y trabajo serio y competente. Pero si es tan difícil que se hagan películas sobre ellas es porque son invisibles en el discurso público. Una clase política omnipotente y omnipresente ha usurpado todos los espacios de la vida cívica, imponiendo el sectarismo y el clientelismo por encima del mérito, la demagogia halagadora sobre cualquier sentido de la responsabilidad personal, el griterío y el sambenito partidista por encima de los debates verdaderos y prácticos sobre una realidad que sería menos grave si al menos aceptáramos mirarla con los ojos abiertos. Como el mérito, el esfuerzo, el trabajo apasionado, no sirven para ascender ni merecen reconocimiento público, los millones de personas que a pesar de todo hacen cada día escrupulosamente su tarea permanecen invisibles, y muchas veces han de pagar con la marginación y hasta el sarcasmo el ejercicio de su dignidad. En un país con casi cinco millones de parados a la gente la echan del trabajo por tener cincuenta años. En un país de economía en quiebra se recorta el gasto en educación y en investigación pero no en coches oficiales ni en gabinetes de imagen ni en suntuosos viajes internacionales de gerifaltes ni en soeces televisiones corrompidas por la propaganda y el clientelismo. Robar dinero público es menos grave que pedir seriedad o que no acatar el juvenilismo o el victimismo o el narcisismo oficial.
Quién va a hacer películas que sean un ejemplo de trabajo inflexiblemente bien hecho y que traten de la nobleza de dedicarse a algo con los cinco sentidos, que recuerden que cada acto implica responsabilidades y consecuencias, o que existe belleza en la experiencia y en la vejez, que tan necesaria como la justicia es la compasión, que la fe religiosa puede no ser oscurantista ni ridícula, que se puede ser radical y heroico sin levantar la voz, haciendo cada día el oficio de uno.
Poetry (2010), de Chang-dong Lee. De dioses y hombres (2010), de Xavier Beauvois. antoniomuñozmolina.es
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