Juan Goytisolo
Literatura y poder (1)
JUAN GOYTISOLO 18/12/2010
La delación de las personas próximas fue un método del Santo Oficio que adoptó la policía soviética
En el periodo de turbulencias que sacudían el califato omeya, el soberano envió a la mezquita de Kufa -semillero de disputas teológicas e interpretaciones distintas del libro de la revelación coránica- la siguiente advertencia: "Esta noche un tirano / sembrará el terror. / No será camellero / ni pastor / sino un carnicero / presto al tajo".
Los asfixiantes poderes autocráticos que se suceden a lo largo de la historia de las diversas civilizaciones del planeta, fundados siempre en el miedo y la humillación de los seres humanos, inspiraron al gran escritor egipcio Gamal El Guitani las figuras contrapuestas, pero complementarias, de Zayni Barakat, el personaje que da el título a la novela (1), y de Zacarías Ibn Radi, servidores ambos del sultán El Guri. Mientras la "filosofía" de Ibn Radi, regidor de un averno de suplicios y ejecuciones de los sospechosos de desafección al déspota, se resume en su reflexión de cancerbero
"El cruce del umbral de nuestras puertas debe ser para el prisionero un límite entre dos periodos. Su vida se ha de dividir en dos partes, de tal manera que cuando un individuo salga de aquí, no habrá cambiado de nombre sino de alma"
su colega Zayni preconiza métodos más sutiles que el tormento, como el de la utopía del mundo virtual en el que hoy habitamos
"Yo ya veo el día en el que el gran jefe de los espías podrá examinar la vida entera de una persona (...) Y, no sólo lo que es visible, sino también sus deseos, sus sueños, sus inclinaciones (...) De manera que podríamos predecir lo que va a hacer un individuo al llegar a la edad adulta (...) ¡Obremos juntos para alcanzar la conversión de la humanidad al espionaje!"
Los archivos del Santo Oficio y de la policía soviética que examinamos a continuación responden a la vez a la brutalidad sin límites de Ibn Radi y al sistema de delación y escrutinio de Zayni. "Si alguien suspiraba de diferente manera que el resto de los vecinos", dice este último, él "se enteraba inmediatamente". En resumen, un ojo omnividente y un oído que todo registra y capta.
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En la época de los arrestos masivos de 1937-1939, un miembro de las juventudes comunistas, Pávlik Morózov, denunció a su padre en razón de sus ideas contrarrevolucionarias. Éste fue inmediatamente fusilado y el muchacho, erigido al rango de héroe de la patria, se convirtió en paradigma del hombre nuevo, del modelo digno de imitación.
El sueño de Zayni Barakat de una humanidad adepta del espionaje, en la que cualquiera que suspirara de modo distinto de los demás debía ser denunciado, cuajó en una siniestra realidad. La delación generalizada de vecinos, conocidos, amigos e incluso familiares próximos adquirió un valor ético tanto en la época de la Inquisición establecida en Castilla por Isabel la Católica como en la Rusia de Stalin. Los archivos del Santo Oficio, como los del KGB, rebosan de documentos de toda índole sobre esa actividad promovida y ensalzada por las autoridades religiosas católicas y las del régimen soviético. Un cotejo de unos con otros resulta esclarecedor: los libros de Juan Antonio Llorente, Serrano y Sanz, Amador de los Ríos, Américo Castro, Sicroff, Domínguez Ortiz, Caro Baroja, Gilman y Jiménez Lozano reproducen una masa de documentos muy similares a los expuestos en la trilogía de Vitali Shentalinski (2). Las palabras proferidas contra el camarada Stalin por un oscuro escritor en estado de embriaguez indujeron al dueño de la casa en donde fueron pronunciadas a informar inmediatamente de ello a la Unión de Escritores y, a través de ella, a la policía política e ideológica de la URSS.
En junio de 1525, el suegro de Fernando de Rojas, Álvaro de Montalbán, fue detenido por los alguaciles del Santo Oficio y encarcelado en sus calabozos. Su expediente de sospechoso de judaísmo se remontaba a cuarenta años antes. Montalbán había sido "reconciliado" tras una confesión seguida de propósito de enmienda, pero su expediente le siguió como una sombra. Forzado a vivir con cautela, sabía que los ojos y oídos de los centinelas de la fe y de su cuadrilla de delatores le acechaban de día como de noche. Un simple descuido podía volverse en contra de él y así sucedió como nos cuenta Stephen Gilman en La España de Fernando de Rojas.
En el curso de un viaje a Madrid para visitar a sus familiares, al final de un almuerzo campestre en los jardines de Leganés en el que se comió y bebió en una atmósfera sosegada, Montalbán respondió a las palabras del denunciante sobre lo efímero de los goces mundanos en comparación con los de la vida eterna con un "acá tuviese yo bien, que allí no sé si hay nada". Al recordatorio del testigo de que la creencia en el cielo era un artículo de fe, el suegro de Fernando de Rojas persistió: "Disfrutemos aquí, que nada sé de lo que hay después". El denunciante, tomando por testigo al párroco de la iglesia de San Ginés allí presente, cortó la conversación con un "ojalá no hubiese oído esto porque es herejía y me veo obligado a declararla". Aunque Montalbán fue condenado a cadena perpetua, los dineros procurados por sus próximos a los señores inquisidores transmutaron la sentencia en arresto domiciliario de por vida.
La disimilitud existente entre el Santo Oficio y el NKVD estriba en que, a diferencia del primero, éste no se dejaba corromper. Con todo, el mecanismo seguimiento-denuncia-registro-detención-interrogatorio con tortura o sin ella-sentencia es idéntico.
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Al escarbar en las reconditeces del propio pasado para dar muestras de sinceridad y buena fe a los comisarios inquisidores, los Bábel, Bulgákov, Mandelshtam, etcétera, seguían sin saberlo las huellas de infinidad de compatriotas nuestros. En 1535, Álvaro de Montalbán se acusaba a sí mismo de haber omitido en su confesión de décadas antes el haber pronunciado por descuido unas palabras contrarias a los artículos de fe católica, y otra parienta de Fernando de Rojas hizo lo mismo tras decir en voz alta en su propia casa otras de similar contenido. Ante el temor de haber sido escuchada por sus vecinos y denunciada por ellos, había corrido a autoinculparse a los consultores del Santo Oficio:
"Yo Ysabel López, muger que soy de Francisco Pérez, digo que no mirando lo que dezía ni creyendo que errava dixe las palabras siguientes -en este mundo no me veas mal pasar que en el otro no me verás penar-, y esto digo que lo dixe por manera de refrán que se suele dezir".
En su declaración ante aquellos admite su linaje "manchado", en el que figuran los Montalbán, "convertidos de judíos". El tropel de delatores que ejercía de policía antropológica de los cristianos nuevos había sumido a éstos en un permanente estado de afrenta, angustia y ansiedad. Cualquier imprudencia o lapsus lingual podía acarrear su ruina.
La hoja de servicios de los chivatos que suministraban informes verdaderos o falsos a los señores inquisidores, ya por razones doctrinales, crudamente pecuniarias o de envidia profesional a los acusados (tal fue el caso de fray Luis de León), así como la de simples cizañeros y correveidiles, abría muchas puertas en la sociedad española de la época.
Había vecinos que invitaban amablemente a los descendientes de judíos a compartir con ellos una lonja de tocino y escudriñaban sus movimientos los sábados. El árbol genealógico de los conversos era la comidilla de los pueblos. Los malsines no conocían horas de descanso. El sueño del protagonista de Gamal El Guitani que da el título a su novela se cumplía a la perfección y era la antesala de las mazmorras de su colega Zacarías Ibn Radi. El desahogo del antihéroe de Mateo Alemán contra quienes
"llevando y trayendo mentiras, aportando nuevas, parlando chismes, levantando testimonios, poniendo disensiones, quitando las honras, infamando buenos, persiguiendo justos, robando haciendas, matando y martirizando inocentes"
no puede ser más explícito. La cacería de sospechosos de desafección religiosa o ideológica se convirtió en la URSS como en la España de los Habsburgo en un concurso nacional:
"Todos participan en él, por decreto y estímulo del poder: vecinos, colegas, parentela, delatándose los unos a los otros, desenmascarando, asintiendo, votando o cerrando los ojos y tapando las orejas para no ver ni oír, para no saber que el mal triunfa y, por lo tanto, cediéndole el camino".
Trasladando las palabras de Vitali Shentalinski de Rusia a España, podemos decir también, a la luz de nuestra historia desde la monarquía absoluta a la muerte de Franco, que ningún enemigo exterior nos ha tratado tan mal como nuestros propios compatriotas.
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En la noche del 16 al 17 de mayo de 1934 tres agentes de la OGPU irrumpieron en el apartamento moscovita de Osip Mandelshtam y, tras un minucioso registro, requisaron sus manuscritos en presencia de su esposa y de Anna Ajmátova, casualmente venida de Leningrado, antes de llevárselo preso a la jefatura de los Servicios Secretos. En el interrogatorio al que fue sometido, el poema sobre el camarada Stalin, leído semanas antes a algunos amigos por su autor, centró el interés del comisario instructor: es el famoso texto de "el montañés del Cáucaso" cuyos "bigotes de cucaracha ríen y las cañas de sus botas refulgen". Mandelshtam reconoce la autoría y se ve obligado a redactar la historia de las personas ante las que lo recitó. En ella figuran Ajmátova y su hijo Leo Gumiliov. Los instructores del expediente contaban con la preciosa ayuda de delatores cercanos al círculo de amigos del poeta y de esos colegas mediocres, oportunistas y envidiosos que pululan en el Parnaso desde tiempos inmemoriales.
El juicio de Mandelshtam parece listo para sentencia -la ofensa al camarada jefe no merece perdón ni conmiseración algunos- pero la valiente intervención de Pasternak -su llamada telefónica a Stalin- le salva la vida. Mandelshtam fusilado, piensa éste, sería más dañino que atrapado sin remedio en la telaraña de los servicios secretos. El poeta será condenado tan sólo a tres años de exilio y, de vuelta a Moscú en 1937, detenido de nuevo y enviado a reeducarse a los campos de trabajo de Vladivostok y Kolyma. Su viuda, Nadiezhda, nos ha dejado un emotivo testimonio de su muerte lenta en 1940. Vitali Shentalinski reproduce la misiva desesperada que aquélla envió a Beria suplicándole su mediación y a la que el temido comisario no se dignó contestar.
Los escritos de contrición dirigidos a Stalin constituyen un verdadero género literario: el ansia de alcanzar el perdón de los pecados cometidos contra el amo y árbitro de vidas y haciendas es idéntica a la expresada por los sospechosos de herejía a los guardianes del dogma católico cuatro siglos antes. El poder absoluto del dios del Kremlin fascinaba a sus víctimas. Mandelshtam, como Ajmátova, Bulgákov y Pasternak, no escapaban a dicha angustiada idolatría.
Como decía en 1663 Antonio Enríquez Gómez, autor de Vida de don Gregorio Guadaña, novela precursora -por la invención de la memoria intrauterina del héroe- de Tristram Shandy, Bras Cubas y Cristóbal Nonato extinto por judaizante en una cárcel secreta del Santo Oficio:
"Ese tribunal es peor que la muerte, pues vemos que ella tiene jurisdicción sobre los vivos, pero no sobre los muertos".
La opresión religiosa de la España inquisitorial y la ideológica al servicio del estalinismo se dan la mano: las incontables actas de los archivos del Santo Oficio son la mejor prueba de ello.
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Escena de Inquisición, de Eugenio Lucas Velázquez (1817-1870), en el Museo del Romanticismo.
("El País")
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