miércoles, 31 de marzo de 2010

Adaptaciones literarias al cómic (1): "La isla del tesoro", de Robert Louis Stevenson

Portada para la editorial Bruguera

Iniciamos una serie de entradas para mostrar cómo la literatura ha sido "traducida" al lenguaje del cómic. Por supuesto, la "interpretación" que aquí ponemos como ejemplo sólo es una entre todas las posibles.
También adjuntaremos el principio de las obras.
Podemos ver la misma página en blanco y negro y en color. Sus autores fueron Carlos Giménez, Luis García y Adolfo Usero.

Ahora, el principio de la novela:

Parte Primera: EL VIEJO PIRATA

Capítulo 1 — Y el viejo marino llegó a la posada del «Almirante Benbow»


El squire [algo así como un "hacendado de la baja nobleza"]Trelawney, el doctor Livesey y algunos otros caballeros me han indicado que ponga por escrito todo lo referente a la Isla del Tesoro, sin omitir detalle, aunque sin mencionar la posición de la isla, ya que todavía en ella quedan riquezas enterradas; y por ello tomo mi pluma en este año de gracia de 17... y mi memoria se remonta al tiempo en que mi padre era dueño de la hostería Almirante Benbow, y el viejo curtido navegante, con su rostro cruzado por un sablazo, buscó cobijo para nuestro techo.
Lo recuerdo como si fuera ayer; meciéndose como un navío llegó a la puerta de la posada, y tras él arrastraba, en una especie de angarillas, su cofre marino; era un viejo recio, macizo, alto, con el color de bronce viejo que los océanos dejan en la piel; su coleta embreada le caía sobre los hombros de una casaca que había sido azul; tenía las manos agrietadas y llenas de cicatrices, con uñas negras y rotas; y el sablazo que cruzaba su mejilla era como un costurón de siniestra blancura. Lo veo otra vez, mirando la ensenada y masticando un silbido; de pronto empezó a cantar aquella antigua canción marinera que después tan a menudo le escucharía:


Quince hombres en el cofre del muerto...
¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Y una botella de ron!


con aquella voz cascada, que parecía afinada en las barras del cabrestante. Golpeó en la puerta con un palo, una especie de astil de bichero en que se apoyaba, y, cuando acudió mi padre, en un tono sin contemplaciones le pidió que le sirviera un vaso de ron. Cuando se lo trajeron, lo bebió despacio, como hacen los catadores, chasqueando la lengua, y sin dejar de mirar a su alrededor, hacia los acantilados, y fijándose en la muestra que se balanceaba sobre la puerta de nuestra posada.
—Es una buena rada —dijo entonces—, y una taberna muy bien situada. ¿Viene mucha gente por aquí, eh, compañero?
Mi padre le respondió que no; pocos clientes, por desgracia.
—Bueno; pues entonces aquí me acomodaré. ¡Eh, tú, compadre! —le gritó al hombre que arrastraba las angarillas—. Atraca aquí y echa una mano para subir el cofre. Voy a hospedarme unos días —continuó—. Soy hombre llano; ron, tocino y huevos es todo lo que quiero, y aquella roca de allá arriba, para ver pasar los barcos. ¿Que cuál es mi nombre? Llamadme capitán. Y, ¡ah!, se me olvidaba, perdona, camarada... —y arrojó tres o cuatro monedas de oro sobre el umbral—. Ya me avisaréis cuando me haya comido ese dinero —dijo con la misma voz con que podía mandar un barco.
Y en verdad, a pesar de su ropa deslucida y sus expresiones indignas, no tenía el aire de un simple marinero, sino la de un piloto o un patrón, acostumbrado a ser obedecido o a castigar. El hombre que había portado las angarillas nos dijo que aquella mañana lo vieron apearse de la diligencia delante del «Royal George» y que allí se había informado de las hosterías abiertas a lo largo de la costa, y supongo que le dieron buenas referencias de la nuestra, sobre todo lo solitario de su emplazamiento, y por eso la había preferido para instalarse. Fue lo que supimos de él.
Era un hombre reservado, taciturno. Durante el día vagabundeaba en torno a la ensenada o por los acantilados, con un catalejo de latón bajo el brazo; y la velada solía pasarla sentado en un rincón junto al fuego, bebiendo el ron más fuerte con un poco de agua. Casi nunca respondía cuando se le hablaba; sólo erguía la cabeza y resoplaba por la nariz como un cuerno de niebla; por lo que tanto nosotros como los clientes habituales pronto aprendimos a no meternos con él. Cada día, al volver de su caminata, preguntaba si había pasado por el camino algún hombre con aspecto de marino. Al principio pensamos que echaba de menos la compañía de gente de su condición, pero después caímos en la cuenta de que precisamente lo que trataba era de esquivarla. Cuando algún marinero entraba en la Almirante Benbow (como de tiempo en tiempo solían hacer los que se encaminaban a Bristol por la carretera de la costa), él espiaba, antes de pasar a la cocina, por entre las cortinas de la puerta; y siempre permaneció callado como un muerto en presencia de los forasteros. Yo era el único para quien su comportamiento era explicable, pues, en cierto modo, participaba de sus alarmas. Un día me había llevado aparte y me prometió cuatro peniques de plata cada primero de mes, si "tenía el ojo avizor para informarle de la llegada de un marino con una sola pierna". Muchas veces, al llegar el día convenido y exigirle yo lo pactado, me soltaba un tremendo bufido, mirándome con tal cólera, que llegaba a inspirarme temor; pero, antes de acabar la semana parecía pensarlo mejor y me daba mis cuatro peniques y me repetía la orden de estar alerta ante la llegada "del marino con una sola pierna".
No es necesario que diga cómo mis sueños se poblaron con las más terribles imágenes del mutilado. En noches de borrasca, cuando el viento sacudía hasta las raíces de la casa y la marejada rugía en la cala rompiendo contra los acantilados, se me aparecía con mil formas distintas y las más diabólicas expresiones. Unas veces con su pierna cercenada por la rodilla; otras, por la cadera; en ocasiones era un ser monstruoso de una única pierna que le nacía del centro del tronco. Yo le veía, en la peor de mis pesadillas, correr y perseguirme saltando estacadas y zanjas. Bien echadas las cuentas, qué caro pagué mis cuatro peniques con tan espantosas visiones.
Pero, aun aterrado por la imagen de aquel marino con una sola pierna, yo era, de cuantos trataban al capitán, quizá el que menos miedo le tuviera. En las noches en que bebía más ron de lo que su cabeza podía aguantar, cantaba sus viejas canciones marineras, impías y salvajes, ajeno a cuantos lo rodeábamos; en ocasiones pedía una ronda para todos los presentes y obligaba a la atemorizada clientela a escuchar, llenos de pánico, sus historias y a corear sus cantos. Cuántas noches sentí estremecerse la casa con su ¡Ja, ja, ja! ¡Y una botella de ron!, que todos los asistentes se apresuraban a acompañar a cuál más fuerte por temor a despertar su ira. Porque en esos arrebatos era el contertulio de peor trato que jamás se ha visto; daba puñetazos en la mesa para imponer silencio a todos y estallaba enfurecido tanto si alguien lo interrumpía como si no, pues sospechaba que el corro no seguía su relato con interés. Tampoco permitía que nadie abandonase la hostería hasta que él, empapado de ron, se levantaba soñoliento, y dando tumbos se encaminaba hacia su lecho.
Y aun con esto, lo que más asustaba a la gente eran las historias que contaba. Terroríficos relatos donde desfilaban ahorcados, condenados que pasaban por la plancha, temporales de alta mar, leyendas de la Isla de la Tortuga y otros siniestros parajes de la América Española. Según él mismo contaba, había pasado su vida entre la gente más despiadada que Dios lanzó a los mares; y el vocabulario con que se refería a ellos en sus relatos escandalizaba a nuestros sencillos vecinos tanto como los crímenes que describía. Mi padre aseguraba que aquel hombre sería la ruina de nuestra posada, porque pronto la gente se cansaría de venir para sufrir humillaciones y luego terminar la noche sobrecogida de pavor; pero yo tengo para mí que su presencia nos fue de provecho. Porque los clientes, que al principio se sentían atemorizados, luego, en el fondo, encontraban deleite: era una fuente de emociones, que rompía la calmosa vida en aquella comarca; y había incluso algunos, de entre los mozos, que hablaban de él con admiración diciendo que era un verdadero lobo de mar y un viejo tiburón y otros apelativos por el estilo; y afirmaban que hombres como aquél habían ganado para Inglaterra su reputación en el mar.

POESÍA COSMOPOÉTICA 2010. Arnaldo Calveyra (Argentina)

Arnaldo Calveyra

Paisajes para la caída de Ícaro
Un lomo de humo
de pampa;
una lezna rota;
un rincón de aguas
podridas.
Un zaguán que mira al charco;
ese charco;
Shakespeare
que no se distrajo nunca;
una boca abierta
en homenaje al llanto.
Un muro podrido
de palabras;
un baldío y cadáveres;
púas en el vilo
del hilo
de cometa.
En el pueblo
nos quedamos
hasta tarde
aguzando el oído.

MIGUEL DELIBES, en el recuerdo. "La mortaja"

Primeras páginas de La mortaja (1970):

El valle, en rigor, no era tal valle sino una polvorienta cuenca delimitada por unos tesos blancos e inhóspitos. El valle, en rigor no daba sino dos estaciones: invierno y verano y ambas eran extremosas, agrias, casi despiadadas. Al finalizar mayo comenzaba a descender de los cerros de greda un calor denso y enervante, como una lenta invasión de lava, que en pocas semanas absorbía las últimas humedades del invierno. El lecho de la cuenca, entonces, empezaba a cuartearse por falta de agua y el río se encogía sobre sí mismo y su caudal pasaba en pocos días de una opacidad lora y espesa a una verdosidad de botella casi transparente. El trigo, fustigado por el sol, espigaba y maduraba apenas granado y a primeros de junio la cuenca únicamente conservaba dos notas verdes: la enmarañada fronda de las riberas del río y el emparrado que sombreaba la mayor de las tres edificaciones que se levantaban próximas a la corriente. El resto de la cuenca asumía una agónica amarillez de desierto. Era el calor y bajo él se hacía la siembra de los melonares, se segaba el trigo, y la codorniz, que había llegado con los últimos fríos de la Baja Extremadura, abandonaba los nidos y buscaba el frescor en las altas pajas de los ribazos. La cuenca parecía emanar un aliento fumoso, hecho de insignificantes partículas de greda y de polvillo de trigo. Y en invierno y verano la casa grande, flanqueada por el emparrado, emitía un "bom‑bom" acompasado, casi siniestro, que era como el latido de un enorme corazón.
El niño jugaba en el camino, junto a la casa blanca, bajo el sol, y sobre los trigales, a su derecha, el cernícalo aleteaba sin avanzar, como si flotase en el aire, cazando insectos. La tarde cubría la cuenca compasivamente y el hombre que venía de la falda de los cerros, con la vieja chaqueta desmayada sobre los hombros, pasó por su lado, sin mirarle, empujó con el pie la puerta de la casa y casi a ciegas se desnudó y se desplomó en el lecho sin abrirlo. Al momento, casi sin transición, empezó a roncar arrítmicamente.
El Senderines, el niño, le siguió con los ojos hasta perderle en el oscuro agujero de la puerta; al cabo reanudó sus juegos.
Hubo un tiempo en que al niño le descorazonaba que sus amigos dijeran de su padre que tenía nombre de mujer; le humillaba que dijeran eso de su padre, tan fornido y poderoso. Años antes, cuando sus relaciones no se habían enfriado del todo, el Senderines le preguntó si Trinidad era, en efecto, nombre de mujer. Su padre había respondido:
‑Las cosas son según las tomes. Trinidad son tres, dioses y no tres diosas, ¿comprendes? De todos modos mis amigos me llaman Trino para evitar confusiones.
El Senderines, el niño, se lo dijo así a Canor. Andaban entonces reparando la carretera y solían sentarse al caer la tarde sobre los bidones de alquitrán amontonados en las cunetas. Más tarde, Canor abandonó la Central y se marchó a vivir al pueblo a casa de unos parientes. Sólo venía por la Central durante las Navidades.
Canor, en aquella ocasión, se las mantuvo tiesas e insistió que Trinidad era nombre de mujer como todos los nombres que terminaban en "dad" y que no conocía un solo nombre que terminara en "dad" y fuera nombre de hombre.

ARTE SIGLO XX. Frida Kahlo (1907-1954). "The Love Embrace of the Universe, the Earth (Mexico), Me and Señor Xolotl"

POESÍA. COSMOPOÉTICA 2010. Mª Auxiliadora Álvarez (Venezuela)

Mª Auxiliadora Álvarez

Cuerpo (4)
usted nunca ha parido

no conoce
el filo de los machetes
no ha sentido
las culebras de río
nunca ha bailado
en un charco de sangre querida
doctor
no meta la mano tan adentro
que ahí tengo los machetes
que tengo una niña dormida

y usted nunca ha pasado
una noche en la culebra
usted no conoce el río

PRENSA. 31 marzo 2010

En "El País":

1. La burla. Columna de Elvira Lindo.

2. El autor favorito de Mitterrand. Reportaje de Tereixa Constenla. Rescatada la obra de Gómez Arcos, escritor español - Censurado por Franco, triunfó en el exilio.

3. Cristo versus Jesús. Columna de Manuel Rodríguez Rivero.

4. Italia, el desánimo. Artículo de Antonio Elorza, catedrático de Ciencia Política.

5. Cuba: fin de la violencia sin testigos. Artículo de Antonio José Ponte, vicedirector de Diario de Cuba (http://www.ddcuba.com/). En 1957, Fidel Castro utilizó una entrevista en The New York Times para hacer creer que contaba con más fuerzas. Ahora sigue con sus trucos e intenta camuflar la represión y cualquier vestigio de oposición política.

6. Una casa dividida. Artículo de M. Á. Bastenier. Veintiuna resoluciones de la ONU reclaman la retirada israelí de todo lo ocupado en 1967.

martes, 30 de marzo de 2010

POESÍA. PINTURA. "Justo antes", de Cecilia Silveira

Cecilia Silveira es madre de Antonio Martínez, alumno de 2º ESO de nuestro instituto.
El cuadro titulado Primavera, de Arcimboldo (1527-1593), le ha inspirado el siguiente poema:

Justo antes
La idea florecida reencarna y flota,
como esas islas acostadas,
que esperan hundidas
un cielo donde remar.
La hora de la repetición se aleja,
presienten la cercanía del nacimiento,
igual que esos pequeños pájaros
rompiendo su cáscara, justo
antes de ser aplastados
por el peso de la originalidad.


Primavera

Gracias, Cecilia, por tu poema

CINE. PRENSA. INGLÉS "El escritor" ("The Ghost Writer"), de Roman Polanski


LA ÚLTIMA PELÍCULA DE ROMAN POLANSKI. ¡NO SE LA PIERDAN!

EL ESCRITOR
Dirección: Roman Polanski.
Intérpretes: Ewan McGregor, Pierce Brosnan, Kim Cattrall, Olivia Williams, Tom Wilkinson, Timothy Hutton.
Género: thriller. Reino Unido, 2010.
Duración: 128 minutos.

1. Crítica, en "El País", por Carlos Boyero:
Un trabajo modélico
Hay ficciones sobre personajes tan trascendentes como lamentablemente reales, con turbia conducta, con responsabilidad ante la historia, el aquí y ahora más inquietante, que poseen añadido morbo y en las que la invención podría acercarse a la autenticidad. El antiguo primer ministro de Reino Unido que protagoniza la muy atractiva novela de Robert Harris El poder en la sombra se llama Adam Lang, y le acusan públicamente de haber colaborado en el secuestro y las torturas de la CIA a ciudadanos británicos. Lang está inmerso en un fabuloso contrato con una editorial para publicar sus memorias, biografía que aunque vaya firmada por él será escrita por un negro, un profesional que desde el anonimato dará la conveniente forma literaria a los recuerdos vitales y la carrera política del acosado prócer. Hasta los habitantes del limbo pueden intuir que están hablando de Tony Blair, de aquel informado líder que ayudó a invadir y devastar un país muy lejano en el sagrado nombre de una abyecta mentira.
Imaginar en imágenes y sonidos las desventuras, las intrigas, los clandestinos delitos y los intereses sórdidos que han forjado el pasado de este hombre y amenazan su presente puede convertirse en un retrato con escasas huellas de política-ficción y en un espectáculo apasionante si cae en manos de un acreditado narrador de historias retorcidas, de alguien con capacidad para dotar de tensión y misterio a un universo de falsas apariencias, de sombras, de ocultación. Hitchcock se hubiera sentido en su ambiente con ese argumento. Polanski, un creador obsesionado con el mal en sus muy variadas formas, sabe que aquí está al servicio de una idea ajena, que su autoría será menos reconocible, pero hace un modélico trabajo profesional, un relato plagado de suspense, humor cáustico, alérgico a los tópicos, imprevisible, malicioso, con poderío visual y diálogos mordaces, en el que no sobra ni falta nada.
El magisterio de un director para el que la cámara no tiene secretos, de un impagable transmisor de clima, inventor de secuencias perfectas que te hacen sentir idéntica tensión, mosqueo y miedo que ese negro empeñado en bucear en los peligrosos enigmas y en las maquiavélicas ocultaciones de su biografiado, también se prolonga a interpretaciones muy sólidas de protagonistas y secundarios. Polanski lo hace imponiéndo economía de gestos a un actor con tendencia al pasote como Ewan McGregor, propiciando que el infravalorado Pierce Brosnan haga una creación memorable de Blair. Perdón por el lapsus mental... me refiero a Adam Lang.

2. Crítica en "El Día de Córdoba", por Carlos Colón:
La perfección narrativa
Polanski se crece en los géneros. Nacido al cine en la década de oro de los autores como uno de sus nombres mayores, alcanza sin embargo la maestría cuando las convenciones de un género lo distancian de sí mismo. Es como si esa distancia impuesta permitiera que su sombra se proyectara sobre la película, literalmente ensombreciéndola a la vez que haciéndola suya, sin permitir que ciertos excesos narcisistas a los que a veces es tan dado la dañen.
La convención del género actúa como una benéfica limitación que filtrara lo peor de sí mismo dejando pasar sólo lo mejor y más auténtico. Se da así la paradoja de que las películas en las que mejor ha aflorado su reconocible y atormentado mundo corrupto y claustrofóbico poblado por dobles y fantasmas son, en casi todos los casos, esas que la crítica más convencionalmente anticonvencional considera "nutritivas" o de encargo. Es el caso de La semilla del diablo, Chinatown, Tess, El pianista, Oliver Twist o esta El escritor, en mi opinión superiores a Cul de sac, ¿Qué?, Lunas de hiel o La muerte y la doncella. Lo que no quiere decir que no haya logrado grandes obras autoriales (El cuchillo en el agua, Repulsión, El quimérico inquilino) o realizado películas de género mediocres (Piratas, Frenético, La novena puerta).
Pese a lo extremo de su vida -desde su infancia en el gueto de Varsovia y la deportación de su madre de Auschwitz a su actual reclusión domiciliaria acusado de abuso de una menor, pasando por el asesinato ritual de su esposa Sharon Tate cuando estaba embarazada de ocho meses-, o precisamente por ello, parecen convenirle los límites, las reglas, el juego con las convenciones. Para respetarlos, transgredirlos o -lo más frecuente- para desbordarlos recreándolos. El humor negro alcanzó una de sus cimas en El baile de los vampiros, el cine de terror no fue el mismo tras La semilla del diablo, el cine negro fue refundado en la era neoclásica por El Padrino en 1972, ciertamente, pero también por Chinatown dos años después, ambas producidas por el gran Robert Evans. Quién sabe si lo mismo se podrá decir del cine de suspense tras El escritor.
La trama es convenientemente ingeniosa, retorcida, pródiga en giros y sorpresas: de una parte un ex primer ministro británico refugiado en Estados Unidos para evitar su comparencia ante el Tribunal de La Haya acusado de crímenes de guerra relacionados con Iraq; y de otra un escritor de segunda fila al que encargan que reescriba sus memorias sin firmarlas (de ahí el título original El escritor fantasma, forma inglesa de llamar lo que aquí se conoce como negro) para limpiar su imagen, que se toma demasiado en serio su trabajo abriendo puertas que debían permanecer cerradas.
El escenario de la cinta es convenientemente claustrofóbico y desasosegador: una lujosa (pero humanamente inhabitable) casa en un espléndido (pero gris y frío hasta lo amenazador) paisaje en la que los personajes se desgarran los unos a los otros y todos a sí mismos; hermosas ciudades fascinantemente filmadas, pero también súbitamente transfiguradas en irreconocibles ámbitos de pesadilla.
Pero por encima de esta trama y estos escenarios convenientes está el cine puro que Polanski evoca en cada plano con la serena contundencia de quien conoce todos los secretos del oficio sin por ello haber perdido inspiración y capacidad de sorprender creativamente. Son planos que dicen más cosas de las escritas en el guión y sugieren aún muchas más.
Y cuando esto sucede el cine despega para alcanzar, no sé si el arte, pero sí desde luego su pureza narrativa. La dirección de actores es tan ajustada y está tan minuciosamente trabajada que hasta Pierce Brosnan resulta oscuro y convincente. Pero la estrella de la película, sin lugar a dudas, es la cámara más segura y sabia a través de la que hayamos mirado en mucho tiempo.

Y ahora, el tráiler (en inglés) -no lo vean en español: acudan a la película-:

PRENSA. VIÑETA. EL ROTO. Violencia de género

Hoy, en "El País":

PRENSA. "Truculencias", de Fernando Savater

Fernando Savater

Columna de Fernando Savater aparecida hoy en "El País":

Truculencias
Uno de los highlights de los retiros de ejercicios espirituales de antaño (supongo que seguirán haciéndose, aunque desconozco su formato actual) era la tenebrista descripción de las penas del infierno, que acechaban flamígeras en el precipicio situado a la izquierda del itinerario del homo viator. Descripciones llenas de detalles gore sobre la intensidad y duración de los tormentos, cuya explicitud variaba de acuerdo con la imaginación un punto sádica del maestro de ceremonias. James Joyce les dedica una página formidable en su Retrato del artista adolescente. La verdad es que en líneas generales siempre resultaban más creíbles, pese a su fundamental inverosimilitud, que las edulcoradas y borrosas estampas de la beatitud celestial. Una herencia de Dante, supongo. Y daban pie al humor negro, como el de aquel feligrés que interrumpió al cura engolfado en su tarea de narrar espantos punitivos: "Ya está bien, padre. Si hay que ir al infierno, se va, pero... ¡coño, no acojone!".
Este gusto sacro por la pedagogía de lo escalofriante parece irse generalizando. Ya hace varios años que la Dirección General de Tráfico optó por prevenirnos contra los accidentes empleando imágenes de carrocerías machacadas, niños que chillan despavoridos y parapléjicos contritos. No queriendo ser menos, las autoridades sanitarias adornan las cajetillas de tabaco que el Estado sigue vendiéndonos con fotografías de chancros, tumores y pulmones perforados (supongo que aspiran al ideal de que la gente no deje de invertir en el rentable veneno pero que no se lo fume, para así ahorrar gastos a la sanidad pública: doble ganancia). Por su parte, las campañas contra el aborto no renuncian a asestar a los impíos retratos de fetos despedazados y otras referencias clínicas espeluznantes a la masacre de los inocentes. Salvo los caníbales, siempre tan suyos, nadie puede permanecer impávido ante tal carnicería...
Ahora se incorporan a esta moda tremendista los antitaurinos. Ya antes eran propicios a mostrar instantáneas chorreando hemoglobina de morlacos agonizantes pero ahora, en el debate del Parlamento catalán, se han aportado estoques y rehiletes como argumento científico irrefutable de que ese tipo de armas blancas hacen sufrir cuando pinchan: hay que agradecer que ningún evolucionista se haya presentado con una cornamenta de buenos pitones para recordarnos que el bos taurus también se las trae. En Madrid, como respuesta a la iniciativa de la presidenta Aguirre de declarar la fiesta bien de interés cultural (su lema podría ser "toro por la patria"), ha habido manifestación de desnudos ensangrentados como protesta. Seré el último que se queje de que señoritas de la edad adecuada se despeloten en público por una buena causa, e incluso sin ella, pero en este caso aunque se peguen banderillas y se embadurnen con tinta roja falla la similitud: porque si a algo no se parecen los toros de lidia -sanos o heridos- es a hembras.
Confieso cierto prejuicio contra estas formas de persuasión por medio de la agonía emocional y la truculencia. Soy de los que creen que la imagen no sólo no vale más que mil palabras sino que necesita más de mil para valer algo. Y desde luego prefiero que me hagan pensar a que se esfuercen en hacerme llorar o temblar. Además, me uno al ruego del feligrés contra la pedagogía del terror que confunde conmover y convencer: oiga, no acojonen, que bastante tenemos ya cada uno con lo nuestro.

PRENSA. "Ellas y ellos", de Rosa Montero

Rosa Montero

Reproducimos la columna de Rosa Montero aparecida hoy "El País":

Ellas y ellos
Las mujeres y su difícil relación con los hombres. O los hombres y su dificilísima relación con las mujeres. Veo las noticias de la Cumbre de Valencia, y me parece mentira lo mucho que están cambiado las cosas, por un lado, y por otro lo poquísimo que cambian. ¿Saben que el principal medio de transporte de mercancías en el interior de África son las mujeres? Todas esas hembras acarreando monumentales pesos en la cabeza como bestias de carga: eso sigue igual. Y, al mismo tiempo, ¡qué tenacidad y qué potencia tienen esas mujeres cimbreantes!
Si en el mundo ha mejorado la situación femenina es porque los hombres también han cambiado, como es obvio. Y, sin embargo, tal vez por la velocidad de la evolución, sigue habiendo resquemores, recelos y furor. Mientras se celebraba la cumbre, hubo otras dos víctimas asesinadas por sus parejas en España.
A mi mesa llega una marea constante de cartas airadas. Cartas de mujeres denunciando un recrudecimiento del sexismo y campañas machistas para hacer creer que lo de la violencia contra la mujer es un invento. Tienen razón. Cartas de hombres que se sienten maltratados por sus ex parejas y por los jueces; que se han quedado sin sus hijos; que dicen haber sido denunciados falsamente. Y creo que también tienen razón. ¿Qué nos está pasando? ¿Por qué sobre los restos de un machismo milenario se está construyendo una rabia nueva? ¿No hay manera de llegar a entendernos? ¿Tenemos que seguir siendo mundos opuestos?
La primatóloga Melissa Hines dio juguetes humanos a unos jóvenes monitos: muñecas, coches y libros ilustrados. Ellas cogieron las muñecas para jugar, ellos los coches y los dos los libros indistintamente. No sé si se puede extraer alguna enseñanza de esto, pero, si tienes hijos, ¡regálales libros!

POESÍA. "Si volviera a nacer", de Selene Urbano



Selene Urbano Molina es alumna de 2º de ESO de nuestro instituto. Éste es un poema suyo, escrito el año pasado.


SI VOLVIERA A NACER

Si volviera a nacer
nacería en la vejez.
Si volviera a morir
moriría siendo bebé.
Moriría por ti.
Moriría sin saber qué.
Dejaría de andar.
Dejaría de aprender.
Moriría así.
Moriría siendo bebé.

Mi reloj andaría,
andaría hacia atrás.
Cada paso que diera
no volvería a pasar.
Mi reloj sin agujas,
donde retrocede el tiempo,
porque en cada momento
yo me estoy muriendo
Cada vez más cerca
la muerte acecha;
voy andando hacia ella.
¡Y moriré de vieja!

PRENSA CULTURAL. TEATRO. "El avaro", de Molière (1622-1673)

Moliére

En "elpais.com", entrevista con Jorge Lavelli y Juan Luis Galiardo, director y primer actor, respectivamente, del montaje de El avaro, de Molière, que llega al Centro Dramático Nacional el próximo 8 de abril.

Aquí podemos ver un vídeo de "El País" sobre esta versión.

Además, éste es el principio de la obra:

ACTO PRIMERO
ESCENA PRIMERA

VALERIO y ELISA

VALERIO. ¡Cómo, encantadora Elisa, os sentís melancólica después de las amables seguridades que habéis tenido la bondad de darme sobre vuestra felicidad! Os veo suspirar, ¡ay!, en medio de mi alegría. ¿Es que acaso lamentáis, decidme, haberme hecho dichoso? ¿Y os arrepentís de esta promesa, a la que mi pasión ha podido obligaros?

ELISA. No, Valerio; no puedo arrepentirme de todo cuanto hago por vos. Me siento movida a ello por un poder demasiado dulce, y no tengo siquiera fuerza para desear que las cosas no sucedieran así. Mas, a deciros verdad, el buen fin me causa inquietud, y temo grandemente amaros algo más de lo que debiera.

VALERIO. ¡Eh! ¿Qué podéis temer, Elisa, de las bondades que habéis tenido conmigo?

ELISA. ¡Ah! Cien cosas a la vez; el arrebato de un padre, los reproches de una familia, las censuras del mundo; pero más que nada, Valerio, la mudanza de vuestro corazón y esa frialdad criminal con la que los de vuestro sexo pagan las más de las veces los testimonios demasiado ardientes de un amor inocente.

VALERIO. ¡Ah, no me hagáis el agravio de juzgarme por los demás! Creedme capaz de todo, Elisa, menos de faltar a lo que os debo. Os amo en demasía para eso, y mi amor por vos durará tanto como mi vida.

ELISA. ¡Ah, Valerio! ¡Todos dicen lo mismo! Todos los hombres son semejantes por sus palabras; y son tan sólo sus acciones las que los muestran diferentes.

VALERIO. Puesto que únicamente las acciones revelan lo que somos, esperad entonces, al menos, a juzgar de mi corazón por ellas, y no queráis buscar crímenes en los injustos temores de una enojosa previsión. No me asesinéis, os lo ruego, con las sensibles acometidas de una sospecha ultrajante, y dadme tiempo para convenceros, con mil y mil pruebas, de la honradez de mi pasión.

ELISA. ¡Ay! ¡Con qué facilidad se deja una persuadir por las personas a quienes ama! Sí, Valerio; juzgo a vuestro corazón incapaz de engañarme. Creo que me amáis con verdadero amor y que me seréis fiel; no quiero dudar de ello en modo alguno, y limito mi pesar al temor de las censuras que puedan hacerme.

VALERIO. Mas ¿por qué esa inquietud?

ELISA. No tendría nada que temer si todo el mundo os viera con los ojos con que os miro; y encuentro en vuestra persona motivos para hacer las cosas que por vos hago. Mi corazón tiene en su defensa todo vuestro mérito, fortalecido por la gratitud a que el Cielo me empeña con vos. Me represento en todo momento ese peligro extraño que comenzó por enfrentarnos a nuestras mutuas miradas; esa generosidad sorprendente que os hizo arriesgar la vida para salvar la mía del furor de las ondas; esos tiernos cuidados que me prodigasteis después de haberme sacado del agua, y los homenajes asiduos de este ardiente amor que ni el tiempo ni las dificultades han entibiado y que, haciéndoos olvidar padres y patria, detiene vuestros pasos en estos lugares, mantiene aquí, en favor mío, vuestra fortuna encubierta, y os obliga, para verme, a ocupar el puesto de criado de mi padre. Todo esto produce en mí, sin duda, un efecto maravilloso, y ello basta a mis ojos para justificar la promesa a que he consentido; mas no es suficiente, tal vez, para justificarla ante los demás, y no estoy segura de que no intervengan en mis sentimientos.

VALERIO. De todo cuanto habéis dicho, tan sólo por mi amor pretendo, con vos, merecer algo; y en cuanto a los escrúpulos que sentís, vuestro propio padre os justifica sobradamente ante todo el mundo; su excesiva avaricia y el modo austero de vivir con sus hijos podrían autorizar cosas más extrañas. Perdonadme, encantadora Elisa, si hablo así ante vos. Ya sabéis que a ese respecto no se puede decir nada bueno. Mas, en fin, si puedo, como espero, encontrar a mis padres, no nos costará mucho trabajo hacérnosle propicio. Espero noticias de ellos con impaciencia, y yo mismo iré a buscarlas si tardan en llegar.

ELISA. ¡Ah, Valerio! No os mováis de aquí, os lo ruego, y pensad tan sólo en situaros favorablemente en el ánimo de mi padre.

VALERIO. Ya veis cómo me las compongo y las hábiles complacencias que he debido emplear para introducirme en su servidumbre; bajo qué máscara de simpatía y de sentimientos adecuados me disfrazo para agradarle, y qué personaje represento a diario con él a fin de lograr su afecto. Hago en ello progresos admirables, y veo que, para conquistar a los hombres, no hay mejor camino que adornarse, a sus ojos, con sus inclinaciones, convenir en sus máximas, ensalzar sus defectos y aplaudir cuanto hacen. Por mucho que se exagere la complacencia y por visible que sea la manera de engañarlos, los más ladinos son grandes incautos ante el halago, y no hay nada tan impertinente y tan ridículo que no se haga tragar cuando se lo sazona con alabanzas. La sinceridad padece un poco con el oficio que realizo; mas, cuando necesita uno a los hombres, hay que adaptarse a ellos, y ya que no puede conquistárselos más que por ese medio, no es culpa de los que adulan, sino de los que quieren ser adulados.

ELISA. Mas ¿por qué intentáis conseguir también el apoyo de mi hermano, en caso de que a la sirvienta se le ocurriera revelar nuestro secreto?

VALERIO. No se puede contentar a uno y a otro; y el espíritu del padre y del hijo son tan opuestos, que es difícil concertar esas dos confianzas. Mas vos, por vuestra parte, influid sobre vuestro hermano y servíos de la amistad que hay entre vosotros dos para ponerle de nuestra parte. Aquí viene. Me retiro. Emplead este tiempo en hablarle, y no le reveléis nuestro negocio sino lo que os parezca oportuno.

ELISA. No sé si tendré fuerzas para hacerle esa confesión.

(Fuente: http://www.ciudadseva.com/)

PRENSA CULTURAL. AVANCE EDITORIAL. "La Judith de Shimoda", de Bertolt Brecht

En "elpais.com", esta información:

Inédito japonés de Brecht

"Babelia" avanza un fragmento de 'La Judith de Shimoda' (Alianza), pieza del dramaturgo alemán inspirada en una obra de Yamamoto Yuzo

MARCOS ORDÓÑEZ 30/03/2010

En 1940, Bertolt Brecht está exilado en Finlandia. Su amiga y anfitriona, la escritora Hella Wuolijoki, le descubre una obra, La triste historia de Okichi, del dramaturgo japonés Yamamoto Yuzo, que acaba de ser publicada en inglés y de la que ha comprado los derechos. Brecht queda fascinado por las características de la pieza (su modernidad, su feminismo, su crítica al patriotismo en beneficio de los poderosos) y emprende una "reelaboración" que tiene mucho de apropiación, no en vano acababa de hacer lo mismo con un texto de Hella Wuolijoki que firmaría como El señor Puntila y su criado Matti, una de sus comedias más celebradas.
Comprime el texto de Yuzo, remonta pasajes, añade alguna que otra escena y, sobre todo, escribe una docena de interludios en los que nuevos personajes comentan la triste peripecia de la protagonista. Así nace La Judith de Shimoda, una pieza inédita en castellano que esta semana publica Alianza, uno de cuyos fragmentos se puede leer hoy en esta edición de ELPAIS.com.
La Judith de Shimoda narra el "sacrificio patriótico" de Okichi, una gheisha, al servicio del primer cónsul americano en Japón, convertida en leyenda oficial, denostada por sus conciudadanos y destruida, pero no vencida, por la grieta que separa mito y realidad.
El estudioso alemán Hans Peter Neurenter pudo acceder al legado de Hella Wuolijoki y en 2006 descubrió el paradójico material: la versión de una pieza ajena que parece más brechtiana que las obras del propio Brecht (1898-1956).

Aquí podemos leer unos extractos.

POESÍA. COSMOPOÉTICA 2010. Edoardo Sanguineti (Italia), Ana Istarú (Costa Rica), Abbas Baydoun (Líbano)


Edoardo Sanguineti, en el Festival Internacional de Poesía de Medellín, en 1998:


Ana Istarú, en el Festival Internacional de Poesía de Medellín, en 1994:


Abbas Baydoun, en el Festival Internacional de Poesía de Medellín, 2001:


Gracias por en sus envíos a Virginia Molina.

POESÍA. COSMOPOÉTICA 2010. Rada Panchovska (Bulgaria)

Rada Panchovska

Ha pasado un ángel
La llamaron desde la esquina y ella acudió.
El uno la acarició, le besó la oreja y la soltó.
El otro le dio una patada exacta en el vientre,
la aplastaron contra la tierra.

Ella los miraba a los ojos, intentó lanzarse
de un lado para otro, no quería entender
que la resistencia no tenía sentido.

La ahorcaron en la rama más cercana.
Retiré la mirada de la ventana. Abrí el libro,                                                
tomé un poco de café de mi tacita. Son niños.
¿Qué es para ellos la vida?  Gatas hay muchas. 
 
Ha pasado un ángel
Al alba nos despertamos con la cabeza pesada.                            
Algo le pasaba al aire, nos endurecía. Las manos    
y la garganta nos dolían, nos levantamos a duras penas.
Sentíamos ahogarnos, nos despedazaríamos.

Se había alcanzado la intolerancia universal.                              
En los ojos del espejo rebosaba a fondo el odio.             
El café se sobró. Tragábamos sin mirarnos.
En el portal nos cruzamos con una creciente hostilidad.               

En la parada la indignación desbordó los límites.                         
Los lugares de trabajo se asemejaron a trincheras.
Granizaron ofensas y acusaciones, llegó el diluvio.           

Al mediodía perdimos el control, estalló
la guerra. Cogiéndonos por el cuello, nos golpeamos.
Al anochecer nos aniquilamos. Exterminados.
 
A veces
A veces uno se siente tan amargado
que envidia su propio éxito.

Recuerdo días de exaltación. Coincidencias
felices, fuegos artificiales del azar.    

Llueve por fin algo verdadero.

Traducción: Francisco Uriz

ARTE SIGLO XX. Amedeo Modigliani (1884-1920). "Retrato de Jeanne Hébuterne"

PRENSA. 30 marzo 2010

En "El País":

1. Ellas y ellos. Columna de Rosa Montero.

2. HBO adapta 'Canción de hielo y fuego' de George R. R. Martin. Por Toini García. El autor es para muchos el equivalente moderno de Tolkien.

3. Territorios. Columna sobre televisión de David Trueba.

4. Cuando la estrella es el 'copyright'. Reportaje de Daniel Verdú. Los responsables de cultura de la UE evitan enfrentarse en Barcelona al desafío de la piratería - Es la amenaza para un sector que genera el 2,6% del PIB europeo.

5. Descifrando el libro más complejo de la historia. Reportaje de Eduardo Lago. Se publica la versión expurgada de errores de 'Finnegans Wake', de James Joyce, tras 30 años de trabajo.

6. Truculencias. Columna de Fernando Savater.

7. No construya más edificios, ¡recíclelos! Reportaje de Lluís Pellicer. El sector de la construcción asume que no vivirá otro 'boom' - Confía su futuro a la rehabilitación de viejos inmuebles - El Gobierno impulsa la reconversión para crear empleo.

8. La responsabilidad de Ratzinger. Artículo de Hans    Küng, catedrático emérito de Teología Ecuménica en la Universidad de Tubinga (Alemania) y presidente de Global Ethic. Traducción de Ana Berenique.

9. El arte de no molestar. Artículo del crítico literario J. Ernesto Ayala-Dip.

lunes, 29 de marzo de 2010

OSCAR WILDE. Pensamientos (3). El arte y la moral.

Oscar Wilde
El arte y la moral

1. En arte no existen verdades absolutas. Una verdad en arte es aquello cuyo contrario es igualmente verdad.

2. Vicio y virtud son para el artista materiales de un arte.

3. Los libros que el mundo llama inmorales son libros que muestran al mundo su propia vergüenza.  

PRENSA CULTURAL. "Miguel Delibes, los pájaros y los niños", de Gustavo Martín Garzo


Hoy, en "El País", este artículo del escritor Gustavo Martín Garzo:

Miguel Delibes, los pájaros y los niños
Nos gusta una historia, escribió Jean Renoir, porque nos gusta el que la cuenta. La misma historia contada por otro, no ofrece ningún interés. André Gide resume esto en dos palabras: "En el arte lo único que cuenta es la forma". Y eso nos pasa con Miguel Delibes, que si amamos sus historias es porque nos gusta quién nos las cuenta y cómo lo hace. Son pocos los novelistas del siglo XX que hayan creado una galería de personajes tan inolvidables como él. Y, entre ellos, los más complejos e inolvidables son los niños. La infancia y la naturaleza son los grandes temas de su obra.
En uno de los relatos de Tres pájaros de cuenta, unos vecinos del escritor se encuentran un polluelo de cárabo, que alimentan y cuidan. El cárabo pasa a ser un miembro más de la familia, hasta que los problemas que causa les hacen tomar la resolución de soltarle. Lo meten en una jaula y, "como en el cuento de Pulgarcito", lo abandonan en el bosque. Pero el cárabo regresa poco después. Lo llevan aún más lejos, y vuelve a encontrar el camino de vuelta. Llegan a desplazarse más de 30 kilómetros, pero también entonces el cárabo regresa a la casa y, conmovidos por esa fidelidad, ya no vuelven a abandonarlo. Cada uno de los relatos de este pequeño libro tiene por protagonista a un pájaro: un cárabo, un cuco y una grajilla. Delibes nos habla de sus costumbres, nos describe sus vuelos, el color de sus plumas y su canto; nos dice dónde ponen sus nidos, qué alimentos prefieren, y lo hace con la cálida atención del que se ocupa de unos vecinos un poco peculiares, e imprevisibles, a los que no cabe desatender.
Es decir, habla de la naturaleza, pero también, y sobre todo, del corazón del que se detiene a contemplarla y amarla. Ese es el tema secreto toda la obra de Delibes, la búsqueda de ese camino que nos lleva al encuentro de las otras criaturas del mundo. Una búsqueda que se basa en el principio de igualdad. Igualdad no sólo con los otros hombres, sino con los animales y, hasta si se me apura, con los propios árboles, como pasa en su mejor cuento, Los nogales. "Son mis mejores amigos / aquellos que no hablan", escribió Emily Dickinson.
El pájaro es el símbolo del alma en todos los folclores. En los cuentos de hadas transmiten secretos, mensajes, expresan las ansias de los enamorados, como los vientecillos y las flechas furtivas. Pero la comunicación con los pájaros es también, y sobre todo, un acto de comunión con el mundo. El profeta Isaías habló de un monte donde el lobo bajaba a beber al tiempo que la oveja, el león dormía junto al antílope, y el niño jugaba en su cuna con alacranes y víboras. Un reino en que no existía el daño.
Muchos personajes de Delibes están situados en ese reino. Dialogan con la naturaleza, la entienden y miman. Pacífico en La guerra de nuestros antepasados; el Tiñoso, en El camino; Nilo, el joven, en Los nogales; el Senderines, de La mortaja, y Paco, el Bajo, en Los santos inocentes, que con su prodigioso olfato es capaz de seguir el rastro de las perdices y de las liebres, tienen esa insólita aptitud.
Y, por encima de todos, el Nini, en Las ratas, que es sin duda el personaje más memorable de la obra de Delibes. Pero el Nini tiene muchos puntos de contacto con Azarías, el protagonista de Los santos inocentes: está inmerso en su medio, vive en continuidad con el mundo y los animales; es capaz de entender el lenguaje de los pájaros. Sin embargo, el Nini no es un inocente, no está marcado por el estigma de la matanza de Herodes. Sería equiparable más bien al niño que visitan los Magos, el niño que escapa de la muerte.
Pero hay muchos niños en la obra de Delibes que no logran hacerlo, como el niño de La sombra del ciprés es alargada, como el Tiñoso de El camino, o el recién nacido que en Diario de un cazador entierran en una caja de zapatos. La obra de Delibes está llena de niños muertos, pero también de esos otros niños extraños que parecen situarse en esa volátil frontera que hay entre la vida y la muerte. A esta categoría de muertos vivos pertenecen los personajes de Los santos inocentes, o el que tiene síndrome de Down de Los nogales. Azarías, de hecho, ve a su hermano muerto, Ireneo, lo que nos indica hasta qué punto sus naturalezas son afines.
La muerte de un niño es sin duda uno de esos límites sagrados que la razón humana no puede traspasar sin llenarse de horror. La matanza de los santos inocentes es uno de los relatos más estremecedores que se conocen, y las preguntas se suceden inevitablemente al escucharlo. ¿Por qué tuvieron que morir los pobres niños? ¿No podían los ángeles haber advertido a sus padres de lo que les esperaba, como hicieron con José, y así haber huido todos juntos en la noche? Pero, ¿puede evitarse la pena, el dolor, la pérdida de lo que amamos? No, no se puede. Ser hombres, nos dice Delibes, también es contemplar ese cortejo de niños muertos sin poder hacer nada para salvarles.
Pero si no hay redención, si no es posible el milagro, ¿por qué sus personajes hablan con los pájaros? En un texto de los Upanishads se lee: "Dos pájaros, compañeros inseparablemente unidos, residen en el mismo árbol; el primero come de su fruto, el segundo mira sin comer. El segundo es puro conocimiento, libre e incondicionado. Los dos son inseparables". En Los santos inocentes, el señorito Iván, deseoso de cobrarse piezas como sea, manda a Paco, el Bajo, cegar a los palomos, para que sus movimientos desesperados hagan de señuelo. El señorito Iván ciega a los pájaros, y Azarías les da de comer. Es Azarías quien se pone del lado del pájaro del conocimiento. El pájaro que mira sin comer en el hermoso texto de los Upanishads se confunde con la grajilla que, al descender al hombro de Azarías, señala el lugar de la vida. El Senderines, el niño protagonista de La mortaja, construye un lugar así con una luciérnaga. Su padre acaba de morir. Está desnudo en la cama y, avergonzado, decide buscar ayuda para vestirle. Nadie le hace caso, pero él recoge una luciérnaga y halla en su luz la fuerza que necesita para enfrentarse a la muerte de su padre y a la miseria moral de cuantos le rodean.
La luciérnaga, como el descendimiento de la grajilla, señala el lugar de la vida. Azarías nos entrega en él una de las plegarias más hermosas formuladas jamás en nuestro idioma, "milana bonita, milana bonita"; y el Senderines el sueño humilde de la dignidad. Ese es el misterio de los niños en los libros de Miguel Delibes: cada uno de sus gestos tiene el valor de una plegaria. Su tiempo es el tiempo de la revelación y de los salmos. Por eso les vemos andar sobre las aguas, aunque ellos no lleguen a darse cuenta.
La obra de Miguel Delibes es comparable a la de todos los grandes moralistas, en el sentido que Camus da a esta palabra: los que tienen la pasión del corazón humano. Delibes forma parte de esa larga tradición de grandes moralistas, que desde Cervantes o Stendhal, se dan en el mundo de la novela. Se confunde con ellos porque "busca al hombre en el entorno y la comunidad en que vive; y la verdad en sus rasgos particulares". Delibes habría suscrito sin dudarlo las palabras de Camus acerca de que el desprecio por los hombres constituye con frecuencia el estigma de un corazón vulgar.

Gustavo Martín Garzo es escritor.

MIGUEL DELIBES, en el recuerdo. "Las ratas"


Éstas son las primeras páginas de la novela Las ratas (1962):

Poco después de amanecer, el Nini se asomó a la boca de la cueva y contempló la nube de cuervos reu­nidos en concejo. Los tres chopos desmochados de la ribera, cubiertos de pajarracos, parecían tres paraguas cerrados con las puntas hacia el cielo. Las tierras ba­jas de don Antero, el Poderoso, negreaban en la dis­tancia como una extensa tizonera.
La perra se enredó en las piernas del niño y él le acarició el lomo a contrapelo, con el sucio pie desnu­do, sin mirarla; luego bostezó, estiró los brazos y le­vantó los ojos al lejano cielo arrasado:
-El tiempo se pone de helada, Fa. El domingo iremos a cazar ratas -dijo.
La perra agitó nerviosamente el rabo cercenado y fijó en el niño sus vivaces pupilas amarillentas. Los párpados de la perra estaban hinchados y sin pelo; los perros de su condición rara vez llegaban a adul­tos conservando los ojos; solían dejarlos entre la ma­leza del arroyo, acribillados por los abrojos, los zara­güelles y la corregüela.
El tío Ratero rebulló dentro, en las pajas, y la pe­rra, al oírle, ladró dos veces y, entonces, el bando de cuervos se alzó perezosamente del suelo en un vuelo reposado y profundo, acompasado por una algara­bía de graznidos siniestros. Únicamente un grajo permaneció inmóvil sobre los pardos terrones y el niño, al divisarlo, corrió hacia él, zigzagueando por los surcos pesados de humedad, esquivando el aco­so de la perra que ladraba a su lado. Al levantar la ballesta para liberar el cadáver del pájaro, el Nini observó la espiga de avena intacta y, entonces, la des­barató entre sus pequeños, nerviosos dedos, y los granos se desparramaron sobre la tierra.
Dijo, elevando la voz sobre los graznidos de los cuervos que aleteaban pesadamente muy altos, por encima de su cabeza:
-No llegó a probarla, Fa; no ha comido ni siquie­ra un grano.
La cueva, a mitad del teso, flanqueada por las cárca­vas que socavaban en la ladera las escorrentías de pri­mavera, semejaba una gran boca bostezando. A la vuelta del cerro se hallaban las ruinas de las tres cue­vas que Justito, el Alcalde, volara con dinamita dos años atrás. Justo Fadrique, el Alcalde, aspiraba a que todos en el pueblo vivieran en casas, como señores.
Al tío Ratero le atosigaba:
-Te doy una casa por veinte duros y tú que nones.
¿Qué es lo que quieres, entonces?
El Ratero mostraba sus dientes podridos en una sonrisa ambigua, entre estúpida y socarrona:
-Nada -decía.
Justito, el Alcalde, se irritaba y, en esos casos, la roncha morada de la frente se reducía a ojos vistas, como una cosa viva:
-¿Es que no te da la gana entenderme? Quiero acabar con las cuevas. Se lo he prometido así al señor Gobernador.
El Ratero encogía una y otra vez sus hombros for­nidos, mas luego, en la taberna, Malvino le decía:
-Ándate al quite con el Justito. El tipo ese es de cuidado, ya ves. Peor que las ratas.
El Ratero derrumbado sobre la mesa le enfocaba implacable sus rudos ojos huidizos:
-Las ratas son buenas -decía.
Malvino fue Balbino en tiempos, pero sus conve­cinos le decían Malvino porque con dos copas en el cuerpo se ponía imposible. Su taberna era angosta, sórdida, con el suelo de cemento y media docena de mesas de tablas, con bancos corridos a los costados. Al regresar del arroyo, el Ratero se recogía allí y se merendaba un par de ratas fritas rociadas de vina­gre, con dos vasos de clarete y media hogaza. El res­to del morral se lo quedaba el Malvino, a dos pesetas la rata. El tabernero solía sentarse junto a él mientras comía:
-Cuando los hombres no están contentos con lo que tienen arman un trepe, ¿eh, Ratero?
-Eso.
-Y si están contentos con lo que tienen nunca falta un tunante que se empeña en darles más y arma el trepe por ellos. Total, que siempre hay función, ¿eh, Ratero?
-Eso.
-Mira tú que andas a gusto en tu cueva y no te metes con nadie. Bueno, pues el Justito dale con que te vayas a esa casa cuando más de seis y más de siete se matarían por ella.
-Eso.
La señora Clo, la del Estanco, afirmaba que el Mal­vino era el Ángel Malo del tío Ratero, pero el Malvino replicaba que se limitaba a ser su conciencia.
El tío Ratero, desde la boca de la cueva, vio ascen­der al Nini por la falda del teso, con el cuervo en una mano y el cepo en la otra. La perra se adelantó al des­cubrir al hombre y brincó una y otra vez sobre él, tratando de lamerle la tosca mano de dedos todos iguales, como tajados a guillotina. Mas el hombre, cada vez, le oprimía distraídamente el hocico y el animal gruñía entre furioso y retozón.
Dijo el niño mostrándole el grajo:
-El Pruden me lo encargó; los cuervos no le de­jan parar los sembrados.
El Pruden siempre madrugaba y anticipándose a la última semana de lluvias hizo la sementera. El Pruden, en puridad, era Acisclo por bautismo, pero se quedó con Pruden, o Prudencio, por lo juicioso y previsor. En mayo araba los barbechos y, de este modo, llegado noviembre, ya tenía dada vuelta a la tierra. Al concluir el verano, poco antes de que la hoja amarilleara, desmochaba los tres chopos escuálidos de la ribera y guardaba la hoja empacada para ali­mentar las cabras durante el invierno. Al Nini, el chi­quillo, le traía de cabeza: "Nini, rapaz, ¿viene agua o no viene agua?". "Nini, rapaz, ¿traerá piedra esa nube o no traerá piedra?". "Nini, rapaz, la noche anda muy queda y el cielo raso, ¿no amagará la helada negra?".
Dos tardes atrás, el Pruden se acercó al niño como de casualidad:
-Nini, hijo -le dijo en tono plañidero-, los cuer­vos no me dejan quietos los sembrados; escarban la tierra y se llevan la simiente. ¿Cómo me las arreglaré para ahuyentarlos?
El Nini recordó al abuelo Román, que para espantar los pájaros de los sembrados colgaba boca abajo un cuer­vo muerto. Las aves huían del lúgubre espectáculo; del inmóvil, atrabiliario luto de la tierra por florecer.
-Déjalo de mi mano -le dijo el niño.
Ahora, el Nini, mientras devoraba las sopas de pan a la puerta de la cueva, contempló el grajo despe­luzado, las plumas rígidas, aceradas, reposando so­bre un tomillo. La perra, agazapada junto a él, le observaba fijamente y, si el niño rehuía su atención, el animal le golpeaba insistentemente el antebrazo con la pezuña delantera. Tras la perra, bajo el teso, se abría el mundo; un mundo que la Columba, la mujer del Justito, juzgaba inhóspito tal vez porque lo ignoraba. Un mundo de surcos pardos, simétricos, alucinan­tes. Los surcos del otoño, desguarnecidos, formaban un mar de cieno tan sólo quebrado por la escueta línea del arroyo, del otro lado del cual se alzaba el pue­blo. El pueblo era también pardo, como una excre­cencia de la propia tierra, y de no ser por los huecos de luz y las sombras que tendía el sol naciente, casi las únicas en la desolada perspectiva, hubiera pasa­do inadvertido.

POESÍA. COSMOPOÉTICA 2010. William Ospina (Colombia): "Canción de los dos mundos"

Intervención del poeta en el XIII Festival Internacional de Poesía de Medellín, en 2003, con su poema Canción de los dos mundos:


Aquí podemos leerlo:

En Europa es de día pero es de noche en África.
Al norte del mar está el tiempo, pero está al sur la eternidad.
Los blancos pueblos industriosos construyendo la gloria del hombre.
Las negras lanzas nervadas custodiando la roja luna.
Las blancas piedras con forma de ninfas danzando en la nieve.
Las melenas de oro, las pieles rayadas, las criaturas de cuellos larguísimos como si fueran sueños.
Al norte del mar el insomnio en la noche, al sur la siesta en la tarde.
Al norte está la razón estudiando la lluvia, descifrando los truenos.
Al sur están los danzantes engendrando la lluvia, al sur están los tambores
inventando los truenos.

Gracias a Virginia Molina por su envío.

ARTE SIGLO XX. George Grosz (1893-1959). "Restaurant"

POESÍA. "Walking Around", de Pablo Neruda (1904-1973)

Pablo Neruda

Walking Around
Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza.

El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.

Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.

Sin embargo sería delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío.

No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante, extendido, tiritando de sueño,
hacia abajo, en las tripas mojadas de la tierra,
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.

No quiero para mí tantas desgracias.
No quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos
ateridos, muriéndome de pena.

Por eso el día lunes arde como el petróleo
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,
y aúlla en su transcurso como una rueda herida,
y da pasos de sangre caliente hacia la noche.

Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas,
a hospitales donde los huesos salen por la ventana,
a ciertas zapaterías con olor a vinagre,
a calles espantosas como grietas.

Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos
colgando de las puertas de las casas que odio,
hay dentaduras olvidadas en una cafetera,
hay espejos
que debieran haber llorado de vergüenza y espanto,
hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.

Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
con furia, con olvido,
paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
calzoncillos, toallas y camisas que lloran
lentas lágrimas sucias.

POESÍA. COSMOPOÉTICA 2010. Edoardo Sanguineti (Italia)

Edoardo Sanguineti

24
he enseñado a mis hijos que mi padre fue un hombre extraordinario: (podrán
contarlo, así, a cualquiera, si quieren, con el tiempo): y después, que todos
los hombres son extraordinarios:
y que de un hombre sobreviven, acaso,
unas diez frases, tal vez (metiendo todo junto: los tics,
los dichos memorables, los lapsus):
y estos casos son los más afortunados:

36.
cuando te nado dentro, en mi estilo libre (profesional, casi: medio
mixto, en cualquier caso), buceo, retengo mi aliento, y (entrecerrando,
cerrando mis ojos) abro mis brazos, separo mis piernas,
pelo mi plátano (y lo encapucho):
me hago el muerto, me encorvo, me balanceo:
todo aquí: (pentagonal y a estrella, si te parece, soy inscribible en mi propio cerco):

Traducción: Dolores Labarcena y Pedro Marqués de Armas
(Fuente: http://delpalenqueypara.blogspot.com/2009/02/edoardo-sanguineti-dos-poemas.html)