lunes, 28 de septiembre de 2009

PRENSA. 28 septiembre 2009. "Por qué no decir basta", de Salvador Gutiérrez Solís


Reproducimos el artículo POR QUÉ NO DECIR BASTA, del escritor cordobés Salvador Gutiérrez Solís, aparecido hoy en "El Día de Córdoba":

Negar que en los últimos años se ha avanzado en la igualdad entre los géneros sería negar lo evidente. También es cierto que ha sido mayor el avance legislativo o normativo que el social, donde la desigualdad sigue siendo un asunto desdichadamente rutinario. Me temo que habrán de pasar algunas generaciones hasta que la igualdad real, en todos los aspectos y ámbitos de nuestras vidas, constituya el cotidiano, y la desigualdad una excepción. Aún queda mucho, mucho por recorrer, mucho por rectificar, mucho por naturalizar. En demasiadas ocasiones el machismo se gesta en el mundo de la empresa, no es necesario recordar la brutal diferencia de salarios, se gesta en las organizaciones, ya sean políticas, sindicales o culturales, y se gesta, sobre todo, en la familia. Inconsciente o conscientemente, desde la naturalidad de una tradición tan excluyente como perversa, a los hombres y a las mujeres se nos educa de manera muy diferente en multitud de ocasiones, adjudicándole a uno y otra roles completamente diferentes. Mi hijo Israel juega con príncipes y princesas, Aurora, Felipe, Cenicienta o Michael, que componen el imaginario de su infantil mundo de cuento. Cuando salimos a pasear, mi hijo gusta acompañarse de alguno de sus muñecos o muñecas. Si lleva entre sus manos un príncipe, no pasa nada, todo es normal, es lo natural; pero como sea una princesa la cosa cambia, radicalmente. Les puedo asegurar que en un simple trayecto de cien metros son varios los comentarios que escuchamos, las risas que contemplamos alrededor, y no sólo de gente mayor, de personas de mi generación y, lo que más me preocupa, de niños de su propia edad. Tengamos en cuenta que mi hijo tiene cuatro años.
Curiosamente, a un amplio número de amigos de mi hijo les encantan las muñecas, pasear un carrito de bebé o hacer comiditas, y me he topado con reacciones paternas de todo tipo. Hay quien consiente que juegue con muñecas, pero sólo en casa, les prohíben exhibirlas en el exterior. Hay quien se niega a que las tengan, a pesar del deseo manifiesto de sus hijos. Hay quien lo vive como una absoluta pesadilla y te muestran dudas sobre la sexualidad de sus retoños. A mí mismo, lo reconozco, criado en el machismo de un franquismo que devoraba todo y a todos, me ha costado entender que a mi hijo le gusten por igual los muñecos y las muñecas, que le encante cambiarles de vestido, que las peine, que organice bodas entre ellos, y hasta me he obstinado en ponerle una pelota entre las piernas o en aficionarlo a la bicicleta. Y todo, trágica y sencillamente, porque no soportaba las risitas, las miradas de soslayo y los comentarios de los que me rodeaban, hasta que comprendí que la felicidad de mi hijo, su desarrollo personal, su libertad, estaban muy por encima de estos arcaicos efectos colaterales de una sociedad en la que el machismo y la desigualdad siguen siendo santo y seña.
Seamos sinceros, no nos escondamos detrás de una máscara de idealismo que no existe; tal vez más de un lector esté sonriendo al leer este artículo, y hasta puede que se esté sorprendiendo, y fabrique esas coletillas que empleamos para explicarlo todo. Porque la desigualdad, la falta de respeto por la personalidad y libertad de cada cual, se construye sobre un discurso facilón, plano, tan sencillo como cruel. Porque en este país se nos ha educado a formar parte de la "moral oficial", a respetarla, acatarla y transmitirla aunque no la compartamos, aunque nos duela, aunque nos reduzca como personas y frene expresiones muy íntimas de nuestra propia naturaleza. Y todo, en una gran mayoría de las ocasiones, por el qué dirán, que ha sido la liturgia permanente que ha repicado en nuestros oídos. Basta, ha llegado el momento de decir basta.
Las muñecas de mi hijo son un mero ejemplo de un amplísimo catálogo donde caben, desgraciadamente, mil y un ejemplos más. Seguimos manteniendo un mundo donde los hombres y las mujeres, desde pequeños, han de adoptar papeles absolutamente diferentes. Seguimos manteniendo modelos sociales, familiares, morales, que no hacen otra cosa que mermar el natural crecimiento de nuestras personalidades. Podrán cambiar las leyes, las normas, los tantos por ciento, que son necesarios, indiscutiblemente, pero mientras no lo haga la sociedad, todos y cada uno de nosotros, siempre contemplaremos la deseada meta desde el comienzo de un camino que nos da miedo recorrer. Tendremos que comenzar a decir basta.

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