jueves, 22 de octubre de 2009

TEATRO. José María Rodríguez Méndez, en el recuerdo



Acaba de fallecer el dramaturgo José María Rodríguez Méndez. Reproducimos una ponencia del autor, aparecida en la revista La Ratonera (Revista asturiana de teatro), nº 7 (enero 2003):

III Encuentros de Autores de Teatro "A de Autores"

8-9 noviembre 2002. Gijón
Ponencia de José María Rodríguez Méndez

Después del realismo

Parece que después del realismo, que predominó en la segunda década del pasado siglo XX, el teatro ha querido sacudirse esa al parecer pesada carga, sin tener en cuenta una vez más que el realismo ha constituido siempre lo mejor de la literatura española. Pero la verdad es que la desconfianza proverbial ante el realismo corre paralela con la insistente desconfianza al teatro en general. Ahora parece que asistimos, por parte de las generaciones más jóvenes, a ese descrédito teatral, invocando a nuevas formas expresivas o vanguardísticas. Sucede siempre: tras los periodos más o menos academicistas, se propugna una nueva vanguardia. Lo que pasa es que en realidad lo que apuntan es a algo distinto al vanguardismo. Se dirigen a otro género extraño: mezcla de cine, televisión, etc. A un caos, en suma, y así las obras teatrales escritas por las generaciones más jóvenes muestran claramente un desconocimiento casi total del teatro, de lo que deba ser el teatro.
Claro que habrá que aludir en su descargo el pertinaz elemento de la incultura teatral española, que nos ha ido agobiando a todos desde hace muchos lustros. De cualquier manera, a mí me asombra hasta dejarme enmudecido leer ciertas cosas, descubrir que los profesores y tratadistas del género teatral muchas veces desconocen los elementos fundamentales que constituyeron nuestro teatro.
Si reparamos en algunos términos puestos en circulación en la última década, reconoceremos una vez más que el teatro está en pleno descrédito frente al cine y otras tecnologías.
Sin embargo hay algo peor que la enemistad entre estos géneros, y es la hibridez que hoy se advierte. Por eso no vendría mal que estudiáramos esta terminología que se ha abatido sobre el teatro. Por ejemplo, cada día es más frecuente llamar al texto teatral "guión", y eso no deja de resultar inaudito. Hamlet, por ejemplo, ¿guión simplemente para una "propuesta" de un director? A estos extremos se llega al desacreditar la obra TEATRAL: parece que la única forma artística para algunos jóvenes es el cine, modelo arquetípico y clásico en el que se han educado. Por mucho que lleven el teatro en su corazón, su mente está ocupada con el cine. Son como Marta y María, divididas entre contemplación y quehacer.
A la traducción teatral denominan "doblaje" y afirman, como ha afirmado un notable autor, que el estado español no subvenciona el teatro nuestro sino el "doblaje" de obras extranjeras. Se habla también de "metateatro" y de "teatro de autor" y de otras sandeces por el estilo, para terminar demostrando una cosa cierta: la gran incultura teatral en los últimos autores, incultura que han heredado, por supuesto, de sus mayores. Y una de las peores cosas que se está derivando de este descrédito al teatro es el hecho de que antes lo más corriente era que una obra teatral se convirtiera en película y no al revés como sucede ahora. Lo normal hoy es que se considere al teatro ascendiente del cine. Y estamos llegando a la perversión de fabricar obras de teatro a partir del cine y ya hemos visto la producción en España de varios engendros para diversión y beneplácito del ignaro mundo de nuestras salas teatrales.
Siempre tras los periodos más o menos realistas, como es el caso de la generación presidida por Antonio Buero Vallejo, acostumbra a sobrevenir un periodo antiacademicista y anticlásico, que propugna el vanguardismo. Lo que ha pasado es que ahora no se han producido esos movimientos (o lo han hecho de manera vaga). Ahora nos hemos encontrado con una situación de enorme incultura teatral, fomentada siempre por las minorías industrialistas, que pretendan aniquilar el arte teatral y cualquier forma de arte, para convertir la actividad espiritual en una industria rentable. Así nos encontramos a una nueva juventud desorientada que no puede responder a ninguna pregunta sobre LA ESENCIA Y SUSTANCIALIDAD DEL TEATRO; limitándose a escribir algo ya repetido y confuso, mientras que el público, siempre abandonado a su suerte, asiste a los espectáculos como un zombi.
Pero nosotros no podemos permanecer al margen de esta situación tan peligrosa y nuestro deber al entrar en el presente siglo será mantener el realismo de una manera fundamentalista mientras los nombres de Shakespeare, Eurípides, Calderón, etc, etc., sean como lo son hasta hoy imbatibles, pese a que a través de esos directores-adaptadores se pretenda reducirlos a material con el que construir obras de consumo para analfabetos teatrales.
Un teatro que no tenga sus raíces en la realidad, en eso que llamaban los escolásticos "adequatio intelectus rei", es imposible de crear y digo "crear" porque ya es hora de que sepan esos jóvenes y desorientados autores que no es lo mismo "escribir" que "crear". Este compromiso con la realidad supondrá siempre la crítica de esa misma realidad o un espejo particular de ella.
Hemos asistido estos últimos años al lento languidecer del teatro como producto del arte en aras de producto industrial como es habitual en cualquier quehacer al servicio de las masas. Asistimos a lo que mi admirada y querida Paloma Pedrero definió como clonación de autores. Porque efectivamente autores que crean escuela no es que crean escuela de teatro, sino escuela a semejanza de ellos mismos. No lo que en otros tiempos podía ser una escolástica general del hecho teatral. Lo que se intenta ahora es crear industrialmente clones a partir de misteriosos genes.
Son los mismos que intentan crear un tipo de lenguaje teatral que en su día habremos de utilizar todos: un lenguaje un tanto esotérico que permita a los dueños del cotarro, es decir, a los directores, manipularlo a su antojo. Para ello invocan a esa figura llamada Samuel Beckett, por ejemplo. Pero no podemos engañarnos. Sabemos muy bien que el teatro, el teatro verdadero, no eso que se pretende dar a las masas ignorantes, es algo que transciende al autor, que va más allá de su satisfacción personal y queramos o no ha de enfrentarse al futuro en el que encontrará una respuesta. En estos últimos tiempos, nosotros, los autores de las generaciones realistas, estamos recibiendo de algunos países de la Comunidad Europea, especialmente de Alemania, cartas en las que universidades y centros culturales se interesan por el "realismo antifranquista" de nuestras obras. Afirmando una vez más que el realismo que nosotros utilizábamos iba mucho más allá de nosotros, pues es bien cierto que nosotros, pese a la lucha que tuvimos contra la censura, no escribíamos sólo contra Franco, sino que lo que deseábamos era que nuestro realismo, siempre crítico, fuera más allá de nosotros.
Hay que volver a recuperar nuestra confianza en el teatro como obra de arte, contra toda pretensión industrial, lo cual no va a ser nada fácil, dado el poco volumen de creatividad que se observa en los jóvenes. Y por supuesto el problema del público. Porque nos encontramos fundamentalmente con un público totalmente discapacitado. Hablo naturalmente del público español, fundamentalmente el de Madrid.
Efectivamente, en Madrid existe el peor público que haya existido nunca. Aquel público del Siglo de Oro, que aplaudiera y escuchara las obras de Lope y Calderón es hoy una entelequia. Pero es que ni el público masa de los años treinta y el sometido público de la dictadura puede compararse con el de hoy. Hoy nos enfrentamos a un público tipo zombi, que escucha como dormido. Es un público alejado del teatro a través de las pantallas de la televisión, incapaz de juzgar y en consecuencia fácil presa de los industrialistas para vender sus productos híbridos al estilo del televisual Gran Hermano, por ejemplo. Y este es el provenir que yo veo al teatro en estos umbrales del siglo XXI.

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