jueves, 8 de octubre de 2009

PRENSA (2). "De Córdoba la Vieja a Medina Azahara", por Jesús Cabrera


(Pavimento de mármol de uno de los salones descubiertos durante las excavaciones de Ricardo Velázquez Bosco)

En "El Día de Córdoba", Jesús Cabrera realiza un recorrido por la historia del yacimiento de Medina Azahara.

Lo reproducimos a continuación:

El arquitecto Ricardo Velázquez Bosco inició las primeras excavaciones en 1911 · Durante siglos se especuló sin fundamento con que en este lugar estaba la ciudad fundada por Claudio Marcelo.

Medina Azahara siempre estuvo ahí, próxima y distante de la ciudad, recostada en las primeras estribaciones de la Sierra. Su vida fue tan efímera que contribuyó a una leyenda que dura ya un milenio. Abderramán III construyó un completo complejo del que su identidad se perdió durante varios siglos y del que buena parte de sus secretos y sorpresas continúan aún bajo tierra.

Abandonada a las pocas décadas de su construcción, comenzó un largo periodo de expolio a la vez que se perdía la memoria sobre sus orígenes, sus riquezas y, en definitiva, su historia. Medina Azahara se convirtió en una ladera de la que emergían sillares, capiteles rodados y restos de atauriques, que fueron usados tanto como material de acarreo para la construcción de nuevas edificaciones, como para decoración de las mismas. Ésta fue una constante que ha llegado prácticamente a nuestros días, mientras los cordobeses se olvidaban del lugar. La práctica era tan común que en las excavaciones recientes han aparecidos restos de picos y azadas utilizadas a lo largo de la historia como materia imprescindible para consumar el expolio. Sólo interesaban los sillares y las columnas; los atauriques eran dejados in situ. Fue una cantera en que la piedra ya estaba trabajada.
El desconocimiento hizo que en la Edad Media se bautizara este paraje como Córdoba la Vieja, como una interpretación rápida y sin fundamentos de lo que el subsuelo encerraba. Se creía que era la ciudad fundacional, la levantada por el pretor Claudio Marcelo y que en un momento dado fue abandonada para trasladarse a la orilla del Guadalquivir, a su ubicación actual.
Los eruditos del Renacimiento empezaron a establecer suposiciones, como la desarrollada por el cronista de Felipe II, Ambrosio de Morales, quien dijo que Claudio Marcelo "mudó" la ciudad a Córdoba la Vieja. El agustino Enrique Flórez, en su España Sagrada, se hace eco de esta polémica y se decanta por la teoría de Pedro Díaz de Rivas, sobrino de Martín de Roa, quien, sin llegar a descifrar la verdad de lo que estaba enterrado a los pies del monasterio de San Jerónimo de Valparaíso, estableció una serie de argumentos para refutar las tesis de Morales. En primer lugar explicó que Medina Azahara "no tiene tantas aguas como pedía una ciudad tan ilustre y como acostumbraban a buscar los romanos", así como que "el sitio llamado Córdoba la Vieja es contrario a la sanidad, pues está descubierto a los aires del mediodía y privado de los del norte, lo que le hace abundar en multitud de alacranes".
Pero, más allá de estos peregrinos argumentos, y después de teorizar sobre los vientos y las aguas, Díaz de Rivas recurre a una obviedad -"En la Córdoba actual se hallan muchos monumentos romanos cuando se hacen fábricas; en el otro sitio los mayores vestigios son de moros"- para concluir que en Córdoba la Vieja "lo que hubo fue el castillo y población que edificó el rey Abderramán III".
Pese a esta aproximación, el debate no estaba cerrado ni mucho menos. Siglos más tarde, Bartolomé Sánchez de Feria se aventuró a situar en este lugar el monasterio mozárabe de Cuteclara, del que se desconocía su ubicación. Los viajeros que a partir de la Ilustración comenzaron a recorrer estas tierras volvieron a poner en el centro de la diana el origen árabe de los restos a flor de piel en el monte de la Novia. Antonio Ponz señaló que "son de algún palacio o casa de delicias de los reyes árabes".
Éste es el panorama con que se entra en el siglo XIX, un momento en que las técnicas historiadoras dan un salto respecto a las usadas en el pasado, y Córdoba la Vieja comienza a ser Medina Azahara. Juan Agustín Ceán Bermúdez define con precisión, gracias a los textos del cronista árabe Zakiki, que aquello era la ciudad de recreo que Abderramán III mandó construir cerca de Córdoba. En el catálogo de la exposición que en estos días se puede ver en el Museo de Bellas Artes, José María Palencia apunta al "desarrollo de la imaginación romántica y la necesidad de proceder a levantar la 'fabulosa' ciudad para que la realidad pudiese justificar a la imaginación" como causas del nuevo interés que despierta en lugar entre los eruditos. Estos hechos, unidos a la aparición de nuevos textos árabes, van a intensificar el estudio de unos restos arqueológicos necesitados de investigación.
También fue importante la visita que realizó Pedro de Madrazo a Córdoba la Vieja cuando recogía material para su libro sobre la capital. Él mismo cogió del suelo restos de ataurique, por lo que no dudó en insistir en que aquello era Medina Azahara, echando por tierra las teorías de siglos precedentes que habían enturbiado la identidad del lugar. Madrazo consiguió que el Gobierno de Isabel II se implicase en la recuperación de la ciudad palatina y logró el libramiento de una partida para excavaciones bajo la supervisión de Madrazo y de Pascual de Gayangos. Pero poca tierra se removió, ya que el propietario de la finca puso el grito en el cielo y hubo que paralizar los trabajos. Sólo se descubrieron algunos cimientos y diversos elementos decorativos.
En este momento es, precisamente, cuando arranca el hilo argumental de la muestra del Museo de Bellas Artes, ya que esta institución, que había recibido entre los bienes desamortizados piezas como el famoso cervatillo, fue la responsable legal del yacimiento. Este museo es depositario, por uno u otro conducto, del legado de Rafael Romero Barros, de su hijo Enrique Romero de Torres, del escultor Mateo Inurria o el arquitecto Ricardo Velázquez Bosco, todos ellos protagonistas activos del resurgir de Medina Azahara.
Este clima revitalizador llegó hasta las más altas instancias y el Gobierno de la nación se compromete a iniciar una campaña de excavaciones que le encarga a Velázquez Bosco, quien hasta hacía poco era el responsable de la restauración de la Alhambra. Los trabajos comenzaron por los puntos donde las ruinas eran más evidentes, lo que se entendía que era parte de la vivienda del califa y del salón occidental, denominaciones arbitrarias que el tiempo se encargaría de pulir. Desde este momento, y hasta la muerte del arquitecto responsable de la excavación, en 1923, se hicieron unas catas consistentes en zanjas paralelas de norte a sur para delimitar el perímetro de la ciudad califal, un objetivo que no se alcanzó.
Aunque Velázquez Bosco falleció sin realizar la memoria de sus trabajos, sí ha llegado hasta nosotros importante material de esta época -como planos, dibujos y dos memorias-, considerada como el inicio de la recuperación de Medina Azahara y de la que está a punto de cumplirse un siglo.
La Real Academia de la Historia refrenda estos trabajos, por lo que se puede decir que Medina Azahara ha salido del olvido. A lo largo del siglo XX se vuelven a repetir diversas campañas arqueológicas, destacando las realizadas a partir de 1944 por el arquitecto Félix Hernández -a quien se le debe el llamado salón de Embajadores- a raíz de las visitas de dirigentes árabes en esa época propiciadas por el alcalde Antonio Cruz Conde. En 1985 la gestión del recinto pasa a la Junta de Andalucía, pero eso es otra historia.

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