Conversar con Pennac es como leer sus libros: una delicia. Es simpático, tiene un permanente sentido del humor y habla sin tapujos. En su última novela, Diario de un cuerpo (Mondadori), escribe el diario íntimo del organismo de un francés burgués, alto funcionario, nacido en 1923 y fallecido en 2010. Sin tapujos y con mucho humor. Anotación del 28 de abril de 1940, en plena pubertad: “Lo extraordinario, cuando me doy placer, es ese instante que llamo el trance del equilibrista: el segundo en que justo antes de gozar, no he gozado todavía. El esperma está ahí, dispuesto a brotar, pero lo retengo con todas mis fuerzas...”.
Las sorpresas del cuerpo, no las del alma. Esa es la materia de la novela de Pennac. “El cuerpo vive una doble vida: sobreexpuesto en Internet, la publicidad, el cine porno, convertido en espectáculo, y sin embargo no hablamos nunca de nuestro propio cuerpo. Sigue siendo tabú, nunca se le invita a la mesa, aunque no está prohibido, no hablamos de ello. Y, pese a todo, el cuerpo es una caja de sorpresas permanente. Incluso una mala digestión es una sorpresa…”.
¿No será ese pudor una cosa muy de Francia, ese lugar donde el retrete está siempre aparte? “El pudor es una invención de la burguesía. En el XVI, Montaigne hablaba de la vida tal cual era. La corte de Luis XIV era un mundo muy físico, lleno de olores y perfumes. Y Napoleón le escribió a Josefina: ‘No te laves, que llego enseguida’. Pero para pagar las deudas del imperio, la burguesía se tuvo que poner a trabajar, se casaba por contrato y ya no era cuestión de bromear con el cuerpo. Tras las pequeñas ratas de Ópera, las prostitutas que morían de sífilis y los poetas que morían de tuberculosis, en 1830 se instala el concepto de pudor ¡y ya no volvemos a hablar del cuerpo ni siquiera en las novelas!”.
Se diría que Pennac ha leído todo sobre el cuerpo y su relación con la mente y los otros. Dice que lleva “30 años investigando” sobre eso, preguntando a sus amigos, y que el diario contiene aportaciones de gente de todas las edades, de niños a abuelos, como el espléndido relato de la aparición de una mancha en la mano: mancha de vejez, flor de cementerio. Cree que el pudor “subsiste”, y espera que una mujer narre el diario de un cuerpo femenino: “Ellas tienen el ciclo menstrual, que les obliga a una relación permanente con su cuerpo, aunque siempre es una enorme sorpresa la primera vez. El feminismo liberó a la mujer en el lenguaje de ella misma y de los otros. Nosotros estamos más lejos del cuerpo, guardamos un silencio antropológico porque lo ignoramos todo”.
Mientras escribió la novela, Pennac estuvo cuatro años en una isla: la literatura. “Así tomé distancia mental y geográfica". Pero cuenta que la decadencia de Francia se resume en el abismo que separa al general Charles de Gaulle de Sarkozy: “En 1958, la historia oral registró que un manifestante insultó a De Gaulle y este replicó con ironía: ‘¡Enorme programa!’. Medio siglo después, un agricultor insultó a Sarkozy y este respondió: “Lárgate, capullo. Ese es el balance. La ruptura con De Gaulle y Chirac ha sido una involución. Ha popularizado las tesis del Frente Nacional presentando ideas de extrema derecha como si fueran centristas”.
Nacido en Casablanca en 1944, hijo de militar, Pennac fue profesor y todavía enseña a niños con problemas, aunque se retiró del día a día a finales de los años noventa, cuando sus novelas empezaron a venderse por millones con la saga de El señor Malaussène. Su visión sobre los ataques y los recortes a la educación, el núcleo del ensayo Mal de escuela, de gran éxito en Francia y en España, suena irrebatible: “Si creen que la cultura es cara, prueben con la ignorancia. A medio y largo plazo, ahorrar en educación y cultura se paga carísimo. Los Gobiernos de derechas actúan como si la escuela fuera su peor enemigo. No quieren historia, filosofía, razón, laicismo. La política liberal y clientelista quiere que el 90% de los alumnos sean consumidores y el otro 10% managers. Así que se quitan las ciencias sociales y todos a estudiar economía y marketing, y a consumir”.
“Esto no es nuevo, empezó a finales de los años ochenta”, añade, “cuando los niños empezaban a ir con el walkman al colegio. Poco a poco la escuela se convirtió en una sucursal de la mercadotecnia: ropa juvenil, comida juvenil, ocio juvenil… Marcas, marcas y marcas, y cada vez menos transmisión de saberes. Y desde ahí hemos llegado a proponer a los profesores ganar más a cambio de trabajar más horas: como si fueran mercenarios”.
Cosas de la decadencia de Francia, y de Europa: “La especie humana es hipocondríaca y suicida al mismo tiempo: vive aterrorizada por los problemas que ella misma crea”, concluye.