Manuel Vicent
La verdad
MANUEL VICENT 24 JUN 2012
Ciertamente, quien busca la verdad corre el riesgo de encontrarla. ¿Pero, adónde hay que ir a buscarla? Sin duda el método socrático más moderno para llegar a ella es el TAC, la tomografía axial computarizada. La verdad ya no es propiedad de ninguna filosofía, porque tantas doctrinas contrapuestas, al final, conducen al escepticismo. Tampoco se halla en ninguna iglesia. Todas las creencias son, en el fondo, el reflejo humano de la pelea entre dioses enemigos. Puede que la verdad anide en el alma intransferible de cada uno, pero solo existe un camino para alcanzarla: se trata de hacerse un chequeo médico completo y para eso hay que pedir hora en una clínica, no en un templo ni escuela. El riesgo de encontrar la verdad es proporcional a la edad de quien la busca. A los jóvenes que llevan una vida sana, salvo casos raros, este asunto no les va nada, pero a medida que uno envejece la verdad se esconde en algún lugar del cuerpo, forma parte del alma y solo en contadas ocasiones asoma por el rostro. La forma de llegar al alma empieza por un análisis de sangre. Aparecen los leucocitos, los hematíes, la glucosa, la urea, la creatinina, el hierro, el ácido úrico, las enzimas, los triglicéridos, los marcadores tumorales. En este caso, si la verdad no da la cara, uno respira tranquilo. Pero a continuación la verdad te exige más sacrificios: placas por si aparecen sombras de sospecha en los pulmones, una colonoscopía para detectar pólipos en los intestinos, un tubo que habrá tragarse buscando sus huellas en el estómago, una prueba de esfuerzo por si la verdad fuera ese trombo que pudiera obstruir la aorta y después, ecografías, resonancias magnéticas, contrastes. Cada uno de estos chequeos requiere previamente que firmes tu responsabilidad en el caso de que mueras en el empeño. Finalmente, si uno se pone exigente, el médico te pedirá que ofrezcas tu cuerpo entero a una máquina infernal cuyo diabólico rodillo irá dividiendo en rodajas todo lo que la existencia ha ido dejando en cada una de tus mucosas más secretas hasta el tamaño de una lenteja. Si al final de este proceso no has encontrado la verdad, entra en el primer bar, tómate un par de cervezas y luego, como King Kong, súbete al Empire State con tu novia en brazos.
Ciertamente, quien busca la verdad corre el riesgo de encontrarla. ¿Pero, adónde hay que ir a buscarla? Sin duda el método socrático más moderno para llegar a ella es el TAC, la tomografía axial computarizada. La verdad ya no es propiedad de ninguna filosofía, porque tantas doctrinas contrapuestas, al final, conducen al escepticismo. Tampoco se halla en ninguna iglesia. Todas las creencias son, en el fondo, el reflejo humano de la pelea entre dioses enemigos. Puede que la verdad anide en el alma intransferible de cada uno, pero solo existe un camino para alcanzarla: se trata de hacerse un chequeo médico completo y para eso hay que pedir hora en una clínica, no en un templo ni escuela. El riesgo de encontrar la verdad es proporcional a la edad de quien la busca. A los jóvenes que llevan una vida sana, salvo casos raros, este asunto no les va nada, pero a medida que uno envejece la verdad se esconde en algún lugar del cuerpo, forma parte del alma y solo en contadas ocasiones asoma por el rostro. La forma de llegar al alma empieza por un análisis de sangre. Aparecen los leucocitos, los hematíes, la glucosa, la urea, la creatinina, el hierro, el ácido úrico, las enzimas, los triglicéridos, los marcadores tumorales. En este caso, si la verdad no da la cara, uno respira tranquilo. Pero a continuación la verdad te exige más sacrificios: placas por si aparecen sombras de sospecha en los pulmones, una colonoscopía para detectar pólipos en los intestinos, un tubo que habrá tragarse buscando sus huellas en el estómago, una prueba de esfuerzo por si la verdad fuera ese trombo que pudiera obstruir la aorta y después, ecografías, resonancias magnéticas, contrastes. Cada uno de estos chequeos requiere previamente que firmes tu responsabilidad en el caso de que mueras en el empeño. Finalmente, si uno se pone exigente, el médico te pedirá que ofrezcas tu cuerpo entero a una máquina infernal cuyo diabólico rodillo irá dividiendo en rodajas todo lo que la existencia ha ido dejando en cada una de tus mucosas más secretas hasta el tamaño de una lenteja. Si al final de este proceso no has encontrado la verdad, entra en el primer bar, tómate un par de cervezas y luego, como King Kong, súbete al Empire State con tu novia en brazos.
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