Jesús Aguado
IV
El tiempo me miraba desde el caparazón de los cangrejos
y los lirios con algo de tristeza.
También desde su cuerpo bronceado y sus piernas pulidas por el agua,
o desde la palabra amor, o desde -¿no es lo mismo?-los castillos de arena que el viento construía.
A veces, creo, estuvo a punto de dejarme
abandonado en la locura -que es un lugar vacío
de tiempo-, pero siempre venía a rescatarme el movimiento
súbito del cangrejo o la quietud que hallaba en el mecerse
continuo de los lirios. Supe entonces
que no se distinguía en nada la acción de acariciarla
de la acción de pisar
un erizo: el tiempo
convierte las caricias en espinas
e ilumina la vida por medio del dolor.
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