En "El País":
Hallazgos, significado, impacto y vigencia de una obra clave
Cuatro críticos españoles de referencia analizan en sendas perspectivas 'La ciudad y los perros'
Juan Antonio Masoliver Ródenas, José María Pozuelo Yvancos, Santos Sanz y Jordi Gracia
WINSTON MANRIQUE SABOGAL Madrid 20 JUN 2012
Cuatro críticos españoles de referncia ofrecen sendas miradas sobre La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa:
Hallazgos literarios
por Juan Antonio Masoliver Ródenas (La Vanguardia):
- Como en el caso de Joyce con el Ulises, no rompe con la tradición de la novela realista sino que, partiendo de Flaubert, la lleva al límite de sus posibilidades.
- Radical ruptura de las convenciones de la novela sin caer en el experimentalismo.
- Importancia de la estructura, para construir un edificio novelesco realmente prodigioso.
- Utilización de elementos autobiográficos sin que haya complacencia narcisista. Las experiencias personales le dan una especial autenticidad
- Presencia de lo ético sin que haya discurso moralista ni dogmatismo.
- La violencia del lenguaje como expresión de la violencia social.
- La geografía urbana y rural como parte dinámica del relato.
- Sin debilitar el distanciamiento u objetividad realista, hay una simpatía hacia los personajes que los hacen más dramáticamente humanos.
Lo que significó y representa
Por José María Pozuelo Yvancos (ABC):
La ciudad y los perros significó un gran salto en la obra de Vargas LLosa. Si nos fijamos, el cuento que da título al volumen Los Jefes(1858) prefiguraba ya algunos temas que sin embargo demandaban el cauce amplio de la novela. Por encima de cualquier otro autor latinoamericano Vargas Llosa posee talento narrativo, y su primera novela lo muestra ya dominador de técnicas perpectivísticas, al ceder su relato a tres voces alternantes. Esa configuración narrativa compleja, que van rehaciendo la estructura desde la visión plural, y que posiblemente adeude a Faulkner, le sirvió para dar vida a dos de los grandes asuntos que han acompañado siempre su obra: por un lado el Poder, tanto el que directamente emana de los militares que regían el Colegio Leoncio Prado y su rosario de caprichosas y crueles irracionalidades, como el que fraguaba en los propios alumnos, espejo donde finalmente refracta la violencia institucionalizada. El otro gran asunto es el de la libertad, puesta en peligro por el funcionamiento de los líderes capaces de aplastar las individualidades. De esa forma en La ciudad y los perros no solo está el núcleo que vertebra la obra posterior de Vargas Llosa; también supuso para la lengua literaria en español la posibilidad de hacer compatible el realismo naturalista y la modernas técnicas del relato.
Impacto en España
Por Santos Sanz Villanueva (El Cultural,, de El Mundo):
El llamado boom produjo una auténtica convulsión en las letras españolas. Algunos narradores protestaron airadamente, así el veterano Gironella o el todavía joven Alfonso Grosso. Pero la mayor parte de nuestros escritores le dieron una acogida muy favorable, si bien no en idénticos términos respecto de los que enseguida se tuvieron por los mosqueteros del movimiento. Cortázar y Fuentes despertaron no pocas reservas. En cambio, Vargas LLosa y García Márquez suscitaron admiración casi unánime e incondicional. La ciudad y los perros no pudo ser recibida con términos más elogiosos. El destacado crítico J.R. Masoliver aventuró en La Vanguardia que era un libro de los que marcan época y estaba destinado a renovar todo un género. Lo saludó con un juicio cerrado: "Qué obra de verdadero artista, en una palabra". En términos parecidos enjuició a Vargas el muy exigente Delibes: "ha renovado el lenguaje y la técnica y además nos dice cosas. Ha remozado los elementos de la novela pero no los ha destruido". Esta doble virtud, la narratividad y la innovación formal y lingüística, fue la gran lección que Vargas ofreció a la novela española en unas fechas en que el realismo social empezaba a estar seriamente cuestionado.
El llamado boom produjo una auténtica convulsión en las letras españolas. Algunos narradores protestaron airadamente, así el veterano Gironella o el todavía joven Alfonso Grosso. Pero la mayor parte de nuestros escritores le dieron una acogida muy favorable, si bien no en idénticos términos respecto de los que enseguida se tuvieron por los mosqueteros del movimiento. Cortázar y Fuentes despertaron no pocas reservas. En cambio, Vargas LLosa y García Márquez suscitaron admiración casi unánime e incondicional. La ciudad y los perros no pudo ser recibida con términos más elogiosos. El destacado crítico J.R. Masoliver aventuró en La Vanguardia que era un libro de los que marcan época y estaba destinado a renovar todo un género. Lo saludó con un juicio cerrado: "Qué obra de verdadero artista, en una palabra". En términos parecidos enjuició a Vargas el muy exigente Delibes: "ha renovado el lenguaje y la técnica y además nos dice cosas. Ha remozado los elementos de la novela pero no los ha destruido". Esta doble virtud, la narratividad y la innovación formal y lingüística, fue la gran lección que Vargas ofreció a la novela española en unas fechas en que el realismo social empezaba a estar seriamente cuestionado.
La vigencia 50 años después
Por Jordi Gracia (EL PAÍS):
La vigencia de los clásicos es felizmente discutida hoy. Es la mejor garantía de sacarlos de las hornacinas porque o el clásico está vivo, para unos pocos o para muchos, o no es un clásico. Y La ciudad y los perros es un puro latido animal de punta a cabo: el animal no es el Jaguar ni el resto de los muchachos. El animal es Vargas Llosa porque hoy podemos leer esa novela con la redoblada fuerza que le otorga la memoria de sus otras obras maestras –que son unas cuantas-. Y en lugar de detectar la inmadurez o la inestabilidad de aquel artefacto casi juvenil, sucede lo contrario: la consistencia ejemplar de la novela está hecha de valentía analítica y de denuncia moral porque es un libro comprometido no con la injusticia de un sistema de enseñanza o de un país sino con nuestra fragilidad, la que late detrás de las convenciones y los amaños. ¿Quién de nosotros tendría la valentía de contestar a la burla del capitán –“Parece usted uno de esos curas fanáticos. ¿Quiere arruinar su carrera?”- con la temeridad que pone Gamboa en su respuesta: “Un militar no arruina su carrera cumpliendo con su deber, mi capitán?”.
La vigencia de los clásicos es felizmente discutida hoy. Es la mejor garantía de sacarlos de las hornacinas porque o el clásico está vivo, para unos pocos o para muchos, o no es un clásico. Y La ciudad y los perros es un puro latido animal de punta a cabo: el animal no es el Jaguar ni el resto de los muchachos. El animal es Vargas Llosa porque hoy podemos leer esa novela con la redoblada fuerza que le otorga la memoria de sus otras obras maestras –que son unas cuantas-. Y en lugar de detectar la inmadurez o la inestabilidad de aquel artefacto casi juvenil, sucede lo contrario: la consistencia ejemplar de la novela está hecha de valentía analítica y de denuncia moral porque es un libro comprometido no con la injusticia de un sistema de enseñanza o de un país sino con nuestra fragilidad, la que late detrás de las convenciones y los amaños. ¿Quién de nosotros tendría la valentía de contestar a la burla del capitán –“Parece usted uno de esos curas fanáticos. ¿Quiere arruinar su carrera?”- con la temeridad que pone Gamboa en su respuesta: “Un militar no arruina su carrera cumpliendo con su deber, mi capitán?”.
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