María Rosal
Tregua para bañar el pensamiento, para lavarlo y perfumarlo, para raspar la rémora de sargazos.
Tregua para quien bebe un vaso de vino y la nostalgia le obtura la garganta.
Tregua para quien pide amor y le dan una piedra de sílex. Para quien se acuesta solo y confunde su olor con el cuerpo de otro.
Tregua a los que han llevado a la plaza pública los diminutos goces del esclavo.
Para quien cabalga una jornada y encuentra una fuente y el agua es morada y sabe a besos.
Para quien tiene un arpa y la toca con los picos brunos de las golondrinas.
Tregua para la llave que intenta penetrar la alacena tapiada.
Para quien pide un beso y le dan un estuche de saliva.
Para quien abandona el hogar y sostiene su pie en páramos de
viento. Quien enciende una lumbre con los despojos del amor que insiste.
Quien ha crecido entre rastrojos y planta un olivo y todavía le asiste la esperanza.
Quien tiene la espalda plateada por el silicio amante de una lengua ausente.
Tregua para la noche abierta a la decepción y al tedio.
Tregua para dios,
mientras se cambia de disfraz y está desnudo.
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